Samuel Immanuel Brugger Jakob
Desde la crisis de la deuda latinoamericana, la prudencia fiscal y monetaria se ha convertido en la nueva política de los gobiernos para atraer los flujos de capital del mercado global. En la primera parte de los noventa hubo esfuerzos sin precedentes para endurecer la disciplina financiera, que fueron recompensados con entradas de capital desconocidas desde el siglo XIX (Skidelsky et al., 2005).
El Efecto Tequila de 1994-1995 fue rápidamente asumido como un revés temporal (Skidelsky et al., 2005) y los flujos de capitales dirigidos hacia los países del Sur no sólo no cesaron sino que incluso se incrementaron. Un motivo esencial fue la desregulación de los mercados bursátiles. Esta liberalización y desregulación financiera ha impulsado el crecimiento de los mercados de valores de los países del Sur; la idea central fue la teoría financiera neoclásica, según la cual el sector financiero ejerce una influencia positiva en el desarrollo económico. La teoría afirma que el tamaño, la estructura y la madurez del sector financiero de un país –es decir, su profundización financiera– constituyen un factor esencial para promover el desarrollo. A este respecto, el desarrollo financiero se obtiene solamente con la concurrencia de mercados libres; de otra manera, la represión financiera inhibe el crecimiento financiero y el papel de los intermediarios financieros en la actividad económica (Ortiz, 2007).
Según Levine (1997) y Ortiz (2007) las funciones de los intermediarios financieros y de los mercados accionarios, libres de intromisión y regulación gubernamental, promueven el desarrollo por:
movilización del ahorro y su canalización en la inversión productiva; 80 En el capítulo 3 se profundizará más sobre las teorías financieras.
promoción de la especialización corporativa, al facilitar la compra de acciones de empresas eficientes;
disminución del riesgo mediante la negociación de activos no deseables;
cobertura sobre el riesgo mediante productos derivados y otros mecanismos para el control del riesgo;
diversificación y unificación de riesgos mediante la estructuración de carteras de acuerdo con los niveles individuales de aversión al riesgo;
divulgación y adquisición de la información necesaria para la asignación de recursos, y
seguimiento a los administradores para el ejercicio de control corporativo.
Este modelo desregulador se basa en que las decisiones tomadas en función de las perspectivas del funcionamiento de un mercado dejado a su libre juego conducen a un incremento de los flujos de capitales hacia los países en vías de desarrollo, donde se canalizarán hacia la inversión productiva y se alcanzarán elevadas y sostenidas tasas de desarrollo (Nuñez, 1998). Es por ello que en la literatura académica se ha favorecido la liberalización de los mercados financieros con el argumento de que es la única solución para el financiamiento del desarrollo de largo plazo en los países en vías de desarrollo. Los mercados de valor es en teoría manifestación del comportamiento del aparato productivo de una economía: si la bolsa sube es porque las empresas han logrado buenos resultados económicos, por lo que el producto nacional incrementa y ello produce un aumento en los niveles de empleo, lo que genera un incremento del nivel de bienestar y eso, por consiguiente, lleva al desarrollo.
Un problema es que se ha desarrollado tanto el sector financiero que en su crecimiento se han conformado elementos “generadores de ruido”. En ese sentido, el índice bursátil se puede incrementar aunque el déficit fiscal y el desempleo del país también lo hagan, como sucedió en el boom de 1987, antes del estallido de la burbuja. Sin embargo, en 1988, cuando todos los indicadores macroeconómicos –reducción del déficit fiscal, reducción de la tasa del desempleo e incremento en el ingreso disponible– tuvieron un desempeño favorable, el índice bursátil no subió con la misma fuerza que lo hizo un año antes (Levy et al., 2005). Además, el aumento de información por la expansión del capital especulativo, la velocidad por el cambio tecnológico y la complejidad de los nuevos instrumentos financieros hacen que muchos inversionistas ya no analicen los fundamentos, sino que busquen señales de otros analistas para tomar decisiones. Al respecto, Menzel (1995) señala que “En este proceso de autonomización del mundo financiero el valor de cambio de los activos transados se ha independizado plenamente del valor de uso de los mismos ...”.
