Lucrecia Soledad Wagner
En el libro de Joan Martínez Alier (2004), titulado “El ecologismo de los pobres. Conflictos ambientales y lenguajes de valoración”, el autor pone el acento en lo que él denomina la “tercera corriente del movimiento ecologista o ambientalista”, llamada “justicia ambiental”, “ecologismo popular”, o “ecologismo de los pobres”. En orden cronológico, la primera corriente sería el “culto a lo silvestre” y la segunda el “evangelio a la ecoeficiencia”. Resumiremos las dos primeras corrientes, para dedicarnos posteriormente con mayor detalle a la tercera:
El culto a lo silvestre
Se basa en la defensa de la naturaleza inmaculada. Está representado desde hace ya más de cien años por John Muir y el Sierra Club de Estados Unidos. No ataca al crecimiento económico, sino que se preocupa por preservar y mantener lo que queda de los espacios naturales prístinos fuera del mercado. Durante los últimos 30 años, el culto a lo silvestre ha estado representado en el activismo occidental por el movimiento de la “ecología profunda”, que propugna una actitud biocéntrica ante la naturaleza. La principal propuesta política de esta corriente consiste en mantener reservas naturales, libres de la interferencia humana.
En síntesis:
se trata de organizaciones conservacionistas, en muchos casos del Norte, que se centran en la preservación de la naturaleza salvaje, intacta, así como en la restauración de áreas degradadas.
no hay un cuestionamiento al crecimiento económico como tal pero se busca la preservación de la naturaleza quitándola del mercado.
Esta corriente se encuentra muy preocupada por el crecimiento poblacional, y está respaldado científicamente por la “Biología de la Conservación”.
En cuanto a la preocupación por el crecimiento poblacional, Jorge Orduna (2008), en su libro “Ecofascismo. Las internacionales ecologistas y las soberanías nacionales” denuncia la relación entre los miembros de organizaciones ecologistas internacionales y aquellos vinculados a sociedades de Eugenesia. Para Orduna, la fórmula ecologista de “más población equivale a más contaminación”, sirvió a los eugenecistas para adoptar un perfil más bajo luego de la Segunda Guerra Mundial. “…Para ambos resulta conveniente y necesario ir ¨protegiendo¨ y ¨reservando¨ áreas, generar tratados internacionales que necesariamente recortarán las soberanías nacionales, regiones enteras pueden ir pasando bajo control ¨internacional¨, deben ser reconocidas como patrimonio de una humanidad que no todas las partes involucradas entienden de la misma manera. Así, pues, un mismo ¨enemigo¨, el crecimiento poblacional y la industrialización, son los factores que vuelven complementarios dos conjuntos de ideas: Antipoblación y Conservacionismo Natural…” (Orduna, 2008:40).
Otra de las críticas hacia esta corriente está dirigida hacia la interpretación del incremento del apego a la vida silvestre en términos de post-materialismo. El politólogo Ronald Inglehart, en la década de los años ´70, interpretó el aumento de personas preocupadas por la naturaleza en términos “post-materiales”, es decir, en el surgimiento de nuevos valores sociales a medida que las necesidades materiales disminuyen al haber sido satisfechas.
Si bien esta afirmación puede responder a la situación de una parte de la población de Estados Unidos y otros países ricos, el término “post-materialismo”, es terriblemente equivocado en sociedades como la de Estados Unidos, la Unión Europea o Japón, cuya prosperidad económica depende del uso per cápita de una cantidad muy grande de energía y materiales, y de la libre disponibilidad de sumideros y depósitos temporales para su dióxido de carbono (Guha y Martínez Alier, 1997).
“…Para algunos, el ecologismo sería únicamente un nuevo movimiento social mono-temático, propio de sociedad prósperas, típico de una época post-materialista. Había que rechazar esa interpretación. En primer lugar, el ecologismo - con otros nombres - no era nuevo. En segundo lugar, las sociedades prósperas, lejos de ser post-materialistas, consumen cantidades enormes e incluso crecientes de materiales de energía y, por tanto, producen cantidades crecientes de desechos. Si acaso, la tesis de que el ecologismo tiene raíces sociales que surgen de la prosperidad, se podría plantear, no en términos de una correlación entre riqueza e interés "post-materialista" por la calidad de vida, sino precisamente en términos de una correlación entre riqueza y producción de desechos y agotamiento de recursos…”, fundamenta Martínez Alier (2009:3). Y ya en 1992, había ejemplificado: “…El movimiento antinuclear sólo podía nacer allí donde el enorme consumo de energía y la militarización llevaron a la construcción de centrales nucleares. El movimiento por la recogida selectiva de basuras urbanas sólo podía nacer allí donde las basuras están llenas de plásticos y papel, y donde hay razones para inquietarse por la producción de dioxinas al incinerar tales basuras. Desde luego, sería absurdo negar que existe ese ecologismo de la abundancia. Pero también existe un ecologismo de la supervivencia, un ecologismo de los pobres, que pocos han advertido hasta que el asesinato de Chico Mendes, en diciembre de 1988, lo hizo entrar por vía televisiva en los tibios hogares de los países del Atlántico Norte…” (Martínez Alier, 1992).
