La importancia de conocer, describir y analizar el género, es decir, la conformación social, económica, familiar, cultural, espiritual y sicológica de la feminidad y la masculinidad, se agudizó para los años sesenta del siglo pasado. Uno de los planteamientos epistemológicos de esta propuesta, tiene que ver con la búsqueda del conocimiento que nos brinde la aspiración a la manufactura de rutas hacia la igualdad en torno a las condiciones de vida tanto de hombres como de mujeres en las sociedades de nuestros días.
En primer término, considero viable determinar dos conceptos medulares que guiarán este apartado: género y sexo. En este caso concebiré al sexo como una construcción biológica integradas por las características fisicoquímicas genéticamente heredadas que colocan a los individuos de la especie en algún punto de un continuo cuyos extremos son individuos reproductivamente complementarios (Álvarez-Gayou J., J.L., 2007: 9). Los argumentos biológicos suelen dividir a los seres vivos en dos: machos y hembras.
En el caso de los seres humanos, son los genitales externos o la ausencia de los mismos, los que nos califican como varón o mujer. En el caso del primero, el pene y los testículos, se convierten en los elementos tradicionales del "macho", de lo "masculino", "hombría", etc. Entre la adolescencia y la juventud, a "los hombres", les podemos identificar también, por el crecimiento de vello facial, el cambio de voz e incluso el embarnecimiento del cuerpo. Para las mujeres, la vagina resulta ser el principal elemento de identidad corporal, mismo que se detalla en el complejo entramaje psico/social; y en su vida adulta, el crecimiento de los senos y la menstruación, son otros de los elementos propios de lo "femenino", "del sexo débil", "de las damas".
Tanto la palabra sexo, como la de género, para el caso de la lengua castellana, han sido utilizadas como sinónimo. Incluso se entiende por antonomasia o de manera tradicional, que existen, como en la aplicación lingüística, dos géneros: el masculino y el femenino, el primero corresponde a las palabras regularmente con terminación en la vocal "o" y para la segunda opción en "a".
Las comunidades internacionales, a lo largo del siglo XX, se han unido en importantes conferencias mundiales , con la finalidad de insertar, al menos discursivamente diversos derechos conocidos como de tercera generación . Muchos de ellos, resultados de los movimientos feministas y de preservación del medio ambiente.
Diversas potencias a nivel internacional, han acordado una palabra que comenzó a servir como una especie de "comodín" y de sinónimo, de la noción de mujer, citada indistintamente como "género humano". Posteriormente, lograr la no discriminación, erradicación de la violencia y marginación de las mujeres, así como el "desarrollo humano", han sido consignas impuestas a todas aquellas naciones en vías de desarrollo.
De esta manera, la palabra y noción de género, comenzó, poco a poco a tejerse, e incluso a cobrar vida propia en la jerga académica, sobretodo en los ambientes académicos propios de las ciencias humanas y sociales, hallando en la Filosofía, Antropología, Sociología, Historia y Economía, sus principales bases, para dichos procesos. El género, como concepto y categoría de análisis sociocultural, es complejo en su definición. Pese a este gran detalle, preferiré no meterme en terrenos escabrosos y tomaré en cuenta para los fines de este trabajo, lo dicho por Marta Lamas (2003: 12), considerando al género, como una construcción simbólica establecida sobre los datos biológicos de la diferencia sexual, rescatando la importancia de comprender y desentrañar la construcción del género en su entorno o contexto cultural inmediato. La misma Lamas (2003), nos recuerda que habrá que entender al género como el resultado de la producción de normas culturales sobre el comportamiento de los hombres y las mujeres, mediado por la compleja interacción, de un amplio espectro de instituciones económicas, sociales, políticas y religiosas. Creo pertinente apoyarme de la autora anterior, debido a que la pesquisa que desarrollo, tiene como escenario, el territorio mexicano, mismo que ha servido para las reflexiones de dicha autora .
