La economía mexicana en el periodo 1935-1982 tuvo un crecimiento promedio a una tasa del 6 % del producto interno bruto y un crecimiento del PIB per cápita a una tasa media del 3.2% anual. Además la inversión fija bruta por habitante (en maquinaria, equipo y construcciones) tuvo una tasa de crecimiento anual del 6% en el periodo 1941-1982. Todo esto tuvo un impacto positivo sobre el nivel de los salarios mínimos que se incrementaron en un 96.9% durante el periodo 1935-1982. (Ver el Cuadro 1).
Sin embargo, si tomamos como referencia el número de asegurados al IMSS y el ISSSTE para aproximarnos a cuantificar el número de trabajadores empleados y desempleados en el país en relación a la Población Económicamente Activa (PEA) durante el periodo 1965-1980; observaremos en el Cuadro 2 que los niveles de desempleo no reflejan la dinámica mostrada por la economía bajo este modelo de crecimiento.
Si bien es cierto que el peso de las personas no aseguradas en la PEA tiene una tendencia hacia la baja en el periodo, ya que pasa de representar el 79.5% respecto al total en 1965 al 65.6% en 1980, en realidad durante la vigencia del patrón de crecimiento relativo su presencia en la población activa fue importante, y su más notable reducción se da en el último sexenio presidencial donde se impulsó este patrón de crecimiento.
Por otra parte, este fenómeno se presenta con menor impacto sobre la PEA en el espacio urbano aunque proporcionalmente sigue siendo significativa en el periodo 1950-1980. En un estudio de la PREALC-OIT que registra cifras sobre el sector informal en varios países latinoamericanos, se observaba que México reporta en promedio cerca del 30% de su PEA empleada en este sector, colocándose entre los países de la región que con mayor intensidad reportan esta problemática, sólo por debajo de Bolivia, Perú y Guatemala (ver pdf).
Es un elemento a destacar que a pesar de que el estudio contempla únicamente zonas urbanas, donde se supone se encuentran los sectores más dinámicos de la economía bajo la industrialización con sustitución de importaciones, un tercio de la población se incorpore laboralmente a actividades fuera de la estructura del empleo formal. Además, como se puede observar en el Cuadro 3, países con mercados de proporciones similares y niveles de desarrollo económico equivalentes al nuestro como Brasil y Argentina, no llegan a registrar cifras semejantes. Argentina registra 13, 12 y 14 por ciento de población integrada al sector informal respecto a la PEA para los años 1950, 1970 y 1980 respectivamente; mientras Brasil observa correspondientemente 18, 17 y 17 por ciento de trabajadores informales para los mismos años.
Podemos entonces afirmar que esta notable presencia de trabajadores informales nos informa de las dificultades estructurales de una economía subdesarrollada como la nuestra para absorber fuerza de trabajo, a pesar de los importantes niveles de crecimiento que registró la economía entonces.
Por otra parte, en el patrón de acumulación neoliberal basado en la apertura comercial y la reducción de la participación del Estado en el desarrollo económico, el PIB creció a una tasa media anual de 2.5% en el periodo comprendido entre los años 1983 y 2000, lo que se tradujo en una tasa media de incremento del PIB per capita de apenas 0.6% anual. La inversión fija bruta por habitante (en maquinaria, equipo y construcciones) creció a una tasa media anual de 0.6%, cuando en el periodo 1941-1982 lo había hecho a una tasa de 6%. En cuanto a las remuneraciones de los trabajadores, en el periodo 1935-1942 el poder adquisitivo de los salarios se había incrementado en un 96.9%, mientras que durante la vigencia del patrón de crecimiento neoliberal perdieron 70.6% de su poder de compra.
Encontramos que en el funcionamiento de patrón neoliberal el crecimiento económico ha sido escaso y lento, combinado con una mayor inequidad en la distribución del ingreso. Lo que no ha hecho otra cosa que exacerbar las contradicciones inherentes a la acumulación bajo el subdesarrollo, con un fuerte impacto en la consolidación de los excedentes de población.
Con la firma del TLCAN se trató de impulsar en el país una política de crecimiento orientada a las exportaciones de mercancías manufacturadas con un fuerte componente nacional, sin embargo los resultados han sido exactamente contrarios a los planeamientos iniciales. Como ya hemos visto, la maquila y amplios sectores de la manufactura que operan con criterios productivos muy similares a ésta han sido la principal punta de lanza de la economía bajo el neoliberalismo, y como entre el 80% y el 90% del valor de las exportaciones representa el componente importado, el valor restante es el que se constriñe a salarios y es el que finalmente reporta algún efecto positivo para la economía. Esta situación ha impactado negativamente en el sector productivo nacional y en las condiciones de vida tanto de la fuerza de trabajo activa como de los excedentes de población.
La inestable y coyuntural capacidad de generar crecimiento económico bajo el patrón neoliberal ha repercutido en una incapacidad estructural para generar empleos formales. Su comportamiento corresponde a tres ciclos del crecimiento económico que caracterizan la evolución del patrón neoliberal, que de acuerdo a Germán Sánchez Daza es la siguiente:
[…] en el primero, 1987-1995, se inicia la modernización de la planta productiva y la integración de la manufactura global, que será interrumpido por la crisis financiera y una desaceleración de la producción manufacturera, en el segundo, 1996-2001, se consolida y cobra auge la integración a los encadenamientos productivos globales –en especial en las ramas electrónica, vestido y automotriz-, que concluye con la caída de la demanda estadounidense […] y el tercero, 2002-2008, el actual ciclo económico que entrado rápidamente en su fase crítica y forma parte de la crisis general del patrón neoliberal.
