La Estética como totalidad, y el arte como uno de sus componentes específicos, son objeto de investigaciones integrales a partir del enfoque sistémico de las funciones. La multifuncionalidad ―expresó Jan Mukařovský en su ensayo de 1942, “El significado de la Estética”― es un principio de la actividad humana, ya que la convivencia social obliga al hombre a regularla. Ninguna esfera de la actividad humana se limita a una sola función, siempre son varias y cambian con el transcurso del tiempo; desde la perspectiva del individuo, regulan la autorrealización del sujeto con respecto al mundo exterior, y a su actividad: “se piensa así de manera polifuncional.”
Esta concepción estética sobre el carácter polifuncional de la actividad, y con ello de la actividad artística, ha caracterizado el pensamiento estético del siglo XX; aportadores han sido los juicios de Roman Jakobson, Jan Mukařovský, Mijail Bajtin, Umberto Eco, Adolfo Sánchez Vázquez, entre otros, quienes han privilegiado las funciones estética, creadora y comunicativa como esenciales expresiones de lo estético en el arte, junto a otras funciones extraestéticas como la educativa, la religiosa, la ideológico-política, la histórica, la ético moralizadora, entre otras. Hegel en el tomo II de su Estética, había esbozado la significación de las funciones, las cuales denominó “los fines del arte”; al respecto expresó sobre la poesía dramática: “Así me contentaré con recordar, en general, que en varias épocas, la poesía dramática ha sido también utilizada para abrir el camino a nuevas ideas en política, en religión.”
La prioridad de las funciones inherentes al arte, estética, creadora y comunicativa han sido reconocidas por diferentes autores de la estética contemporánea, esencialmente en lo relacionado con la posición del artista y del receptor como co-creador desde una perspectiva semiológica, abordada en lo fundamental por la estética de la recepción.
En esta línea del pensamiento estético del siglo XX se expresa el discurso sobre la polifuncionalidad del arte del esteta Moisei S. Kagan, en su texto Lecciones de Estética Marxista Leninista (1971); su obra se encuentra entre las más reconocidas en Cuba por el empleo del método materialista dialéctico. Dedica el capítulo XIX de su libro a la caracterización de las funciones del arte y en su análisis histórico nos recuerda que el problema de lo bello ocupó siempre el centro de atención de los estudios estéticos y cómo tardó en comprender las relaciones que se establecen entre las principales categorías instauradas por la estética tradicional para abordar la naturaleza de lo estético. En sus estudios sobre las funciones toma en cuenta la trayectoria de lo bello para llegar a definiciones sobre la naturaleza de lo estético, el valor de lo subjetivo, la contradicción dialéctica entre lo objetivo y lo subjetivo en el arte, hasta llegar a la esencia de lo bello.
Según sus postulados, el arte contribuye al conocimiento de la vida al igual que el trabajo, y participa de la creación al erigir una segunda naturaleza; en su función pedagógica favorece la transformación del hombre en el proceso de educación social, y en igual medida junto al ocio ayuda al establecimiento de un ocio culto, a la alegría de la creación en su carácter libre y espontáneo. En estas relaciones se expresa esa multiplicidad de funciones, las que son posible gracias a su universalidad, de ahí que muchos teóricos trataran de elevar al arte por encima de todas las formas de actividad, mientras otros pronosticaban su desaparición. Kagan define la polifuncionalidad en los siguientes términos:
En realidad el carácter polifuncional del arte no es mera suma de funciones ajenas realizadas de un modo diletante, sino que conservaba ese profundo sentido que adquirió desde el principio. Dicho sentido consiste en reproducir la vida en toda su integridad para prolongar, ampliar y profundizar la experiencia real del hombre social, ofreciéndoles la posibilidad de otra vida de ficción a través del mundo del lenguaje del arte […]. En el arte el hombre alcanza verdadera inmortalidad, su experiencia finita se proyecta hacia un espacio infinito y hacia múltiples direcciones en el tiempo. Por tanto el arte debió unir las funciones de los cuatro tipos de actividad humana, desempeñando al mismo tiempo el papel de medio de comunicación, de modo de orientación valorativa, de instrumento de conocimiento y de herramienta para la transformación práctico espiritual del mundo objetivo.
