Aunque el término globalización fue utilizado por primera vez en 1983, año en que Théodore Lewit publicó un artículo titulado La globalización de los Mercados en la revista Harvard Business Review, fue hacia finales de la de los noventa el concepto obtuvo carta de naturalización en los estudios sobre el desarrollo y la democracia en la región. Fue utilizado desde su introducción en el pensamiento latinoamericano para analizar los procesos de integración mundial que se supone están ocurriendo en el mundo en cuanto a territorios, poblaciones, recursos, procesos y experiencias culturales, en su actual fase neoliberal.
Desde la teoría, se puso el acento en las bondades que supuestamente traerían consigo la apertura comercial y el libre mercado, como resultado de la introducción de las políticas económicas neoliberales, resumidas hoy en el Consenso de Washington . A partir de entonces, la globalización fue definida a partir de una serie de premisas que ponían el acento en los aspectos positivos de las importantes transformaciones que se estaban desarrollando en la sociedad capitalista contemporánea.
Entre otras cosas, se ha sostenido que es un fenómeno nuevo que comenzó a cobrar forma a mediados de la década de los setenta; que es un proceso homogéneo en términos de la intensidad y penetración de su desarrollo, en sus niveles históricos, en sus dimensiones comercial, productiva y financiera, y para los sujetos y actores involucrados en ella; que conduce a la homogenización de la economía mundial, superando a la larga las diferencias entre desarrollo y subdesarrollo, y entre países y regiones ricos y pobres; que era una llave del progreso y del bienestar, ya que del mismo modo que conduciría a cerrar brechas internacionales, promovería el ascenso de los grupos menos favorecidos a crecientes niveles de bienestar y calidad de vida; que favorecería la globalización de la democracia, en relación directa con la de la economía; y que llevaría a la desaparición progresiva del Estado, o al menos a una pérdida de importancia del mismo.
Estas ideas en torno a la globalización tuvieron una gran aceptación en todos los ámbitos de la vida social, y pronto fueron asimiladas y difundidas desde las ciencias sociales a prácticamente todos los países de la región. Una gran cantidad de trabajos empezaron a profundizar sobre esta visión sobre la globalización, siendo recibidos con singular entusiasmo por los centros hegemónicos del poder mundial.
El desarrollo en esta perspectiva, se relaciona con la integración económica, que en el caso de nuestros países no puede ser otra que con los Estados Unidos, al menos, como proyecto inmediato. Es decir, la idea es que en la medida que los países logren involucrarse en los circuitos comerciales mundiales y logren romper los obstáculos que en el interior de sus territorios se pudieran generar para ello, estarán en condiciones de incrementar su riqueza y con ello el bienestar social de sus poblaciones. En realidad, el neoliberalismo no es otra cosa que un complemento ideológico de la globalización, que en la actual fase del desarrollo capitalista, busca romper las últimas fronteras al libre juego de las fuerzas del mercado. Aunque este rompimiento, en todo caso, esté ocurriendo sólo en las fronteras de los países subdesarrollados.
Con el concepto globalización se cierra la pinza que abrió el paradigma del neoliberalismo y la democracia procedimental en las dos décadas pasadas, el cual ya tiene larga data en el desarrollo del pensamiento latinoamericano. Se refuerzan sus postulados, dotándolos ahora de un contenido universalista y de un sentido triunfante, particularmente después de la caída del socialismo realmente existente y la emergencia de Estados Unidos como potencia hegemónica militar. A principios de los noventa se hablaba del fin de la historia , ahora la historia parece haber recobrado su ímpetu gracias a la globalización.
En este contexto, la democracia procedimental en su concepción mínima, como sinónimo de elecciones, termina por echar raíces. Actualmente se identifica con la promoción de determinados actores políticos para consolidar la economía de mercado en su versión neoliberal, en su etapa actual de “integración” económica. Lo democrático va en relación con determinadas garantías institucionales a la libre expansión del capital y a la institucionalización de los ajustes macroeconómicos, mucho más que con un conjunto de derechos y garantías individuales y sociales. Es por ello que a partir de finales de la década de los noventa se puede hablar en las formaciones sociales latinoamericanas, de una tendencia a la baja en términos de participación ciudadana.