De esta manera, Martínez Alier fundamenta porqué considera que el ambientalismo occidental de los años `70 no creció debido a que las economías hubieran alcanzado una etapa “post-materialista”, sino precisamente por las preocupaciones “muy materiales” sobre la creciente contaminación química y los riesgos o incertidumbres nucleares. También ejemplifica esta afirmación con el caso de la organización Amigos de la Tierra, que nació en 1969, cuando el entonces director del Sierra Club, David Brower, se molestó por la falta de oposición del Sierra Club a la energía nuclear. Actualmente, Amigos de la Tierra es una confederación de grupos de distintos países, algunos orientados a la vida silvestre, otros preocupados por la ecología industrial, y otros involucrados en los conflictos ambientales y de derechos humanos provocados por empresa transnacionales en el Tercer Mundo (Martínez Alier, 2004).
En relación a lo anterior, algunos analistas, consideran la escisión del Sierra Club, como una marca de la ruptura entre el viejo conservacionismo y el nuevo ecologismo radical de los años setenta.
Por otra parte, otra crítica hacia el post-materialismo, es que las necesidades básicas del ser humano pueden satisfacerse de múltiples maneras, es decir, la riqueza se define culturalmente. La relación entre elecciones, valores y necesidades es compleja. En cuanto al impacto de los valores en la conducta, se critica la afirmación de Inglehart de que el impacto de los valores sobre la conducta tiende a ser mayor entre los que tienen niveles relativamente altos de educación, información, intereses y habilidades políticas. Las personas con estas características pueden también ser de estratos privilegiados de la sociedad, y tienen también más interés en defender globalmente el status quo (Riechmann y Fernández Buey, 1994).
El evangelio de la ecoeficiencia
Esta corriente se preocupa por los impactos ambientales y los riesgos para la salud de las actividades industriales, la urbanización y también la agricultura moderna. Cree en el desarrollo sostenible o “uso prudente” de los recursos naturales, y en el control de la contaminación a partir de la “modernización ecológica”. En este sentido, descansa en la creencia de que las nuevas tecnologías y la “internalización de externalidades” son instrumentos decisivos de la modernización ecológica. Está respaldado por la “Ecología Industrial” y la “Economía Ambiental”.
A diferencia de la primera corriente, se preocupa por los impactos de la producción de bienes y por el manejo sostenible de los recursos naturales, y no tanto por la pérdida de los atractivos de la naturaleza o de sus valores intrínsecos. Su sinónimo de “naturaleza” serían: “recursos naturales”, “capital natural” o “servicios ambientales”. El Instituto Wuppertal, en Alemania, aparece como uno de sus mayores representantes. “…La ecología se convierte en una ciencia gerencial para limpiar o remediar la degradación causada por la industrialización…” (Visvanathan, 1997:37). Sus herramientas son los indicadores e índices de uso de materiales o energía por unidad de servicio, el análisis del ciclo de vida de productos y procesos, y la auditoría ambiental, entre otros.
En palabras de Martínez Alier, “…éste es hoy un movimiento de ingenieros y economistas, una religión de la utilidad y la eficiencia técnica sin una noción de lo sagrado…” (Martínez Alier, 2004:20).
En síntesis:
Su postura no se opone al crecimiento económico, pero promueve un “aprovechamiento racional/eficiente recursos”.
No hay lugar para apreciaciones de la naturaleza en términos de sacralidad.
Conceptos clave: “desarrollo sostenible”, “certezas científicas”, “expertos”, “innovación”.
Esta corriente estará muy presente en nuestra investigación, ya que podría decirse que la Gestión Ambiental y una de sus principales herramientas, la Evaluación de Impacto Ambiental (EIA), también forman parte de este “evangelio a la ecoeficiencia”. Asimismo, los discursos que se han generado desde los gobiernos y los sectores que defienden a la minería, son puramente “eco-eficientes”, a pesar de que se chocan –o intentan no ver, o no mostrar- la incapacidad de llevar adelante en la práctica esa “ecoeficiencia”.
