Tesis doctorales de Ciencias Sociales

PROBLEMAS AMBIENTALES Y CONFLICTO SOCIAL EN ARGENTINA: MOVIMIENTOS SOCIOAMBIENTALES EN MENDOZA. LA DEFENSA DEL AGUA Y EL RECHAZO A LA MEGAMINERÍA EN LOS INICIOS DEL SIGLO XXI

Lucrecia Soledad Wagner




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2.1.3. Conflicto y Movimiento Social: variaciones epocales y contextuales. Algunas especificaciones teóricas sobre el concepto de movimiento social

Cuando realizamos un recorrido histórico en torno a la conceptualización del Conflicto, podemos establecer una relación entre los dos extremos identificados por Bobbio, Mateucci y Pasquino –quienes ven el conflicto como patología social y quienes lo ven como vitalidad-, y la caracterización de los conflictos a través de la historia.

A fin de profundizar en el devenir histórico del concepto, seguiremos una vez más las apreciaciones de Pedro L. Cadarso. Este autor afirma que “…hasta las revoluciones burguesas o liberales y la entrada en escena de la historiografía que trataba de justificar sus proyectos revolucionarios, el conflicto es interpretado siempre en términos de catástrofe social y criminalizado en términos morales...” (Cadarso, 2001:5). También destaca que la protesta colectiva fue siempre considerada un delito penal hasta los regímenes liberales.

Cadarso relaciona esta concepción de conflicto con la interpretación del orden social que se tenía desde la Edad Media: la realidad como inmutable, donde la rebelión contra el orden establecido era una destrucción inútil y como tal valorada siempre en términos de catástrofe. Este autor identifica un pequeño cambio de perspectiva en los últimos siglos de la Edad Media, relacionado con la crisis de todo el entramado intelectual, político y socioeconómico, y la consecuente aparición de planteamientos ideológicos y actitudes sociales en cuyo entorno se gestaron una sucesión de revueltas populares. Sin embargo, afirma que “…Europa comenzó a convivir con las revueltas sociales, pero eso no significó que se racionalizasen y, en consecuencia, que surgiese un nuevo concepto de conflicto social…” (Cadarso, 2001:7). Menciona que para los teóricos del Absolutismo y el Renacimiento el conflicto empezaba ya a ser algo comprensible, pero no las revueltas populares, que siguen criminalizadas. Las rebeliones son abordadas desde un punto de vista funcional -los mecanismos que podían adoptarse desde el poder político para impedirlas-, permaneciendo una “…interpretación elitista de los movimientos sociales, justificables en determinados casos, pero nunca cuando su protagonistas eran las masas plebeyas...” (Cadarso, 2001:7).

Es en la Ilustración donde Cadarso encuentra interpretaciones menos moralizantes del conflicto social, relacionándolo con la idea de progreso. Según este autor, son las ideologías decimonónicas (Marxismo, Liberalismo, etc.) las que convirtieron al conflicto social, en un punto de referencia básico para explicar su concepción de la Historia de la Humanidad, “…entendida como una sucesión de estadios en continuo progreso, de culturas en contacto y conflicto y pueblos en lucha…” (Cadarso, 2001:8). Si bien se valorizaron determinadas formas de conflicto y de rebeldía como factores de progreso social, permaneció, sin embargo, la concepción elitista del conflicto, ya que sólo eran significativas las revueltas con objetivos políticos y protagonizadas por grupos con ideologías formalizadas. Pero se comenzó también a prestar atención a los conflictos populares, sobre todo gracias al Marxismo y al interés por la cultura popular visible para determinados grupos conservadores. Esta denominación, “popular” será retomada para el caso argentino y para América Latina, ya que “movimientos populares”, “cultura popular”, “construcción de poder popular”, entre otras, son concepciones adoptadas por gran parte de las organizaciones de base existentes.

Finalmente, Cadarso hace referencia a otros enfoques, desde finales del siglo XIX, influenciados por la Psicología –y el Psicoanálisis-, como la Teoría del Contagio Emocional, el Estudio del Comportamiento de las Masas, y la posterior Teoría de la Privación Relativa. También la Psicología Conductista, el Funcionalismo, el Marxismo, y la Historia económico-social aportaron posteriormente al conocimiento del comportamiento colectivo. Es decir, además de la Psicología, nuevas Ciencias Sociales –como las Ciencias Políticas, la Sociología y la Antropología- generaron enfoques más conceptualizados que los usuales en la Historia y ampliaron la gama de hechos sociales considerables como formas de conflicto. Dentro de las novedades que Cadarso considera que fueron introducidas, son interesantes de destacar para el tema investigado las siguientes: no sólo fueron considerados como conflictos sociales los movimientos de masas, sino cualquier forma de oposición o de enfrentamiento, incluidas las actitudes individuales, los que se desarrollan en la esfera de las relaciones privadas, y cualquier forma de resistencia pasiva, oposición política, etc. Asimismo, se consideró que el conflicto no sólo propicia el cambio, sino que fortalece y regula el orden establecido. Además de los factores económicos, sociales, políticos e ideológicos, se tornaron importantes los psicológicos y los culturales.

