Lucrecia Soledad Wagner
La economía convencional -o neoclásica- analiza sobre todo los precios –es crematística- y tiene una concepción metafísica de la realidad económica, que funcionaría como un perpetuum mobile lubricado por el dinero (Martínez Alier y Roca Jusmet, 2000). Ha estado históricamente interesada en la formación de precios en el mercado, disociando a éste de la biosfera y de la sociedad, y dejándolas fuera de su campo de estudio.
Sin embargo, después de la primera crisis del petróleo, y la presentación del “Informe Meadows”, en 1972 –más conocido como “Los Límites al crecimiento”-, se publicaron contribuciones procedentes desde la economía neoclásica que extendían el modelo de crecimiento tradicional para agregar un nuevo input: los recursos naturales. En un número de la “Review of Economics Studies” de 1974 dedicado al tema, se publicaron algunos artículos destacados, entre ellos de Solow, Dasgupta y Heal y Stiglitz (Martínez Alier y Roca Jusmet, 2000).
Ante la evidencia de que las transacciones de mercado sobrepasan los límites estrictamente económicos, la economía tradicional se ha vio obligada a intentar nuevas respuestas. Surge así la “Economía Ambiental”. Una disciplina que se sustenta en los mismos modelos, métodos, conceptos y valores que la economía neoclásica pero que, además, trata de integrar en el modelo tradicional las consecuencias o efectos no deseados de la actividad económica: las externalidades. Es decir, internalizar, a través de los precios de mercado, aquellas externalidades ambientales negativas.
¿Que son externalidades? Pueden definirse como efectos secundarios negativos no previstos del crecimiento, como la contaminación. Este “fenómeno de derrame” fue identificado por Arthur Pigou, en la década de 1920, pero se lo consideró más como una anomalía académica que como un problema del mundo real. Ayers y Kneese, en 1969, propusieron que estas externalidades de contaminación eran realmente muy abundantes en las economías industriales con producción masiva. La base científica para este fenómeno fue elaborada por Nicholas Georgescu-Roegen, en la década de 1970, quien argumentó a favor de reformular el pensamiento económico y los modelos en consistencia con las leyes físicas fundamentales de la termodinámica y la entropía (Costanza et al, 1999). Es decir, la externalidad es un costo que no está incluido en los costos de una empresa, de un país o de una región. Puede ser positiva, cuando genera beneficios no considerados a priori, y puede ser negativa, cuando se refiere a daños (Pengue, 2009).
Sobre esta base, desde la Economía Ambiental, la complejidad de las funciones que tiene el patrimonio natural fue diluida en un agregado que se denominó “capital natural” (KN). Este capital natural y el “capital fabricado” (el K tradicional de la función de producción, junto con la tierra -o recursos naturales- y el trabajo), forman el capital total de una economía. Lo importante, bajo está concepción, es el mantenimiento constante de este “capital total”, es decir, que no disminuya el stock total de capital de una economía. En ese contexto, una economía con gran capacidad de ahorro, sería “sustentable” simplemente reemplazando KN por K. Desde esta corriente, se vio al capital natural como factor productivo y se supusieron enormes posibilidades de sustitución entre los dos tipos de capital, el natural y el fabricado. Esta es la lógica de la sustentabilidad en sentido débil (ver Pearce y Atkinson, 1993).
Vale decir que la ideología de la sustentabilidad débil apoya implícitamente la tesis de que la riqueza es buena para el ambiente, porque proporciona dinero para corregir el deterioro ambiental (Martínez Alier, 1999). Por otra parte, el agotamiento del capital natural no representaría ningún problema para la posibilidad de un consumo sostenible, e incluso de un crecimiento exponencial del consumo (que se identifica con mayor bienestar), siempre que supongamos un grado suficientemente elevado de sustituibilidad entre capital natural y capital manufacturado, y siempre que confiemos en que continuará habiendo progreso técnico.
Esta visión –desde la Economía Ambiental- considera sólo una de las funciones de la naturaleza, la de proporcionar recursos para la producción (Martínez Alier y Roca Jusmet, 2000). Además, la idea de que se pueda producir sin recursos naturales es absurda, ya que toda la misma maquinaria económica procesa materiales y consume energía.
Por otra parte, existen críticas a la contabilidad nacional macroeconómica, especialmente al Producto Interior Bruto (PIB) de los países, como la no inclusión de trabajos no remunerados monetariamente (como el doméstico), la ausencia o dudosa contabilización de los recursos naturales y servicios ambientales, la contabilización de gastos defensivos, mitigadores o compensatorios como producción y renta final, entre otros. Además, se agrega el hecho de que “…el problema no es sólo que el PIB olvide lo que no se mercantiliza, y por lo tanto no tiene precio, sino que también lo mercantilizado y con precio puede tener precios muy discutibles…” (Martínez Alier y Roca Jusmet, 2000:69).
