A partir de la década de los ochenta el pensamiento latinoamericano pasa, de haberse ocupado del estudio de la estructura económica-social, la crisis, y -en el caso de la teoría de la dependencia- el conflicto de clases; a la democratización, la ciudadanía y los movimientos sociales. Lo anterior, en buena medida, como reflejo del giro que se da también en el pensamiento ortodoxo de las ciencias sociales estadounidenses, en el que empiezan a cobrar un especial interés los problemas de la democracia en los países de la región.
La preocupación por el estudio de la democracia irrumpió como consecuencia del impacto que tuvieron en los estudios sobre la región las dictaduras impuestas a partir de los setentas. Pero hay una irrupción paralela que vino a transformar radicalmente la estructura económico-social de Latinoamérica: el neoliberalismo.
Entonces el interés explicativo se centra en dos puntos: a) conceptualizar el carácter de las dictaduras (burocrático autoritarias, o simplemente fascistas, militares, etc.), para poder dar respuesta al problema de la concreción del frente antidictatorial ; y b) Comenzar un debate que ubicó a la democracia como proyecto político, con lo que se trató de construir una teoría de la democracia. Sin embargo, el sentido, la orientación y el contenido que tendría la nueva democracia fue postergado, en el mejor de los casos, cuando no, dejado en el olvido.
Si durante toda una época la pregunta que se planteó el pensamiento latinoamericano fue cómo salir del subdesarrollo, el debate que se impuso en los ochentas giró en torno a cómo salir de las dictaduras. En este sentido, los esfuerzos se dirigieron a recuperar, cuando no construir por vez primera una forma de gobierno que garantizara los derechos humanos, particularmente, los políticos e individuales. Los problemas del desarrollo se subordinan ahora al problema de la democracia.
Es en este contexto, que repercute en América Latina lo que Samuel Huntington llamó “la tercera ola de la democratización mundial” . Si en un principio el desarrollo económico se asoció con instituciones autoritarias, en mayor o en menor grado, para después ceder el paso sólo al autoritarismo promotor de las vías de ajuste neoliberal, hacia los años ochenta la asociación entre liberalización política y ajuste neoliberal parecía firmemente dominar no sólo las agendas políticas, sino también las académicas.
En las décadas de los ochentas y noventas tuvo un importante auge el estudio de las transiciones latinoamericanas, que tuvieron como objeto explicar la forma en que finalizan los regímenes autoritarios y la modalidad que asume la instauración de los regímenes democráticos.
Las características que adoptó este cuerpo teórico son las siguientes : a) La construcción de periodizaciones que a llevan a definir dónde comienza la transición y dónde termina ésta, y dónde comienza la consolidación democrática; b) Busca también la creación de tipologías que permitan entender los diferentes modos que adoptan las transiciones; c) Definen como objeto empírico la conducta, el accionar y las estrategias seguidas por los actores políticos y las elites más relevantes, con lo que el análisis termina ciñéndose a un conductismo a ultranza, que en el mejor de los casos deriva en el análisis comparativo institucional de los regímenes, con lo que se dejan de lado otros elementos como las condiciones económico-sociales en las que se desenvuelven dichos procesos; y d) La democracia es definida, casi de manera exclusiva, como el resultado de las habilidades, tomas de decisiones y estrategias racionales desplegadas por los grupos dirigentes y los actores políticos más relevantes, por lo que no puede ser más que una democracia mínima.
Pero la nueva identidad que define la agenda de la transición democrática, es la difusión del neoliberalismo en los países de la región, como nuevo paradigma interpretativo de su realidad económica y social, el cual podemos resumir en los siguientes puntos:
Este recetario sin embargo -en esta su versión más radical- fue establecido para su implementación en los países subdesarrollados. Detrás de esta estrategia se encuentra la intención de los Estados Unidos de aprovechar el señorío de su moneda, para respaldar una estrategia tendiente a mandar a sus empresas a producir en el extranjero y comprar productos baratos. Sin embargo, la fortaleza del dólar se sostiene básicamente gracias a que es la principal forma de reservas en los países del mundo, desde que el gobierno norteamericano decidió unilateralmente acabar con los tratados de Bretton Woods y establecer el patrón dólar.
Por otra parte, el punto de encuentro entre la transitología y el neoliberalismo, se establece cuando la primera definió dos momentos clave a partir de los cuales se podían definir todos los procesos democratizadores: la liberalización, en un primer momento, y la consolidación democrática, después.