Finalmente, fueron los Nuevos Movimientos Sociales (NMS) –como el pacifista y el ecologista- los que, según Cadarso, produjeron el incentivo intelectual para la última gran mutación, fraguada a finales de 1960, ante la insuficiencia explicativa del Funcionalismo y el Marxismo. Principalmente, las llamadas Teorías racionalistas, en Estados Unidos (Movilización de Recursos y Oportunidades Políticas, vinculadas al Conductismo), y la Teoría de las Identidades Colectivas, en Europa occidental, en los ´80 (y su hincapié en la cultura, las formas de sociabilidad, el nivel emotivo vivencial, como marcos interpretativos -frame análisis-, influenciada por la Psicología Constructivista).

Vemos así que en parte Cadarso identifica las diferentes perspectivas sobre el conflicto social con el surgimiento de determinados movimientos sociales, al afirmar que los NMS generaron cambios en la manera de pensar el conflicto. Desarrollaremos entonces las diferentes teorías que han abordado los MS, dentro de las que se encuentra la ya mencionada NMS –que incluye a los movimientos ecologistas-.

Acompañaremos a las teorías sobre MS con una mayor especificación del concepto MS, ya que éste ha sido utilizado para definir diversas manifestaciones de la sociedad, y esto ha contribuido a generar confusión e imprecisión en torno al mismo. Como afirma Laura P. Romero, “…el concepto está pobremente definido y en la mayoría de los casos un mismo autor maneja diferentes acepciones…” (Romero, 1991:53). Es por ello que Romero considera que una teoría de los movimientos sociales regionales requiere de una acumulación de conocimientos, en la que la teoría se confronte con la práctica de investigación, afinando los métodos y técnicas, y construyendo y reconstruyendo conceptos y categorías.

Si bien son los MS analizados quienes contribuyen a definir el concepto, a la hora de realizar la investigación es necesario repensar estos sujetos sociales desde las diferentes teorías existentes, a fin de analizar su pertinencia o no según la naturaleza del caso en estudio.

Para avanzar en estas cuestiones en primer lugar tomaremos la definición de la Real Academia Española, que define “movimiento” como una alteración, inquietud o conmoción; primera manifestación de un afecto, pasión o sentimiento, como celos, risa, ira, etc. En cuanto a lo “social”, se define como perteneciente o relativo a la sociedad o a las contiendas entre una y otras clases, entendiendo como sociedad a la reunión mayor o menor de personas, familias, pueblos o naciones; agrupación natural o pactada de personas, que constituyen una unidad distinta de cada cual de sus individuos, con el fin de cumplir, mediante la mutua cooperación, todos o algunos de los fines de la vida.

Por su parte, Jorge Riechmann y Francisco Fernández Buey definen MS como “…un agente colectivo que interviene en el proceso de transformación social (promoviendo cambios, u oponiéndose a ellos)…” (Riechmann y Fernández Buey, 1994:47). Estos autores parten de una definición más precisa, dada por Joachim Raschke: “…movimiento social es un agente colectivo movilizador, que persigue el objetivo de provocar, impedir o anular un cambio social fundamental, obrando para ello con cierta continuidad, un alto nivel de integración simbólica y un nivel bajo de especificación de roles, así como formas de acción y organización variables…” (Raschke, 1985:77). Estos autores agregan que el término movimiento social se generalizó después de la Revolución Francesa de 1789, y mucho más después de las revoluciones europeas de 1848. Se aplicó sobre todo al movimiento obrero, pese a que casi simultáneamente con él estaba surgiendo (primero en EEUU y algo después en Europa) un importante movimiento feminista. Riechmann y Fernández Buey consideran al movimiento obrero como el movimiento por antonomasia del siglo XIX, que inspiró una idea de movimiento social como manifestación consciente de la acción colectiva de grupo, que transgredía los límites institucionales impuestos por un sistema social y que, además, buscaba un cambio sustancial del mismo. En la caracterización de estos autores aparecen elementos ya mencionados en otras definiciones dadas previamente, como la manifestación consciente, y la búsqueda de un cambio en el sistema social.

Riechmann y Fernández Buey también hacen mención a la historicidad de los MS, al afirmar que los diferentes tipos de movimientos sociales se basan en condiciones sociales e históricas específicas, por lo que no existiría ningún prototipo ahistórico de MS. En cuanto a la temporalidad de los MS, estos autores consideran que los MS tienen un comienzo y un final, ya que su constitutiva inestabilidad hace que su continuidad sea problemática, oscilando entre el peligro de disolución y la institucionalización, y una tercera posibilidad, que es la transformación en otro MS. Asimismo, los MS pueden entrar en “largas fases de latencia” y reavivarse después. Coinciden con Joachim Raschke en referirse prudentemente al carácter coyuntural y no al carácter cíclico de los MS (Riechmann y Fernandez Buey, 1994).

