LA ESTÉTICA DE LA LIBERTAD Y SU EXPRESIÓN EN CINTIO VITIER

Marilys Marrero Fernández

1.1.2 Antecedentes de la estética de la libertad: del Pensamiento Grecolatino al Renacimiento

En la trayectoria histórica del pensamiento estético occidental, es en las creaciones prehistóricas donde los críticos del arte sitúan los antecedentes de las relaciones de la libertad con la belleza y con la creación, en la denominada “aurora de la conciencia estética” ; primeras manifestaciones de la creación artística consideradas como actividad intelectual porque “el artista” ―en opinión de Bayer―, se concede cierta libertad para desarrollar su creación, de ahí su carácter libre.

Refiere la bibliografía especializada sobre historia de la estética en la antigüedad, que con anterioridad a la madurez alcanzada por el pensamiento platónico en sus reflexiones estéticas sobre la belleza, las manifestaciones del arte griego reseñan los vínculos que se establecieron entre la belleza y la necesidad de un canon en la libertad de creación; en este sentido es de interés destacar el pensamiento de Hesiodo , al plantear que lo bello es humano, y en ver las relaciones entre el bien y la belleza.

Los textos homéricos relacionan la belleza moral (agathós) con el bien; la existencia de un campo moral que se expresa a través de lo bello: bello es todo aquello que hace o expresa el ideal de un hombre honesto, es el decoro en la concepción griega. Es la Escuela poética de los líricos eróticos la que expresa la identidad de lo bello con lo justo, al enunciar que aquello que no es más que bello, lo es únicamente para los ojos; pero lo que es bueno, se convierte en el mismo instante en algo bello. En esta línea de pensamiento se manifiestan los heroicos, quienes también vinculan lo bello con el bien, al decir que es el bien quien se liga a lo bello, y se exterioriza en la belleza. Para los heroicos, el concepto del bien unido al de la belleza se expresa en todos los ámbitos de los actos humanos; jerarquizan el bien en una escala: el primer bien es la salud, el segundo la belleza y el tercero, la bondad. En este grupo de poetas, los trágicos ―Esquilo y Sófocles― introducen, junto a la exacerbación de lo elegíaco, el concepto de la grandeza humana; con ello amplían el concepto de lo bello, asociado a lo moral y al deber. Estas son las primeras expresiones de las relaciones entre lo estético y lo ético, lo bello en identidad con la bondad y con el bien.

En Sócrates, la kalokagathia es expresión del concepto moral y estético que funde la belleza con el bien; los individuos que poseen un valor moral, manifiestan a la vez belleza en sus actos; la belleza es belleza moral, no solo física. Es en esta concepción griega de kalokagathia donde están fundidos la belleza y el bien, presentes en el pensamiento grecolatino, especialmente en los diálogos socráticos de Platón, en las obras de Aristóteles y en el pensamiento de los estoicos.

Platón en Hipias mayor, se interroga sobre la esencia de lo bello, lo que es “bello en sí” y “lo absolutamente bello”, la relatividad de la belleza y lo bello como placer. A través del diálogo de Sócrates con el erudito Hipias sobre qué es lo bello, expresa: “―Nuestro hombre no te pregunta por lo que es bello, sino qué es lo bello.” Platón enfatiza las concepciones socráticas en las relaciones de la belleza, el bien y la utilidad en función de lo que es beneficioso para el hombre, esencialmente para el espíritu; el artista inspirado por Dios es el medio, y el arte una mimesis ―representación― de la realidad. Como es conocido en El Banquete plantea las relaciones de la belleza con el amor; el amor es siempre un deseo: el deseo de lo bello. La idea de que lo bello se hace universal, por sus relaciones con el bien y con lo verdadero nos acerca a los antecedentes de las relaciones de lo bello con la libertad. En el Timeo o de la Naturaleza, bajo la influencia de los pitagóricos, la sociedad y el Estado están regidas por un orden como regularidad, lo que conlleva a la armonía platónica en el alma y en el Estado; es en el bien donde se funden las virtudes esenciales: el valor, la prudencia y la justicia, y es en la unidad, en la originalidad y en la proporción donde se encuentra la belleza.