El problema principal que han sufrido los países del Sur es que, si bien han creado artificialmente las condiciones necesarias para aumentar el ahorro y atraer capitales externos, no han podido lograr que dichos capitales sean canalizados hacia la inversión productiva en la economía local. Esto se debe a dos factores: por un lado, la liberalización financiera ha incrementado significativamente la cantidad de flujos de capital externo e interno. Por otra parte, los gobiernos dejaron de lado su función de ser promotores de nuevas empresas e impiden a los nuevos emprendedores contar con la posibilidad de acceder a estos capitales. Es por ello que en la mayoría de los países del Sur –algunas excepciones son Corea del Sur y Taiwán– los procesos productivo y financiero quedan separados.
Lo anterior genera que los enormes flujos de capital bursátil no sean aprovechados para financiar OPIs, sino únicamente para especular en el mercado secundario. Por ello los mercados accionarios del Sur son de alta volatilidad; es decir, en ellos ocurren amplias fluctuaciones cotidianas en los precios de las acciones y, como se ha visto en las crisis más recientes, algunas empresas han llegado a realizar operaciones de tipo fraudulento, al no existir –ni a nivel nacional ni a nivel supranacional– los controles y la supervisión, o los órganos gubernamentales a cargo se desentienden de la vigilancia. Otro fenómeno es el rápido desarrollo de la ingeniería financiera, que ha creado nuevos productos financieros combinando activos financieros con derivados, lo que genera dificultades a las instancias encargadas para crear marcos regulatorios.
Todo ello genera burbujas especulativas en los mercados de valores que tarde o temprano estallan y desencadenan procesos desestabilizadores, fugas de capitales masivos y, por ende, la devaluación de la divisa. Ya Keynes había escrito: “Puede que los especuladores no hagan daño en tanto que sean burbujas en una corriente de empresas sólidas. Pero la situación es seria cuando la empresa se convierte en la burbuja que flota sobre el torrente especulativo. Cuando el desarrollo del capital de un país se convierte en el subproducto de las actividades de un casino, es probable que el trabajo allí realizado resulte ser una chapuza” (1936:159). El estallido de la burbuja y la fuga de capitales bursátiles como consecuencia favorecen a ciertos grupos financieros, los cuales al bajar sustancialmente los precios de los activos financieros aprovechan el momento comprando a bajo costo paquetes accionarios para poder consolidar su posición en el consejo de administración o bien hacerse del control de las empresas, dándose una nueva modalidad de interrelación entre lo financiero y lo productivo en lo relativo a la participación accionaria mayoritaria en tales consejos. Es por ello que en la década de los noventa se pudo observar una ola de fusiones y adquisiciones, por las que varios críticos la llamaron la “década de la fusionitis”.
Como se ha visto desde la crisis de México en 1994-1995 y su Efecto Tequila, el planteamiento teórico de la escuela neoclásica no coincidió con la realidad, y tuvo muchos más efectos adversos a los originalmente previstos por quienes promovieron e impusieron la apertura. Stiglitz (1985) argumenta que la liberalización de los mercados de valores en los países del Sur pueden originar más daño que bien por la asimetría de la información, la cual es crucial en la toma de decisiones tanto en la esfera bursátil como en la empresarial. Singh (1997), por su parte, argumenta que los mercados accionarios pueden no ser benéficos por la alta volatilidad en el proceso de fijación de precios, por el estrecho vínculo entre mercado bursátil y tipo de cambio, y por último, por el debilitamiento de las relaciones entre la banca y la empresa, que fue parte del éxito del crecimiento de las corporaciones en los países asiáticos.
En América Latina, la asimetría de información y la negligencia de las instituciones gubernamentales –al negar capital de riesgo y asumir la función de garante– han impedido la creación de nuevas corporaciones, por la gran asimetría de la información y la falta de un estado de derecho fuerte y congruente, lo que inhibe la asignación de los recursos financieros en las pequeñas y medianas empresas. De tal suerte, la entrada de capitales es prácticamente sólo en los mercados secundarios, por lo que se trata de capital de corto plazo y golondrino, que huye de los mercados ante cualquier ruido de inestabilidad (Ortiz, 2007). Su fuerte relación con el tipo de cambio genera grandes sacudidas, con lo que se incrementa aún más la volatilidad, como se analizará en los dos siguientes capítulos.