En la década de los noventa, la economía japonesa entró en una fase de estancamiento. El Producto Interno Bruto mostró una tasa de crecimiento promedio anual de 1.1%, mientras que el ingreso por persona aumentaba apenas 0.8%1. El período de depresión económica en Japón puede dividirse en cuatro etapas:
La primera etapa se inició a principios de 1990, con el reventón de la economía de burbuja simbolizada por la brusca caída del precio de la tierra, y el acelerado desplome del precio de las acciones. Esta situación económica y financiera fue la peor de la historia, superando la caída registrada durante 1949 y 1950, cuando la economía japonesa estaba todavía afectada por los efectos de la Segunda Guerra Mundial. En consecuencia, se paralizó la capacidad de financiamiento de las empresas mediante la bolsa de valores; además, algunos bancos y empresas entraron en un círculo vicioso, en el cual giraban alrededor del empeoramiento de la economía y la rebaja del precio de los activos financieros.
El dólar, que en abril de 1990 se cotizaba a 160 yenes, llegó a 124 yenes en octubre de ese mismo año. Este ajuste fue un reflejo del incremento de los tipos de interés en Japón, pero también estuvo relacionado con los intereses de la política estadounidense. Desde el punto de vista económico, Estados Unidos trató de influir fuertemente en las medidas económicas y financieras de Japón con el propósito de lograr una mayor penetración hacia el mercado nipón y beneficiarse de este.
En la primavera de 1990 el gobierno norteamericano volvió a modificar su política de apoyo al dólar, por temor a que un yen excesivamente débil acelerara la caída de los precios de las acciones en Japón, lo cual originaría un crash que podía repercutir de manera negativa en los Estados Unidos.
Cuando en mayo de 1990 el secretario del Tesoro y el presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos se reunieron con los ministros de Finanzas y los gobernadores de los bancos centrales del Grupo de los Siete, declararon públicamente que no era deseable mantener el yen en un nivel bajo. En el verano varios políticos estadounidenses afirmaron que un dólar más barato podía ser el medio más apropiado para fomentar las exportaciones y, por tanto, reactivar la economía. Este punto de vista fue respaldado de inmediato por el presidente de la Reserva Federal.
La segunda etapa comenzó en 1991, cuando se paralizaron los préstamos hipotecarios basados en el precio futuro de las acciones y terrenos que ofrecía el sistema financiero. Asimismo, la capacidad de préstamos de los bancos se redujo, debido a la enorme cantidad de préstamos irrecuperables. Como las utilidades de las empresas comenzaron a reducirse, se estancó el salario de los trabajadores y cayeron consecutivamente la inversión de vivienda y el consumo personal.
La tercera etapa se inició con la recesión declarada, a comienzos de 1992.
La cuarta etapa comenzó en 1993, cuando se agravó la depresión por la continuación de la apreciación del yen, la aceleración de las importaciones desde Asia y la inestabilidad política que retardaba la aplicación de medidas de reactivación. Con la depresión interna aumentaron rápidamente las importaciones de bienes y cayeron los precios mayoristas por segundo año consecutivo. Debido a la caída de las ganancias de las empresas, estas tuvieron que ajustarse aún más, lo cual obligó a la reestructuración del personal. Todo esto provocó la reducción de inversión en plantas y equipos. Ante esta situación, en abril de 1993 el gobierno decidió lanzar las “nuevas medidas económicas integrales”, con un monto de 13,2 billones de yenes dirigidos a inversiones públicas adicionales.
En el Anexo 1 se reflejan todas las intervinculaciones y los efectos producidos por la política económica del Estado japonés bajo la presión de los Estados Unidos, lo cual condujo a la destrucción de premisas fundamentales del modelo de desarrollo económico y social de la posguerra hasta los años 80, y con ello a la disminución del empleo y del salario; al desmoronamiento de los precios, al deterioro de altos niveles de consumo y de inversión dentro del mercado interno, y a la destrucción del nivel armónico de relaciones estables entre las grandes compañías y las pequeñas y medianas empresas.