El pensamiento de Aristóteles es diferente al de Platón en relación con los principios intelectuales de la creación, de ahí las reglas que establece para la misma; al bien y a la belleza le atribuye una finalidad. Para Aristóteles, la experiencia del hombre proviene de la memoria y de la necesidad como causa cooperante, sin las cuales el hombre no puede vivir. Continúa en ruptura con la línea platónica en la relación entre lo bello, el bien y lo útil. Lo bello es esencialmente ético, le llamó la belleza moral ; para Aristóteles, no hay un bien único, existe el bien práctico que se desarrolla en la acción del hombre, en su actividad; la virtud trasciende así a lo bello y al bien. El bien moral se aproxima a lo bello en su medida y armonía, y en su eudomonía; expresa en su Metafísica que el principio del conocimiento y del movimiento de muchas cosas están en una unidad de lo bueno y de lo bello; idea reafirmada en su Poética cuando expresa que “la belleza es un problema de tamaño y orden.”

Refiere Bayer en su clásico texto, que para Crisipo , el bien equivale a lo bello, retomando así toda la tradición del pensamiento griego: el objetivo del hombre debe estar en alcanzar el orden, cuyo significado es la belleza; la moral estoica es estética, y la doctrina sobre el bien es equivalente a la belleza; el conocimiento es el bien que conduce a la libertad, el cual se relacionan con nociones estéticas y éticas, elitistas para aquella sociedad, por supuesto. Son estas las iniciales relaciones de la ética con las ideas estéticas, las que conducen a argumentar la tesis de las relaciones implícitas de la libertad con la belleza, a través de las mediaciones prístinas con el bien, como categoría ética.

En la trayectoria del pensamiento estético medieval, las concepciones neoplatónicas y neoaristotélicas continuarán en sus diferentes interpretaciones, aplicaciones o manquedades; un ejemplo de ello es citado por Umberto Eco en sus estudios sobre la cultura medieval al expresar: “[…] las metafísicas neoplatónicas de la energía luminosa estaban en relación no casual con las realizaciones de los maestros cristaleros y de los constructores de catedrales.” Por su valor simbólico espiritual, la estética neoplatónica fue asumida por el cristianismo: la búsqueda del nous en el placer intelectual, y la libertad en su carácter de liber arbitrio; es decir, la subordinación a la voluntad divina en la opción por el bien o por el mal. Hasta el siglo IX, desde los gnósticos hasta San Agustín, la idea esencial es la justificación de la fe.

En esta irregular trayectoria del escolasticismo no se puede soslayar el pensamiento de Hugo de San Víctor y de Tomás de Aquino. En la obra Didascalicon, Hugo de San Víctor aborda la temática de la libertad de creación debido al libre arbitrio del artista, de acuerdo con la voluntad suprema de Dios; al final la obra es creada por voluntad divina, el artista es intérprete de la naturaleza y de Dios, tesis contenidas en las fases de la vida contemplativa formuladas por él.

En Tomás de Aquino la doctrina del arte sigue la línea clásica; en Suma Teológica (Summa Theologiae) expresa que el objeto de la voluntad es el fin, y que el bien para el logro de la felicidad se expresa mediante la justicia; por ello refiere que la libertad se manifiesta en la capacidad para escoger el bien. Las formas, según Tomás de Aquino, son creadas por Dios, y ofrecen el conocimiento del objeto. Define el bien como aquello que todos los hombres desean, y el deseo como la apetencia donde participa lo bello, a través de un juicio racional. En su neoaristotelismo, el bien y lo bello se identifican en el nexo con el sujeto y se conservan en la memoria. En su obra ofrece varias definiciones de lo bello como perfección, armonía y claridad; lo bello que place sin deseo.

