Tratando de explicar las condiciones que han hecho posible la existencia de un Estado democrático y social en los países desarrollados en el mundo y los problemas para la plena vigencia de éste en los países subdesarrollados, y en polémica con las teorías “funcionalistas” del Estado en el marxismo; Adam Przeworski afirma que los resultados de los conflictos entre clases sociales determinan las políticas llevadas a cabo por el estado, y con ello ubica el peso de la explicación sobre la dominación en el capitalismo, en el conflicto mismo. La interrogante que mueve el análisis de Przeworski es conocer las circunstancias en las que puede existir un compromiso entre clases antagónicas y las características del Estado que resultarían de tales compromisos si es que éstos se generaran.
De acuerdo a este autor, las posibilidades de que un compromiso de tal tipo se genere dependen esencialmente de dos factores: a) que ese compromiso se base sobre la expectativa de un aumento salarial futuro para los trabajadores como consecuencia de ganancias presentes; y b) que se base en la expectativa de que los capitalistas ahorrarán e invertirán una parte de las ganancias suficiente para posibilitar la mejoraría de las condiciones obreras. De igual forma, las condiciones que deben existir para que esos factores se conjuguen, se relacionan con el grado de certidumbre de cada clase en relación a las garantías de que un compromiso se respete una vez pactado, y en el estado de la economía, particularmente en la eficiencia media de la inversión.
Przeworski advierte que la magnitud del riesgo que enfrenta cada clase depende de:
1) La medida en que los miembros de cada clase estén organizados como clase (“monopolio bilateral”), esto es, la medida en que alguna organización tenga el monopolio de la representación de intereses de clase y una capacidad efectiva de forzar a la masa de la clase a adherir a los términos del compromiso. […]
2) La institucionalización de las relaciones entre capital y trabajo y su imposición por parte del estado. Nuevamente, el problema reside en si el estado será capaz y tendrá la voluntad suficiente para coaccionar a ambas partes, previniendo desviaciones de los términos del compromiso. […]
3) El riesgo inherente a la inversión. Depende de la incertidumbre como consecuencia de las fluctuaciones del mercado, a la competencia doméstica e internacional, al cambio tecnológico y a otros factores económicos. […]
En este sentido, el autor concluye que el compromiso entre clases sociales antagónicas es posible siempre y cuando esté provisto de una relativa certidumbre, cuando la eficiencia de la inversión es alta, y cuando ambas clases tienen razones para temer un conflicto abierto. Una situación contraria llevaría a la inexistencia del compromiso entre clases.
El papel del Estado en una condición de compromiso de clase es la de interventor en la economía, cuyo objeto será generar las condiciones para que los capitalistas individuales tomen las decisiones “correctas” requeridas por el compromiso de clases en relación a la inversión de la ganancia. Pero también implica una forma democrática de relaciones políticas, una relación específica entre el Estado y la sociedad, y un tipo particular de instituciones y relaciones entre ellas. En este sentido, se afirma:
El estado debe garantizar coactivamente la obediencia de ambas clases a los términos del compromiso y proteger a aquellos segmentos de cada clase que entran en un compromiso de comportamiento no cooperativo de sus propios compañeros de clase. El estado debe inducir a los capitalistas individuales a tomar las decisiones que el compromiso de clase requiere. Finalmente, puesto que el estado del compromiso de clase es democrático debe proveer a que la coalición de clases que integra el compromiso pueda ganar el apoyo popular en las elecciones, lo que implica tomar en cuenta los intereses de los que han sido excluidos de esa colación específica.
El gran mérito de este análisis es que invita a buscar en las relaciones sociales de producción y el conflicto entre clases sociales que genera, la conformación de los Estados nacionales modernos. Sin embargo, sus reflexiones terminan llevando a entender al Estado como un árbitro en los conflictos entre clases sociales, y más aún, a explicar dicho conflicto como una suerte de estadio donde las contradicciones entre clases sociales, gracias a la existencia de condiciones para la generación de compromisos entre ellas, podría llevar a una especie de “paz perpetua”. Esta definición no se aleja en nada de las teorías contractualistas del Estado, que desde el pensamiento crítico hace mucho han sido superadas.
