Los años sesentas pueden conceptualizarse, desde el punto de vista económico, como el período en el cual el capital a nivel mundial está en una expansión completamente dinámica e innovadora, equipado con nuevas técnicas y nuevos medios de producción (Jameson, 1997:31). Argentina se inserta en esta suerte de “edad de oro del capitalismo” con la implementación de un nuevo modelo de desarrollo basado en una economía de industrialización por sustitución de importaciones, con la cual se modifica la estructura social del país. Entre las clases dominantes, además de la oligarquía terrateniente y el capital extranjero, va a emerger una burguesía local, al mismo tiempo que la clase obrera crecerá y se expandirá sobre la base de la expansión del mercado interno (Peralta Ramos, 1972)1 .
En este marco de desarrollo capitalista y asociado a dicha industrialización se desplegará un proyecto político de corte desarrollista vinculado a un proceso de modernización que abarcó los ámbitos tecnológico, científico y cultural. Una sociedad con mayores posibilidades de acceso a la cultura para los sectores medios y obreros, y con una industria cultural en franco crecimiento será un escenario propicio para la puesta en marcha de diversos proyectos modernizadores (García Canclini, 1988; Rivera, 1998). De este modo, la modernización irá ganando terreno entre las capas medias urbanas y estará fuertemente influenciada por las modas y tendencias provenientes de los países centrales. Si bien en nuestro país esta renovación tuvo un impacto más limitado que en los países centrales del mundo occidental de posguerra, el impulso modernizador incluyó múltiples fenómenos que van desde las políticas desarrollistas, la renovación del periodismo (a través del semanario Primera Plana), el llamado boom de la novela latinoamericana, el auge del Instituto Di Tella y el arte pop, la actualización de ciertas disciplinas científicas como la sociología, la lingüística y la antropología de corte estructuralista; los nuevos hábitos de consumo juvenil y las renovadas expectativas de movilidad social, el cuestionamiento de la moral sexual y familiar tradicional, hasta el nuevo estatuto de la mujer y la divulgación del psicoanálisis (Giunta, 2008; Terán, 1993; Sigal, 2002; Longoni y Mestman, 2000).
Paralelamente (y a menudo en confluencia) a este proceso desarrollado en clave de modernización, y mostrando las contradicciones y ambigüedades del sistema político-social, se dio en Argentina un proceso de politización de importantes sectores de la sociedad que se gestó y radicalizó en un clima de creciente violencia, donde las notas centrales del período estuvieron marcadas, entre otras, por una ofensiva del capital industrial para aumentar la tasa de ganancia, una inestabilidad institucional provocada por los reiterados golpes de Estado (producto de la alianza de poderosos grupos económicos y las fuerzas armadas), la represión hacia los sectores populares, y la proscripción de la principal fuerza política del país, el partido peronista (James, 2006, Portantiero, 1973; Verón y Sigal, 1986). Esta proscripción del peronismo que se realiza hasta 1973, transforma la experiencia de la resistencia peronista y confluye con las izquierdas para producir una serie de insurrecciones populares como parte de un proceso de ascenso de las masas, en revueltas denominadas con los sufijos azos (Balvé, 2005; Gordillo, 2003; Tortti, 1999). Por otra parte, se produce el surgimiento de las organizaciones armadas, así como el desarrollo de una alianza entre organizaciones obreras y estudiantiles. Del mismo modo hay que considerar la influencia que tuvieron en estos procesos los cambios producidos en la década del cincuenta con el gobierno peronista, los cuales fueron defendidos por los sectores populares en los años siguientes. El gobierno de Perón (1946-1955) estableció significativas conquistas, no sólo para la clase obrera sino también para los sectores medios que, aunque fueron mayoritariamente opositores, recibieron los beneficios de una coyuntura económica relativamente propicia y se vieron favorecidos por la extensión de los derechos sociales y políticos tales como la legislación laboral o el establecimiento del voto femenino (Cella, 1999:9).