En este sentido, se han desarrollado propuestas de corrección del PIB, como las “cuentas satélites” –en términos físicos-, o el PIB verde o ecológicamente corregido –o Ingreso Nacional Sostenible- propuestos por autores como R. Repetto, Salah El Serafy, Roefie Hueting y el Índice de Bienestar Económico Sostenible –ISEW: Index of Sustainable Economic Welfare- de Daly y Coob.
También se desarrollaron instrumentos de política ambiental, como la negociación coasiana, los impuestos, subsidios y permisos de contaminación comercializables. Como ya fue mencionado, desde la Economía Ambiental se propusieron métodos de valoración monetaria para las externalidades, como el de coste del viaje, los precios hedónicos, la valoración contingente, y otros.
La crisis ambiental de los años `60 mostró la irracionalidad ecológica de los patrones dominantes de producción y consumo, y marcó los límites del crecimiento económico. De allí surgió el interés teórico y político por valorizar a la naturaleza con el propósito de internalizar las externalidades ambientales del proceso de desarrollo. Surgió así la Economía Ecológica como nuevo paradigma (Leff, 2004).
La “Economía Ecológica”, conforma un campo de estudio interdisciplinario que, desde otra perspectiva, sostiene que es imposible adjudicar valores monetarios (precios) a las externalidades, porque muchas de ellas son inciertas, desconocidas o irreversibles. Por ello, ha estado abocada en los últimos años a investigar aquellos aspectos que quedan ocultos en el sistema de precios, infravalorando así la escasez y los perjuicios ambientales y sociales -actuales y futuros-. Desde esta perspectiva, intenta poner el énfasis en los conflictos ecológicos distributivos ínter e intra-generacionales, y entiende que la escala del desarrollo de las economías está restringida a los límites físicos-ecosistémicos, ya que una gran parte del patrimonio natural no es sustituible por el capital fabricado por el hombre. Reconoce, además, la importancia del desarrollo de indicadores biofísicos que permitan superar la insuficiencia de los indicadores exclusivamente monetarios para medir la sustentabilidad ecológica. Entiende que los residuos sólo pueden ser generados en una magnitud que el ecosistema pueda asimilar o sea capaz de reciclar (Martínez Alier, 1999).
La Economía Ecológica se basa en un concepto de sustentabilidad en sentido fuerte (Martínez Alier, 1999). Ésta considera que debe mantenerse el capital natural crítico para la economía, y respetarse los límites y las restricciones ecológicas que el soporte natural impone a la producción de bienes y servicios económicos. La Economía Ecológica ve al planeta Tierra como un sistema abierto a la entrada de energía solar. Es decir, las economías necesitan entradas de energía y materia, y producen básicamente dos tipos de residuos: el calor disipado o energía degradada, y los residuos materiales. Algunos de éstos, mediante el reciclaje, pueden volver a ser parcialmente utilizados, aunque ello genere mayor entropía. Parte del reciclaje se da en el mercado (por ejemplo, papel o cartón), y otra parte más voluminosa se recicla naturalmente, sin intervención humana, mediante los ciclos naturales que convierten “residuos” en “recursos”. Así por ejemplo, el CO2 que los animales emiten como residuo de la respiración es absorbido por las plantas para formar materia orgánica, o el estiércol es transformado por microorganismos y se convierte en alimento de las plantas. En cambio, en las economías modernas los residuos se acumulan y sólo a veces pueden ser convertidos en nuevos recursos a través de procesos que, a su vez, requieren la intervención humana (y el uso de más energía) y no permiten una recuperación al cien por ciento. Otros residuos (metales pesados o residuos radiactivos) mantienen su toxicidad durante muchísimo tiempo, sin ser posibles de reciclar o reutilizar satisfactoriamente.
Desde esta perspectiva, se entiende que la naturaleza es la encargada de realizar los ciclos biogeoquímicos de reciclaje de elementos químicos, pero con la intervención humana y económica de la naturaleza, éstos se aceleran y alteran su ritmo, demandando un mayor esfuerzo de la naturaleza. Cuando se desajustan los tiempos naturales y los económicos, se provoca contaminación. Excepto la que puede reciclarse, gran parte de la materia utilizada por el sistema económico en la producción y el consumo, es decir, los residuos materiales de estos procesos, son depositados nuevamente en la naturaleza una vez que ya no tienen utilidad, en forma de residuos. En definitiva, la naturaleza juega el doble papel de suministradora de recursos y receptora de residuos. Sin embargo, todos estos servicios que la naturaleza presta a la economía humana no están bien valorados en el sistema de contabilidad crematística propio de la economía neoclásica.