El problema reside en que Przeworski entiende al Estado como una simple proyección de la correlación de fuerzas entre las clases sociales, que termina además sustrayéndose de ésta para convertirse en el gran juez y ejecutor de los acuerdos y desacuerdos, con lo que lo despoja de su esencia clasista. Como ya hemos visto en otra parte de este trabajo, el Estado en última instancia es la organización política de la burguesía, y lo es porque ésta lo necesita para ejercer su dominación sobre las demás clases sociales. Esta condición de la organización estatal resulta de la explotación capitalista en el proceso productivo, que deviene precisamente en un conflicto irresoluble entre clases sociales antagónicas, colocadas en distinta posición con respecto a los medios de producción. La función principal del Estado entonces es garantizar la reproducción de determinadas relaciones sociales que hacen posible la explotación y con ello el funcionamiento del sistema capitalista. En este sentido, la sola existencia del Estado nos habla precisamente de la imposibilidad de que el capitalismo pueda sobrevivir sobre la base de un compromiso entre clases sociales, porque el conflicto entre éstas sólo puede ser resuelto superando el modo de producción vigente; y este aspecto irresoluble del conflicto entre clases es el que Przeworski se empeña en omitir. Por ello elude cualquier mención al tema del desarrollo de las fuerzas productivas como determinante en la configuración de las relaciones sociales de producción, y como pulso de la lucha de clases.
Ahora bien, no son las clases sociales las que acuerdan y pactan entre ellas, es el Estado quien puede generar compromisos entre determinadas facciones capitalistas, y entre éstas y los trabajadores, y tener la facultad de sancionarlos, pero en su calidad de organización política de la clase dominante. No como “árbitro y garante” de un acuerdo entre “iguales”, sino como ejecutor de políticas que atienden a los intereses de esa clase social en determinadas condiciones históricas, que además son resultado de estrategias dentro una lucha desigual que puede favorecer a determinados agentes sociales. Al respecto, se debe señalar que: a) estas luchas son asimétricas; b) como enfrentan fuerzas desniveladas el factor decisivo es la preparación estratégica; c) la confrontación de recursos entre clases sociales es lo que define la correlación de fuerzas entre ellas; y d) esta correlación de fuerzas se desarrolla en momentos específicos de una formación social y se muestra en la forma de conflicto entre protagonistas dotados de un determinado potencial.
Por otra parte, Przeworski destaca que las experiencias de los Estados de Bienestar que se generaron en los países desarrollados en el periodo de posguerra se han asemejado en gran medida a su modelo, pero en los países subdesarrollados las posibilidades de su vigencia han estado menguadas por las características de su estructura económica.
Advierte que esta estructura se caracteriza por un sector exportador y un sector de mercado interno cuya acumulación exige un crecimiento de la producción para el mercado, y existe un sistema autosuficiente de producción de alimentos que impone un límite a la expansión de las actividades de sustitución de importaciones. Como los productos que se sustituyen son bienes durables, y existe una persistencia de la agricultura no comercial, la demanda de esos bienes entre la población es muy baja, lo que explicaría la estrechez del mercado interno y la falta de inversión extraordinaria para llevar a cabo la sustitución de bienes de capital, misma que no puede financiarse a partir de las ganancias del proceso de sustitución. A ello añade el hecho de que las industrias de sustitución se hayan internacionalizado (bien podría decir extranjerizado) debilitando la integración de la economía; y también el que las actividades de exportación se desarrollen de manera independiente de otros sectores, particularmente cuando son intensivas de capital.
Esta estructura económica provoca serias limitantes en la constitución de compromisos de clase. Entre ellos destaca en primer término la tendencia de los salarios a ser más bajos en los sectores exportadores integrados al mercado internacional, lo que genera serias dificultades para establecer consensos entre la clase trabajadora y negociar una tasa salarial homogénea con el capital organizándose como clase. La única forma posible de llegar a un compromiso en estas condiciones es que los sectores exportadores altamente productivos carguen los costos que implicaría la organización de los trabajadores, pero el capital exportador, al ser internacional, puede amenazar con no reinvertir su ganancia. Por lo tanto, el capital local es el que se queda con la responsabilidad de lidiar con el consenso de los trabajadores, por lo que se ven en la disyuntiva de aliarse con los trabajadores o con el capital internacional y los sectores ligados es éste.