De este modo divide las funciones según el presupuesto teórico anterior en función comunicativa, ilustradora (cognoscitiva), educadora y hedonista. En su propuesta estética sobre la polifuncionalidad del arte, la función comunicativa es situada en primer lugar debido al carácter comunicativo, educativo e ideológico del signo estético, por su relación con la norma y con los valores estéticos: “[la función comunicativa] es la primera y la más evidente manifestación de la actividad social,” como autorregulación del sujeto y su toma de posición ante su realidad; para Kagan esta función conduce a una especie de hedonismo en el arte, como una de las expresiones del placer estético; no obstante, soslaya la concepción de la función estética como totalidad, al darle prioridad a la función comunicativa y al circunscribir a cuatro las funciones del arte. La obra de arte, como obra abierta, asume otras funciones ya sea en relación con la propia obra o en un conjunto de ellas; aunque sin negar que en el texto se reconoce la significación de lo estético como categoría esencial de la estética contemporánea; no hay una concreción de esta función como intrínseca del arte, como expresión de la cultura, y sí una hiperbolización de lo comunicativo para el receptor.
En coincidencia con Kagan, Igor Savranski en sus estudios sobre la cultura y sus funciones, enfatiza en el carácter multifuncional del arte y de la cultura como sistemas; en su enfoque semiótico considera a la cultura como un texto o jerarquía de textos fijados en signos determinados, al asignarle a la función comunicativa la mayor significación, pues en su opinión es a través de ella que se realizan las demás funciones. Es por ello que la comunicación sociocultural como concepto es el principal instrumento de comunicación materializado a través del sistema semiótico, revelándose con mayor plenitud en la cultura artística a través del papel que desempeñan los lenguajes culturales.
Savranski, al estudiar la función comunicativa aplicada a la estética, la denomina “función estético comunicativa”, como tipo especial de comunicación, y su objetivo esencial es la formación de la personalidad en su integralidad, porque la función estético comunicativa se basa en el principio lingüístico de “las asociaciones”, como reflejo de la relación mutua entre los objetos y los fenómenos de la realidad en su relación lógica. “La asociación” es una premisa necesaria para la creación de palabras, la que ayuda a pasar del significado denotativo al connotativo, aunque hay otras asociaciones necesarias en el paso del significado de una imagen a otra. Esta estructura comunicativa le permite al receptor apropiarse del significado de las imágenes en el lenguaje artístico y a ampliar los límites de su percepción estética.
Para Lazar Koprinarov el estudio de las funciones del arte adquieren excepcional importancia, problemática analizada en su Estética de 1982 en los análisis sobre la especificidad del arte, concepción fundamental en los estudios de la estética marxista. En sus referencias a los textos de Yuri Borev cita las múltiples funciones que le atribuye al arte, y a su juicio logra una diferenciación de cada una de ellas, aunque estén ausentes los fundamentos metodológicos que deben sustentarlas.
Koprinarov reconoce las diferencias de los enfoques de Kagan sobre las funciones, pues en 1965 reconocía las cuatro funciones referidas anteriormente en su libro Lecciones de estética ―hedonista, comunicativa, educativa e ilustradora―, y además, los enfoques de 1971, contenidos en su texto Manual de Estética, considerado de mayor relevancia por el lugar que le concede a la relación sujeto-objeto; el contenido de su propuesta presenta cinco funciones en subsistemas, al establecer las relaciones del arte con la formación de la personalidad, la naturaleza y la cultura.