Para María Da Gloria Gohn, los MS son acciones sociopolíticas construidas por actores sociales colectivos, pertenecientes a diferentes clases sociales, articuladas en ciertos escenarios de coyuntura socioeconómica y política de un país, creando un campo político de fuerza social en la sociedad civil. Las acciones se construyen a partir de repertorios creados sobre temas y problemas en conflictos, litigios y disputas vividas por el grupo en la sociedad. Las acciones desarrollan un proceso social y político cultural que crea una identidad colectiva para el movimiento, a partir de los intereses en común. Esta identidad es amalgamada por el principio de la solidaridad y construida a partir de valores culturales y políticos compartidos por el grupo, en espacios colectivos no institucionalizados. Generan innovaciones en las esferas públicas (estatal y no estatal) y privada. Participan del cambio social histórico de un país (Gohn, 1997).

Por su parte, Victor G. Muro y Manuel Canto Chac, definen MS como “…un fenómeno de acción colectiva, relativamente permanente, que al constituir espacios propios pasa a tener un sentimiento excluyente, que elabora su proyecto en función de sus actores específicos y, en consecuencia, no se trata de proyectos globalizantes para toda la sociedad; aunque estos proyectos tienden a transgredir la normatividad, interpelan el orden establecido, no obstante frecuentemente incorporan elementos tradicionales: en algunos casos aparecen con un planteamiento antiestatal, aunque la particularización de esta característica haría tal vez más propio referirlo como no-estatal; la naturaleza de sus demandas parece estar mucho más ligada a la vida cotidiana, lo que no obsta para que en la búsqueda de resolución de tales demandas aparezcan elementos de carácter utópico; suelen presentar formas organizativas bastante simples, junto con lo cual se puede constatar la presencia de solidaridades fuertes que cohesionan a los movimientos más allá de su éxito o derrota, lo cual a su vez parece ir conformando una actitud…” (Muro y Canto Chac, 1991:11).

Las definiciones antes mencionadas, y en especial las dos últimas, agregan algunas características a las ya mencionadas para los MS en la diferenciación previamente desarrollada entre éstos, AC y PS: integración simbólica, baja especificación de roles, conformación de un espacio propio, planteamientos antiestatales, manifestaciones conscientes, demandas ligadas a la vida cotidiana y con elementos que pueden ser considerados de carácter utópico, formas organizativas simples y solidaridades fuertes, entre otras. La propia definición nos lleva a pensar el movimiento social como fundante de vínculos sociales y potenciador de la conformación de una identidad colectiva. Veremos también que este último concepto, “colectivo”, estará presente en el discurso de las organizaciones objeto de estudio.

Ahora bien, con más detalles sobre el contenido del concepto MS, profundizaremos en algunas de las características priorizadas por diferentes teorías de MS. Actualmente, se plantea la necesidad de una combinación de las mismas y, desde la perspectiva latinoamericana, la búsqueda de un análisis más regional, que retome ciertos aspectos de las perspectivas existentes –como las norteamericanas y europeas-, pero que considere las especificidades del contexto latinoamericano.

Como ya fue comentado, existen diferentes líneas de abordaje de los movimientos sociales. Podremos observar también la similitud existente entre las maneras de pensar el conflicto y los intentos por explicar los MS que fueron surgiendo en diferentes momentos de la historia.

Entre las denominadas Teorías Clásicas, Bobbio, Mateucci y Pasquino diferencian dos “filones de la reflexión de los clásicos”. Por un lado, los que, como Gustave Le Bon, Gabriel Tarde y José Ortega y Gasset, se preocuparon por la irrupción de las masas en la escena política y vieron en el comportamiento colectivo, de la multitud, una manifestación de irracionalidad, de ruptura peligrosa del orden existente. Por otro, quienes como Karl Marx, Émile Durkheim y Max Weber, ven a los movimientos colectivos como una modalidad de acción social. Bobbio, Mateucci y Pasquino consideran que en todos estos abordajes y en los que les siguen, están presentes algunos motivos comunes de análisis de los comportamientos colectivos y de los MS: la acentuación de la existencia de una tensión en la sociedad, la individuación de un cambio, la observación del paso de un estadio de integración a otro a través de las transformaciones sea como fuere inducidas por los comportamientos colectivos. Sin embargo, destacan la importancia diferencial atribuida a los componentes psicológicos, a los aspectos microsociales respecto de los macrosociales y al papel de los actores dentro de la dinámica del sistema (Bobbio, Matteucci, y Pasquino, 1991).