En su concepto, el juicio es criterio estético de valor, ya que los objetos gustan o no, debido a una sensación visual; la vista es para él, el sentido estético por excelencia, la cual junto al oído produce impresiones estéticas. El arte es virtud, y lo importante es su utilidad como obra artística y como creación divina; lo bello es atributo de la verdad y del valor moral. Reconoce lo subjetivo en la apreciación de lo bello, al expresar cómo ciertos objetos nos agradan y otros no, ya que esta sensación causada por determinados objetos tienen su explicación en determinadas facultades del individuo.

En la Edad Media la creación artística se subordinó a la teología; se ha demostrado en los actuales estudios historiográficos que el pensamiento estético medieval tuvo una fisonomía propia a través del cual se ha reconstruido toda la cultura medieval. El arte es virtud, pero virtud divina, no humana; la creación artística no es libre, los juicios estéticos responden a intenciones teológicas, normativas y subordinados a un fin: la obediencia divina y la salvación. Constituye un ejemplo las últimas sesiones del Concilio de Trento, las que expresaron la voluntad de regular el contenido de las imágenes religiosas y el derecho al libre albedrío.

Entre los artistas que transitan del gótico al prerrenacimiento, Giotto constituye una síntesis y una apertura al humanismo renacentista, por sus valores espirituales y el encuentro de sus figuras con la naturaleza, apertura que se manifiesta resueltamente en la obra de otro gran creador del primer Renacimiento, Sandro Boticelli, heredero del humanismo anunciado por el giottismo.

La visión de la cultura y de la libertad en el arte a partir del Renacimiento se distingue por su humanismo y carácter autónomo; en este período el arte se independiza de la tutela teológica ―en lo fundamental―, se descubre al individuo, se redescubre la belleza en su concepción clásica. La estética adquiere carácter de perfección, se manifiesta un enriquecimiento de la libertad de creación y de la imaginación, y alcanza singular relieve la personalidad del artista. La estética del Renacimiento italiano del siglo XVI evoluciona del individuo hacia el hombre universal, simbolizado éste en artistas como Leonardo da Vinci. En el pensamiento estético de este titán del Renacimiento se abre un nuevo capítulo sobre la libertad en la estética: el artista se da cuenta de la libertad que necesita para crear: “Al artista se le presentan dos posibilidades en la creación, la imitación de la naturaleza o la sustitución de un ideal en la realidad.”

Estas tesis están expuestas en los libros Manuscritos del Instituto y Tratado de la pintura de Da Vinci. Se transforma el concepto aristotélico del arte como mimesis, en arte como creación personal e imaginativa, al plasmar la tercera dimensión del espacio, al crear la perspectiva; este aporte de Da Vinci es uno de los resultados investigativos que proporcionó mayor la libertad a la creación artística, ya que técnicamente sus obras eran un laboratorio experimental. En los presupuestos estéticos de Alberti, uno de los mas representativos arquitectos del Renacimiento, “lo bello” equivalía a “calidad”, disposición de líneas y armonía entre arquitectura y decorado, una indiscutible vuelta a la belleza clásica de la antigüedad.

Lo importante en el Renacimiento no es solo la obra creada, sino su creador y el público; se configura así una concepción de la belleza en el arte basada en el tratamiento de la naturaleza y en la individualidad de las figuras, igualando la belleza de la naturaleza con la belleza del cuerpo humano: “Por bello se entiende la concordancia lógica entre las partes singulares de un todo, la armonía de las relaciones expresadas en un número, el ritmo matemático de la composición, la desaparición de las contradicciones entre las relaciones de la figura y el espacio, y las partes del espacio entre sí.[…]”. El concepto de la libertad está en la posibilidad de la experimentación técnica, en el tratamiento de la figura y del retrato, en la concepción teórica de lo bello del humanismo renacentista.

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