Samuel Immanuel Brugger Jakob
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Las dos principales escuelas de pensamiento de la primera mitad del siglo XIX y del siglo XX �la neocl�sica y la marxista�98 han tendido a analizar a los pa�ses de la Periferia con las mismas herramientas que utilizan para analizar a los pa�ses del Centro, es decir, de forma monoecon�mica. Las dos escuelas de pensamiento creen obstinadamente en el desarrollo como una secuela de etapas por las que toda sociedad debe atravesar. Marx, por ejemplo, consideraba que s�lo la implementaci�n de la propiedad privada y una gesti�n p�blica de estilo europeo �o, mejor dicho, anglosaj�n� pod�an generar el capitalismo, una fase indispensable para llegar a una sociedad socialista (Marx/Engels, 1956, citado en Kalmring et al., 2004).
Desde el siglo XIX y hasta la Gran Depresi�n, la ideolog�a econ�mica preferente se basaba en el optimismo de Ricardo por el libre cambio. Se consider� que el �modelo hacia afuera� (Pinto, 1991) iba a propiciar una convergencia entre las econom�as desarrolladas y las menos desarrolladas debido a la divisi�n internacional del trabajo y el comercio exterior. En una primera etapa, los pa�ses de la Periferia iban a estar condenados a producir alimentos y materias primas que ir�an a los grandes centros industriales del Centro (ibidem, 1991). Por la divisi�n internacional del trabajo, los pa�ses de la Periferia se iban a especializarse cada vez m�s. Se cre�a que los adelantos de la productividad en el Centro y la Periferia llegar�an a compartirse con ventajas adicionales para la la �ltima a causa de que el progreso tecnol�gico se difund�a con mayor vigor y amplitud en las producciones industriales. Adem�s, se consideraba que la demanda de productos alimenticios y materias primas iba a incrementarse en el Centro por el aumento del ingreso per c�pita. Fue as� como surgi� la era del �libre mercado� que se extendi� desde 1846 hasta la Gran Depresi�n. La econom�a europea tom� las riendas tanto en Europa como en sus colonias (Osterhammel, 2007). El volumen del comercio exterior mundial se increment� entre 1800 y 1913 25 veces, con dos etapas muy claras de auge: 1850 y 1870. El comercio mundial creci� mucho m�s aprisa que la producci�n global (Kenwood et al., 1999), lo que gener� la primera crisis global en 1873, considerada por muchos historiadores como la Primera Gran Depresi�n. En 1873 los bienes agr�colas cayeron por los suelos, varias econom�as perif�ricas fueron afectadas y la producci�n global per c�pita apenas creci� (Lewis, 1978).
A m�s tardar en 1880, en el Centro ya se comenz� a hablar de una econom�a global (Sartorius, 1931). Los flujos de capital comenzaron a tener tama�os inimaginables para su �poca. Los ingleses exportaban cada a�o entre el 5 y el 7% de su PIB en capital financiero, con el que compraban bonos y acciones de empresas en todo el mundo, en especial ferroviarias. Desde 1870 comenz� un sistema internacional de divisas. Todas las divisas relevantes en el comercio mundial ten�an una paridad fija con el oro, lo que elimin� los miedos del tipo de cambio y foment� a�n m�s el libre flujo de capitales100 (McNeill, 1998; Eichgreen, 2000). Los flujos de la Gran Breta�a hacia los pa�ses emergentes de aquella �poca (Argentina, Brasil, China, Jap�n, Rusia y Turqu�a) eran mayores que los de hoy en d�a, medidos como porcentaje del PIB. Los bonos de los pa�ses emergentes emitidos en el London Stock Exchange representaban entonces el 50% del PIB del Reino Unido (Mauro et al., 2002). De esta forma. se cre�a, pues, que los pa�ses iban a converger, ya que los menos desarrollados conseguir�an el financiamiento que requer�an y con la divisi�n internacional del trabajo se producir�an cada vez m�s bienes y menos alimentos, lo que iba incrementar�a la renta per c�pita de los trabajadores de la Periferia. Sin embargo, esto no se dio. Por un lado, la crisis de 1873 provoc� un desplome de los precios de los bienes agr�colas, lo que afect� severamente la Periferia. Por otro lado, el modelo te�rico asum�a igualdad en los t�rminos de intercambio; pero esto nunca sucedi� con el Centro, ya que �ste usaba pol�ticas proteccionistas como, por ejemplo, las leyes de Fordney-McCumber de 1922 y las de Smoot-Haweley de 1930. Con esto se gener� una pol�tica de desarrollo denominada �Beggar-thy-Neighbour�, la cual acentu� a�n m�s la Gran Depresi�n (Ugarteche, 2007).