Como ya hemos comentado en reiteradas oportunidades, existe una relación directa entre los MS y las teorías que los abordan. “…El impacto causado por los movimientos sociales está en la raíz del nacimiento de las ciencias sociales (empezando por la Economía Política y la Sociología) y sus fases de expansión han motivado ciclos de atención por parte de las mismas…” (Riechmann y Fernández Buey, 1994:15-16). Estos autores se refieren a las principales fases del desarrollo del movimiento obrero decimonónico –la primera en los decenios de 1830-1840, la segunda en los de 1880-1890-, a las que relacionan con los primeros intentos de teorización de los MS por parte de los “padres fundadores” de la Sociología como Karl Marx, Max Weber y Emile Durkheim, y con los ensayos de Psicología de Masas de Gabriel de Tarde, Gustavo Le Bon o Sigmund Freud. Aquí vemos que los autores mencionados coinciden –excepto Ortega y Gasset y Sigmund Freud- con los mencionados por Bobbio, Mateucci y Pasquino.

Por su parte, Maria Da Glória Gohn, destacando que existe cierto consenso en considerar el periodo de abordaje clásico como el que predominó hasta los años `60, y que no fue homogéneo, diferencia cinco grandes líneas dentro del abordaje clásico, cuyas características en común son: el núcleo articulador de los análisis es la teoría de la acción social, y la búsqueda de comprensión de los comportamientos colectivos, analizados desde un enfoque sociopsicológico; el énfasis en la acción institucional, contrapuesta a la no-institucional; y la acción no-institucional entendida como quiebre del orden vigente. “…Estos procesos ocurrirían antes de que los órganos de control social, o de integración normativa adecuada actuasen, restaurando el antiguo orden o creando uno nuevo, que absorbería los reclamos contenidos en las agitaciones colectivas. Durante todo el proceso, lo que se observaba eran tensiones, descontentos, frustraciones y agresiones de los individuos que participaban de las acciones colectivas…” (Cohen y Arato, 1992).

Gohn considera que los autores clásicos –que se iniciaron con los estudios de Robert Park y sus colegas de la “Escuela de Chicago”, en los trabajos de la Escuela del Interaccionismo Simbólico de Herbert Blumer y Georg Simmel- analizaron los movimientos en términos de ciclos evolutivos, donde el surgimiento, crecimiento y propagación ocurrían por intermedio de un proceso de comunicación. La adhesión a los movimientos serían respuestas ciegas e irracionales de individuos desorientados por el proceso de cambio que la sociedad industrial generaba. Para el abordaje tradicional norteamericano, los comportamientos colectivos eran fruto de tensiones sociales, y hubo un énfasis en el abordaje sociopsicológico. Gohn retoma así el planteo de Cohen y Arato sobre la concepción de democracia elitista y pluralista, donde toda acción colectiva extra-institucional, motivada por fuertes creencias ideológicas, parecía ser antidemocrática y amenazadora para el consenso que debía existir en la sociedad civil (Gohn, 1997).

Dentro de las cinco líneas identificadas por Gohn, la primera es la conformada por la Escuela de Chicago (W.I Thomas, Robert Park, George H. Mead, Everett C. Hughes y Herbert Blumer, entre otros) y algunos interaccionistas simbólicos de inicios del siglo XX. Destaca dentro de esta corriente a lo que considera la primera teoría sobre MS: el trabajo de Herbert Blumer. Desde esta corriente, los movimientos sociales son vistos como reacciones psicológicas a las estructuras de privaciones socio-económicas. Se destacan los procesos interaccionistas, especialmente aquellos con participación creativa de los individuos. El cambio social pasaba por la perspectiva de la reforma social, y los agentes básicos de este proceso eran los líderes bien formados, portadores de un conocimiento científico útil. La educación y la creación de instituciones son así la base de esta corriente, en la medida en que tornarían posibles la autodirección del pueblo y su cooperación. Se busca transformar el conflicto en instituciones sociales por medio del encauzamiento de las demandas en cuestión. Para Blumer los MS eran emprendimientos colectivos para establecer un nuevo orden de vida. La idea de progreso estaba en el centro de sus atenciones, los movimientos eran un problema social, un factor de disfunción del orden.

Por otra parte, se encuentran las Teorías de la Sociedad de Masas, desarrolladas durante los años `40 y `50, por Eric Fromm, Eric Hoffer y William Kornhauser, quienes combinaron las formulaciones de Le Bon con imágenes de la masificación y el horror del fascismo.

El Abordaje Socio-político de Seymour Lipset y Rudolf Haberle es la tercera corriente identificada por Gohn. En el contexto de los años ´50, con la coyuntura política internacional de la Guerra Fría y el surgimiento de movimientos con fuertes connotaciones ideológicas, la discusión se resumía en la desarticulación de la sociedad desorientada por las innovaciones de la industria o por el comportamiento colectivo de las masas. Reforma o revolución era un tema en la agenda de los pensadores de la época. Estas teorías son retomadas en los `80 por Rick Fantasia, Scott MacNall y Sidney Tarrow, en lo que concierne a comprender el comportamiento político de las redes de movimientos sociales.