Tiene razón Koprinarov en los siguientes juicios que expresan su crítica a las propuestas de Kagan al limitar las múltiples funciones del arte tanto estéticas como extraesteticas, reconociendo esta polifuncionalidad: “La ventaja básica de la concepción de M. Kagan consiste en la mayor concordancia con la naturaleza polifuncional del arte. Otros autores enumeran más funciones, pero estas se reducen generalmente a la influencia del arte en la personalidad. El arte existe, sin embargo, en un sistema mucho más amplio y desempeña un papel más multifacético.” Aunque resume los diferentes puntos de vista de la estética marxista leninista y reclama un análisis “que esté más cerca de la realización histórico-concreta de las funciones del arte” , su enfoque es descriptivo. Su texto aporta elementos a tener en consideración en el estudio de las funciones por los estetas marxistas contemporáneos, dado que cada función es específica en relación con los diferentes componentes de la cultura. Mas, su limitación fundamental está en no precisar cuáles son las funciones específicas del arte.
Esta problemática había comenzado a resolverse por las teorías del esteta y semiólogo checo, Jan Mukařovský , pues aun siendo marxista no fue divulgado convenientemente, y no fue tenido en cuenta por la estética marxista-leninista. Según las opiniones de estetas y críticos contemporáneos, la Estética del siglo XX se consolidó teóricamente con los estudios sobre las funciones del arte por los aportes realizados por J. Mukařovský, en los textos El arte como hecho semiológico (1936), Función, norma y valor estético como hechos sociales (1936), El lugar de la función estética entre las demás funciones (1942), Las tareas de la estética general (década de 1940) y El significado de la estética (1942); desarrolló su obra en el contexto intelectual de la primera mitad del siglo XX y fundamentó teóricamente la función estética del arte desde el punto de vista semiológico dado su importancia para el proceso histórico artístico. Su propuesta contiene una redefinición del objeto de estudio de la Estética tradicional , y la calificó como la ciencia sobre la función estética en interacción con las demás funciones, sus manifestaciones y posturas, la ciencia encargada de explicar y de descubrir las leyes de los procesos estéticos: la teoría general de lo estético, y no sólo considerarla a partir del concepto tradicional de las investigaciones sobre lo bello, el cual había ocupado el quehacer estético durante siglos.
En su concepto, el carácter funcional se expresa en su finalidad social. Como teórico conocedor de los avances de la lingüística estructural, traslada a la estética dos conceptos claves provenientes del análisis del lenguaje: el concepto de estructura y el de función. Para Mukařovský, la función es una forma de autorrealización del sujeto con respecto al mundo, donde el sujeto piensa de manera polifuncional de acuerdo con sus necesidades, es decir, situado desde el punto de vista del sujeto. En su concepción semiológica, la función del signo se manifiesta tanto como signo simbólico y como signo estético; en este último se destaca en primer lugar al sujeto y es una vía para lograr el placer estético.
Otro elemento de vital importancia es el relacionado con la óptica del receptor, al ser considerado un creador activo; categoría que trasciende a los estudios de la estética contemporánea sobre la recepción de la Escuela de Constanza, y las consideraciones de “lo estético” como categoría central. Para el esteta checo, desde el punto de vista funcional, la tarea del arte es la de liberar las capacidades del hombre para descubrir las influencias esquematizantes, y las ataduras que le provocan la enajenación, y el de hacerlo tomar conciencia de las posturas que debe adoptar frente a la realidad. En su concepción del arte prioriza la función estética, intermediaria entre el hombre y su contexto social; le concede además un lugar principal a la función semiológica junto a la función estética, conceptuadas bajo el signo de lo estético.
En resumen, Jan Mukařovský reactualiza el objeto de estudio de la Estética contemporánea ―lo estético―, a partir de la polifuncionalidad del arte y su relación con la libertad creativa en sus diversas expresiones, debido al papel que le asigna en la práctica social, por ser una función autorreguladora para el sujeto, donde lo estético está integrado en los tres componentes básicos: las funciones, la norma y los valores estéticos, en unidad dialéctica al privilegiar la relación del sujeto con su mundo. Esta función es rectora por su contenido estético, ético y sociológico, a la vez que semiológico, en interacción con las funciones comunicativa y autónoma de la obra artística, en el contexto de la multiplicidad de funciones que puede asumir lo estético, en dependencia de la intención del artista y la lectura de la imagen por el receptor.
