LAS DOCTRINAS POL�TICAS DEL PARTIDO ACCI�N NACIONAL: DEL FALANGISMO A LA DEMOCRACIA CRISTIANA
H�ctor G�mez Peralta
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Introducci�n
El presente cap�tulo expone los conceptos que se utilizan a lo largo de toda la investigaci�n y que explican los diversos tipos de oposici�n dentro de un sistema de partidos y de esa forma darle seguimiento a las transformaciones doctrinales que ha tenido Acci�n Nacional frente a la democracia. Se inicia con la oposici�n anti-sist�mica, que es aquella que plantea deslegitimar al sistema y est� caracterizada por estar vinculada a ideolog�as que se proponen un cambio radical de la sociedad y el r�gimen de gobierno. Los ejemplos paradigm�ticos de organizaciones anti-sistema son las agrupaciones comunistas y fascistas, como La Falange espa�ola, cuya ideolog�a, el hispanismo y el corporativismo org�nico, fue uno de las principales referentes del primer proyecto doctrinal de Acci�n Nacional.
Posteriormente se exponen las diferencias conceptuales entre la oposici�n semi-leal y la leal, de acuerdo a Juan Linz, que fue el autor que acu�� esos t�rminos. Ambos tipos de oposici�n participan en la competencia electoral y la vida institucional, pero el primero no tiene un compromiso con los valores de la pol�tica pluralista y la competencia, por lo que tiene una posici�n ambigua frente a la lucha por la democracia. La oposici�n semi-leal no ve a la democracia como un fin en s� mismo, sino como un medio del cual se puede prescindir para lograr sus objetivos partidistas. Los v�nculos del primero panismo con la Uni�n Nacional Sinarquista (UNS) y La Falange espa�ola, que expondremos con detalle m�s adelante, son elementos suficientes para poner en tela de juicio su compromiso con el ideal democr�tico y ciudadano que su historia oficial pregona. La oposici�n leal, por el contrario, est� caracterizada por la adherencia que tienen sus miembros a los valores del pluralismo y la competencia, y sin importar que los resultados de la contienda le sean adversos; adem�s jam�s considera romper con la colaboraci�n institucional, y se est� dispuestos a negociar con actores ideol�gicamente distantes.
En la segunda secci�n del presente cap�tulo se da una definici�n de Democracia Cristiana, que es la corriente pol�tica a la que pertenece el PAN desde los a�os 90. Si bien originalmente la Democracia Cristiana fue un movimiento social, vinculado al sindicalismo cat�lico, desde el periodo entreguerras se trata de una familia de partidos pol�ticos que comparten los elementos constitutivos del conservadurismo. Esos partidos Dem�crata Cristianos, a diferencia de los antiguos partidos cat�licos de la Europa del siglo XIX, son modernas y eficientes maquinarias electorales que han abandonado los radicales proyectos de transformaci�n de la sociedad, para en su lugar abrazar los valores y elementos constitutivos de la democracia pluralista.
Para finalizar el cap�tulo, se hace una precisi�n conceptual sobre el proyecto econ�mico de la Democracia Cristiana, la Econom�a Social de Mercado, y el Neoliberalismo. Esta secci�n surge de la necesidad de diferenciar entre dos tradiciones diferentes de lo que se conoce como conservadurismo, una de ra�z cat�lica y otra de ra�z secular. Si bien en muchos elementos llegan a converger, como el papel central que le otorgan al libre mercado y la iniciativa empresarial, ambas pertenecen a tradiciones ideol�gicas diferentes; es una imprecisi�n conceptual definir a cualquier corriente econ�mica que pugna por el libre mercado como neoliberalismo.
