Lucrecia Soledad Wagner
Tal como se viene planteando a lo largo de este trabajo, los problemas ambientales han dado lugar a conflictos y movilizaciones cuya explicación excede las categorías de las teorías clásicas y han obligado a los intelectuales a desarrollar nuevos marcos conceptuales para abordarlos. Desde hace algunos años, se plantea la necesidad de abordajes sistémicos y transdisciplinares, que incorporen las interacciones, la capacidad de resiliencia de los sistemas sociales y ambientales, la sinergia de los impactos, y la incertidumbre inherente a la cuestión ambiental, entre otros aspectos a tener en cuenta.
En este sentido, las demandas de participación y la búsqueda de procesos más horizontales de toma de decisiones, han llevado a repensar los paradigmas dominantes tanto desde lo epistemológico como desde lo metodológico. Autores como Funtowicz y Ravetz (1993) consideran que, ante la complejidad de los problemas actuales, y la incertidumbre inherente a los mismos, los expertos científicos y los administradores gubernamentales ya no son los únicos participantes legítimos en la toma de decisiones. Ello involucra de manera ahora explícita a muchos agentes que antes no eran considerados. “…El modelo para la argumentación científica ya no es la deducción formalizada sino el diálogo interactivo. La nueva ciencia paradigmática ya no puede permitir que sus explicaciones no se relacionen con el espacio, el tiempo y el proceso; la dimensión histórica, incluyendo la reflexión humana sobre el cambio pasado y futuro, se transforma en una parte integrante de la caracterización científica de la naturaleza y de nuestro lugar en ella…” (Funtowicz y Ravetz, 1993:12). Volveremos al planteo de Funtowicz y Ravetz en repetidas oportunidades.
Por su parte, desde la epistemología ambiental, Enrique Leff (2004) afirma que la complejidad ambiental inaugura una nueva relación entre ontología, epistemología e historia. “…La epistemología ambiental ya no se plantea tan sólo el problema de conocer a un mundo complejo, sino cómo el conocimiento genera la complejidad del mundo. La reintegración de la realidad a través de una visión holística y un pensamiento complejo es imposible porque la racionalidad del conocimiento para aprehenderla y transformar el mundo, ha invadido lo real y trastocado la vida (…) Contra la epopeya del conocimiento por aprehender una totalidad concreta, objetiva y presente, la epistemología ambiental indaga sobre la historia de lo que no fue y lo que aun no es (externalidad denegada, posibilidad subyugada, otredad reprimida), pero que trazado desde la potencia de lo real, de las fuerzas en juego en la realidad, y de la creatividad de la diversidad cultural, aún es posible que sea. Es la utopía de un futuro sustentable…” (Leff, 2004:XI).
Es decir, la problemática ambiental, inherentemente, requiere un abordaje que exceda la mirada de los expertos científicos e incluya a las comunidades y, dentro de ellas, aquellas percepciones que quedan sometidas a las lógicas de poder dominantes.
En relación a lo anterior, compartimos la afirmación de Carlos Aldunate Balestra, al afirmar: “…los conflictos ecológicos son los principales catalizadores de los aspectos éticos y políticos que queremos pesquisar…” (Aldunate Balestra, 2001:13). Para este investigador, la presencia “inevitable, continua y agitadora” de los ciudadanos, asegura que el tema no caiga en el exclusivo dominio de los técnicos, alumbrando, con sus opiniones, temores y preguntas, las áreas éticas y políticas, donde es posible hallar marcas de las nuevas ideas inspiradas por la ecología.
Si bien, como hemos desarrollado al inicio de este Capítulo, las diferentes definiciones de conflicto social apuntan a describirlo como una forma de interacción entre personas y/o grupos, en la que se producen enfrentamientos por intereses, valores o deseos contrapuestos entre sí, puntualizaremos en los conflictos socioambientales, es decir, en aquellos conflictos sociales que surgen en torno a problemáticas de carácter ambiental, lo que nos obliga a considerar lo mencionado previamente.
Retomando a Enrique Leff, los conflictos socioambientales se plantean en términos de controversias derivadas de formas diversas –y muchas veces antagónicas- de valorización de la naturaleza. Los conflictos entre diferentes grupos y/o actores sociales se basan en diversas maneras de valorar los recursos y servicios ambientales, de relacionarse con la naturaleza, fundadas en valores, racionalidades e intereses muchas veces contrapuestos entre sí (Leff, 2006).
Henri Acselrad menciona el carácter indisociable del complejo formado por el par sociedad-medio ambiente, que justifica el entendimiento de que las sociedades se reproducen por procesos socio-ecológicos. Así, en el proceso de su reproducción, las sociedades se confrontan a diferentes proyectos de uso y significación de sus recursos ambientales. Es decir, que el uso de estos recursos está sujeto a conflictos entre distintos proyectos, sentidos y fines. Vista desde esta perspectiva, la cuestión ambiental es intrínsecamente conflictiva (Acselrad, 2004).