Según Adam Przewoski , en la primera etapa, los renovadores tendrían que lidiar simultáneamente con las oposiciones ideológicas de izquierda y derecha a fin de propiciar un proceso de aprendizaje sobre las nuevas reglas del juego democrático transicional. En esta etapa se tendría que aceptar que los sectores populares deberían renunciar a ventajas económicas o a expectativas de ventajas económicas de un crecimiento económico, a cambio de la consolidación del régimen democrático.
En la segunda etapa, la consolidación, se establecerían las normas de competencia electoral regularizadas y la capacidad de concertación entre partidos y actores políticos. Según Philippe Schmitter:
[…] la consolidación podría definirse como un proceso en el que se transforman los acuerdos accidentales, las normas prudenciales y las soluciones fortuitas que han surgido durante la transición, con el objeto de lograr relaciones de cooperación y competitividad que han demostrado ser más confiables, que se practican con regularidad y son aceptadas voluntariamente por individuos o colectividades, es decir, por los políticos y ciudadanos que participan en un gobierno ciudadano. .
Llama poderosamente la atención que en la conceptualización de estos procesos, se haga explícito que son las elites las que deciden el control de la política, el régimen y el Estado, y no se tome en cuenta la participación de las masas en dichos procesos, al menos, no en un papel protagónico. Incluso se suplanta la categoría pueblo por la del ciudadano individual, en un esfuerzo por separar el conjunto de solidaridades que definen los lazos identitarios del individuo en relación a sus semejantes. De ahí la ausencia, dentro de la mayoría de estos esquemas, de alguna proposición para el establecimiento de un nuevo pacto social, que pudiera sustituir aquél generado durante la etapa de los gobiernos desarrollistas. Aquí la separación entre la “esfera política” de la democracia y las esferas económica y social, definitivamente se concreta. La democracia que se impulsa se vuelve mínima, carente de contenido, al menos para las grandes mayorías de ciudadanos que son simples espectadores de un juego de ajedrez, donde de antemano están excluidos.
Como señala Marcos Roitman:
Así, la democracia podría expresar libremente y sin ataduras de ningún tipo una realidad posible de alcanzar en tanto que su referente estructural, la explotación económica, es ocultado y se pone en su lugar una relación más concreta y práctica como la concertación, el pacto [entre elites] y la gobernabilidad. Noción, esta última, que permitiría expresar la democracia no en términos de contenido político, social y económico (propios de una propuesta de tipo de Estado y forma de gobierno), sino vinculada a un fin común: la estabilidad y perdurabilidad de los gobiernos, claro está, al margen de sus políticas concretas […].
Neoliberalismo y transitología son dos caras de una misma moneda en un contexto de ajuste estructural, su separación se hizo con fines legitimadores de la construcción de un nuevo modelo de crecimiento para la región, basado en las exportaciones y no en el mercado interno. El cambio político que impulsa este modelo explicativo de la transición -no el único pero sí el más difundido- no permite cuestionar los graves problemas de exclusión social, económica, política y cultural, que el neoliberalismo impone a las grandes mayorías. Pero lo más importante es que esta tendencia define una agenda para el desarrollo que será impuesta por los países centrales a los países subdesarrollados, conjurando con ello cualquier esfuerzo de tipo nacional por emprender una ruta propia para salir del atraso.
Es así como se impone lo que se ha dado en llamar la democracia mínima o procedimental, que no es más que una forma de referirse a la democracia liberal con las particularidades que adopta en el neoliberalismo. Los principales exponentes de esta concepción y que han tenido una influencia innegable en el desarrollo de la teoría democrática en la región, sin duda han sido Norberto Bobbio y Robert Dahl. Para Bobbio , la democracia, a diferencia de toda forma de gobierno autocrático, “es caracterizada por un conjunto de reglas (primas fundamentales) que establecen quién está autorizado para tomar las decisiones colectivas y bajo qué procedimientos”. las democracias existen para satisfacer un mínimo procedimental, que es necesario a tal grado que se garanticen los siguientes elementos o “ingredientes”: la participación política del mayor número de gente interesada en hacer actos de presencia en la vida política; la regla de la mayoría, es decir, tomar como el criterio central para las decisiones políticas, la opinión de las mayorías; derechos de comunicación usuales, con esto se logra la selección entre diferentes elites y programas políticos; y la protección permanente de la esfera pública.
