Samuel Immanuel Brugger Jakob
La experiencia de esta investigación sobre las crisis financieras y sus contagios es que no deben considerarse las inestabilidades financieras única y exclusivamente como problemas macroeconómicos. Esta banalización ha sido el problema toral para no poder conseguir una solución a tantas crisis –122 desde que existe el FMI–. Para afrontar el tema se debe pensar de forma interdisciplinaria, buscando variables en todas las disciplinas sociales, ya que el problema central consiste, como lo ha expresado el presidente Obama infinidad de veces, en la avaricia del humano. Esto se ha visto en plena crisis financiera, cuando un analista financiero de Deutsche Welle en marzo de 2009 encontró más de 20 instrumentos parecidos a los llamados tóxicos que eran comprados a diestra y siniestra por los pequeños inversionistas.
En 2003, Robert Lucas –profesor de la Universidad de Chicago y Premio Nobel en 1995– declaró en la reunión anual de la Asociación Americana de Economistas que el problema central para prevenir la depresión se ha resuelto para todos los efectos prácticos. Lucas aceptó que los ciclos y las alternancias irregulares de recesiones y expansiones persisten, pero que se habían domesticado hasta el punto de que ya sólo tienen efectos triviales y que, por tanto, habría que enfocarse en el crecimiento de largo plazo. Un año más tarde, Ben Bernake, profesor de Princeton y presidente de la Reserva Federal, dio una conferencia titulada “The Great Moderation”, en alusión a la Gran Depresión, en la que argumentaba que la política macroeconómica moderna ha resuelto problemas de inestabilidad como el ciclo económico e incluso que los problemas se han vuelto más una molestia que un problema. Si bien es cierto que durante el siglo XXI (2001 a 2005) no ha ocurrido problemas de depresión económica y la inflación pareció estar bajo control, estas declaraciones seguían pareciendo demasiado optimistas o incluso arrogantes. Sólo dos años más tarde comenzó el estallido de la crisis inmobiliaria –burbuja que fue creada por el estallido de la burbuja de las TICs–, que provocó al poco tiempo una crisis alimentaria (2008) y una recesión global (2009). De tal manera, no se recomienda asumir que las inestabilidades financieras puedan eliminarse, aunque haya existido un largo periodo –2001 a 2005– en el que no ha habido ningún desajuste. Mientras se permita que la avaricia humana domine a las regulaciones de los mercados financieros, siempre habrá quien logre encontrar instrumentos que tarde o temprano desestabilizan a la economía.
Una segunda línea de recomendaciones concierne a las bolsas de valores. Aunque éstas sean un instrumento muy eficiente en la alocación o distribución de recursos, y hasta cierto punto en la distribución de las rentas, no significa que sea un instrumento perfecto y, por lo tanto, que no necesite regulación alguna. La idea de la nula regulación promovida por Alan Greenspan se basa en un acuerdo de caballeros; pero, como se mencionó, la avaricia no permite que existan caballeros ni el honor, por lo que se deben establecer reglas claras y transparentes. Un desafío en esto es que el Estado responsable de crear las reglas del juego es en casi todas las crisis juez y parte, y ello refuerza incluso al sistema para fomentar el fraude, como se puede leer en Kindleberger. De tal manera, y sólo con la excepción prusiana, el Estado decidía sólo intervenir en los mercados bursátil para regular en situaciones críticas donde la situación amenazaba con generar gran inestabilidad.
Por lo general, las empresas medianas que tienen el potencial de cotizar en la bolsa deben operar en condiciones distintas a las de las grandes corporativos. Siendo así, lo que se recomienda es que se establezca una bolsa de dos pisos como lo han propuesto Andrade (2006) y Cull et al. (2006). Se debería promover que los fondos de ahorros y de pensión nacionales puedan y deban invertir un porcentaje en empresas de cada uno de los pisos. Esto tendría dos efectos: por un lado, reduciría la volatilidad que provoca la masiva entrada y salida de capitales foráneos, y por otro, habría suficiente liquidez en el segmento de las nuevas empresas que cotizan, un problema que ha estado presente en los intentos anteriores de promover las bolsas de dos pisos. Con esto se cree que habría suficiente financiamiento para impulsar el crecimiento, y sobre todo el fomento, de nuevas y dinámicas empresas, en vez de los grandes corporativos. Para evitar los problemas de asimetría de información y de agenteprincipal el banco de desarrollo podría fungir de respaldo, prestando un crédito condicionado a ofrecer información relevante para los stakeholders como puede ser una contabilidad según principios internacionales o teniendo voz y voto en el consejo administrativo. Con esto se generaría la confianza necesaria para que el capital golondrino no sólo se quemara en el mercado secundario sino que también sirviera para el mercado primario, lo que reduciría la relación entre los dos mercados.
