En este capítulo analizamos cuáles son los rasgos generales del Estado capitalista y la forma en que la democracia liberal se constituye históricamente como una eficaz forma de dominación en los países desarrollados. Contrastamos las tendencias y la dinámica del conflicto social que determina la generación de consensos sociales en aquellas naciones, y la vigencia que aquí adquiere el ejercicio de los derechos políticos, económicos y sociales por parte de la ciudadanía.
Contrastamos estos rasgos generales de la democracia en el subdesarrollo y encontramos que los excedentes de población se constituyen en un obstáculo de primer orden en la construcción de consensos sociales, ya que generan una dinámica en el conflicto social que deriva en una lucha permanente por el salario, el empleo y mejores condiciones de vida tanto de la población en activo, como de la población excluida. En estas condiciones el ejercicio de la ciudadanía se vuelve precario y es amenazado permanentemente por las tendencias hacia el autoritarismo en el ejercicio del poder político.
En el caso mexicano, la enorme capacidad de nuestra estructura socioeconómica para producir excedentes de población representa en los hechos una atrofia estructural en su mercado laboral, y como hemos visto, ésta se caracteriza principalmente por una incapacidad endógena de la acumulación para absorber fuerza de trabajo y una creciente disposición de fuerza laboral “sobrante”, que ha repercutido en un desarrollo muy bajo del capitalismo en la agricultura y una explotación intensificada de la fuerza laboral.
Lo que intentamos aquí es comprender las características que adopta la dominación, precisamente como resultado de la existencia de este tipo de relaciones sociales. En esta dimensión, buscamos capturar los rasgos generales de las relaciones de poder que se han generado en una sociedad como la nuestra, dividida en clases sociales bajo el subdesarrollo.
Es indispensable entonces capturar las tendencias más importantes en las que se desenvuelve el conflicto entre clases para caracterizar el tipo de Estado y de régimen a que ha dado lugar el subdesarrollo en nuestro país, así como sus tendencias históricas generales en las que se ha desenvuelto.
Finalmente, son analizadas las particularidades del proceso mediante el cual en nuestro país estas tendencias constituyen desde 1934 un régimen político caracterizado por la centralización del poder político en la institución presidencial, ejercido de manera autoritaria, gracias al control corporativo del Estado sobre las organizaciones de trabajadores, que coincide con una particular gestión estatal del subdesarrollo y la vigencia del patrón de crecimiento económico orientado al mercado interno. Con el agotamiento de este patrón de crecimiento, el régimen entra en un proceso de transformaciones que apuntan hacia su democratización, misma que pocos años después es abortada, de tal forma que actualmente conviven formas autoritarias en el ejercicio del poder político con una democracia que se circunscribe al ámbito procedimental.
La principal aportación del marxismo a la comprensión del Estado ha sido revelar su carácter de clase, misma que logró echar por la borda aquellas interpretaciones desde la teoría política liberal que lo pretendían hacer ver como un ente que actuaba por encima de los conflictos sociales. Marx encontró en la explotación el secreto oculto que explicaba la dominación, y precisamente por ello se abocó a construir una teoría sobre la explotación tan compleja y precisa que incluso hizo palidecer sus aportaciones a la comprensión de la política, pero al contrario de lo que opinan algunos de sus detractores, logró construir cimientos sólidos para la elaboración de una teoría del Estado que a su muerte ha tenido un considerable desarrollo por varios de sus seguidores.
Comenzaremos por afirmar que el Estado es la organización del poder político, entendiendo por éste una relación de dominio entre clases sociales, cuyo objetivo es mantener la explotación de una de ellas sobre la otra a partir del control de los medios de explotación, y que busca legitimarse para penetrar en el tejido social por la vía del consenso, aunque no sólo por esta vía. En cualquier caso el poder siempre se asentará en la fuerza y las instituciones destinadas a ejercerla.
De tal forma que podemos sostener que la función principal del Estado capitalista es la dominación de la burguesía por el proletariado, pero no es la única, varias funciones confluyen en ella complementándola y son de diferente tipo: económicas, políticas, ideológicas, culturales y jurídicas. A partir del cumplimiento de estas funciones el Estado produce la dominación renovándola constantemente, y el objetivo es hacer aceptable la sociedad capitalista para la mayoría, siempre y cuando los intereses de la clase dominante en su conjunto no sean afectados.
En realidad el Estado reestructura las desigualdades que se generan en la explotación dentro del proceso productivo sin proponerse solucionarlas, lo que contribuye a que el conflicto social siempre esté presente aunque sea en forma latente. Por eso el Estado permanentemente renueva las condiciones generales de dominación adecuándolas a las necesidades de explotación, a través de políticas públicas o reformas legislativas, cuyo único objetivo es desactivar posibles polos de resistencia, sin descartar como último recurso la violencia física monopolizada aunque sea como mera amenaza.
En este sentido, Nicos Poulantzas señala que “La violencia física monopolizada por el Estado sustenta permanentemente las técnicas de poder y los mecanismos del consentimiento, está inscrita en la trama de los dispositivos disciplinarios e ideológicos, y modela la materialidad del cuerpo social sobre el cual actúa la dominación, incluso cuando esa violencia no se ejerce directamente.” (Subrayado por el autor en el original).