La cuarta corriente, el comportamiento colectivo bajo la óptica del Funcionalismo –Talcott Parsons, Rulph Turner, Lewis Killian y Neil Smelser-, ve a los MS como comportamientos colectivos originados en periodos de inquietud social, incerteza, impulsos reprimidos, acciones frustradas, mal-estar, desconformidad, es decir, en sociedades en procesos de cambio, desorganizadas. Las ideas durkhenianas de anomia social permeaban los análisis. Turner y Killian definen al movimiento social como la acción de una colectividad para promover un cambio o resistir a él en la sociedad o grupo del cual forma parte. La continuidad es un elemento clave para ellos, y consideran que un movimiento social no puede continuar como tal indefinidamente. El movimiento social es por definición dinámico. Todos los MS pueden llegar a tener un carácter institucionalizado. Esto será retomado por el Paradigma norteamericano en los años `90, para distinguir al movimiento de otras acciones colectivas. Smelser considera que los comportamientos colectivos son esfuerzos colectivos por modificar normas y valores, es decir, comportamientos no-institucionalizados.

La quinta corriente, las Teorías Organizacionales-comportamentalistas, donde autores como Philiph Selzinick, Joseph Gusfield y Sheldon Messinger abrieron camino para la teoría norteamericana de la Movilización de Recursos, siendo retomada en parte por Mayer Zald y John Mc Carthy.

Volviendo a la relación entre los acontecimientos históricos y la teoría, Riechmann y Fernández Buey relacionan las luchas de clases en el período de entreguerras y el desarrollo de los movimientos bolcheviques y fascistas, con la formulación de enfoques como el Interaccionismo Simbólico de Herbert Blumer y de la Teoría Funcionalista Estructural de Talcott Parsons. Estos autores también identifican en estas teorías el enfoque ya abordado de los MS como formas espontáneas e irracionales de acción colectiva que amenazan la estabilidad institucional establecida. Por eso consideran que los movimientos estudiantiles de los años `60 y los NMS provocaron una crisis de los modelos explicativos existentes hasta ese momento –coincidiendo así con lo planteado por Cadarso-. El Interaccionismo Simbólico y la Teoría Funcionalista Estructural pueden considerarse, según Riechmann y Fernández Buey, partes compatibles de un único enfoque: el del Comportamiento Colectivo.

Pero ni esta perspectiva, ni el enfoque marxista fueron suficientes para explicar los MS del ´68. Los enfoques marxistas presentaban dificultades para explicar MS cuyos integrantes excedían el concepto de clase. “…Todo actor pertenece a una clase social. Pero los actores muchas veces se envuelven en frentes de lucha que no se relacionan, prioritariamente, con problemáticas de clase social, como las cuestiones de género, étnicas, ecológicas, etc. O sea, gran parte de los ejes temáticos básicos de los movimientos sociales contemporáneos no aduce al conflicto de clase sino a conflictos entre actores de la sociedad...” (Gohn, 1997:249). Por su parte, las teorías del comportamiento colectivo no eran suficientes para explicar conductas agregadas que no se pudieran clasificar como de masas, ni como disfuncionales e irracionales.

Gran parte de la producción de estudios específicos sobre MS hasta los años `60, se concentró en el estudio del movimiento operario y las luchas sindicales. Otros estudios hacían referencia a disturbios populares, analizados de forma conservadora, como la de Le Bon u Ortega y Gasset. A partir de los años `60, en varias regiones académicas del mundo occidental, el estudio de los MS ganó espacio, densidad y status de objeto científico de análisis y mereció varias teorías, porque los MS ganaron visibilidad en la propia sociedad como fenómenos históricos concretos. Nuevas modalidades de movimientos sociales, como el de derechos civiles en EEUU, el de estudiantes en varios países europeos, el de mujeres, el de la paz, contra la Guerra de Vietnam, entre otros, contribuyeron a que nuevas miradas se lanzaran sobre la problemática. Hubo también desarrollo de teorías sobre lo social, y las teorías sobre AC construyeron una nueva teoría sobre la sociedad civil. Simultáneamente el Estado, objeto central de investigación de un gran grupo de cientistas sociales, pasó a ser deslegitimado, criticado, y con la globalización, perdió su importancia como regulador de fronteras nacionales, controles sociales, etc. Hubo un traspaso del interés para la sociedad civil, y en ésta los MS fueron las acciones sociales por excelencia (Gohn, 1997). En relación a este aspecto, en el Capítulo 5 puede verse como, en Argentina, a partir de la crisis del 2001, y ante el retroceso del Estado como garante de las necesidades de la población, comienzan a formarse nuevos espacios de participación y gestión asamblearia, cuya modalidad de toma de decisiones es similar a la adoptada por la mayor parte de los movimientos socioambientales actuales. Asimismo, desde el conflicto en torno a la minería, el rol del Estado como ente de control de la actividad es duramente cuestionado por las organizaciones sociales que se oponen a esta actividad.