De acuerdo a Przeworski, los compromisos de clase no son posibles cuando los trabajadores son económicamente más militantes en relación a la tasa de inversión, los flujos internacionales de ganancias y a la eficiencia de la inversión. Pero apunta que tal compromiso es posible cuando no son económicamente militantes y en esta circunstancia una “alianza nacionalista” puede unirlos contra el capital foráneo y con los obreros empleados en el sector de alta productividad. Tal sería el caso de las experiencias de los estados populistas en la región.
En relación a la burguesía, este autor señala que su “[…] organización como clase y la organización de un estado autónomo con respecto a los intereses particulares de los capitales sectoriales se ven así obstaculizadas por las inserciones independientes en un sistema económico internacional”.
El autor atribuye con todo esto una debilidad estructural de los Estados en América Latina, y no puede ocurrir de otra forma si la expresión de éstos es resultado de una “falta de compromiso” de las clases sociales en pugna. Al respecto debemos señalar que es cuestionable la idea de un Estado débil en América Latina, la experiencia histórica nos demuestra lo contrario, y en todo caso éste no es más que el resultado de la morfología de la clase dominante en la región.
A pesar de ello Przeworski tiene el mérito de encontrar en los vínculos entre el capital local y el internacional un elemento de primer orden en la conformación del Estado nación en el subcontinente, además de ubicar en el seno de la estructura económica las razones de dicha conformación. Sin embargo, su análisis se centra más en la esfera de la circulación que en el de la producción, que es la que define a final de cuentas el tipo de relaciones sociales a que ha dado lugar el capitalismo subdesarrollado en la región.
El principal elemento diferenciador de nuestra estructura económica es la ausencia de generación de trabajo general que es importado para la producción en nuestros países, y como la acumulación descansa en este progreso, esto genera las distorsiones económicas que ya hemos venido comentando y que de alguna forma reseña Przeworski. Pero es esta dependencia del progreso ajeno lo que configura el entramado de intereses entre la burguesía local y el capital extranjero, y es por eso que las estrategias estatales se abocan a garantizar la acumulación en el subdesarrollo. No es que las formaciones estatales sean “débiles” en nuestra región, ni mucho menos que sean producto de compromisos de clase débiles o inexistentes, sino que son resultado de una organización política de clase orientada a garantizar la existencia de determinadas condiciones ahí donde la relación capital-trabajo no se ha desarrollado.
Por otra parte, la tendencia endógena de nuestras formaciones sociales a la presencia por periodos históricos prologados del conflicto social, es un resultado natural de la existencia de una sobrepoblación ampliada que mantiene los salarios y los empleos por debajo del mínimo óptimo para la reproducción de los trabajadores, y esta condición de la lucha de clases en el subdesarrollo es la que dificulta la viabilidad de lo que Przeworski entiende como compromisos de clase.
En realidad la tendencia al descontento social que parece privar en las formaciones sociales latinoamericanas, es lo que ha determinado la presencia durante periodos prolongados de salidas autoritarias a los movimientos de ascenso de las luchas sociales. De entre las formas como la burguesía ejerce su dominación, la concesión está acotada por las posibilidades de su Estado para responder a las demandas sociales, y por ello, la represión resulta ser tan consistente como el descontento.
El Estado, no sólo está en posibilidades de obstruir sino de revertir logros sociales ulteriores de las luchas populares, pero también de generar los consensos necesarios como resultado de una determinada correlación de fuerzas entre clases sociales. La intermitencia entre autoritarismo y democracia es una consecuencia necesaria de la persistencia del descontento, así como del ascenso y reflujo de las luchas sociales por la mejora en las condiciones de vida de los trabajadores.
A continuación nos abocaremos a caracterizar cómo ha transcurrido históricamente esa correlación de fuerzas dentro del subdesarrollo para el caso mexicano, así como el tipo de Estado y de régimen a que ha dado lugar después de la Revolución Mexicana. Encontramos tres momentos en este proceso: a) La formación del Estado populista y la constitución del régimen presidencialista mexicano; b) La reformulación de la alianza populista, la vigencia del Estado desarrollista y la consolidación del presidencialismo; y c) la ruptura del pacto social, la constitución del Estado Neoliberal y la truncada transición a la democracia.
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