El golpe militar de 1976, encuentra a Urondo con el primer número en la calle de una nueva revista llamada Información, proyecto que se vuelve inviable bajo las nuevas condiciones políticas y se interrumpe. Walsh, por su parte, organiza la Agencia de Noticias Clandestina, desde el Departamento de Informaciones e Inteligencia de Montoneros, según sus propias palabras “como un acto de libertad” y con el objeto de abrir un canal informativo de difusión popular, con miras a combatir la incomunicación, el aislamiento y la desinformación propiciada desde el terrorismo de Estado, instaurado por la última dictadura militar en la Argentina. Dicho proyecto apuntaba a la implementación de la circulación de la verdad en manos del pueblo, como medio de ruptura del cerco de silencio vigente. La Agencia propugnaba un carácter ofensivo respecto del poder económico y militar, según sostiene Natalia Vinelli, y no sólo apostaba a la organización en una situación opresiva, sino que se definía como herramienta de contrainteligencia, de ahí que mantuviera cierta independencia respecto del grupo político de origen y presentara una identidad algo difusa (Vinelli, 2008). ANCLA estaba integrada por un grupo disperso de periodistas y otros militantes que, como afirman Anguita y Caparrós “escribían informes, tipo cables de agencia, sobre lo que los medios de prensa censuraban: sobre todo, las actividades represivas de la Junta Militar, sus disensiones internas, la marcha de la economía” (Anguita y Caparrós, 1998: 131 y 184). El servicio de inteligencia que representaba la Agencia contaba con una gran cantidad de contactos y con los más imprevisibles colaboradores, lo cual le permitía abocarse al trabajo sobre materiales diversos y notables. Del mismo modo que bajo la experiencia de Prensa Latina en Cuba, instancia en que Walsh se dedicara a contrarrestar la catarata de información internacional tergiversada en torno de la revolución, con el caso de la Agencia de Noticias Clandestina su labor estaría abocada a la resistencia contra el régimen desde el punto de vista del conocimiento de la verdad y su difusión (Castillo y Taroncher, 2009).
Mientras Walsh desarrolla la experiencia de ANCLA, Francisco Urondo es trasladado a Mendoza por orden de la conducción de Montoneros. El motivo que se argumentó para tal decisión es que Urondo debía reorganizar a los militantes que aún seguían resistiendo la avanzada militar en esa provincia. Sin embargo algunas versiones aseveran que ese traslado era una suerte de castigo por el modo en que Urondo había manejado algunos asuntos personales. Algún tiempo antes, el escritor se había separado de Lili Mazzaferro, que también era militante de Montoneros, y había comenzado a vivir con Alicia Cora Raboy, por lo que se lo sanciona y despromueve por “deslealtad”. Cuando su amigo Rodolfo Walsh se entera de esa resolución, presiente que la conducción comete un gravísimo error porque la región Cuyo “era una sangría permanente desde 1975, nunca se la pudo poner en pie” (Walsh, 2007a (1976): 272-273). En mayo de 1976 Urondo llega a Mendoza con Alicia Raboy y la hija de ambos, Ángela. El 17 de junio, es asesinado por las fuerzas de la represión en una emboscada, en el departamento de Guaymallén. Su mujer, Alicia Raboy fue desaparecida y su hija, luego de algún tiempo, restituida a la familia de Alicia. Su último libro, inédito, Cuentos de batalla, está perdido.