En esta línea del pensamiento estético contemporáneo, las propuestas estéticas de Adolfo Sánchez Vázquez expuestas en sus textos, Estética y Marxismo, (1970), Textos de estética y teoría del arte, (1972), Invitación a la estética, (1992), en A tiempo y destiempo,(2004), y en su más reciente texto del 2005, De la estética de la recepción a la estética de la participación, plantean la necesidad de la reformulación del tradicional objeto de estudio de la Estética, desde la clásica concepción de lo bello, desplazado en la contemporaneidad hacia lo estético; su concepción del arte como una forma fundamental de la praxis, alejado de un marxismo reduccionista, al concebir el arte como creación. En sus estudios sobre las ideas estéticas de Carlos Marx contenidas en los Manuscritos económico filosóficos de 1844, refiere como el objeto artístico puede cumplir a lo largo de la historia las funciones más diversas, y como solo ha podido cumplir dichas funciones como objeto creado por el hombre, ya que la obra artística es ante todo un producto del trabajo humano. La función estética por tanto no puede ser reducida ni a la cognoscitiva, ni a la ideológica; tal como había ya expresado Hegel en su Estética, porque al asignarle un papel ajeno al arte, este perdería su función básica, la función estética.
Sánchez Vázquez en su análisis de las categorías estéticas, retoma las propuestas de Mukařovský, señala cómo “lo estético” permite captar lo que existe de común entre las diferentes categorías, por ser la más general. Esta concepción constituye la base de una “estética funcional”, retomado por el pensamiento estético contemporáneo. El concepto funcional de “lo estético” posibilita la relación sujeto-objeto en la satisfacción de sus necesidades y en el enriquecimiento de lo humano. Lo estético como expresión de las relaciones sociales en su unidad de lo objetivo y lo subjetivo, en su carácter histórico-concreto.
Para Sánchez Vázquez, la existencia de la función estética constituye una necesidad, condición esencial de la actividad productiva y material en la producción de objetos que satisfacen necesidades vitales para el hombre, los cuales poseen una función espiritual, estética, y no solo utilitaria; en ello radica el carácter fundamental del trabajo humano, el que le imprime a la materia la forma adecuada a la función, como comportamiento estético universal: “lo estético caracteriza un tipo de objetos, que por su forma sensible posee un significado inmanente que determine el comportamiento del sujeto que capte, percibe o contemple esos objetos de acuerdo con su naturaleza sensible, formal y significativa.”
La “relación estética”, como modo específico de apropiación humana del mundo, no solo se produce en el arte, y en la recepción de sus productos, sino también en la contemplación de la naturaleza, en el comportamiento humano hacia los objetos producidos con una finalidad práctico utilitaria, de ahí su concepto de “estética abierta”. Lo estético se manifiesta en su unidad con lo extraestético, ello significa que lo valores extraestéticos se manifiesten en toda obra artística: “la función estética es siempre indispensable en el arte, incluso, aunque éste pueda asumir otros valores y cumplir otras funciones.” La función estética para Sánchez Vázquez constituye una síntesis del proceso de producción y recepción del producto estético, y en especial del artístico, donde las funciones extraestéticas se expresan en una unidad dialéctica al revelar los valores estéticos y artísticos del producto creado; la función estética requiere de un condicionamiento ideológico y social que justifique y guíe el comportamiento estético, por ello fundamenta la importancia de las funciones extraestéticas; esta visión, en su opinión supera una posición unilateral en relación con los estudios estéticos, en una estética “abierta” a la universalidad y a la creación como función de la praxis.
La función comunicativa, como una de las funciones consideradas propiamente estéticas, ocupa el lugar central en los enfoques semióticos y en especial para la estética postmoderna, los estudios culturales y las propuestas de Habermas sobre “las teorías de la acción comunicativa”, en una ilusoria concepción de encontrar la libertad humana a través del intercambio comunicativo, en el actual panorama de discursos únicos y totalizadores. Los antecedentes de las función comunicativa en la contemporaneidad se sitúan en los estudias de Roman Jakobson sobre las funciones del lenguaje, asumidas por la comunidad científica internacional.