En el caso de México, el interés por los estudios sobre la mujer se inicia en la segunda mitad del siglo XX, pero es hasta la década de los setenta cuando se crean programas de estudios en los cuales además de la docencia se desarrollan esfuerzos orientados a la investigación. En los noventa, este campo de estudio gana un mayor grado de institucionalización, dando como resultado la multiplicación de los programas sobre género en diferentes partes del país, al publicarse varias revistas especializadas, y un número significativo de libros sobre el tema (De Oliveira y Ariza, 1999: 3).
Las investigaciones sobre las mujeres han recorrido un largo camino: primero, el énfasis estaba puesto en la denuncia de las desigualdades entre hombres y mujeres existentes en diferentes esferas sociales; después se ha logrado, mediante análisis rigurosos, otorgar visibilidad a la presencia femenina en los mercados de trabajo, en la vida pública, en los movimientos sociales, y en los trabajos reproductivos. Actualmente, se busca pasar de los estudios centrados en las desigualdades entre hombres y mujeres hacia las reflexiones sobre la categoría de género y a la conceptuación de las conexiones entre diferentes ejes de inequidad (de clase, género, étnica, entre otras). Paralelamente, aunque todavía falta mucho por hacer en este sentido, se ha logrado generar información estadística que permite ahondar en el estudio sistemático de las persistentes inequidades de género (De Oliveira y Ariza, 1999: 3).
Las investigaciones sobre género en México han seguido un desarrollo desigual en sus distintas áreas temáticas. Algunas de ellas constituyen espacios de reflexión relativamente consolidados, como es el caso de los estudios de familia o mercado de trabajo; otras empiezan apenas la problematización teórica desde esta perspectiva, como la creciente investigación sobre salud reproductiva, sexualidad y masculinidad. Otras más carecen todavía de un desarrollo más o menos consistente sobre el tema (De Oliveira y Ariza, 1999: 4).
Según Oliveira y Ariza (1999) las áreas de estudio relativamente consolidadas y documentadas, que plantean las desigualdades entre hombres y mujeres en México, están divididas en cuatro aspectos: trabajo, familia, migración y participación política. Estas áreas nos muestran una visión relacional de estas inequidades superando la concepción de la diferencia sexual como atributo personal o hecho circunstancial, logrando al mismo tiempo la problematización de muchas de las dimensiones analíticas implicadas en estas desigualdades. En todas ellas, aseguran las autoras, se puede notar una lejanía para lograr un corpus teórico y metodológico en el que el género sea un principio estructurante.
También, dentro de los estudios con perspectiva de género, existen otros aspectos o áreas denominadas emergentes. Al respecto, nos señalan Oliveira y Ariza (1999) que uno de los desarrollos más interesantes, nacido ya del propio replanteamiento del control de la fecundidad desde una perspectiva de género, es el amplio y novedoso campo de la salud reproductiva. El cambio ha supuesto el paso de una visión individualizada de la fecundidad, centrada en la mujer y en el control del cuerpo de la mujer, así como en el volumen de población que ella era capaz de generar, a un concepto social de la reproducción como espacio compartido por los hombres y las mujeres en tanto seres sociales dotados de la capacidad de procrear, a la noción, no de condición biológica irremediable, sino de derecho humano inalienable del que todos puedan participar como co-constructores de la sociedad.
Los estudios sobre la percepción del cuerpo femenino, para el caso mexicano, han tenido un auge modesto, pero digno de observar en nuestros días. Los mismos, desde luego, son un reflejo del ámbito internacional. Cuerpo de mujer, campo de batalla, de Lilly Wolfensberg Scherz (2001), o El Origen del Mundo, ciencia y ficción de la vagina, de Jelto Drent (2008), son algunos ejemplos, donde se teorizan las historias, ideas, prejuicios, entre otras preocupaciones, escritas en el cuerpo de las féminas. Elsa Muñiz (2008), ha sido una de las académicas mexicanas, que ha incursionado en la temática de Los registros corporales. El enfoque antropológico e histórico, predomina en su obra, concibiendo al cuerpo humano como resultado de una construcción cultural, así como sus variables acumuladas con el paso de los años.
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