Al mismo tiempo, la presión de los Estados Unidos no fue efectiva para superar el superávit comercial de Japón; solo logró hacer revaluar el yen. Frente a esa situación, Japón trasladó una gran parte del proceso productivo al exterior; afectando el empleo y el salario, así como también trató de mantener las altas utilidades de las grandes compañías, redujo el consumo del pueblo y la inversión interna; incrementó las importaciones (con el yen revaluado, las importaciones fueron más baratas) y disminuyó los precios de los productos nacionales en la economía interna. También se hicieron incobrables los créditos, se experimentaron grandes pérdidas de capital por devaluación de acciones y de bienes inmobiliarios especulativos, se redujo la producción y la capacidad instalada se volvió excesiva.
No obstante, los créditos y gastos del gobierno continuaron creciendo, pues el Estado prefirió no afrontar el problema de la deuda con una política fiscal restrictiva para no agravar la recesión. De todos modos, se produjo una desaceleración del crecimiento económico.
Tabla 1. Relación deuda pública con el PIB (%)
Años |
1991 |
1992 |
1993 |
1994 |
1995 |
1996 |
1997 |
1998 |
1999 |
Deuda Pública /PIB |
59,3 |
61,1 |
64,8 |
70,9 |
87,7 |
95,3 |
102,3 |
114,9 |
128,9 |
Fuente: OECD, 1999.
Otro aspecto importante es que los vínculos estrechos que se habían establecido entre banca y gran empresa industrial tendieron a debilitarse. Los préstamos a grandes empresas, que alcanzaban 60,7% del total de las carteras de los bancos vigentes en 1975, descendieron a 29,6% en 1990.
Por otro lado, la demora en las acciones del gobierno afectó gravemente el equilibrio del sistema financiero japonés, aumentando la desconfianza hacia la economía nacional y perturbando el ritmo de la recuperación.
La principal causa de estos problemas, especialmente agudos en las empresas pequeñas y medianas, se atribuye al retraso de las entidades financieras en poner sus cuentas en orden y acometer la liquidación de sus multimillonarios créditos, declarados incobrables desde finales de la época de especulación en la pasada década.
A los años 90 se le han llamado “la década perdida”, debido a la gravedad de la crisis. En el Cuadro I, se pueden apreciar algunas de las consecuencias del estallido de la burbuja.
Cuadro I. Efectos negativos en lo económico y social como resultado de la crisis.
En lo económico |
En lo social |
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El deterioro de la economía japonesa en los años 90 se puede argumentar con los siguientes elementos:
Debido a la situación antes descrita, las deudas del sector corporativo fueron en aumento. Ante la recesión cayeron las ventas y bajaron los precios, por lo que muchas compañías quebraron. Esto produjo un derrumbe en los precios de las acciones que afectó a los inversionistas, todo ello con un importante efecto sobre la capacidad de pago de los créditos otorgados por los bancos y otras instituciones financieras.
Por otro lado, las familias japonesas también se vieron afectadas debido a la disminución en un 70% del valor de las casas. A pesar de las bajas tasas de interés, las hipotecas absorbían alrededor del 8% del ingreso personal disponible2, así al caer los precios de las propiedades que actuaban como garantía de los créditos hipotecarios, se anunciaron pérdidas en el orden de 250 mil millones de dólares.
Todo lo anterior hizo que la deuda total de las compañías bancarias y financieras fuera en aumento. Los bancos japoneses acumularon préstamos por la enorme cifra de más de 1 millón de millones de dólares (el 25% del PIB), de los cuales el 30% era directamente incobrable. Como resultado de este fenómeno, algunos grandes bancos quebraron y muchos otros fueron estatizados para ser “saneados” y luego reprivatizados.
Uno de los casos más relevantes fue la quiebra de dos importantes bancos regionales, el Kokumin Bank y el Namihaya Bank en 1999. La quiebra de este último fue significativa porque se trataba de un banco nacido de la fusión –financiada por el gobierno– de otros dos bancos virtualmente quebrados.
La crisis de la banca se extendió a instituciones de todas las regiones del país. Entre los factores que la desencadenaron, se encuentran:
La crisis bancaria se convirtió en un hecho muy preocupante para el gobierno nipón ya que debido al gran tamaño de los bancos japoneses y su importante papel en la canalización de recursos financieros hacia el sector industrial, esta tuvo importantes repercusiones para la economía japonesa, pero también para la economía global.
