Lucrecia Soledad Wagner
El concepto de “racionalidad”, como un sistema de razonamientos, valores, normas y acciones que relaciona medios y fines, permite analizar la coherencia de un conjunto de procesos sociales que intervienen en la construcción de una teoría de la producción y la organización social fundada en los potenciales de la naturaleza y en los valores culturales. Así, “…el concepto de racionalidad ambiental permitiría sistematizar los principios materiales y axiológicos de su teoría, organizar la constelación de argumentos que configuran el saber ambiental, y analizar la consistencia y eficacia del conjunto de acciones desplegadas para el logro de sus objetivos…” (Leff, 2004:206). Compartimos con este autor la afirmación de que este concepto permite percibir la confrontación y la convivencia de racionalidades que no se subsumen en una lógica unificadora, sus estrategias de poder y el diálogo posible que establecen.
Además, el abordaje desde la racionalidad ambiental permite evaluar el carácter “ambiental” de una serie de movimientos sociales. Según Enrique Leff, los actos de conciencia y sus efectos en la organización social y en la movilización política son “ambientales” en tanto que incorporan un conjunto de valores que conforman una “racionalidad sustantiva” del ambientalismo, y en tanto que, como procesos sociales, prácticas productivas y acciones políticas, constituyen “actos de racionalidad ambiental” (Leff, 2004).
Leff afirma que sin esta perspectiva metodológica se corre el riesgo de , en el estudio de movimientos ambientales, reducir el campo de percepción a aquellos grupos que se autodenominan “ecologistas” y perder de vista el carácter ambientalista de otros movimientos (campesinos, indígenas, populares) que, sin reconocerse como ambientalistas ni incorporar algunas veces, de manera explícita, reivindicaciones ecológicas en sus demandas políticas, se enlazan en luchas que contribuyen a generar las condiciones para construir sociedades sustentables fundadas en los principios de una racionalidad ambiental (Leff, 2004). La falta de concepto puede volver invisibles a los movimientos. Las luchas ecologistas pueden aparecer como limitadas al reclamo del control y acceso a los recursos naturales y al manejo ambiental, sin abordar abiertamente aspectos que tienen que ver con un nuevo ordenamiento jurídico-político nacional y con cuestiones relativas al poder y el territorio, como en el caso de muchos movimientos campesinos e indígenas (Sanchez, 1999).
Si bien Leff hace mención al “ambientalismo” en general, en su libro “Racionalidad Ambiental. La reapropiación social de la naturaleza” (2004) –escrito en México-, comenta que la potencia de la racionalidad ambiental se le ha manifestado por la presencia y la vivencia de la riqueza ecológica y cultural de esa maravillosa región del mundo que lo ha conducido en su reflexión sobre el tema, y hace alusión a la incipiente construcción de un pensamiento ambiental latinoamericano.
En el mismo sentido, Joan Martínez Alier, en un reciente artículo, hace referencia a un Seminario que dictó en Lima en 1992, en el que intentó empujar a la izquierda política latinoamericana hacia el eco-socialismo, sin resultados. “…Hablando claro, el ecologismo les parecía una pendejada. Me faltó fuerza. No les dije aún que los glaciares de los Andes se fundirían más de prisa que el capitalismo. Sin embargo, nuevos movimientos sociales como los seringueiros en Acre (Brasil) planteaban ya estas cuestiones…”, reflexiona años después Martínez Alier (2009:1-2). Sin embargo, destaca: “…el ecologismo popular avanza, arrastrando un simbólico cortejo de víctimas no contabilizadas, como respuesta espontánea ayudada por ONGs y redes ambientalistas frente a la extracción de biomasa, minerales, combustibles fósiles, agua y la producción de residuos, a costa de los más pobres y menos poderosos…” (Martínez Alier, 2009:2).
En conclusión, coincidimos con Leff, en que la emergencia de esta racionalidad ambiental y la reinvención de identidades son procesos característicos de las luchas actuales en Latinoamérica -de reapropiación de la naturaleza y la cultura de poblaciones indígenas, campesinas y locales-, por lo que las hemos convertido en conceptos preponderantes de nuestras hipótesis de trabajo. También compartimos con Martínez Alier la percepción de la dificultad de la lucha socioambiental y la importancia que tiene actualmente como movimiento generador de cambios: “…Los movimientos del ecologismo popular suelen perder la contienda. A veces ganan provisionalmente hasta que aparezca un nuevo inversor minero, petrolero, papelero, hidroeléctrico, respaldado por el Estado. Pero seamos optimistas: ellos son una principal fuerza social en busca de aliados en todo el mundo para encaminar la economía en una ruta más justa y sostenible...” (Martínez Alier, 2009:22).
En este sentido, es importante destacar que no sólo los movimientos socioambientales son portadores de racionalidad ambiental. En mayor o menor grado, existen además otro tipo de organizaciones, ONGs y diversos grupos, que también están realizando importantes aportes, articulando sus acciones con los movimientos socioambientales, y potenciando también la construcción de esta racionalidad.
A continuación, llevaremos esta misma discusión entre “racionalidades” diferentes, al plano económico, detallando los postulados de la Economía Ambiental y las críticas y propuestas desde la Economía Ecológica. Asimismo, destacaremos las nociones de “sustentabilidad” que sostienen a cada una de estas corrientes.