Pero la dominación no aparece de manera explícita ante los dominados, se oculta. En el nivel político se puede dar esto porque ya antes se ha ocultado la dominación en el propio proceso productivo, en la explotación que se da a través de la relación salarial, que la hace aparecer como justa tanto al trabajador como al capitalista. Porque el contrato salarial presupone la libertad y la igualdad jurídicas de las partes involucradas, lo que implica la ausencia de cualquier tipo de subordinación social que obstruya la compra de la fuerza de trabajo como mercancía en el mercado. Por eso Stanley Moore afirma: “[…] la libertad y la igualdad formales de la democracia burguesa reflejan, en el nivel de las instituciones políticas, la libertad y la igualdad formales del intercambio de mercancías.” .
En este sentido, la legitimidad se hace posible en la sociedad capitalista porque la dominación ha sido ocultada, por lo tanto, la clase dominante, al no usar la violencia directa en el proceso productivo puede ocultar el ejercicio del poder ante el conjunto social, por medio del sortilegio de la Ley, y es a partir de ahí que se construyó todo el edificio de las teorías burguesas de la democracia liberal en relación a la legitimidad, como su justificación.
Los mecanismos por los cuales los gobiernos burgueses son legítimos deben ser reconocidos por la sociedad. La dominación del orden burgués debe ocultarse, para que sea colectivamente aceptada. En la legitimidad no se da un consenso absoluto, pero sí suficiente para que la mayoría acepte la dominación de un gobierno. La legitimidad es un proceso de lucha de clases, de juego de fuerzas. Existe consenso mientras no haya oposición que lo cambie a través de acciones concretas. En tal sentido, la legitimidad es la expresión de la obediencia de los gobernados, es el complemento de la trinidad poder-dominio-fuerza.
Esta situación es la que ha llevado a que la legitimidad se desplace a la legalidad, y ello ha sido posible gracias a que es precisamente la desigualdad la que hace del Estado de Derecho una fuente de legitimidad dentro de la sociedad burguesa, ya que es una construcción ideológica que hace ver al Estado y su orden jurídico como la proyección de la igualdad y la libertad formales de todos los miembros de la sociedad capitalista, cuando en realidad lo que legaliza es la explotación.
La dominación se desarrolla a través de un conjunto de procesos económicos, políticos e ideológicos que Göran Therborn ha denominado mecanismos de reproducción . Estos funcionan a partir de sanciones puestas en práctica una vez que cualquiera de dichos procesos se desvía del curso previsto. El autor señala que “En las sociedades de clases funcionan dentro y a través de la lucha de clases. Recíprocamente, dentro y a través de estos mecanismos de reproducción se decide la lucha de clases y se ejerce y mantiene la dominación de la clase dominante. Estos mecanismos reciben los nombres de coacción económica, violencia y excomunión ideológica.” (Subrayado en el original).
La coacción económica actúa a muchos niveles, “mediante la posibilidad o la realidad de la ruina, la bancarrota, los desajustes, el paro, la pobreza o la pura hambre” , en la medida que el desarrollo de las fuerzas productivas vuelven inviables ciertas relaciones sociales de producción.
De igual forma, el uso o amenaza de violencia puede darse en niveles diferentes, que van desde “el apaleamiento de los piquetes de huelga y de los organizadores sindicales hasta la invasión militar extranjera, y desde el encarcelamiento de los agitadores hasta los campos de exterminio y el terrorismo de las bombas” .
Con la excomunión ideológica se veda todo modo normal, sensato e inteligible de comunicación a las personas relegándoseles a la locura o la “depravación satánica”. Este mecanismo se torna eficaz en la medida que permite que ciertas ideas afines al sistema prevalezcan sobre otras no favorables, y ello obliga a las personas a aceptar “lo que existe, lo que es posible y lo que es justo, tal y como lo define el modo dominante de discurso.”
Dentro del modo de producción capitalista, estos mecanismos operan para crear las condiciones para la explotación y dominación burguesas, y funcionan como una verdadera espada de Damocles sobre los dominados.
No obstante lo anterior, las presiones generadas por la explotación capitalista impactan con fuerza sobre los intereses de los dominados y esos sectores no tardan ni dudan en organizarse motivados por su descontento. Es en este punto que los mecanismos de producción del sistema capitalista se activan, pero para ello lo hacen en distintos niveles de intensidad en una escala marcada en su mínimo por el consenso y en su máximo por la represión. En todo caso en condiciones de normalidad el Estado optará por el consenso, a través de la instrumentación de políticas sociales y reformas legislativas en beneficio de los dominados, con las únicas limitantes que se derivan de las necesidades de la acumulación capitalista.
Es por eso que la mejor forma que adopta el Estado capitalista para la dominación burguesa es la república democrática, ya que aquí la dominación corre de la mano de la legitimidad popular a través del sufragio por la vía del consenso. De ahí la necesidad de abordar sus características y las condiciones sociales mínimas para su funcionamiento, objeto del próximo apartado.
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