Es así como, durante la década de los ´60, fueron surgiendo nuevos abordajes teóricos de los MS, en respuesta a la falta de capacidad de las teorías existentes para explicar los movimientos emergentes. Desde las teorías contemporáneas, la de la TMR, rechazó el énfasis que el paradigma tradicional daba a los sentimientos y resentimientos de los grupos colectivos, y el enfoque psicosocial de los clásicos, centrados en las condiciones de privación material y cultural de los individuos. María Da Gloria Gohn coincide con Riechmann y Fernández Buey, en cuanto a la fragilidad del paradigma tradicional para explicar los movimientos sociales de la década del `60 –vinculados a la defensa de los derechos civiles, al feminismo, contra la Guerra de Vietnam, etc.- que contaban también con la participación de militantes de la clase media, llevando a la formulación de la TMR. Para sus creadores, las tensiones estructurales, privaciones, sentimientos, descontentos y quiebre de normas, todos de origen personal, eran insuficientes para explicar estos nuevos movimientos, y las acciones colectivas fueron encuadradas en explicaciones de comportamiento de tipo organizacional (Gohn, 1997).

Además de los ya mencionados Zald y Mc Carthy, Gusfield y Oberschall, otros autores, como Mancur Olson y Charles Tilly –este último, desde una perspectiva más histórica- son algunos de los que contribuyeron desde la TMR al cambio del paradigma tradicional. Según esta teoría, los MS son abordados como grupos de intereses, organizaciones analizadas desde la óptica de la burocracia de una institución, desde categorías económicas. Toma en cuenta los recursos –humanos, financieros y de infraestructura- que viabilizan el surgimiento de un MS y destaca que los actores actúan racionalmente, según cálculos de costos y beneficios.

Según Gohn (1997), en la TMR los MS no son vistos de forma diferente de los partidos, lobbies y grupos de intereses como en el paradigma clásico, sino que disputan el público consumidor, adeptos o las fuentes de recursos financieros y las oportunidades, en un mismo campo. La base del modelo es la teoría del utilitarismo. Se sustenta en las Teorías de la Organización (de Mancur Olson), y de la Elección Racional, y toma aportes del Funcionalismo.

La idea principal de esta teoría es que sólo la esperanza de conseguir beneficios privados motiva la participación política de los individuos, es decir, la acción está orientada estratégicamente. El modelo de Elección Racional resulta eficaz para explicar por qué la mayoría de la gente no participa en grupos que representen sus intereses, pero tropieza con la cuestión básica de por qué una pequeña minoría sí lo hace. El modelo explica la participación en función de una definición estrecha de racionalidad, centrada en recompensas económicas u otros incentivos selectivos. La noción de altruismo o de ganancia social colectiva no puede admitirse en el modelo. Sin embargo, los motivos declarados en la mayoría de los NMS atañen a bienes colectivos –protección de la calidad ambiental, mejora en la condición de las mujeres, disminución de la conflictividad internacional-, contradiciendo directamente la lógica de elección racional y acción egoísta. Las protestas de los NMS rara vez generan ganancias personales inmediatas para los participantes (en lo referente a modelos de elección racional): pocos ecologistas o pacifistas pueden identificar los beneficios privados que cosecharán por sus esfuerzos, aunque los costes son fácilmente reconocibles. Además, la investigación empírica muestra que los objetivos ideológicos y colectivos pesan más que los cálculos egoístas para motivar a los individuos a que participen en grupos ambientalistas, protestas antinucleares y otras formas de acción colectiva (Dalton y Kuchler, 1990).

Por otra parte, en la TMR, el análisis parte de las organizaciones, no de los individuos. No se pregunta por qué los individuos se suman a los MS, ni si su comportamiento es racional o irracional, sino que mas bien analiza la eficacia con la que los movimientos emplean los recursos de que disponen (activistas, dinero, conocimientos, etc.) para alcanzar sus objetivos. Se da por sentado que la insatisfacción individual y los conflictos sociales existen en todas las sociedades, y que por tanto los MS no dependen de la existencia de ese potencial, sino de la creación de organizaciones capaces de movilizarlo (Riechmann y Fernández Buey, 1994).

Esta teoría es criticada por diversos aspectos, además de los ya mencionados. Entre ellos, su exclusión de los valores, normas, ideologías, proyectos, cultura e identidad de los grupos sociales estudiados, la falta de diferenciación entre acción institucional y no institucional, la presunción de una sociedad abierta, y la inadecuación para aplicar esta teoría a otros movimientos en otros periodos históricos. Gohn concluye: “…las lagunas principales de la TMR están en la ausencia de un análisis del contexto social y político; en el desconocimiento de las políticas públicas y del papel del Estado en la sociedad en general y junto a los movimientos sociales en particular; en el hecho de ignorar el carácter de la lucha de los actores, así como las experiencias de luchas sociales anteriores vividas por ellos; y en la omisión del papel de la cultura en las acciones colectivas en general, y en los movimientos en particular…” (Gohn, 1997:60).

