Ulises Castro Álvarez
Tal como se ha mencionado con anterioridad, el carácter complejo del turismo lo lleva a manifestarse como fenómeno en diversos contextos. El ámbito regional es uno de los más relevantes, en tanto que requiere de un espacio para su desarrollo, es un constructor y consumidor de espacios y modificador de paisajes.
César y Arnaiz (2004), establecen de manera clara la relación entre turismo y desarrollo regional, utilizando para ello los planteamientos de Polese (1998) y Milton Santos (1996) a partir de la concepción de espacio, tomando a éste como realidad abstracta o como una abstracción dialéctica en donde confluyen tanto objetos materiales como acciones humanas tipificados como objetos geográficos, objetos naturales y objetos sociales que se manifiestan en dinámicas que los caracterizan, identificadas a través de las relaciones que se establecen entre estos conjuntos que a su vez tienen la capacidad de generar nuevas relaciones otorgando particularidad a los espacios y a la sociedad que en ellos se encuentra, es decir, los espacios empiezan a encontrar su identidad a partir de esta dinámica y se van construyendo social e históricamente.
La actividad humana es un factor determinante en la construcción de espacios, sus formas de organización y de producción de bienes y servicios para satisfacer sus necesidades materiales e inmateriales tienen gran influencia en la construcción, modificación o destrucción de espacios. Las organizaciones derivadas de la actividad humana establecen dominios espaciales convirtiéndolos en territorios, los cuales se definen mediante el ejercicio de la territorialidad o dominio.
Al entender la categoría de espacio y conceptualizar al territorio, puede incorporarse el concepto de región como un construcción social dentro de límites territoriales difusos, que incluye la noción de un territorio con características particulares de carácter económico, cultural, social, político o ambiental (Sepúlveda, 2001); de esta manera se encuentran los elementos base para definir el desarrollo regional como “el proceso que afecta a determinadas partes de un país, las cuales reciben el nombre de regiones. Por lo que el desarrollo regional forma parte del modelo de desarrollo general de la nación, que plantea no dejar de referenciar la región respecto del modelo país”, (César y Arnaiz, 2004).
El turismo es parte de la actividad humana y como tal se lleva a cabo en un ámbito espacial, crea y se apropia de territorios modificando sensiblemente las estructuras conformadas por las relaciones entre los objetos de carácter geográfico, natural y social que originalmente se encuentran asentados en los espacios, sus implicaciones y efectos de diversa índole han hecho que por parte de los gobiernos de múltiples países se retomen los principios teóricos de pensadores como Perroux que considera a las ciudades como los polos ideales que favorecen la creación de redes complejas que producen tanto economías de escala y economías externas que facilitan la acumulación de capital.
Resultado de estas actuaciones, han surgido los denominados polos de desarrollo turístico, que no son otra cosa que ciudades turísticas creadas ex profeso originando relaciones y modificaciones al entorno económico, social, ambiental, político y cultural de gran magnitud. Más aún, han surgido los corredores turísticos en los que se conjuntan y amplían espacialmente los polos redimensionando a escalas mayores los efectos del turismo sobre el espacio, los territorios y las regiones, generando condiciones diferenciadas en el proceso de desarrollo.
El efecto multiplicador del turismo establece encadenamientos hacia delante y hacia atrás en muchas de las actividades económicas, lo que otorga dinámica a las economías regionales generando empleos, modificaciones en la estructura de ingresos y el consumo, pero también genera presiones inflacionarias, insuficiente abasto de alimentos y otros bienes para las poblaciones residentes, movimientos poblacionales que igualmente presionan sobre los servicios públicos, la vivienda y en general sobre el nivel de vida, el turismo utiliza recursos naturales o culturales que en función de sus formas de consumo pueden llegar a producir degradación y efectos nocivos irreversibles.
Por ello, la relación turismo y desarrollo regional resulta igualmente compleja y requiere de profundizarse en cuanto a su análisis para obtener los elementos que hagan posible la toma de decisiones adecuadas en el fomento del desarrollo regional.
5. La Teoría y su vinculación con la política para el desarrollo.
La ciencias sociales y concretamente las teorías del desarrollo como parte de éstas, se ubican en el contexto de las ciencias fácticas y por tanto conllevan directamente a la acción.
Las teorías del desarrollo general o a escala regional y su núcleo conceptual surgidas con el objeto de explicar los fenómenos que se presentan en la realidad, pasan de los positivo a lo normativo a partir de su utilización como soporte para el diseño de la política de desarrollo con el fin de incidir en las condiciones consideradas como determinantes de las estructuras dispares en la sociedad. De esta manera, la política de desarrollo se convierte en un aspecto normativo derivado de la teoría, cuyo propósito es lograr cambios estructurales en una realidad determinada.