Esto ha traído como consecuencia un desprestigio de los regímenes democráticos en América Latina. De acuerdo al Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo existe una crisis de confianza en los sistemas democráticos, que no han logrado satisfacer las aspiraciones de los latinoamericanos, particularmente las de carácter material. El crecimiento económico insuficiente, las profundas desigualdades y los sistemas jurídicos y servicios sociales ineficientes han provocado el malestar popular y socavado la confianza en la democracia electoral.
El informe indica que el 54,7 por ciento de los latinoamericanos declaraba que prefería un “régimen autoritario” a uno democrático, si el primero le “resolvía” sus problemas económicos. En una proporción de 56,3 por ciento consideran que “el desarrollo económico es más importante que la democracia”, frente a 48,1 por ciento que opina lo contrario.
La visión desencantada sobre el sistema político se expresó igualmente en que 58,1 por ciento de los encuestados estimó legítimo que sus presidentes "vayan más allá de las leyes”. Ante otra pregunta, 43,9 por ciento se mostró escéptico de que “la democracia solucione los problemas del país”, contra 35,8 por ciento que sí confía en los sistemas representativos.
El informe deja constancia también de la desconfianza de los latinoamericanos hacia las instituciones del Estado, ya que 40 por ciento de la población considera que “puede haber democracia sin partidos”, posibilidad que niega solo 34,2 por ciento. Los que estiman que “puede haber democracia sin un Congreso (legislativo) nacional” ascienden a 38,2 por ciento, mientras 32,2 sostiene lo contrario.
Finalmente, otro dato significativo: 79,7 por ciento de los encuestados consideró que son los grupos económicos empresariales y financieros los que ejercen el poder en sus países y 65,2 por ciento atribuyó también poder a los medios de comunicación.
En este escenario, no podemos dejar de señalar que desde el pensamiento crítico hubo una respuesta a estos pronunciamientos, y se pusieron en evidencia muchos aspectos que esta concepción del desarrollo y la democracia desde el concepto de globalización ocultaba. Tal vez Carlos Vilas es quien ha resumido mejor las críticas a estas ideas: a) La globalización dista mucho de ser un fenómeno reciente y que en todo caso ha estado determinado de manera sustancial por el desarrollo del capitalismo desde sus orígenes; b) No es un proceso homogéneo, ni en términos de su penetración en los mercados internacionales, ni de su desarrollo en sus diferentes periodos históricos y dimensiones comercial, productiva y financiera, y que actúa de manera desigual para los diferentes actores y sujetos involucrados en ella; c) Conduce a diferenciaciones crecientes entre regiones del mundo con desiguales niveles de desarrollo en el plano económico, político, social y cultural que tienden a profundizarse en la medida que gana terreno; d) Que se ahondan las diferencias entre los segmentos de la población que logran insertarse en los ámbitos dinámicos de la economía, que son cada vez menos, y los que resultan excluidos, que son cada vez más; que la única democracia posible se limita al ámbito de las elecciones y cada vez se identifica menos con derechos y garantías individuales y sociales; e) Se mantiene la intervención del Estado, sólo cambian sus modalidades, alcances y estilos de articulación con el mercado para consolidar la reestructuración de las economías locales, su mayor apertura externa y una integración más amplia a las corrientes trasnacionales de capital.
Esta respuesta empieza a tener eco, no sólo a nivel teórico sino a nivel práctico, justamente ahora que la consolidación del paradigma: desarrollo = neoliberalismo / democracia = democracia procedimental, parecía consolidarse con la llamada globalización. El resultado es que la visión teleológica de la globalización que especula sobre la integración del mundo en un sólo ente global, a partir de la integración de los mercados y la consolidación mundial de un modelo universal para el desarrollo y la democracia, han sido refutadas por la realidad misma, y han tenido como contraparte la emergencia de procesos que buscan descubrir nuevas rutas para alcanzar el desarrollo y la democracia, como Venezuela, Bolivia y Ecuador.
Por otra parte, ha propiciado una respuesta social organizada que cuestiona el neoliberalismo y la democracia mínima como paradigmas irrefutables de la realidad latinoamericana. Tal es el caso del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en México, el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil o lo piqueteros en Argentina, sólo por mencionar algunos, que están apostado a una vía alterna a la marcada por la institucionalidad impuesta por este paradigma interpretativo, con el objetivo de construir mejores condiciones económicas, políticas, sociales y culturales para las mayorías.
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