Entre las teorías emergentes para dar las respuestas que no podía dar la TMR, los primeros intentos de explicar las rebeliones estudiantiles de los ´60 se inspiraron en las teorías existentes sobre comportamiento colectivo y violencia de masas para formular Modelos de Privación Relativa –como el de Ted Gurr, en 1970-. Según Riechmann y Fernández Buey, este enfoque plantea que los sentimientos despertados por una situación económica o social desventajosa conducían a la violencia política, es decir, la frustración inducía a la agresión. Dan como ejemplo a los ecologistas que reaccionan contra los excesos de las economías productivistas que socavan su calidad de vida. Tiene que ver con la movilización que exige acceso, participación y reconocimiento de derechos. Este es un aspecto a destacar ya que estas reivindicaciones son fuertemente mantenidas por los movimientos socioambientales actuales. Sin embargo, es importante en este sentido destacar lo apuntado por Rusell J. Dalton, Manfred Küchler y Wilhelm Bürklin, quienes cuestionan el alcance de esta teoría, y los dos últimos sostienen que “…los estudiantes rebeldes y los activistas medioambientales no proceden mayoritariamente de las filas de los desposeídos sociales. Paradójicamente, los bastiones de estas nuevas protestas se hallaban en las instituciones guardianas de las jerarquías y privilegios tradicionales (…) En pocas palabras, se trata de movimientos predominantemente de clase media, cuyos miembros son beneficiarios del orden sociopolítico existente...” (Dalton y Kuchler, 1990:7). Para nuestro caso, se profundiza en el Capítulo 5 la situación de la clase media en Argentina –evidenciada en los acontecimientos de diciembre de 2001-, donde la característica de “beneficiaria del orden sociopolítico existente” mencionada por estos autores, será puesta en cuestión. También es importante destacar, entre las “instituciones guardianas de las jerarquías y privilegios tradicionales”, el papel de la Iglesia en los conflictos estudiados.

Riechmann y Fernández Buey agregan que los objetivos de los NMS son de carácter universalista, y no metas atribuibles a un interés de clase o grupo. Se trata, típicamente, de la obtención de bienes colectivos. En este sentido, los movimientos socioambientales actuales, en general, están formados por personas que pertenecen a las clases medias y que no se movilizan por un interés económico. Parte de ellos pertenece a instituciones reconocidas, incluso cada vez más estudiantes, profesores y profesionales universitarios se vinculan o forman parte de las organizaciones socioambientales. Asimismo, el concepto de “bienes colectivos” o “bienes comunes” también ha sido apropiado por estos grupos.

Desde otra perspectiva que intentó dar cuenta de los movimientos emergentes en los años ´60-´80, la predominancia de los recursos de un MS dada por la TMR fue reemplazada por la importancia de las oportunidades políticas para sus acciones colectivas. Según Gohn, tanto Oberschall como Tilly pueden ser considerados en la transición entre la TMR y la de la Movilización Política (MP). La corriente teórica de la estructura de oportunidades políticas, que pasó a predominar en América, pone el énfasis en el proceso político de las movilizaciones y en las bases culturales que les dan sustentación. En cuanto a su surgimiento, Gohn explica que en los años `80 el paradigma norteamericano desarrolló un intenso debate con la corriente europea de los NMS, lo que llevó a la alteración de ambos abordajes, y a la creación de esta nueva corriente teórica. Ya en los años ´70, a partir de las críticas al utilitarismo e individualismo metodológico de la TMR, se delinea una nueva etapa en el paradigma norteamericano en la que se destaca la búsqueda de elementos conceptuales que llenaran las lagunas del enfoque exclusivamente económico de la TMR (Gohn, 1997). Los nuevos aspectos abordados fueron los recursos sociales de las comunidades, el contexto político y las redes de relaciones sociales. Hubo también una recuperación de los clásicos, del abordaje desde la Psicología social y el Interaccionismo Simbólico, al retomar las tácticas no convencionales de las protestas y descontentos sociales, ya no como actos anómalos, sino como positivos para el entendimiento del cambio social: la cultura como proceso, la “cultura de la solidaridad” –propuesta por Rick Fantasia-, el contexto político, los frames –de Erving Goffman, que incorpora el plano simbólico y la vida cotidiana-, y los valores surgidos en las luchas. Se observa una articulación de las explicaciones de nivel macro –procesos políticos- y de nivel micro –cultura y política de los movimientos-.

Es interesante el resumen que realiza Gohn sobre los aspectos rescatados por el nuevo enfoque, tanto de los clásicos, como del análisis marxista y de los NMS, y el resultado de la articulación de estos abordajes. “…Identidades e ideologías pasaron a ser vistas como recursos culturales. Las precondiciones culturales para las movilizaciones y para la propia militancia también son extremadamente relevantes (…) al rescatar algunas premisas del paradigma tradicional de la acción colectiva (como las reivindicaciones y privaciones culturales) y algunos postulados de análisis marxistas (de que las reivindicaciones son frutos de condiciones estructurales que crean las privaciones), articuló estos rescates con la cuestión central del abordaje de los NMS (la de la identidad colectiva) y construyó nuevas explicaciones sobre como los adeptos de un MS piensan sobre sí mismos, como comparten sus experiencias y las reinterpretan en contextos de interacción grupal...” (Gohn, 1997:77). La principal crítica que Gohn realiza a la teoría de la MP es que no consiguió desprenderse del análisis sistémico de las teorías americanas anteriores. Los estímulos a los movimientos ocurren cuando hay debilitamiento de las elites, sin considerar a la sociedad civil como polo de fuerza y dinamismo. También realiza otras críticas, pero enfatiza que son provisorias, ya que la teoría de la MP no es una teoría completa, sino que está en proceso de constitución, por lo que muchos de sus problemas podrían ser superados.