Los ejemplos de Martínez Alier y Mariana Walter respecto al discurso ecoeficiente en relación a la minería en Ecuador, son similares a los que comentaremos para nuestro caso en los Capítulos 7 a 9. Se trata de frases dichas por el presidente de Ecuador, Rafael Correa: “…No hay que caer en fundamentalismos. El debate no es Si o No a la minería, sino minería bien hecha, con estrictos controles…”, o “…lo que se busca es una minería responsable y que no atente contra el medio ambiente…”.
Algunos autores postulan que en Estados Unidos, el culto a la silvestre es más reciente que el evangelio a la ecoeficiencia. Más allá de cual haya sido la primera, ambas corrientes conviven actualmente. Pueden, en algún caso, oponerse una a la otra en cuanto a sus intereses, o desarrollar discursos compartidos. “…A veces, aquellos cuyo interés en el ambiente pertenece exclusivamente a la esfera de la preservación de lo silvestre exageran la facilidad con la que puede desmaterializarse la economía, y se convierten en creyentes oportunistas en el evangelio de la ecoeficiencia. ¿Por qué? Porque al afirmar que el cambio tecnológico hará compatible la producción de bienes con la sustentabilidad ecológica, enfatizan la preservación de aquella parte de la naturaleza que todavía queda fuera de la economía. Entonces, el ¨culto a lo silvestre¨ y el ¨credo de la ecoeficiencia¨ a veces duermen juntos…” (Martínez Alier, 2004:26).
Ambas corrientes, nacidas en países ricos, serán puestas en cuestión por una tercera, que viene desde los países pobres –aunque también reconoce raíces en los grupos menos favorecidos de los países ricos-: la Justicia Ambiental, el Ecologismo Popular o el Ecologismo de los Pobres.
Justicia ambiental y ecologismo popular
La ética de esta tercera corriente nace de una demanda de justicia social contemporánea entre humanos. Además de que el crecimiento económico implica impactos al medio ambiente, esta corriente enfatiza el desplazamiento geográfico tanto de las fuentes de recursos como de los sumideros de residuos. En este sentido, ciertas “fronteras”¨: la “frontera del cobre” y la “frontera del oro”, por ejemplo, avanzan hacia nuevos territorios. “…Esto crea impactos que no son resueltos por políticas económicas o cambios en la tecnología, y por tanto caen desproporcionadamente sobre algunos grupos sociales que muchas veces protestan y resisten (aunque tales grupos no suelen llamarse ecologistas)...” (Martínez Alier, 2004:27). Podría decirse que esta corriente combina la apelación a la sacralidad de la naturaleza con el interés material por el medio ambiente como fuente y condición de sustento.
El movimiento en Estados Unidos por la Justicia Ambiental es un movimiento social organizado contra casos locales de “racismo ambiental”: la contaminación del aire, la pintura con plomo, las estaciones de transferencia de la basura municipal, los desechos tóxicos y otros peligros ambientales que se concentran en barrios pobres y de minorías raciales (Purdy, 2000). Tiene fuertes vínculos con el movimiento de derechos civiles de Martin Luther King de los años sesenta. Martínez Alier afirma: “…El movimiento por la justicia ambiental es potencialmente de gran importancia, siempre y cuando aprenda a hablar a nombre no sólo de las minorías dentro de estados Unidos sino de las mayorías fuera de Estados Unidos (que no siempre se definen en términos raciales) y que se involucre en asuntos como la biopiratería y bioseguridad y el cambio climático, más allá de los problemas locales de contaminación. Lo que el movimiento de la justicia ambiental hereda del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos también tiene valor a nivel mundial debido a su contribución a formas gandhianas de lucha no violenta…” (Martínez Alier, 2004:31).
Si bien este movimiento en gran parte ha estado limitado a su país de origen, existen en países latinoamericanos redes que han tomado el nombre de “justicia ambiental” y otros movimientos que toman este argumento entre sus reivindicaciones.
Martínez Alier (2004) identifica dentro de esta línea los movimientos contra minas, pozos petroleros, represas, deforestación y plantaciones forestales para alimentar el creciente uso de energía y materiales, dentro o fuera de sus propios países, y los conflictos por el uso del agua, entre otros.
Esta tercera corriente recibe el apoyo de la Agroecología, la Etnoecología, la Ecología Política, y en alguna medida de la Ecología urbana y la Economía Ecológica. También ha sido apoyada por algunos sociólogos ambientales.