1.1 El sistema de partidos y los tipos de oposici�n pol�tica en M�xico
Los partidos pol�ticos son instituciones modernas, vinculados a los reg�menes pol�ticos fundados en el principio de representaci�n de la soberan�a popular. Los partidos pol�ticos, en el mundo occidental, son herederos de las revoluciones que rompen con el Ancien Regime. Sin embargo, los partidos con doctrina de ra�z cat�lica en M�xico, no siempre han mostrado una cultura pol�tica af�n a los sistemas pol�ticos democr�ticos. La situaci�n de oposici�n marginal por parte de las organizaciones pol�ticas cat�licas de M�xico durante nuestro periodo de trabajo (1939-2002) , como lo veremos m�s claramente en el caso del PAN -que absorbi� gran parte de la militancia de la UNS en los a�os 70 y 80-, ha derivado en organizaciones pol�ticas cuyas posturas hacia la democracia liberal han oscilado entre ser partido anti-sistema, pasando por una oposici�n semi-leal y despu�s leal, para luego de un largo, doloroso, contradictorio y tard�o proceso, llegar a ser un partido de electores plenamente inserto dentro de la vida pol�tica de las instituciones liberales, un partido catch-all, el partido que abandona los proyectos de radical transformaci�n de la sociedad, y con un discurso que engloba a todos los grupos sociales, no s�lo a los cat�licos .
El que una organizaci�n pol�tica llegue a formar parte del sistema de partidos, y por consecuencia, participar en los procesos electorales, no la convierte por ese s�lo hecho en un partido pol�tico democr�tico o af�n a un r�gimen de corte liberal. Tal es el caso de los partidos anti-sistema.
Los partidos anti-sistema son aquellas agrupaciones pol�ticas que, a�n insert�ndose en la vida pol�tica institucional, incluyendo por supuesto la lucha electoral, buscan socavar la legitimidad del r�gimen al que se oponen. No son una oposici�n sobre cuestiones concretas o una pol�tica determinada, sino sobre todo una oposici�n a los principios del r�gimen pol�tico. Un partido anti-sistema no pretende solamente cambiar de gobierno, sino todo el r�gimen de gobierno. Los militantes de dicho partido se caracterizan por no compartir los valores del orden pol�tico sobre el cual est�n fundadas las instituciones en que participan, representan una �ideolog�a extra�a� para el sistema al que pertenecen .
Aunque el tipo ideal de partido anti-sistema de Sartori son los partidos comunistas que participaron en Europa occidental durante casi todo el siglo XX, considero que el t�rmino describe tambi�n el tipo de oposici�n que ejercieron las organizaciones pol�ticas cat�licas en M�xico, principalmente la UNS hasta antes del liderazgo de Torres Bueno .
La idea generalizada sobre el tipo de partido que era Acci�n Nacional hasta antes de la d�cada de los 80 (cuando empieza a convertirse en partido que integra gobiernos), es la de que era una �oposici�n leal� , sin embargo, ese concepto que fue hecho para describir a ciertos partidos en reg�menes democr�ticos, no coincide con el actuar del PAN en el M�xico autoritario. Adem�s de que ese concepto hubiera implicado que el partido contaba con una doctrina completamente inserta dentro del espectro de la cultura pol�tica democr�tica, aceptando al proceso electoral como el �nico camino a seguir. Por el contrario, la doctrina y la labor pol�tica de los l�deres de Acci�n Nacional mostraron varias veces una postura ambigua y poco clara frente al papel del proceso electoral en su lucha, al menos durante las primeras tres d�cadas de su historia. Entonces, �qu� tipo de oposici�n era el PAN en sus primeras d�cadas de vida?
El Partido Acci�n Nacional, al menos hasta la d�cada de los 60, era una oposici�n semi-leal, la cual es definida como la posici�n dentro del sistema pol�tico de aquellos partidos que si bien aceptan participar dentro de los marcos institucionales�
(...) alientan, toleran, encubren, consecuentan, disculpan o justifican las acciones de otros actores pol�ticos que violan los l�mites de los patrones leg�timos de la pol�tica democr�tica. Un partido despierta suspicacias en cuanto a su lealtad democr�tica cuando, con base en la afinidad ideol�gica, la coincidencia de objetivos �ltimos, o la relaci�n de determinadas pol�ticas, distingue entre medios y fines. Rechaza los medios por indignos y extremos, pero disculpa que se haya recurrido a ellos .