Los estetas y lingüistas seguidores de Jakobson han privilegiado la función poética para designar el discurso estético, debido a su ambigüedad estilística al violar las reglas del código lingüístico establecido, lo cual provoca una alteración en el plano del contenido, expresada a través de las diferentes funciones del arte, entre ellas, la estética, la cognoscitiva, la educativa y la utilitaria. Su carácter autoreflexivo se manifiesta al atraer la atención sobre la propia organización semiótica del discurso. Jakobson acercó el concepto de función, al sistema conceptual de la teoría de la información y de la lingüística contemporánea, y sobre esta base elaboró su teoría de las funciones del lenguaje. Este enfoque semiológico toma en cuenta el concepto de “obra abierta” como “umbral” expuesto por Umberto Eco en su Tratado de Semiótica.
La etapa considerada como final de la “Escuela rusa del método formal” ―formalismo ruso―, (1925-1930), establece la relación entre literatura y vida literaria en su función verbal, una función constructiva de los elementos dentro de la obra, el lenguaje. M. Bajtin vinculó el componente de interpretación social con la estructura verbal de la obra; definió el concepto de poética como “estética de la creación literaria” y lo vinculó con la función semiótica del arte; para ello se basó en su concepto de dialogismo ―"dialogizm"―, como intercambio de ideas a través de la comunicación en sus articulaciones lingüísticas y culturales; en esta concepción el signo lingüístico es un signo ideológico ―"dialógico"―, debido a la esencia social del lenguaje, al ser la conciencia humana portadora verbal del mundo íntimo del sujeto y de la vida social como una manifestación de la libertad estética, expresado a través del concepto de “dialogia,” propio de la función comunicativa del lenguaje: “La dialogia como diálogo auténtico, trascendido, supone la apertura filosófica y permanente del Ser en el Otro, a la palabra ajena, a otras conciencias, porque la razón de ser del lenguaje es servir de diálogo entre los hombres.”
Este concepto establece una relación entre los enunciados individuales y colectivos, es la interacción de los sujetos parlantes que incorporan las voces del pasado, de la cultura y de la comunidad lingüística. M. Bajtin denominó a esta función, ideologema ; en su noción el discurso se define como el lenguaje en su totalidad, llena de voces de otros, todas con igual valor, porque los enunciados se orientan hacia un mismo objeto referencial, de ahí su definición como discurso ideológico, al entrar en diálogo con la monologia; es decir, que son modos de relacionar el texto y la sociedad, los que implican determinados usos lingüísticos y marcas estilísticas. En consecuencia con estas propuestas el texto se pone al servicio del contexto, y el discurso pasa a constituirse a nivel semántico en un discurso comprometido, asociado a teorías críticas de la sociedad, cuyo fin es contribuir a transformar los individuos, los que a su vez inciden colectivamente en los cambios sociales en sus diferentes dimensiones, donde privilegia el empleo los métodos cualitativos y su discurso se define desde un nudo argumental de corte dialéctico e histórico, los que tributan esencialmente a la estética de la libertad.
Las controversias académicas de finales del siglo XX giraron sobre el sentido del arte, y mantuvieron las preferencias por los estudios de las funciones del lenguaje y los enfoques semióticos. Umberto Eco en su Tratado de semiótica analiza el relieve semiótico del texto estético, el cual supone una manipulación de la expresión al producir un tipo de función semiótica que provoca un proceso de cambio en los códigos, y un nuevo tipo de visión del mundo en el emisor, y propiciar nuevos estímulos interpretativos en el receptor, dirigido a provocar respuestas originales para ambos. El texto estético emite un mensaje, que Eco denomina, “ambiguo y autoreflexivo” ; la ambigüedad desde el punto de vista semiótico se define como violación de las reglas del código, por ello se habla de la desviación de la norma. Esa ambigüedad estética es producida en el plano de la expresión como una desviación que altera el plano del contenido, es por eso que el texto se vuelve autoreflexivo al llamar la atención en su propia organización semiótica. Visto así, el texto adquiere la condición de una súper función semiótica debido a que “[…] las nuevas desviaciones imponen cambios de códigos que revelen la posibilidad del propio cambio” ; en opinión de Eco es quizás el más importante de los contenidos que el texto estético trasmite como acto comunicativo, porque permiten un cambio en la visión del mundo.