Es importante destacar que los años `70 y `80 coinciden con el crecimiento, diversificación y captación de la atención internacional por parte de las primeras organizaciones de carácter ecológico.

Desde los abordajes europeos, encontramos la corriente Neomarxista y la de los NMS. Utilizaremos una vez más la clasificación dada por Maria Da Gloria Gohn. En la Neomarxista pueden destacarse los historiadores ingleses Eric Hobsbawm, George Rude y E. P. Thompson, y la Teoría Histórico-estructural representada por Manuel Castells, Jordi Borja, Jean Lojkine, en los años `70 y `80.

Gohn destaca que el paradigma marxista aplicado al análisis de los MS ha sido visto, de forma generalizada, erróneamente, como sinónimo del análisis del movimiento operario. Otra distorsión ha sido no distinguir entre abordajes ortodoxos y no-ortodoxos. Gohn considera que el paradigma marxista clásico tiene dos corrientes: una ligada al joven Marx –y sus estudios sobre la conciencia, la alienación y la ideología- y otro corriente ligada al Marx “maduro”, que privilegia los factores económicos, macroestructurales. Según esta autora, es la primera corriente, que tuvo continuidad en los trabajos de Rosa Luxemburgo, Antonio Gramsci, Lukács y la Escuela de Frankfurt, la que alimentará los análisis contemporáneos sobre los MS. La autora resalta que también es importante reconocer que el marxismo no es sólo una teoría explicativa sino también una teoría orientadora.

También es relevante destacar, en relación al tema investigado, el aporte de los eco-socialistas o marxistas ecológicos, como George Orwell y James O` Connor, y sus importantes aportes a la crítica de la concepción productivista de progreso.

Desde los NMS, pueden destacarse, según Gohn, tres líneas y sus representantes: la histórico política (Claus Offe), la psicosocial (Alberto Melucci, Ernesto Laclau y Mouffe) y la accionalista (Alain Touraine). Esta última línea fue construida a partir de la crítica del abordaje clásico marxista y su debate con el paradigma norteamericano, y es internamente muy diferenciada, ya que algunos autores realizan abordaje desde una perspectiva micro y otros macro, o reconocen o no premisas marxistas (Gohn, 1997).

Riechmann y Fernández Buey (1994) destacan la ocasional mención de los investigadores europeos bajo la rúbrica de “teóricos de la identidad”, a pesar de la existencia de notables diferencias de perspectivas entre ellos, como las existentes entre Touraine, Alberoni, Raschke, Offe y Melucci. Y recalcan, como factores en común, que, en comparación con la teoría norteamericana, acentúan más los factores de ideario y proyecto histórico. Se asocia la aparición de los NMS con las transformaciones de las sociedades industriales avanzadas. Riechmann y Fernández Buey identifican dentro de los enfoques europeos, la Escuela Particularista, el Enfoque de Redes y el Enfoque Cognitivo. La Escuela Particularista, es presentada a veces como un subenfoque de la TMR, tiene como figura al ya mencionado Charles Tilly. Su enfoque es histórico y sociopsicológico, se centra en las motivaciones individuales y realiza meticulosos estudios de caso. El Enfoque de Redes concibe los MS como redes socioespaciales latentes, cuyo elemento aglutinador son las comunidades de valores. Esta perspectiva, que tiene como figura a Max Kaase, afirma que la diferenciación social ha conducido en la sociedad industrial avanzada a la formación de comunidades de valores con alta densidad de interacción personal entre los integrantes. Por su parte, el Enfoque Cognitivo, de Ron Eyerman y Andrew Jamison, consideran a los MS como formas de actividad mediante las cuales las personas crean nuevos tipos de identidades sociales, como procesos de praxis cognitiva, como momentos de creación colectiva que proveen a las sociedades de ideas, identidades e incluso ideales (Riechmann y Fernández Buey, 1994).

Nos concentraremos a continuación en la aparición de los denominados Nuevos Movimientos Sociales (NMS), ya que el movimiento ecologista integra esta clasificación. En este sentido, puntualizaremos en dos aspectos. En primer lugar, si bien la Teoría de los NMS tiene origen europeo, enfatizaremos, de la mano de María Da Gloria Gohn, en la necesidad de una perspectiva propia, latinoamericana. Más adelante, profundizaremos en la explicación de que, si bien el movimiento ecologista puede considerarse un antecedente de los movimientos socioambientales investigados, no resulta pertinente denominar a estos movimientos como “ecologistas”.


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