La investigación también debe considerar las propuestas hechas por Bello (2000, 2005), Ocampo (2006), Ugarteche (2006, 2008) y Yung Chul Park (2006) en las que se propone una nueva arquitectura financiera internacional. Desde la crisis asiática se viene proponiendo una nueva forma de AFI desde el Sur: la regionalización. Consiste principalmente en que cada región debería tener una arquitectura financiera propia. En algunas regiones, principalmente Asia, ya se ha avanzado mucho. En Sudamérica, aunque se comenzó rápido con la idea del Banco del Sur –hoy BancoSur–, el ímpetu latinoamericano inicial se ha enfriado, esencialmente porque la idea original de crear el BancoSur fue tomada con optimismo, pero después se incluyó en las negociaciones de temas muy diversos, que fueron desde la formación del banco hasta la creación de un Consejo de Defensa y del Unasur, lo cual frenó significativamente el impulso inicial. De tal manera, es recomendable que se busque una integración más acorde al estilo de negociaciones de los países asiáticos, donde se toman las decisiones con más calma y por etapas. Por ejemplo, en vez de proponer directamente una unión monetaria primero generaron una canasta de monedas de 2004 a 2009, para así aprender de los problemas y optimizar el proceso.
Las soluciones para estabilizar a la AFI han sido varias. Algunos creen que se debe estabilizar bajo un esquema supranacional. Los más destacados autores que defienden este punto de vista son Tobin (1992), quien ha señalado la posibilidad de imponer un impuesto a los flujos de capital, y Hale (1998), quien apunta que por ahora el único agente capaz de contener las embestidas del mercado es el FMI, pues es capaz de actuar como prestamista global de última instancia en caso de crisis graves, como las sucedidas en Asia y Rusia. El problema de estabilizar el sistema financiero a niveles supranacionales contiene una serie de complicaciones políticas. Varios autores, entre ellos Ugarteche (2006) y Bello (2005), consideran que el FMI jamás podrá resolver los problemas financieros mientras no despolitice sus principios y reforme su sistema. Se ha visto que el G-20 no ha logrado ponerse de acuerdo sobre cómo facultar con más instrumentos al FMI, por lo que una tasa Tobin a nivel global se considera complicada.
Por ello considero que los instrumentos para la estabilización financiera deben ser regionales. La propuesta consiste en crear o modificar las instituciones regionales que existen para asumir tales funcionalidades. Además, esas instituciones deben ser autónomas, libres de cualquier presión de algún gobierno o grupo de interés. La regionalización representa una solución para crear políticas a la medida en vez de proponer soluciones generales para resolver el mundo. Para que América Latina pueda gozar de una arquitectura así se deben expandir las instituciones del Unasur para integrar a todos los países centroamericanos y del Caribe. La gran asimetría de poder de Brasil se puede resolver de forma parecida a como lo hicieron los países del ASEAN, los cuales se unieron y hablaron (y hablan) con una sola voz. De esta manera también se podría imponer una tasa Tobin a nivel subcontinetal.
En lo que se refiere a las calificadoras, hay varias recomendaciones. La primera es que el expertismo de las agencias calificadoras no debe de caracterizarse por los estándares estadounidenses sobre la calidad de la gerencia, las estrategias empresariales y la estructura financiera. Las calificadoras deben incluir las características regionales. Una segunda recomendación se relaciona con el problema de cómo surge la calificación. No es posible obtener la metodología para analizar la calificación, es decir, la calificación que emiten las calificadoras es como una caja negra. Esto se puede resolver de varias maneras, sin embargo, creo que lo más conveniente es que se creara una instancia supranacional para certificar la metodología de cada calificadora y sancionar las que incumplen o falsifican calificaciones, como ha sucedido en la crisis subprime. De esta manera se puede evitar que las agencias calificadoras generen más inestabilidad que estabilidad, ya que no sólo se evitarían fraudes o falsificaciones, sino que además se permitiría la creación de más calificadoras, ya que no tendrían la desventaja de la desconfianza, el principal impedimento para que las pequeñas calificadoras puedan crecer. Además de evitar sospechas por mala valoración, se puede evitar que las calificadoras valoren activos financieros de los que no tienen una metodología certificada. Los resultados del G-20, otra vez, son más cosméticos que otra cosa. No hay una propuesta concreta para la supervisión, y mucho menos sobre sanciones, y todavía mucho menos un tribunal internacional donde se pueda denunciar a las calificadoras.
Por último, se propone una idea muy radical: una bolsa mundial. Morrison Bonpasse (2008) ha hecho un estudio sobre los beneficios de tener una moneda única global. Tener una bolsa global generaría incluso más beneficios que la moneda única mundial. Se evitaría el efecto manada, no habría desestabilización de las regiones, se eliminarían los contagios y, como todo estaría cotizado en una sola moneda mundial, evitaríamos las políticas devaluadoras.