La violencia pol�tica, el asesinato, las conspiraciones, los golpes militares fallidos y los intentos revolucionarios son situaciones en las que se pone a prueba la lealtad. Aunque efectivamente dentro de las filas del PAN nunca estuvo presente la opci�n de la asonada militar o la toma violenta del poder (motivo por el cual se argumenta que era oposici�n leal), la simpat�a hacia movimientos pol�ticos vinculados al hispanismo y el catolicismo que se sirvieron de m�todos anticonstitucionales para hacerse del poder, como el franquismo, es criterio suficiente para poner en tela de juicio el compromiso del panismo de primera hora frente al orden constitucional .
Un buen ejemplo fue cuando en 1945 -cuando ya hab�an sido derrotadas las potencias del eje-, Efra�n Gonz�lez Luna reprochaba el bloqueo que las Naciones Unidas hab�an impuesto a Argentina, Espa�a y Portugal para obligarlos a desmantelar las dictaduras e instalar instituciones pol�ticas de corte liberal:
Aparte de ser inaceptable la tesis de que la autenticidad de la representaci�n pol�tica del pueblo, m�dula de la democracia, solamente pueda realizarse a trav�s de f�rmulas y rutinas determinadas, 9 de cada 10 hispanoamericanos se reir�n amargamente de esta justificaci�n, porque conocen hasta la n�usea la miserable comedia democr�tica, que con unas cuentas excepciones, se representa casi sin interrupci�n en nuestro continente .
�Por qu� los panistas de la primera hora ten�an esa postura? Sobre todo �por qu� y c�mo llegaron a ser una �oposici�n leal� durante el periodo posterior a la d�cada de los 70?
Para que una fuerza pol�tica pueda ser definida como �oposici�n leal�, es decir, con una aceptaci�n plena de los valores que sostienen al sistema pol�tico, tendr�a que mostrar al menos la mayor�a de las siguientes caracter�sticas :
a) Un inequ�voco compromiso p�blico de llegar al poder s�lo por medios electorales y una voluntad de entregarlo incondicionalmente a otros participantes con el mismo compromiso;
b) Un rechazo claro e incondicional del uso de medios violentos para alcanzar o conservar el poder, excepto por medios constitucionales leg�timos, cuando haya que enfrentarse a un intento ilegal de tomar el poder;
c) Un compromiso a participar en el proceso pol�tico, elecciones y actividad legislativa. As� como una disposici�n para asumir la responsabilidad de gobernar o ser parte de la legislatura;
d) La voluntad de unirse a grupos ideol�gicamente distantes pero comprometidos a salvar el orden institucional;
e) Rechazo de contactos secretos con organizaciones anti-sistema (como la UNS) y rechazo de su apoyo cuando es ofrecido a cambio de tolerancia para sus actividades antidemocr�ticas.
Durante toda la vida del PAN, hasta 1988, M�xico contaba con un sistema de partido hegem�nico a pesar de que se ha sostenido que era un sistema de partido dominante como lo plantea Maurice Duverger .
Las tipolog�as de los sistemas de partidos de Duverger se establecen principalmente sobre las bases de la variable cuantitativa, es decir, el n�mero de partidos que componen al sistema de partidos as� como el n�mero de ellos que salen victoriosos en los procesos electorales. Desde este enfoque, por d�cadas mayoritario en la sociolog�a pol�tica, un sistema de partido dominante ser�a aquel donde un partido avasalla en los procesos electorales, obteniendo la mayor�a de los esca�os parlamentarios y puestos de gobierno.
A primera vista pareciera que el sistema pol�tico en el cual naci� y se desarroll� Acci�n Nacional fuera un sistema de partido dominante, pero ese concepto es insuficiente para explicar las particularidades de la pol�tica mexicana de ese entonces, puesto que no toma en cuenta la variable cualitativa, es decir, la manera en c�mo se daba la competencia entre los partidos, y sobre todo, el tipo de partidos que participaban en la arena pol�tica. Es por ello que hago la aclaraci�n conceptual de que en M�xico no hab�a un sistema de partido dominante, al menos en la idea de Duverger, sino un sistema de partido hegem�nico.