Los conflictos socioambientales –al menos desde esa denominación- son un tema de investigación reciente. Según Adrián G. Zarrilli, pueden identificarse tres formas de definir los conflictos ambientales:
Los conflictos que uno no identifica como ambientales pero que son ambientales y fueron explicados por otras vías. En este sentido, es fundamental romper con la separación entre lo social y lo ambiental. “…La problemática ambiental surge de la manera en que una sociedad se vincula con la naturaleza para construir su hábitat y generar su proceso productivo y reproductivo. Es decir que está directamente e indirectamente vinculada al modelo de desarrollo presente en un determinado tiempo y espacio…” (Galafassi y Zarrilli, 2002:21).
Conflictos por disputas sobre la utilización de recursos naturales. A esto se suma la existencia de diferentes cosmovisiones y valores sobre estos recursos. Parafraseando a Joan Martínez Alier, hay en estos conflictos un uso de diversos lenguajes. “…En un conflicto ambiental se despliegan valores muy distintos, ecológicos, culturales, valores que se basan en el derecho a la subsistencia de las poblaciones, y también valores económicos en el sentido crematístico. Son valores que se expresan en distintas escalas, no son conmensurables…” (Martínez Alier, 2007:4).
La tendencia actual de considerar que todo conflicto es ambiental. Retomando el tema de la dificultad de separar la cuestión ambiental de la social, es necesario destacar que, si bien la mayor parte de los conflictos ambientales actuales en nuestro país tienen fuertes componentes sociales, no todos los conflictos sociales tienen un fuerte componente ambiental. La trascendencia actual que ha alcanzado la crisis ambiental lleva a veces a una interpretación forzada de todo conflicto como conflicto ambiental. Por ejemplo, en un interesante trabajo sobre los conflictos ambientales en la Patagonia, puede leerse la siguiente afirmación: “…podríamos decir que los piqueteros, ex-trabajadores del petróleo, en su mayoría inmigrantes de otras regiones de Argentina, se transformaron en los primeros refugiados ambientales del país…” (Blanco y Mendes, 2006:51). Si bien la actividad petrolera ha generado un impacto ambiental negativo en el ambiente, el proceso de privatizaciones y los primeros piquetes en Cutral-Co no tienen entre sus principales reivindicaciones la contaminación ambiental generada por la actividad petrolera, ni se puede afirmar que los movilizó una racionalidad ambiental que los llevó a criticar el modelo extractivo. En este sentido, consideramos necesario analizar en cada conflicto cuál o cuáles han sido las motivaciones que le han dado origen, y cuáles son las que se han ido agregando al ampliarse los repertorios de la protesta a través del tiempo.
Consideramos también de gran importancia conocer la historia de luchas y el contexto espacial en el cual emergen estos conflictos. “…La emergencia de una gama muy diversa de conflictos ambientales, surgidos de la interacción de la sociedad en su proceso histórico con la naturaleza, ha potenciado las preocupaciones sobre estas problemáticas (…). En el análisis de los conflictos ambientales, es escaso el desarrollo de investigaciones focalizadas en las formas y maneras particulares que implementan las distintas sociedades y culturas en su relación con la naturaleza y de las cuales devienen, precisamente, los conflictos ambientales…” (Galafassi, y Zarrilli, 2002:7-8).
Parafraseando a Martínez Alier (2004), el poder aparece de dos formas: la capacidad para imponer una decisión sobre otros, y el poder de procedimiento que, triunfando en apariencia sobre la complejidad, es capaz de imponer a todas las partes implicadas un lenguaje de valoración determinado, como criterio básico para juzgar un conflicto ecológico distributivo. “…La percepción ecológico-popular se expresa a veces en la terminología científica de flujos de energía y materiales, de pérdida de biodiversidad, cambio climático, recursos agotables y contaminación, pero ese no es siempre el lenguaje utilizado por los movimientos ecologistas actuales o históricos. Ellos disponen de otros lenguajes…”, señala Martínez Alier (2009:20). Como ya ha sido planteado y será ejemplificado en el Capítulo 9, hay un intento por partes de los sectores que apoyan la megaminería, de centrar el debate sobre la actividad en el aspecto puramente técnico, “eco-eficiente”. ¿Quién tiene el poder de simplificar la complejidad, descartando algunos lenguajes de valoración y reteniendo otros?, se pregunta Martínez Alier, y reconoce este interrogante como cuestión fundamental para la Economía Ecológica y la Ecología Política.
Por su parte, Henri Acselrad, afirma que el método requiere el esfuerzo de no tratar por separado la caracterización de las dimensiones físico-materiales y la explicitación de las dimensiones simbólicas asociadas a los modos de representar el medio, ya que ambos son elementos indisociables en la explicación de las estrategias de los diferentes actores envueltos en los procesos conflictivos. En este sentido, Acselrad enfatiza una mirada de la cuestión ambiental sensible al papel de la diversidad sociocultural y al conflicto entre distintos proyectos de apropiación y significación del mundo material (Acselrad, 2004).
Por otra parte, como fue mencionado sucintamente en algunos comentarios previos, hay un componente que para las luchas en América Latina y en Argentina resulta de gran relevancia: el territorio, como espacio de disputa, de apropiación y de organización de la resistencia. Este tema será abordado en el último apartado de este Capítulo, en el que destacaremos algunos planteos de autores referentes de la Ecología Política.