En su opinión, el sujeto se sitúa frente al cosmos de su cultura, al definir su estrategia discursiva, su contenido está en la especificidad de su vivencia, esta lo convierte en un hablante lírico que expresa una peculiar visión del mundo; así se manifiesta una liberación de la palabra y a través de la palabra, expresión de una actividad estética libre. Este discurso posee una elaboración ideológica que define la selección semántica de las palabras en su asociación y sentido.
Representante de la segunda etapa de la Escuela de Francfort, Jürgen Habermas en Teoría de la acción comunicativa(1981), manifiesta que por la fuerza ilocucionaria de los actos de habla, se asume el papel coordinador de la acción, y el lenguaje aparece como fuente primaria de integración social, debido al poder cohesionador del lenguaje, el cual por medio del consenso logra la unidad social; de ahí la importancia de la llamada transparencia de los conceptos en su “teoría de la acción comunicativa”, basada en las construcciones de la filosofía del lenguaje, donde el individuo puede asumir varios roles sin perder su sustantividad como sujeto privado en busca de su propia libertad.
Según la hermenéutica de Gadamer, en lo relacionado con las funciones y dimensiones del lenguaje, aunque señala las funciones cognitiva, comunicativa y categorizadora, como las más estudiadas en la actualidad, se decide por el estudio de esta tercera función: “Lo que es el lenguaje en cuanto lenguaje y eso que bus¬camos como verdad de la palabra no es inteligible partiendo de las formas “naturales” —así se las conoce— de la comu¬nicación lingüística, sino que, al contrario, estas formas de la comunicación son inteligibles en sus posibilidades propias partiendo de aquel modo poético del hablar.” Gadamer privilegia en sus estudios sobre las funciones del lenguaje al lenguaje poético, dado su carácter polisémico y plurisignificativo; por ello se cuestiona, “¿Qué significa el surgir de la palabra en la poesía? Igual que los colores salen a la luz en la obra pictórica, igual que la piedra es sustentadora en la obra arquitectónica, así es en la obra poética la palabra más diciente que en cualquier otro caso?”
Su respuesta la encuentra en la autonomía del texto literario, específicamente en el empleo del llamado lenguaje figurado y la retórica, así expresa sobre las diferencias entre lo poético como creación y la literatura, a partir del cuestionamiento del concepto tradicional de la metáfora como tropo principal.
Los medios artísticos de la retórica son me¬dios artísticos del discurso que, en cuanto tales, no son ori¬ginariamente «literatura». Un ejemplo de ello es el concep-to de metáfora. Se ha puesto en cuestión, con razón, la legitimación poética del concepto de metáfora, aunque no en el sentido de que no pueda darse en la poesía el uso de metáforas (como cualquier otra figura discursiva de la retó¬rica). Lo que se quiere decir es más bien que la esencia del discurso poético no se basa ni en la metáfora ni en el uso de metáforas. En efecto, el discurso poético no se logra ha¬ciendo poético un discurso falto de poesía por medio del uso de metáforas.
A partir del lenguaje poético, para Gadamer la función esencial del lenguaje es la interpretación a partir de la lectura, principio hermenéutico universal de la literatura y de la filosofía: “Mi tesis es que la interpretación está esen¬cial e inseparablemente unida al texto poético precisamente porque el texto poético nunca puede ser agotado transfor-mándolo en conceptos. Nadie puede leer una poesía sin que en su comprensión penetre siempre algo más, y esto implica interpretar. Leer es interpretar, y la interpretación no es otra cosa que la ejecución articulada de la lectura.” Está presente en este discurso la estética de la recepción relacionada con el papel activo del receptor.
La herencia del pensamiento estético del siglo XX en el terreno lingüístico ha demostrado en los autores que han sido objeto de estudio, una coherencia y enfoque cultural que contribuyen a las manifestaciones de un discurso contemporáneo volcado hacia lo ideológico y hacia lo participativo en su aspecto cualitativo, discursivo y dialógico, propuesta emancipatoria y racionalista frente al mundo globalizado y caótico en que vivimos, con su consecuente contribución a la libertad estética.