En este sentido, el periodo ha estado marcado por una enorme volatilidad ocupacional, que corresponde a los ciclos de crecimiento del PIB antes señalados. De esta forma, Norma Samaniego señala:
Esta última tendencia en el empleo permanente se mantiene en la segunda parte del sexenio de Vicente Fox (ver Gráfica 1), de tal forma que la tasa de crecimiento para los seis años de gobierno apenas fue de 1.8%, en tanto que el desempleo fue aumentando de tal forma que su tasa promedio fue del 3.3%.
Acompañando este proceso se encuentra una fuerte precarización del empleo que da cuenta de su inestabilidad, así como del deterioro de las condiciones de trabajo y de su remuneración. Se observa a partir de 1990 un estancamiento en el número de personas integrantes de la PEA que se encuentran dentro de la protección en la seguridad social, cuyo promedio es de 35.4% entre ese año y el 2000 (ver Cuadro 4). En el 2006 la PEA representaba 42 millones de personas, de las cuales apenas el 36% tenía acceso a la seguridad social, es decir, el promedio histórico se mantiene durante el sexenio de Vicente Fox.
Estos datos además reflejan el crecimiento generalizado del empleo informal, que si bien es un concepto resbaladizo que se presta a interpretaciones muy distintas en cuanto a cobertura, causas e instrumentos de política para abordarlo, como ya lo hemos mencionado, nos permite acercarnos a una dimensión de los excedentes de población. En este sentido, se han perfeccionado los instrumentos para dimensionar este problema, y en consecuencia, se tiene una mayor facilidad para acceder a datos y cifras con los que antes era impensable contar.
Norma Samaniego, investigadora que ha seguido de cerca el fenómeno en los últimos años y ha colaborado con la OIT para su estudio en el país, define el trabajo informal como:
[…] una gran bolsa de individuos que en el sector no agropecuario conforman dos grandes grupos: uno al que me referiré como ‘empleo precario’ y otro integrado por ‘asalariados sin ninguna prestación’. El primero es un conjunto altamente heterogéneo, integrado por individuos cuya actividad se identifica con estrategias ocupacionales de supervivencia y la carencia o precariedad de local, y el segundo es el de los trabajadores asalariados, subordinados a un empleador, sin prestaciones ni protección social de ninguna especie, aun cuando la empresa cuente con local, generalmente en alguna microempresa, aunque en algunos casos puede tratarse de una unidad formal […].
Tomando como referencia esta definición concluye que: “Del total de la población ocupada en 1991 (30.5 millones de personas), aproximadamente un tercio (10.2 millones) eran ocupaciones informales no agropecuarias. Para 2003 la proporción se había elevado casi a 44% y sumaba ya 17.8 millones (de un total de 40.6 millones) superando a los ocupados en el sector formal […]”.
Este crecimiento constante del empleo informal que contrasta con la volatilidad del empleo formal, tiene como factor común la precarización. De esta forma, existe un importante crecimiento de los trabajadores por cuenta propia, ya que el autoempleado sustituye el trabajo asalariado mediante la intensificación de su propio esfuerzo laboral y la incorporación de trabajadores provenientes de su propia familia. De acuerdo a la ECUP 2006, los autoempleados representaron 23.1% de la población ocupada y los ocupados en micronegocios sin local representan el 21.8%.
Además existe una disminución del poder de compra de los trabajadores, ya que para 2006 la población ocupada que no percibe ingresos asciende a 8.6%; un salario mínimo o menos, 13.7%; de uno a dos salarios mínimos, 21.5%%; de dos a tres salarios mínimos, 22.3%; de tres a cinco salarios mínimos, 17.4% y más de cinco salarios mínimos, 11.1%. Se concluye de lo anterior que alrededor del 66% de la población ocupada no cuenta con los ingresos mínimos necesarios para garantizarse un nivel de vida óptimo.
Se ha registrado además un crecimiento generalizado de la pobreza. Durante la crisis de 1994-1995 la pobreza alimentaria pasó de 19 a 34 millones de personas. A partir de entonces se registra un descenso continuo de esta cifra, pero apenas hasta 2005 se registraron los mismos niveles absolutos de pobreza que se tenían en 1994.
Todos estos datos nos permiten confirmar que existe una tendencia a la consolidación del empleo informal y a una precarización del empleo bajo el patrón de crecimiento neoliberal, pero también que esta condición es parte estructural de la acumulación bajo el subdesarrollo, ya que bajo el patrón de crecimiento orientado al mercado interno esta tendencia se presenta aunque con menor fuerza, amén a las distintas formas de medición que encontramos en ambos periodos.
Ahora bien, hasta aquí nos hemos aproximado a cuantificar la dimensión del problema en uno de los sectores más dinámicos de la economía, refiriéndonos a la población trabajadora, asalariada o informal, que consiguió encontrar alguna ocupación remunerada o no en el entorno urbano, ¿pero qué ha ocurrido en el campo?
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