En síntesis, esta corriente:
Adhiere a la protección del ambiente no como valor post-material, sino en defensa de las bases de supervivencia ante los impactos y riesgos del crecimiento económico.
El ambiente no es un objeto de lujo o esparcimiento, pero está asociado a una diversidad de lenguajes de valoración: cultural, social, económico, cognitivo, etc.
Arturo Escobar se refiere a tres dimensiones clave en los conflictos ambientales: economía/ecología/cultura.
Más adelante continuaremos con las discusiones en torno a esta tercera corriente, ya que consideramos que en gran parte los movimientos analizados en esta investigación poseen características que los identifican con ella. Avanzaremos en estos aspectos al final de este apartado, de la mano de la Ecología Política, perspectiva que creemos es la adecuada para abordar el estudio de los conflictos ambientales.
A continuación explicaremos por qué decidimos denominar “movimientos socioambientales”, a las organizaciones que fueron foco de nuestro análisis. Asimismo, la caracterización de estos grupos en los Capítulos 5 y 7 fundamentará por qué consideramos que no es pertinente que sean denominados “ecologismo de los pobres”.
Retomando y resumiendo lo planteado en la primera parte de este Capítulo, Movimiento Social, hace referencia a un cambio de comportamiento llevado a cabo por personas que poseen afinidad de intereses y valores, y se movilizan en común para lograr ciertos objetivos u oponerse a ciertos cambios que los afectan directa o indirectamente. Son fenómenos sociopolíticos que surgen ante la falta de respuesta de las instituciones existentes, o del cuestionamiento al modelo de desarrollo y/o participación dominante, interviniendo en el proceso de transformación social, promoviendo cambios u oponiéndose a ellos, mediante formas de acción institucionales y no institucionales, por las que intentan movilizar círculos más amplios de la sociedad. Asimismo, poseen formas de acción y organización variables, una composición social heterogénea y formas de participación múltiples y cambiantes. Están basados en condiciones sociales e históricas específicas, y mantienen una continuidad que los diferencia de otros fenómenos sociales (como la protesta social).
Por su parte, los movimientos sociales relacionados a problemáticas ambientales son hechos de interés reciente para investigadores de diferentes disciplinas –Sociología, Antropología, Historia, entre otras- y, como ya ha sido abordado, pueden encontrarse en la bibliografía existente hasta el momento, diferentes definiciones dadas a este tipo de movilizaciones: ambientalistas, ecologistas, ecologismos, entre otros. En este trabajo se optó por la denominación “movimientos sociales vinculados a problemáticas ambientales” o, para resumir esta idea, “movimientos socioambientales”, haciendo hincapié en la estrecha relación entre las problemáticas de carácter social y ambiental presentes en este tipo de movilizaciones, aspectos que en la mayoría de los casos no es posible analizar por separado, ya que se perdería el abordaje de la complejidad del tema.
También se podría haber optado por la denominación “movimiento ambiental”, considerando el ambiente como un concepto holístico, que abarca los aspectos socio-políticos, económicos, ecológicos y culturales, entre otros. Pero diversas razones impulsaron la decisión de no hacerlo. Detallaremos las mismas a continuación.
Por un lado, se evidencia un uso despectivo del término, desde ciertos sectores –principalmente, los vinculados a los emprendimientos cuestionados por los denominados ambientalistas o ecologistas, y algunos medios de comunicación masivos-. Esta connotación negativa del ambientalista o del ecologista nos llevó a tomar la decisión de evitar su uso para no dar lugar a confusiones acerca de la adhesión a esta opinión sobre las personas que se movilizan por causas socioambientales.
Por otra parte, desde los propios movimientos socioambientales, algunos son indiferentes a que se los denomine ambientalistas o ecologistas, pero la mayor parte de ellos prefieren la denominación socioambiental. Si bien lo ambiental no es sinónimo de natural ni de ecológico, existe una gran confusión entre estos términos. De allí la necesidad de estas organizaciones de utilizar la denominación “socioambiental”, para enfatizar el hecho de que su causa va mucho más allá de una reivindicación estrictamente “natural”. La importancia de hacer hincapié en este “más allá” de la cuestión estrictamente “natural o ecológica”, responde a la percepción de que la utilización del término ambientalista por parte de ciertos sectores tiene como finalidad acallar e invisibilizar gran parte del trabajo social de base que las organizaciones socioambientales realizan, así como también sus cuestionamientos sociales, políticos y culturales. Los testimonios de los miembros de las organizaciones socioambientales destacados en los Capítulos 5 y 7 darán cuenta de esta percepción.