3.1.3. El debate a partir de la Gran Depresi�n
Las fallas de esa pr�cticas produjeron un intenso debate durante y despu�s de la Gran Depresi�n y dieron paso a dos corrientes (la teor�a de la modernizaci�n y la escuela estructuralista-dependentista) muy significantes. La demanda de los bienes primarios ha oscilado peri�dicamente, creando grandes trastornos a las econom�as del Sur, sobre todo tasas de crecimiento bajas y que variaban enormemente que imped�an planificar. Adem�s, el crecimiento de la demanda para dichos bienes s�lo crec�a lentamente y acentuaba a�n m�s la divergencia de salarios entre el Centro y la Periferia.
En la Periferia comenzaron a importar cada vez m�s bienes manufacturados. Todo esto favoreci� la demanda global de productos manufacturados, mientras que la demanda global de bienes primarios se estancaba o se reduc�a. Esto provoc� que los precios de los bienes manufacturados producidos en el Centro� se incrementaran y se ampliara a�n m�s la brecha. As�, los flujos en vez de ir del Centro a la Periferia, como se hab�a pensado, y que adem�s generar�an una convergencia, iban en sentido contrario, provocando que las ganancias se incrementaran en el Centro y se acentuara la divergencia. Ni la fuerza de trabajo ni el capital se desplazaron como se previ� te�ricamente. Por otra parte, como los flujos financieros inhib�an la creaci�n del ahorro en el Sur, no se ve�a una inversi�n interna que fomentara la especializaci�n del trabajo y la creaci�n de distritos industriales.
Pasada la Gran Depresi�n, se buscaron alternativas, tanto ortodoxas como heterodoxas, en el mundo capitalista. La teor�a neocl�sica sigui� favoreciendo la idea monoecon�mica con la teor�a de la modernizaci�n. En este sentido, en el Sur surgi� un concepto de desarrollo heterodoxo, influido por una vertiente de la teor�a keynesiana y de la teor�a del comercio internacional, pero que hac�a hincapi� en un modelo de industrializaci�n �hacia adentro� para poder competir sin las desventajas ya mencionadas en el comercio mundial. As� surgieron el Estructuralismo y su posterior cr�tica en la teor�a de la Dependencia. La teor�a de la modernizaci�n se caracteriza por las siguientes definiciones:
I. La modernizaci�n es un proceso homogeneizador que genera tendencias hacia la convergencia entre las sociedades (Levy, 1967).
II. La modernizaci�n es un proceso euroc�ntrico (Tipps, 1976), puesto que considera que Europa Occidental y Estados Unidos son los pa�ses a los que hay que copiar por su prosperidad econ�mica y su estabilidad pol�tica. Sin embargo, proh�be la imitaci�n de los procesos inhumanos con los que Europa y Estados Unidos han generado su crecimiento, mientras reprocha cualquier intento que los pa�ses perif�ricos emprendan alejados de la democracia occidental.
III. La modernizaci�n es un proceso evidentemente irreversible. En otras palabras, una vez que los pa�ses del Sur Global se adapten al Occidente ser� imposible que dejen el proceso de modernizaci�n.
IV. La modernizaci�n es un proceso progresivo que a largo plazo es no s�lo inevitable sino deseable.
V. La modernizaci�n es un proceso extremadamente largo en el tiempo; un cambio basado en la evoluci�n. Tardar� generaciones e incluso siglos para que culmine. Este �ltimo punto parece m�s bien una justificaci�n por los pobres resultados que hab�a ofrecido la teor�a, pero que evitar� la adopci�n del modelo comunista, basado en saltos revolucionarios.
El problema principal de los modelos de la modernizaci�n es su intento universalista de encontrar una soluci�n. Es por esta falacia que Fischer (1999) un alto ejecutivo del Fondo Monetario Internacional critica esta teor�a ortodoxa del desarrollo, defini�ndola como el intento de encontrar el ingrediente m�gico copiando el desarrollo europeo. Otro punto cr�tico es la determinaci�n arbitraria del periodo de estudio. Tomar como periodo de observaci�n 500 a�os desde los �ltimos siglos de la Edad Media hasta la actualidad, sin ninguna justificaci�n, hace parecer que es m�s bien un intento de demostraci�n a toda costa. Si simplemente se ampl�a el horizonte temporal de estudio se observa que la evoluci�n simplificada propuesta por la teor�a de la modernizaci�n es incorrecta.