A través del fundamento artístico, ideológico y social que poseen las funciones del arte, puede expresarse ante todo su contenido estético, en relación con los valores estéticos, con las posturas que el sujeto asume frente a su mundo, y por el significado que adquiere el acto comunicativo de la dialogicidad en interrelación con el resto de los significados extraestéticos; así se podría expresar, entre otros, el contenido estético, creador, comunicativo, valorativo, educativo, cognoscitivo y lúdico del arte.
La estética de la recepción insiste en el papel activo del receptor en una visión libre del hecho comunicativo, el cual supone “el paso de una obra autónoma y una poética auto referencial, a una apertura de las artes a los nuevos medios de un mundo industrializado, máxima extensión del interés estético a la recepción y el efecto." En opinión de Paul Valéry ―uno de sus principales antecedentes y paradigmas― el lector es el segundo creador porque la obra solo existe en el “acto”, que es la recepción: “no es el autor, sino el lector el que debe aportar sus sentimientos.” No obstante, la actividad productiva no solo corresponde al receptor, sino también al emisor como creador de un objeto estético humanizado. Aunque la teoría estética contemporánea le sitúa el mayor aporte en este aspecto, su limitación está en no concebirle relevancia al producto del trabajo artístico y verlo como un objeto mediador, al no reconocer en su extensión el valor humano de la obra como resultado de un trabajo especializado.
CONCLUSIONES
El análisis de las manifestaciones histórico teóricas en la conformación de la categoría “estética de la libertad”, ha permitido una reconstrucción de la misma, a partir del examen de la redefinición del objeto de la Estética, de los antecedentes de las relaciones entre la libertad y la Estética, ―desde el pensamiento clásico grecolatino hasta el Renacimiento―, y en la Modernidad, especialmente las relaciones de la libertad y el arte en el marxismo, y en la contemporaneidad.
Como categoría estética a partir de la Modernidad, la estética de la libertad, se manifiesta como una tendencia en el pensamiento de algunos autores, al asumir la libertad en sus relaciones con la necesidad, como responsabilidad, como posibilidad y como elección por parte del creador; es fundamental su efecto en el receptor, al considerar la Estética como totalidad y como “obra abierta”. Esta expresión de la estética de la libertad, no solo como necesidad del proceso creador por su esencia libre, incide en las transformaciones de la personalidad, especialmente en su contenido emancipatorio.
Se fundamenta la importancia de las funciones del arte, tanto las propiamente estéticas como las extraestéticas, como vía de expresión de la estética de la libertad, estas son separables solo para un estudio metodológico del tema pero se encuentran unidas en el tejido de la obra. En los enfoques semiológicos contemporáneos, muchos autores absolutizan el lugar de la función comunicativa. La revolución lingüística, desde las tesis de los formalistas rusos, especialmente por Bajtin y Jakobson, y el checo Jan Mukařovský, ha sido reevaluada por las actuales propuestas de la estética contemporánea debido a la significación que alcanza la función estética en unidad con el carácter polifuncional del arte.
La prioridad dada a la función comunicativa por varios sistemas estéticos, se fundamenta en la importancia que asume en las relaciones sociales de los hombres, a través de la estrategia comunicativa establecida entre autor y receptor en su carácter activo y creador.
En relación con las funciones del arte, la nomenclatura varía, pero en la
concepción teórica hay coincidencias a partir de la noción del arte como
totalidad y como estética abierta, la que contiene un sistema polifuncional en
dependencia de la interacción, de la intencionalidad del artista, y de la
lectura por parte del receptor; esta polifuncionalidad tiene un carácter
relativo, a partir de la naturaleza específica de la obra, en relación con las
funciones inherentes al arte ―estética, creadora y comunicativa―; asimismo,
otras de carácter extraestético reveladas en y a través de las de carácter
propiamente estético, las que revelan la esencial relación con los presupuestos
de la estética de la libertad.
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