Si consideramos la bibliografía existente sobre el tema, también encontramos en ella gran confusión entre las denominaciones, o usos diferentes de las mismas. Tal como ya fue ejemplificado, algunos autores hacen un uso indistinto de ambas denominaciones –ecologismo y ambientalismo-, es decir, los consideran sinónimos. Otros prefieren utilizar uno u otro, pero sin dar detalles del porqué de su elección, y otros los utilizan para referirse a diferentes tipos de movimientos. Evitar la confusión que estos términos y sus diversas acepciones pudieran generar, fue otro de los motivos que nos llevó a evitar su uso, ya que la radicalidad del movimiento será abordada posteriormente, y tomando como base el caso elegido.
Debido a lo antes mencionado, cada vez que a lo largo de este trabajo aparezca una de estas denominaciones –ecologismo, ambientalismo, movimiento ambiental, movimiento ecologista, entre otros- es porque se está reproduciendo el término utilizado por el autor que se esté citando. Si no es así, se utilizará la denominación “movimiento/s socioambiental/es”.
Podría decirse, parafraseando a Diana Lenton (2008), que este término adoptado - “socioambiental”-, “nace contrahegemónico”. La autora describe este tipo de nacimiento al referirse al concepto de “daño cultural”, producido por empresas extractivas al intervenir en territorio de comunidades mapuches. Lenton explica: “…En ese sentido, la eficacia posible del mismo se verifica y es constatable en la prevenida negativa sistemática del poder hegemónico –estatal o empresario- a considerarlo dentro de los límites de lo debatible. Dicho de otras maneras: no es que por ejemplo las empresas demandadas afirmen que el daño cultural es bajo o que ha sido apropiadamente reparado, sino que pretenden que el mismo ni siquiera existe como concepto o como demanda posible. De allí la importancia de la intervención profesional, para establecer sus condiciones de posibilidad sobre bases inequívocas, y diseñar su aplicabilidad…” (Lenton, 2008:8).
Es interesante trasladar estas reflexiones al concepto “socioambiental”, ya que la acción de lo que Lenton denomina “poder hegemónico-estatal o empresarial-”, pasa en este caso por la negación a incorporar al debate algunos aspectos cuestionados por estos movimientos, acentuando de esta manera el conflicto existente. En otras palabras, tanto el sector empresarial, como ciertos sectores del poder estatal, e incluso del sector científico-académico-profesional-, se niegan a discutir los aspectos políticos e ideológicos del modelo de desarrollo que respalda la minería a gran escala. Es decir, parafraseando a Lenton: no es que las empresas cuestionadas afirmen que el modelo capitalista-neoliberal que sustenta la explotación de recursos naturales no renovables es el mejor de los modelos de desarrollo posibles, o que esté probado que la explotación de minerales a la tasa de extracción que ellos plantean responde a las necesidades de los pueblos que la cuestionan, sino que pretenden que estos aspectos no sean tenidos en cuenta a la hora de evaluar sus proyectos.
Con este fin, la estrategia de estos sectores es la reducción de cualquier discusión posible a los aspectos técnicos, imposibilitando así cualquier posibilidad de solucionar el conflicto, ya que los mayores cuestionamientos –los que van “más allá” de lo que consideran estrictamente técnico- ni siquiera son incluidos en el debate.
Asimismo, en cuanto a la importancia de la intervención profesional que Lenton destaca, consideramos imprescindible dar visibilidad a aquellos componentes “no técnicos” del problema, para evidenciar los motivos por los que los conflictos permanecen latentes. Los aspectos sociales –incluyendo los políticos, culturales e ideológicos- dejados de lado en las discusiones –generalmente en nombre de la cientificidad y la objetividad- son centrales en las reivindicaciones de estos movimientos socioambientales. La visión fragmentada de sus demandas, y la denominación de estos movimientos como “activistas”, “piqueteros verdes”, “eco-terroristas”, “fundamentalistas”, entre otros calificativos, tergiversan su caracterización e impiden conocer en profundidad la complejidad de sus demandas.
Volviendo a lo planteado por Diana Lenton, otra denominación dada por ella, que en nuestro caso puede aplicarse tanto a la denominación “socioambiental” como a la de “bienes naturales comunes”, es la de “generación inversa”. Nos referimos, parafraseando a Lenton, a la delineación de un concepto desde la propia militancia. Es decir, un concepto, altamente pertinente para la disciplina, en sintonía con discusiones contemporáneas que le son propias, es traído a la palestra, principalmente, por iniciativa de los otrora objetos de estudio (Lenton, 2008).
Destacaremos a continuación aquellas variables relevantes para el análisis de los conflictos socioambientales.