Siebert señala que así como la teoría del desarrollo es la explicación del comportamiento de este fenómeno, la política de desarrollo puede definirse como aquel conjunto de actividades que tratan de influir sobre la conducta en la realidad, a partir de una determinada teoría y en un contexto nacional como referencia, (Peña, 2006).
El análisis de las estructuras económicas, sociales, culturales y ambientales que caracterizan al fenómeno del desarrollo, desde las diferentes perspectivas teóricas a escala global, nacional, regional o local, con el objeto de explicar e incidir en las disparidades provocadas por la dinámica social, implica que la teoría penetre en el campo de las decisiones políticas y por tanto como influencia en el surgimiento de nuevas estructuras. La política de desarrollo sin base teórica sería exclusivamente una acción práctica sin rumbo, la determinación de la efectividad del rumbo tomado para los diferentes grupos sociales se convierte en un juicio de valor que requiere de una perspectiva y se resuelve generalmente, desde las perspectiva teórica e ideológica desde donde se construya la política de desarrollo.
Cabe mencionar la importancia que reviste en la actualidad considerar a la globalización como fenómeno de carácter económico con grandes repercusiones en las estructuras sociales, políticas y ambientales como factor influyente de manera determinante en el diseño e instrumentación de la política de desarrollo regional, que por esta influencia trata de plantear medidas para intervenir en respuesta a los requerimientos de la competitividad internacional.
En la experiencia de países con mayor desarrollo relativo, se observa que la política regional ha revalorado el aprovechamiento de todo tipo de recursos endógenos para alcanzar una adecuada integración y participación en la competencia internacional, aplicando instrumentos que promuevan la creación de empresas, el fomento de la innovación tecnológica y de todo tipo de activos intangibles con una participación activa de los sectores público y privado a nivel local, sobresale la importancia del cuidado del medio ambiente regional como elemento de competitividad.
En la nueva política regional, por tanto, todo hace pensar que de una preocupación centrada en los desequilibrios, en los procesos de convergencia, se está pasando a la consideración creciente de competencia entre territorios. Por ello, la nueva política regional se encuadra más en el criterio de eficiencia y competitividad y menos en el viejo criterio de equidad territorial que era el dominante anteriormente (Del Río y Cuadrado, 1994, citados por Peña, 2006).
Se observa el traslado de un enfoque funcional a un enfoque territorial donde los valores derivados de los cuerpos teóricos quedan de manifiesto, Peña (2006) hace una síntesis muy clara de ello presentando en el cuadro número 3, las diferencias de percepción teórica del fenómeno del desarrollo a escala regional:
De manera sintética Peña (2006), utiliza los elementos desarrollados por Pujadas y Font (1998), quienes definen los criterios de diseño de la nueva política de desarrollo regional en los siguientes puntos:
1. Estrategias territoriales. Se ha pasado de la devaluación del polo de desarrollo industrial a la revaluación del polo tecnológico y el distrito industrial, con acrecentada importancia de los ejes de desarrollo y redes generadoras de sinergia en los países desarrollados;
2. En cuanto a la organización de la producción, se ha pasado a la producción flexible merced a las nuevas tecnologías que han ido abriendo posibilidades a las ciudades medianas y poco desarrolladas;
3. Los sectores productivos que han de potenciarse se vinculan a un mayor énfasis en los servicios a las empresas, a ciertas economías agroindustriales en áreas rurales y al desarrollo turístico;
4. La política tecnológica se basa en un nuevo papel de la ciencia y la tecnología como factor de polarización a través de los complejos de innovación tecnológica y los consecuentes Parques Tecnológicos;
5. En relación con las infraestructuras, se ha pasado de una cierta desconfianza al papel central de las infraestructuras físicas, a una mayor consideración de las infraestructuras de telecomunicaciones energéticas, etc.
6. La calidad de vida y medioambiental como nuevos factores básicos en el futuro regional. Y en esta dirección, se considera la calidad de vida no como consecuencia, sino como causa del desarrollo económico; y la calidad ambiental como factor de atracción;
7. Por último, la nueva política regional pretende dinamizar las potencialidades locales y el desarrollo endógeno a través de una revalorización y un mayor protagonismo de las administraciones locales y territoriales.
Históricamente estos cambios se pueden ubicar de la siguiente manera: a mediados de los años setenta, las disparidades regionales eran el centro de atención de las decisiones políticas tomando como base aún a los conceptos funcionales de las teorías del desarrollo prevalecientes en esa época, en los noventas la preocupación se modifica hacia la flexibilidad productiva e institucional, el incremento de la capacidad innovadora de los diversos espacios para integrarse de la mejor manera a la nueva división internacional del trabajo, precisando como objetivos principales la cohesión económica y social, el desarrollo sustentable y la mejora de la competitividad, siendo la globalización como fenómeno de mundialización de los procesos productivos la que le otorga cada vez más singularidad, especificidad y unicidad a los lugares creando sus propios esquemas de adaptación a la fragmentación económica y espacial creciente.