Hacia fines del mismo año y luego de la muerte de su amigo Paco Urondo y de su hija Victoria, los dos grandes desgarramientos de los cuales dejó testimonio a través de cartas abiertas 1, Walsh crea la Cadena Informativa, la última de las experiencias tendientes a la difusión de los acontecimientos de la realidad más próxima en que inteviniera. Los boletines de la Cadena Informativa eran textos breves que, en la mayoría de los casos circulaban de mano en mano y -al igual que desde la Agencia de Noticias- lo hacían de forma clandestina (Castillo y Taroncher, 2009). Para esta época su vínculo con la conducción de Montoneros había atravesado un período de debate y discusión. Walsh venía advirtiendo que el golpe militar producido en 1976, no era uno más, sino que inauguraría una nueva forma de Estado. A principios de 1976 había dejado constancia por escrito de sus diferencias de concepción táctica y estratégica con la cúpula de Montoneros a través de una serie de documentos que daban cuenta de la necesidad de ganar medios de comunicación para enfrentar el silencio y “parar el golpe” con respuestas políticas (Vinelli, 2008: 29; Redondo, 2001: 177). Luego de expresar reiteradamente su disidencia, Walsh se retira de Montoneros. Compra una casa en San Vicente amparado en la falsa identidad de un profesor de inglés retirado y allí va a vivir con Lilia Ferreyra. Según los testimonios de ella, Walsh estaba encarando esta nueva etapa y configuraba algunos proyectos de escritura. Al respecto Horacio Verbitsky sostiene que Walsh “no se dio descanso en los últimos meses de su vida austera y empecinada. Concebía su nueva forma de acción política como una producción totalizadora que abarcara la denuncia, el testimonio, el análisis político o histórico, el relato literario” (Verbitsky, sin año). El 24 de marzo de 1977 terminó de escribir la Carta abierta de un escritor a la Junta Militar. A la tarde del día siguiente, un grupo operativo de la ESMA intentó secuestrarlo en una calle de Buenos Aires. Walsh fue muerto al resistirse, como había sucedido unos meses antes con Francisco Urondo. La Carta había sido echada en un buzón poco tiempo antes. Los documentos y textos hallados en su casa allanada fueron llevados a la ESMA. Nunca se logró recuperar ninguno de sus últimos textos literarios, de los cuales sólo se vio uno, el cuento “Juan se iba por el río”.
El ritmo vertiginoso del tiempo histórico, en una época marcada por el espíritu revolucionario, dejó su huella en la aceleración de las trayectorias personales, políticas y artísticas de Rodolfo Walsh y Francisco Urondo, para quienes la inminencia de la crisis revolucionaria y la necesidad del combate con la burguesía en el plano cultural y político precipitaría en la militancia dentro de organizaciones político-militares y en la búsqueda de modos de politización de la práctica escritural. Las experiencias, los saberes, las herramientas que fueron adquiriendo en la configuración de su oficio de escritores y periodistas confluirían con sus experiencias como intelectuales y militantes puestos al servicio de proyectos revolucionarios. De este modo, en el tiempo cercano a 1968, sus trayectorias, que hasta ese momento habían tenido algunos puntos de contacto a partir de ciertas fraternidades ideológicas, de la colaboración en Prensa Latina y del encuentro en los ambientes del periodismo (Leoplán, Panorama, La Opinión) se entrelazarían y condensarían en dos proyectos escriturales fundamentales: uno perteneciente al plano de la prensa política, el diario Noticias, y el otro correspondiente al plano literario, la práctica de los géneros testimoniales.
Es probable que esta coincidencia de Walsh y Urondo en las opciones literarias, en la valoración y el ejercicio de la escritura testimonial como elemento fundamental de sus elecciones programáticas, pueda pensarse como el correlato de la confluencia de sus trayectorias intelectuales y políticas: la militancia conjunta, la reflexión compartida en torno a los tópicos fundamentales de los escritores comprometidos de la época, y la colocación de ambos en la franja del campo intelectual que, luego de 1968, ratificó sus vínculos con la Revolución Cubana y asumió las responsabilidades del intelectual revolucionario.
En este sentido, resulta interesante observar que previamente a este momento de concurrencia en los recorridos de nuestros escritores, Walsh había sido autor de importantes relatos testimoniales, Operación Masacre y ¿Quién mató a Rosendo?, pero no los consideraba textos literarios, sino escritos periodísticos (Walsh, 2007a (1972): 234). Será hacia principios de la década del setenta cuando conceptualice lo testimonial como producción literaria, es decir, como una categoría artística. Urondo hará lo mismo, con la diferencia de que, antes de 1971, no había producido relatos testimoniales: Los pasos previos es de 1972 y La patria fusilada de 1973. Evidentemente, luego de ese momento crucial que constituyen los años 1968/1969, en que la política lo impregnó todo, aparece en los dos escritores un interés estético, ideológico y político por lo testimonial que responde a una búsqueda de formatos desde los cuales se pueda recuperar lo literario y ponerlo al servicio de la revolución. Es un momento de la política, del campo literario y de sus trayectorias en que Walsh y Urondo recuperarán elementos de su oficio de narradores y periodistas para dar lugar a una escritura literaria que destruye las fronteras entre los géneros, entre lo literario y lo no literario, entre el discurso literario y los discursos de la cultura popular. Una escritura literaria que desafía la fragmentación impuesta por la cultura burguesa, que articula las versiones contrahegemónicas de la historia y que responde a la crisis de la cultura dominante con la politización del arte.
1 Ambas serán analizadas en el capítulo 8 de esta tesis.
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