Hasta mediados del siglo XX, el Sur Global no ten�a ni teor�a ni pol�tica de desarrollo regional propia que se haya difundido. Fue apenas a finales de los a�os cuarenta del siglo XX cuando surgi� oficialmente una teor�a del Sur: la Escuela Estructuralista-Dependentista. Surgi� como respuesta de intelectuales del Sur al fallido modelo de desarrollo hacia afuera posterior a la Gran Depresi�n, y es llamada generalmente como el �pensamiento cepaliano�. Otra raz�n fue que el modelo �hacia afuera� hab�a olvidado los mercados nacionales y �nicamente produc�a bienes y servicios para la exportaci�n. Una idea b�sica del enfoque estructuralista cepaliano era que los productos primarios no pod�an tener m�s valor para las exportaciones que satisfacer a los mercados internos, por lo que se busc� un modelo de desarrollo �hacia adentro�. Ahora ser�an la industria y el mercado interno los pilares de la nueva estrategia, aunque se conserv� el ideal capitalista de racionalidad econ�mica y maximizaci�n de ganancias (Ceballos, 1997). Lo interesante de este modelo fue el concepto de productividad marginal social como un punto de desarrollo y que traer�a la convergencia. Mediante un sistema proteccionista se intent�, entre otras cosas, superar el d�ficit secular de la balanza de pagos y una diversificaci�n de la industria con la intenci�n de aumentar los niveles de productividad. La relaci�n con el comercio exterior tambi�n iba a cambiar notoriamente, ya que se consideraba eliminar las barreras proteccionistas cuando la industria estuviera lista para competir primero regional y despu�s globalmente. Se trataba, pues, de proteger a la industria naciente y dejar que �sta madurara protegi�ndola de la competencia exterior, y de que una vez que estas industrias crecieran y fuera satisfecho el mercado interno, canalizar su producci�n hacia el exterior, para contribuir as� a una mayor estabilidad del mercado de divisas, al crecimiento econ�mico y a seguir diversificando la industria (Ceballos, 1997).
Un punto fundamental fue el cambio de funci�n de los flujos de capital del exterior. En el modelo de crecimiento �hacia afuera� los flujos tanto de inversi�n directa como de cr�ditos p�blicos constituyeron la forma principal de financiamiento. Con la Gran Depresi�n estos flujos desaparecieron casi por completo. El modelo de crecimiento �hacia adentro� cambi� radicalmente: el ahorro interno comenz� a tener un papel predominante (Pinto, 1991) y los controles sobre el comercio exterior as� como la modificaci�n en la estructura de importaci�n, permitieron usar esos flujos para adquirir bienes de capital en los mercados globales. Mientras que en el primer modelo el gobierno no influ�a en el uso de los flujos, en el segundo desempe�� una funci�n vital. No obstante, esto no propici� que desaparecieran los flujos de capital del exterior, aunque ahora consist�an principalmente en cr�ditos de desarrollo con bajas tasas de inter�s y de largo plazo, o bien en inversi�n extranjera directa para generar nuevos activos fijos, en el sector industrial principalmente, los cuales tambi�n eran de largo plazo. El capital especulativo era pr�cticamente irrelevante, ya que los pa�ses del Sur implementaron una pol�tica de represi�n para limitar el crecimiento de las bolsas de valores (Ortiz, 2007b).
En la d�cada de los setenta aparece una nueva teor�a de crecimiento econ�mico que deber�a llevar al desarrollo y a la convergencia: los Chicago Boys. �stos eran 25 estudiantes chilenos (Meller, 1984; Vald�s, 1995) que fueron enviados por la dictadura pinochetista a estudiar econom�a a la Universidad de Chicago, de donde regresaron influidos por la Escuela de Chicago y que posteriormente legislaron una nueva pol�tica econ�mica chilena referenciada a la econom�a de mercado de orientaci�n monetarista, de la que el Estado volver�a a dejar de ser el motor principal. La crisis de la deuda de la d�cada de los ochenta hizo posible que las instituciones supranacionales �BM y FMI� dominadas por el Norte introdujeran esta escuela de pensamiento en pr�cticamente toda Am�rica Latina, en lo que actualmente conocemos como neoliberalismo.
Lord Bauer y su obra magna, Dissent on Development (1972), influy� en gran medida tanto en Milton Friedman (1912-2006), padre de la escuela monetarista, como en Williamson, padre del Consenso de Washington. La escuela de pensamiento econ�mico en la que m�s influy� Bauer fue, sin lugar a dudas, la Escuela de Chicago, la cual tom� como premisa la importancia fundamental de la libertad personal (Samuelson et al., 1990). Entre los pensadores m�s notables de esta escuela est�n
Milton Friedman, Friedrich Hayek, Frank Knight y Henry Simons, quienes abogaron toda su vida por el laissez-faire. El argumento principal es que el mercado asigna de la mejor forma los recursos escasos, retomando los viejos principios neocl�sicos de finales del siglo XIX: el libre cambio, la racionalidad del consumidor, la funci�n de producci�n (que debe ser por fuerza de tipo Cobb-Douglas aunque Knut Wicksell, 1851-1926, observa varias inconsistencias�, convexa, continua y diferenciable, as� como homog�nea de primer grado para que no haya ning�n excedente (Pasinetti, 2000), la idea marginalista del salario y la justicia distributiva (Clark, 1899 y 1901), la homogeneidad del capital y la eficiencia de los mercados en general.