En este sentido, y relacionado a la actividad cuya conflictividad analizaremos en este trabajo –la minería a gran escala-, es importante destacar que no hay que confundir extracción con verdadera producción sostenible. Las relaciones entre el tiempo biogeoquímico y el tiempo económico son muy distintas entre, por ejemplo, la extracción de minerales y la producción de biomasa en la agricultura, por ello es importante distinguir en términos prácticos entre recursos renovables y no renovables (Martínez Alier y Roca Jusmet, 2000). Tomaremos la definición de recursos naturales no renovables dada por estos autores: “…por recursos no renovables se entiende aquellos cuya utilización económica disminuye necesariamente el stock de reservas. El ritmo de extracción es mucho mayor que el ritmo de producción geológica, de manera que para efectos prácticos consideraremos que la tasa de renovación es nula. En esta categoría entran tanto los combustibles fósiles (como el petróleo), que no son reciclables, como los minerales que en principio sí lo son (como el hierro)…” (Martínez Alier y Roca Jusmet, 2000:297).
Retomaremos posteriormente la definición de recursos naturales para contraponerla a la utilizada por los movimientos socioambientales: bienes naturales comunes, y la posibilidad de reciclaje de los minerales.
En resumen, podemos decir que la Economía Ecológica abarca a la Economía Neoclásica Ambiental y la trasciende al incluir también la evaluación física de los impactos ambientales de la economía humana (Martínez Alier y Roca Jusmet, 2000). La Economía Ecológica contabiliza los flujos de energía y los ciclos de materiales en la economía humana, analiza las discrepancias entre los tiempos económicos y los tiempos biogeoquímicos, y estudia también la co-evolución de las especies (y de las variedades agrícolas) con los seres humanos. El objeto básico de estudio es la (in) sustentabilidad ecológica de la economía, sin tener que recurrir a un sólo tipo de valor expresado en una única escala de valores. De allí que el análisis multicriterio sea la metodología de toma de decisiones propuesta por la Economía Ecológica.
Otro concepto interesante para nuestro tema de investigación es el de pasivos ambientales. “…Por pasivo ambiental se entiende la suma de los daños no compensados producidos por una empresa al medio ambiente a lo largo de su historia, en su actividad normal o en caso de accidente. En otras palabras, se trata de sus deudas con la comunidad donde opera...” (Russi y Martínez Alier, 2002:125).
En este sentido, Martínez Alier comentó en un encuentro internacional sobre derechos humanos y derechos ambientales, realizado en Cartagena, Colombia, el momento en que tomó conocimiento de este término: “…Muchas empresas tienen pasivos ambientales. Esta palabra pasivo ambiental surgió cuando yo estaba en Cochabamba, en Bolivia, dando un seminario de la deuda ecológica y había alguien de un sindicato de mineros escuchando, escuchó dos días y al tercero dijo: esto se llama aquí pasivos ambientales, y le dije: esto pasa mucho cuando uno da clases no a estudiantes de universidad sino a gente normal que sabe bastante mas, y dije pues ya está, para qué estoy dando clases si aquí ya han discutido los pasivos ambientales, o sea, lo que las empresas deben y si los reúnes todos esto es parte también de la deuda ecológica…”
Asimismo, Daniela Russi y Joan Martínez Alier destacan los orígenes empresariales del término: “…en el balance de ejercicio de una empresa, el pasivo es el conjunto de deudas y gravámenes que disminuyen su activo. Sin embargo, mientras las deudas financieras están minuciosamente escritas en el balance, muchas deudas ambientales y sociales no se registran en la contabilidad de las empresas...” (Russi y Martínez Alier, 2002:123). Estos pasivos forman parte de la deuda ecológica de los países del “norte” con los países del “sur”, o de empresarios locales en beneficio del consumo extranjero.
En relación al tema de investigación, es importante destacar que los pasivos ambientales de las empresas mineras no son solamente aquellos residuos e impactos que deja la mina al cerrarse, sino que el pasivo ambiental implica una deuda ambiental, que se produce en el periodo que dura su funcionamiento, durante el que deberían tomarse las medidas para evitar daños acumulados al cierre de la misma. Esta deuda puede, en parte, ser expresada en dinero. Pero también habrá daños inconmensurables, por lo que se requeriría de una evaluación multicriterial.
Pasivos ambientales y deuda ambiental son términos asociados a los efectos que las actividades económicas producen principalmente en el denominado “tercer mundo”. Asimismo, Walter Pengue (2009) afirma la existencia de una Economía Ecológica con impronta suramericana, incluso antes de la consolidación formal de la Sociedad Internacional de Economía Ecológica. “…Latinoamérica había mostrado visos claros de una crítica fuerte al sistema de transformación despótico de la naturaleza y de su gente…” (Pengue, 2009:117). La representación de este movimiento de los pobres, intelectuales y escritores latinoamericanos se plasma en “Las venas abiertas de América Latina” del uruguayo Eduardo Galeano (ver Galeano, 2003), “…una obra que debería ser material de estudio obligatorio en las universidades latinoamericanas y en todas las escuelas y colegios de la región…” (Pengue, 2009:117).