La expresión más radical de esta concepción la encontramos en la obra de Robert Dahl al introducir la noción de poliarquía. De acuerdo a Dahl más que hablar de democracia, en el sentido genérico, o tal como se conoció en las ciudades-estados griegas, las sociedades modernas han tendido a generar formas de poliarquía o regímenes poliárquicos. Estos sistemas funcionan a partir de la competencia entre las elites, tal como muchas veces se concibe al momento de identificar y definir los actuales sistemas democráticos. Sin embargo, ello no siempre es posible. Para que exista dicha competencia, o para que exista realmente poliarquía es necesario previamente la presencia de siete importantes instituciones: funcionarios electos, elecciones libres imparciales, sufragio inclusivo, derecho a ocupar cargos públicos, libertad de expresión, variedad de fuentes de información y autonomía asociativa.
Según Samuel Huntington, a mediados del siglo XX el debate en torno a la conceptualización de la democracia nacen tres tipos de significados: a) en términos de fuentes de autoridad para el gobierno; b) propósitos perseguidos por éste; y c) procedimientos para constituirlo. Sin embargo, sostendrá que aparecen serios problemas de ambigüedad e imprecisión cuando se define la democracia a partir de los significados a y b, ya que las personas en otros sistemas de gobierno se convierten en líderes por razones de nacimiento, violencia, alianza, aprendizaje, etc. con los que la especificidad de la democracia no puede ser aprehendida a cabalidad a partir de estas premisas. Es por eso que apuesta a definir la democracia a partir de su procedimiento principal, que no es otro que la selección de líderes a través de elecciones competitivas por parte de las personas gobernadas por ellos.
La genealogía shumpeteriana de esta proposición, es reconocida por el propio Huntington, incluso retoma de este autor el concepto del método democrático, como “[…] el acuerdo institucional para llegar a las decisiones políticas, en el que los individuos ejercitan el poder de decidir por medio de una lucha competitiva mediante el voto del pueblo.”
Como sabemos, la historia nos dice que en la generalidad del medio académico triunfó la democracia procedimental. Huntington atribuye este triunfo a que esta conceptualización se basaba en definiciones empíricas, descriptivas, institucionales y de procedimientos, antes que en definiciones racionalistas, utópicas o idealistas. El ser de la democracia se impuso, de acuerdo a este autor, al deber ser.
La contrastación parece ser sólida, la democracia como una “realidad objetiva y tangible”, ante un conjunto de premisas “metafísicas” que en nada ayudan a explicarla. Sin embargo, con el “triunfo” de esta concepción, ha ocurrido precisamente lo contrario. La democracia ha terminado convirtiéndose cada vez más en un modelo a seguir, antes que en una realidad tangible. Esto se debe principalmente a que se le aisló, como lo hemos venido afirmando, de su medio material.
Por lo tanto, no es casualidad que el propio Huntington señale como fecha del triunfo de la concepción de la democracia procedimental, la década de los setenta, ya que es en este periodo que empieza a echar raíces el ajuste neoliberal. Para los ochenta se convierte en pieza indispensable del arsenal teórico con el cual se abordará la tarea de construir una teoría general de la democracia en la región, y en los noventa se convertirá en un nuevo paradigma interpretativo. Pero el desarrollo histórico en la región ha puesto en evidencia la veta ideológica que esta concepción arrastra de origen, como un complemento político perfecto del neoliberalismo económico que se ha impulsado durante más de tres décadas en la región.
Es grande la deuda que la introducción de este tipo de ideas ha dejado en la comprensión de la realidad latinoamericana. No sólo por que no ha sido capaz de dar cuenta de ella, sino porque en su nombre se han impulsado políticas que han significado un enorme retroceso en términos de bienestar social para la región. La retirada del Estado de la economía en nombre del libre juego de las fuerzas del mercado, sólo ha acarreado descrédito a la democracia electoral, a pesar de que en ciertos contextos los movimientos sociales de resistencia al neoliberalismo han logrado articularse con proyectos políticos populares y constituirse en alternativas de gobierno por la vía de las urnas. Con estas excepciones, la democracia ha legitimado a los gobiernos que han impulsado el neoliberalismo en las últimas décadas en la mayor parte de la región, y es precisamente por esto, que en Latinoamérica la estructura económica y social parece haber corrido en un camino distinto que la democracia, o al menos esa es la idea que se ha tratado de difundir desde este paradigma teórico.
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