Lucrecia Soledad Wagner
Los conceptos y teorías que marcaron el debate en torno a los movimientos sociales y el conflicto han ido cambiando de la mano de los procesos históricos que los han influido. Cada movimiento, generó así nuevos interrogantes, nuevos planteos y nuevas dimensiones del conflicto, que se trasladaron a su análisis desde el campo científico. La teorización sobre este fenómeno no ha sido sencilla, y no lo es en la actualidad, ya que, si bien existe abundante bibliografía sobre el tema, la dificultad de aplicar conceptos y teorías a los procesos que los movimientos actuales están viviendo en el presente, demandan a su vez una innovación en este campo.
Además de su renovación, se necesita también una mirada propia sobre nuestros movimientos sociales. Los países latinoamericanos, tenemos una historia compartida en muchos aspectos, que se inicia en la conquista del continente por las potencias europeas, pero también somos diversos, y nuestra mirada dependerá del lugar desde donde –y en donde- analizamos el conflicto. Parafraseando a Arturo Roig, América Latina tiene una diversidad que le es intrínseca. “…Todo se aclara si la pregunta por el ¨nosotros¨ no se la da por respondida con el agregado de ¨nosotros los latinoamericanos¨, sino cuando se averigua qué latinoamericano es el que habla en nombre de ¨nosotros¨ (…) Lo fundamental es por eso mismo tener claro que la diversidad es el lugar inevitable desde el cual preguntamos y respondemos por el ¨nosotros¨ y, en la medida que tengamos de este hecho una clara conciencia, podremos alcanzar un mayor o menor grado de universalidad de la unidad…” (Roig, 2009:21).
Traemos a colación esta afirmación de Roig, porque es importante también considerar que estos trabajos tendrán la impronta de cada país, de cada región, de cada lugar desde el cual escribimos y de quienes describimos. Los movimientos sociales no son homogéneos, ni siquiera a su interior, pero asistimos a un momento histórico en el cual las diversas reivindicaciones latinoamericanas están encontrando puntos en común. Tal como destacaremos en el Capítulo 5, los conflictos se multiplican, y los movimientos se articulan, con sus expectativas y limitaciones. Asimismo, desde el campo académico, también avanza el intercambio de análisis e investigaciones sobre estos procesos.
A través de la historia, los conflictos y los movimientos sociales han sido percibidos y analizados de diversas formas: criminalizados, destacados por su “vitalidad”, ignorados y/o invisibilizados-. Podemos encontrar actualmente, estas diversas “miradas” coexistiendo en torno a los conflictos y movimientos contemporáneos.
Por todo lo antes mencionado, no se pretendió en esta primera parte dar definiciones cerradas, sino abordar las principales discusiones existentes en torno a cada tema. A partir de ellas, avanzaremos en el análisis de los conflictos y movimientos socioambientales en la provincia de Mendoza.
Existe consenso en establecer en la década de los ´70 el inicio del ecologismo/ambientalismo contemporáneo. También existe acuerdo en incluir a este movimiento dentro de los Nuevos Movimientos Sociales (NMS). Asimismo, hay autores que, como se destacó, avanzan más allá y lo consideran el único NMS.
Por otra parte, existen diversas connotaciones sobre los términos ambientalismo y ecologismo. Adoptamos para este trabajo la clasificación dada por Joan Martínez Alier (2004), ya que consideramos que será de utilidad para analizar las diversas corrientes y lenguajes de valoración que existen en torno al conflicto por la megaminería en Mendoza. Asimismo, se adopta la denominación “socioambientales” para caracterizar a los movimientos que han surgido de este conflicto.
También se ha profundizado en la definición de racionalidad ambiental, a fin de analizar posteriormente qué racionalidad ambiental poseen los diversos movimientos que han sido objeto de esta investigación. Ello responde a la necesidad de enfatizar dos cuestiones: por un lado, la racionalidad inherente a estos movimientos, que no pueden ser analizados desde las teorías que consideran a los movimientos sociales como masas irracionales e influenciables por determinados líderes y, por el otro, la importancia de rescatar la diversidad de organizaciones que coexisten y articulan acciones en defensa del agua y en rechazo a la megaminería en la provincia de Mendoza.
Posteriormente, se abordaron diferentes debates que intentan marcar nuestra postura respecto a ciertos temas. Compartimos la crítica desde la Economía Ecológica a la Economía Ambiental, ya que consideramos que la inconmensurabilidad de valores está presente en cada problemática socioambiental. Destacamos la necesidad de darle contenido al concepto de “desarrollo sustentable o sostenible”, que ha sido vaciado al ser utilizado para legitimar fines e intereses que están muy lejos de un desarrollo sustentable que involucre a toda la sociedad, y no sólo a quién lo utiliza como estandarte de ecoeficiencia. Creemos que la Ecología Política, que pone el conflicto y la diversidad de perspectivas en primer plano, puede contribuir en el diagnóstico y la gestión de los problemas socioambientales de nuestras comunidades.
Es decir, buscamos con ello visibilizar que las diferentes discusiones sobre la necesidad de incorporar nuevas miradas, de democratizar la toma de decisiones, de legitimar tanto el conocimiento como el saber, y el significado como el sentido, no se dan sólo en los conflictos socioambientales sino también al interior del mundo científico académico. Desde diversas disciplinas, cada vez se hace más difícil ocultar las divergencias entre quienes siguen apostando a una ciencia moderna donde la decisión queda en mano de los expertos, y quienes creemos, parafraseando a Funtowicz y Ravetz, (1993) que no sólo debe hacerse ciencia para la gente sino ciencia con la gente.
La problemática socioambiental, y los conflictos que de ella se desprenden, nos involucran a todos, desde el lugar que cada uno de nosotros ocupa en esta sociedad. Los movimientos socioambientales llevan años denunciando las irregularidades e injusticias cometidas por ciertas actividades, y se hace necesario que el sector científico se involucre para llevar certezas a donde existe incertidumbre y, donde esto no sea posible, incorporarla a través de una mayor participación social.
Si no somos capaces de hacer llegar a la gente nuestro lenguaje, e incorporar los aspectos políticos y éticos en la gestión ambiental, los procedimientos de evaluación de impacto ambiental, al igual que lo ya mencionado para el desarrollo sustentable, quedarán vacíos. Es decir, además de conceptos vacíos, habrá procedimientos vacíos, que permitirán, una vez más, que las decisiones que nos involucran a todos sean tomadas por unos pocos, en base a argumentos por ellos legitimados.
Como ya se ha dicho, abordar estas cuestiones implica repensar el rol que cada uno de nosotros debe cumplir en el conflicto, aportando nuestro conocimiento para que los procesos de toma de decisiones en la gestión ambiental se lleven a cabo seriamente y a partir de un debate horizontal. Y esto no va en detrimento de la importancia de la visión científica del tema, sino que se realiza justamente en nombre de una ciencia que nos permita, en medio de la incertidumbre inherente a estos temas, contar con información que fundamente una toma de decisiones participativa desde una mirada holística del conflicto.
Allí está el desafío. Desde el sector científico académico, tenemos mucho para aprender de quienes dedican gran parte de su vida a luchar por una mayor participación en la toma de decisiones. Nosotros creamos conceptos, ellos materializan sus significados y les otorgan sentido, si los dejamos de lado, los conflictos se agudizan. Mendoza es un gran ejemplo de ello.