Así, el hiperendeudamiento, el exceso de la capacidad instalada, la extrema debilidad de los mercados y los nulos beneficios explicaron el mayor descenso en la demanda de crédito bancario por parte de las empresas.
La segunda dificultad que aquejaba a la economía japonesa, era la relacionada con la autonomía de las regiones de Japón. El gobierno distribuyó alrededor del 70% de los ingresos fiscales que recaudaban de las administraciones locales, y utilizaba su poder fiscal para mantenerlas controladas. En este sentido, la solicitud de financiamiento para cubrir las necesidades locales reales no tenían probabilidades de ser aprobadas por el gobierno. De esta forma, perdieron la individualidad y, en consecuencia, decaían las industrias locales.
Otro problema que afectó a la economía nipona, fue la falta de espíritu emprendedor. El sistema fiscal no favorecía ni estimulaba la actividad empresarial, ya que, de tener éxito, el Estado recaudaba el 65% de los ingresos personales, así como el 50% de los beneficios de las empresas. Esto trajo como consecuencia un bajo estímulo para trabajar e invertir en proyectos nuevos.
Por otra parte, mientras que a los empleados públicos no se les afectaba el ingreso, hicieran lo que hicieran y fuera cual fuera el resultado que obtuvieran sin arriesgarse apenas, al empresario le aplicaban altos impuestos, a pesar de arriesgarse y esforzarse más. Este sistema contradictorio y desordenado hizo que las ganancias fáciles fueran a parar a quienes menos se lo merecían.
En ese momento los empresarios privados reclamaron impuestos que no sobrepasaran el 30% de sus ingresos, y que se pusiera en práctica un sistema que proporcionara recompensas y penalizaciones.
Afectó además, la falta de incentivo para el consumo personal. Pese al fuerte descenso generalizado y continuo de los precios (deflación), se apreció una desconfianza masiva en consumir, que, a su vez, redujo los beneficios de las empresas, estimuló el desempleo y la disminución de los salarios y agravó las deudas de los bancos.
La incertidumbre sobre el futuro elevó el nivel de ahorro y contribuyó a la deflación. Obviamente, un incremento en el ahorro significó menor demanda. Esto hizo que las empresas sostuvieran grandes inversiones, obteniendo bajas ganancias, mientras recurrían al recorte de precios para deshacerse de los excedentes en inventarios.
Al mismo tiempo, la inseguridad laboral, los bajos salarios y el desempleo potenciaron aún más el ahorro de las familias japonesas, que temían quedarse totalmente desamparadas.
La disminución de demanda interna ocasionó serios problemas a la economía nipona, ya que el consumo personal representaba el 60% del Producto Interno Bruto japonés.
Por último, la ineficiencia del sector público. El pueblo nipón perdió la confianza en las políticas económicas puestas en práctica por el gobierno. Las promesas que cada primer ministro brindaba para poner coto a los problemas económicos, estaban marcadas por el retardo o la ineficiencia. A los problemas económicos se sumó la inestabilidad política. Durante la década Japón tuvo varios primeros ministros, todo ello debido a la falta de un líder que responda a los intereses de la economía nacional y del pueblo (situación que se mantiene hasta la actualidad).
Encuestas realizadas han demostrado que un alto porcentaje de la población no cree ni en políticos ni partidos, los cuales se han visto envueltos en grandes escándalos por corrupción.
Los sucesivos gobiernos japoneses pasaron toda la década buscando la vía para sacar al país del estancamiento. Se adoptaron once paquetes de “estímulo fiscal” (aumento del gasto público, incluido el gasto armamentista y reducciones de impuestos), por casi 5 millones de millones de dólares, una cifra superior al PIB japonés (4,5 millones de millones de dólares). Al fracaso de cada uno de estos paquetes para sacar adelante la economía, sucedía un paquete mayor.
1 Falck, Melba: La economía japonesa de los noventa: problemas estructurales y reforma gradual. México y la Cuenca del Pacífico, Vol.6, núm.18/enero-abril de 2003. Pág. 48.
1 Cuadernos de Japón. Volumen XIX, No 1, 2006, pág. 28.
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