Utilizando la variable cualitativa, un sistema de partido dominante (o predominante) ser�a aquel donde si bien hay una organizaci�n pol�tica que gana constantemente las elecciones, esto se realiza en condiciones de real competencia, pluralidad de opciones pol�ticas frente al electorado y con posibilidades efectivas por parte de la oposici�n de hacerse del poder , para lo cual es necesario que los partidos que contiendan est�n plenamente insertos en la vida parlamentaria y electoral.
Un sistema de partido hegem�nico por el contrario, ser�a aquel donde el dominio de un partido se da pero por la debilidad de la oposici�n para poder competir, que se traduce en su incapacidad para convertirse en opci�n de gobierno. Existe un partido que mantiene una mayor�a aplastante en las elecciones y uno o m�s partidos �de segunda� o �sat�lites�, sin posibilidades reales de hacerse del poder .
La marginalidad del Partido Acci�n Nacional durante la existencia en M�xico del sistema de partido hegem�nico no se debi� solamente al entorno sist�mico en que naci� y se desenvolvi� el partido, que como hemos se�alado le daba al PAN un lugar perif�rico, sino que es tambi�n muy importante tomar en cuenta la cultura pol�tica de los panistas, la cual se tradujo en que los propios miembros de ese partido eligieran convertirse en una oposici�n sin compromiso de gobierno y que no estuviera inserta plenamente en el sistema pol�tico. Los panistas de las primeras d�cadas se alejaban por cuenta propia del contacto con el poder que supone ser oposici�n. No solamente quer�an ser oposici�n, quer�an ser una oposici�n aislada e intransigente que mantuviera su pureza doctrinal. Por eso la marginalidad panista no fue producto exclusivo de la avasalladora maquinaria pri�sta, de hecho, el PRI algunas veces tuvo que rescatar al PAN de la extinci�n producto de su propia intransigencia. La creaci�n de las diputaciones plurinominales es un buen ejemplo de ello.
Es menester especificar que el sistema pol�tico autoritario con el que contaba M�xico, aunque parezca contradictorio, era liberal. El liberalismo, como todas las ideolog�as, no es un cuerpo de ideas monol�tico o ahist�rico, sino que en su seno confluyen varias corrientes; al intentar aplicar ese credo en el caso concreto de M�xico, los liberales han hecho varias modificaciones a sus planteamientos originales. Todas las ideolog�as, sin excepci�n, son interiorizadas por sus partidarios de diversas maneras al pasar de los planteamientos doctrinales o te�ricos a la aplicaci�n de los mismos. La ideolog�a se fragmenta en varias vertientes como resultado de las experiencias hist�ricas concretas.
En ese sentido, durante el r�gimen pri�sta, el liberalismo del Estado mexicano no fue la interpretaci�n oficial del liberalismo de Federico Reyes Heroles que dice reivindicar los derechos democr�ticos y civiles de los individuos; tampoco era el liberalismo econ�mico de la doctrina del laissez faire, ni el liberalismo social que busca conciliar la justicia social con el desarrollo capitalista. Entonces �c�mo era el particular liberalismo mexicano?
La l�gica del sistema de partido hegem�nico de M�xico era el liberalismo desarrollista, llamado as� por Charles Adams Hale . Esa versi�n del liberalismo fue la corriente dominante en la c�pula del Estado mexicano luego de la victoria de los liberales ante los conservadores en la d�cada de los 60 del siglo XIX, y se repiti� con el triunfo de la facci�n constitucionalista de la revoluci�n en la segunda d�cada del siglo XX (por ello el autor les llama �los ciclos del liberalismo mexicano�) . Fue producto de que los liberales mexicanos, cuando dejan de ser oposici�n y se vuelven gobierno, se dieron cuenta de que no pod�an construir su rep�blica democr�tica y capitalista, como lo era su modelo los Estados Unidos, pues gobernaban a una sociedad bastante conservadora y atrasada, distante de los valores de ciudadan�a.