Seg�n ellos, cuando el Estado interviene para resolver los �problemas del mercado�, por ejemplo, para poner control a los precios de alquiler, genera m�s problemas (en este caso, una escasez de vivienda), y cuando los sindicatos para exigir salarios mayores, son los principales responsables del desempleo, etc. En este sentido, el pensamiento de la mayor�a de los economistas desde los a�os ochenta son r�plicas de las obras magnas de Friedman, Capitalismo y libertad (1962) y An Economist's Protest (1972). En ambos libros el argumento principal siempre es que la mano del Estado interviene en la libertad personal y que, por consiguiente, no consigue cumplir sus objetivos.
El gran �xito que tuvieron estos economistas a partir de los ochenta gener� la apertura comercial de casi todo el mundo, con lo que algunos autores consideran que comenz� una nueva etapa de desarrollo llamada �globalizaci�n�. Sala-I-Martin define a la globalizaci�n como el libre intercambio de capital, trabajo, tecnolog�a y mercanc�a. En este sentido, la idea de desarrollo y convergencia est�n basadas en la teor�a de la productividad marginal y la justicia distributiva de John Bates Clark (1847-1938). Clark supuso que los factores de producci�n se remuneran por su productividad marginal, que es el aumento obtenido en la producci�n por la �ltima unidad adicionada al proceso productivo (por ejemplo, el �ltimo empleado contratado). Por tal raz�n el salario del �ltimo trabajador no puede ser superior a su productividad, y como todos los trabajadores son intercambiables, cada uno podr�a ser el �ltimo trabajador. As�, todos los trabajadores tendr�an como salario m�ximo el producto marginal. En la visi�n neocl�sica, esto no s�lo es la garant�a de eficiencia sino tambi�n de justicia distributiva. El primer punto, porque es la �nica forma de estar en equilibrio, y el segundo, porque el salario as� definido es una remuneraci�n justa (G�mez, 2008). Ahora bien, si existe libre intercambio de capital, trabajo, tecnolog�a y mercanc�as, por la misma idea marginalista y las distintas tasas de beneficios, los pa�ses comenzar�an a converger en su productividad marginal. Esto propiciar�a que los salarios del mundo entero terminaran en convergencia.
En lo que respecta a la convergencia generada por la globalizaci�n, se puede considerar que la liberalizaci�n comercial �que encamina a la integraci�n regional� es un componente principal en la reasignaci�n de recursos que responden a ventajas comparativas (L�pez-Cordoba et al., 2003), por lo que el grado de convergencia o divergencia econ�mica estar�a dirigido en gran medida por el diferencial en productividades y el desarrollo de infraestructura. El desarrollo de infraestructura tambi�n es indispensable para que los sectores industriales de los pa�ses puedan generar ventajas competitivas, es decir, ventajas en la producci�n que sea dif�cil imitar y posible mantener durante el mayor tiempo posible. La globalizaci�n genera una mayor convergencia, ya que los pa�ses que adaptan su infraestructura podr�n imitar m�s r�pido el bien o servicio, con lo que obtendr�an parte de la renta que deja este bien o servicio. Resulta, entonces, claro que no es posible dejar el desarrollo de la infraestructura al mercado, ya que al ser un bienestar social desaparece el incentivo individual, a menos que distintos individuos que vieran un bienestar individual muy parecido se buscaran y se pusieran de acuerdo para llevar a cabo la inversi�n. Este caso resulta poco realista, por lo que la mayor�a de los gobiernos han dedicado enormes cantidades de dinero para evitar esa disparidad creada por la falta de infraestructura. De esta manera, los fondos de cohesi�n y de desarrollo regional �como los de la Uni�n Europea� tienen como objetivo asignar el gasto p�blico de tal forma que las regiones pobres reciban capital para financiar infraestructura o capital humano y reducir as� las disparidades y generar convergencia. Se ha demostrado que de esta forma, y con que la inversi�n del Estado no genere un crowding out de la inversi�n privada, se acelera la convergencia entre las regiones (Everdeen et al., 2002).