A modo de síntesis puede decirse que los años sesentas y setentas constituyen un momento histórico que combina paradójicamente la modernización social y cultural con la radicalización política en un singular cruce que se iría complejizando hacia finales de la década del sesenta, cuando algunas líneas de modernización desplegadas en la cultura y la sociedad argentina coincidieron con la idea de revolución (Longoni y Mestman, 2000).
En relación dialéctica con la inercia de estos procesos, las configuraciones y experiencias del campo intelectual de la época condensan en ese horizonte histórico, a través de prácticas culturales que dan cuenta de una singular articulación entre economía, política y cultura, lo cual responde a lo que Raymond Williams entiende como la determinación de las relaciones económico-sociales y políticas sobre las formaciones culturales. Las ideas que se discutían estaban en relación con las condiciones económicas, sociales y políticas del momento histórico: capitalismo industrial, altos índices de ocupación, agitación social, trabajadores organizados en sindicatos clasistas, jóvenes universitarios procedentes de una sociedad en desarrollo (por usar la terminología de la época). Producto de esos debates, la renovación cultural se fue articulando con la idea del compromiso político, promoviendo no sólo la discusión política sino también la producción académica, profesional, artística y literaria. Todo parecía politizarse inevitablemente. Términos como “revolución”, “liberación nacional”, “socialismo” o “foquismo” se convirtieron en ideas fuerza que impregnaban la socialización política de artistas, literatos, académicos, científicos, periodistas. En este contexto, determinados hitos políticos en el nivel internacional, como los procesos de descolonización en Asia y África y, muy especialmente, la Revolución Cubana, combinados con acontecimientos políticos del orden local, como la irresoluble cuestión del peronismo, contribuyeron al proceso de radicalización ideológica y política que se profundizó hacia fines de la década de 1960 y dio lugar a la emergencia de la Nueva Izquierda. Aún más, esas guerras antiimperialistas en Vietnam y Argelia, la rebelión antirracista en los EE.UU., los movimientos feministas y las luchas estudiantiles como el Mayo Francés, la Primavera de Praga y el Otoño Italiano; y en América Latina, además de la Revolución Cubana (1959), el experimento socialista de Salvador Allende en Chile (1970-1973), la guerrilla del Che en Bolivia (1966-1967) y las experiencias de la guerrilla peruana (1965) fueron instalando en el terreno de lo fáctico el debate en torno de la revolución.
En ese terreno, los caminos de la cultura y la política hallaron una inusitada confluencia. La emergencia de prácticas estéticas, intervenciones textuales, revistas político-culturales y formatos escriturales, que se proponían como herramientas de combate político y cultural, daban cuenta de un mundo intelectual agudamente politizado, en el cual el centro de las polémicas (o los debates hegemónicos, si se quiere) estaba cruzado por las tensiones de la lucha de clases y los combates antiimperialistas, por el interés en la cultura popular y la pregunta recurrente por la función social de las ideas y el arte. Así, una amplia fracción de productores culturales con sus realizaciones discursivas o artísticas fueron marcados por la confianza en una progresiva marcha hacia un proceso emancipador, vinculado a las ideologías de izquierda, y en sintonía con esto, por la identificación, cada vez más fuerte, entre práctica simbólica y práctica militante.
1 Para este recorrido por los rasgos sobresalientes de la época, he asumido los resultados de las investigaciones histórico-económicas sobre esos años. El objetivo de esta tesis no es ahondar en los debates sobre la caracterización en términos económicos de la formación social argentina durante el período. No obstante, en los capítulos 2 y 3 de esta tesis, se dará cuenta, con mayor detalle, de algunos aportes de diversos estudios acerca de la historia de las décadas abordadas. El apartado 3 del presente capítulo apunta al trazado de un estado de la cuestión respecto de las lecturas sobre estos años.
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