De esa manera, liberales mexicanos tan dis�mbolos como Ju�rez, Porfirio D�az, Carranza o Miguel Alem�n, llegaron al poder izando la bandera del respeto al sufragio y las libertades democr�ticas, pero una vez instalados como gobierno, ten�an todos ellos en com�n que, al ver el atraso en que se encontraba la naci�n, consideraban necesario posponer las �libertades c�vicas� para lograr impulsar el desarrollo capitalista, concentrando los poderes en el Ejecutivo, sometiendo al Congreso, subordinando a los gobiernos locales al poder nacional, gobernando con mano dura para mantener un orden que fomentara el progreso y el desarrollo, mediante la industrializaci�n y la creaci�n de una clase empresarial nacional vigorosa y din�mica -otorg�ndole monopolios, proteccionismo, mano de obra barata y controlada, subsidios, etc.-, con la intenci�n de crear a largo plazo las condiciones para otorgarle al �pueblo� el poder de decidir sobre s� mismo (democracia dirigida) .
A diferencia del liberalismo cl�sico, la l�gica liberal del r�gimen posrevolucionario consideraba que el desarrollo de la naci�n no pod�a ser llevado a cabo por los individuos dejados a su libre iniciativa empresarial, pues dicha �burgues�a� era pr�cticamente inexistente y tuvo que ser creada por el Estado mexicano. Por lo que esa ideolog�a que naci� en Europa para limitar al poder p�blico frente a la iniciativa privada e individual, en M�xico se dio a la tarea de impulsar el desarrollo capitalista desde el Estado de manera autoritaria y centralista.
La revoluci�n mexicana le otorg� al r�gimen dos vertientes populares: el agrarismo y el movimiento obrero. Pero el r�gimen no perdi� su rumbo liberal, s�lo se hizo de unas herramientas corporativas y de un control pol�tico m�s efectivos de lo que los liberales porfiristas (los positivistas) hubieran podido idear .
Afirmo que el Estado y el r�gimen posrevolucionario continuaron con la l�gica del liberalismo mexicano porque no perdieron su intenci�n de secularizar al pa�s aunque para ello tuvieran que ir en contra de una poblaci�n mayoritariamente cat�lica, as� como crear las condiciones pol�ticas e instituciones necesarias para el desarrollo del mercado y la industria. El Estado posrevolucionario utilizaba el centralismo, el clientelismo y el paternalismo, para alcanzar su objetivo modernizador y desarrollista, convirti�ndose en un poder s�lido que tom� en sus manos el progreso del pa�s, promoviendo o asumiendo todas las funciones que los individuos no eran capaces de cumplir conforme lo indicaba la doctrina liberal cl�sica, ya fuera como ciudadanos en la democracia o empresarios dentro del mercado .
Desde este enfoque, son pertinentes las observaciones de Gonz�lez Casanova cuando trataba de explicar por qu� el Estado posrevolucionario, en su af�n modernizador y desarrollista, contravino los principios del liberalismo cl�sico:
El respeto al equilibrio de poderes habr�a sido respeto a las conspiraciones de una sociedad conservadora y semifeudal, el respeto a los partidos de oposici�n habr�a sido respeto a los caciques y militares que ten�an sus partidos; respetar al sistema de contrapesos y balanzas habr�a equivalido a tolerar los caudillos regionales, respetar el municipio libre a tolerar la libertad de los caciques locales; en el plano econ�mico observar el principio de no intervenci�n en la econom�a habr�a implicado �dejar hacer� al subdesarrollo y a la intervenci�n de las compa��as monop�licas extranjeras y de sus respectivos Estados; cumplir con el derecho irrestricto de la propiedad privada habr�a significado mantener la propiedad semi-feudal y extranjera, y un status quo que hac�a imposible la creaci�n de un mercado capitalista interno .
A lo anterior solamente agregar�a que respetar el principio de tolerancia religiosa, pieza central en la doctrina liberal cl�sica, hubiera significado para el r�gimen ceder poder ante una Iglesia cat�lica que se presentaba, a los ojos de los revolucionarios, como un obst�culo para la secularizaci�n del pa�s.
As� como se habl� de un �socialismo real�, cuyo concepto diferenciaba entre la doctrina socialista y la pr�ctica del socialismo, lo anterior fue la l�gica del �liberalismo real� del sistema de partido hegem�nico en que se desenvolvi� el PAN como oposici�n.