Raúl Osvaldo Quintana Suárez
Si bien es cierto que las ideas educativas permean toda la actividad pedagógica de una época con sus objetivos, intereses, necesidades y en ocasiones, las más atrayentes utopías, no es menos cierto, que éstas sólo alcanzan su materialización, en la labor abnegada, de total consagración y entrega, de maestros y profesores, particularmente en los niveles básicos. Ideario educativo y formación de maestros, en su devenir histórico, en la etapa anterior al triunfo de la Revolución Cubana, el primero de enero de 1959, constituyen factores indisolublemente interrelacionados, conducentes a una cabal comprensión de la realidad educacional cubana actual con sus reconocidos logros, inevitables contradicciones y promisorias perspectivas.
1.2.1.-La formación de maestros primarios bajo el colonialismo español
(1510-1898).
Bajo el colonialismo español se revela, con diáfana claridad, el papel desempeñado por el ideario educativo progresista en nuestra patria, como aspiración de los cubanos a un sistema escolar más acorde a nuestros intereses, que se materializase en particular, en los diversos proyectos y planes concretos de formación de maestros primarios. En un contexto generalmente adverso, las aspiraciones protagónicas de los nacidos en estas tierras, se perfilan ya desde los inicios del siglo XIX, como componentes esenciales de una peculiar estructura socio-clasista, con dispares intereses del colonialismo español, tradicionalmente renuente, o simplemente incapaz, de implantar en la colonia antillana, un sistema de enseñanza, coherente y eficaz, que proporcione a los cubanos el acceso a una instrucción y una cultura, potencialmente peligrosa (ANEXO 2).
Son bien conocidos los diversos factores internos y externos, objetivos y subjetivos, que permiten considerar la última década del siglo XVIII y primeras del XIX, de singular significación en el proceso de conformación identitaria de Cuba como nación, en el amplio espectro económico, político, social e ideo-cultural de la época. Es necesario recalcar, no obstante, la deplorable situación en la formación y superación de maestros primarios y los beneficios que reportó para la misma, la fundación de la Sociedad Económica de Amigos del País. Ésta, constituida oficialmente el 9 de enero de 1793, autorizada por Real Cédula del 27 de abril de 1792, independientemente de que sus más nobles propósitos no se vieran materializados en la magnitud de sus expectativas, que eran en definitiva la de los hacendados criollos, permitió al menos diagnosticar la caótica situación de la enseñanza en Cuba, la carencia de escuelas y de maestros mínimamente capacitados, los anacrónicos métodos pedagógicos utilizados y la rémora de formas de instrucción marcadamente arcaicas, teologicistas y anticientíficas (63).
Es necesario recalcar en el avanzado contenido de las propuestas formuladas en 1794 por José Agustín Caballero, Fray Félix González y Don Francisco Isla, a solicitud de la Sociedad Patriótica, en sus “Ordenanzas para las escuelas públicas de La Habana”. Igualmente al informe rendido por Fray Manuel de Quesada, a la Sociedad Económica de Amigos del País, en 1801, que incluía una serie de medidas destinadas a regular el ejercicio del magisterio en Cuba ( 64).
En 1816 se creó la Sección de Educación de la Sociedad Económica de Amigos del País. La ausencia de un plan de formación de maestros primarios, la carestía del número suficiente de estos, sumado a la deficiente preparación cultural, y más aún pedagógica, de los que ya ejercían, como tales, determinó que la Sección de Educación de la Sociedad Económica de Amigos del País, en el mismo año de su creación, promoviese la realización de exámenes de aptitud, ni aún siquiera de elemental habilitación, así como la constitución de las llamadas Juntas Rurales de Instrucción, que se mantuvieron hasta el mandato de Vives, con escasos frutos. Loables fueron los intentos de José de la Luz y Caballero por materializar un proyecto para la formación de maestros, como se expresa en su Informe sobre la Escuela Náutica de Regla, presentado ante la Real Junta de Fomento y Agricultura, en 1833. Resulta significativa la alta prioridad dada por Luz, a lo que hoy se denominaría, la práctica laboral, en el proceso de formación magisterial (65).
Preocupado porque los criollos asumieran un papel protagónico en la rectoría de la actividad educativa en la colonia, que consideraba privativa del gobierno colonial, el Capitán General Gerónimo Valdés (1840-1842), realizó un petitorio al gobierno de la metrópoli, el que receptivo a sus reclamos, puso en vigencia en Cuba, el llamado Plan de estudios de 1842, que suprimía las funciones de la Sección de Educación de la Sociedad Económica de Amigos del País, dejando la enseñanza bajo la supervisión y control de una denominada Corporación de Inspección de Estudios. Entre los escasos méritos de dicho plan está el clasificar la enseñanza, por primera vez en Cuba, en tres niveles: primaria, secundaria o media y superior. Al margen de ello, el gobierno colonial hizo muy poco por mejorar ni cuantitativa ni cualitativamente, el deplorable estado de la instrucción, auspiciar instituciones idóneas para la formación de maestros primarios y mucho menos de profesores de enseñanza media, instituciones éstas últimas que nunca existieron, ni por iniciativa oficial o privada, en la Cuba anterior al triunfo de la Revolución Cubana (66).
Las llamadas Comisiones Provinciales y Locales, que la ley establecía para instrumentar las disposiciones del susodicho plan de estudios de 1842, poco hicieron al respecto. Un lustro más tarde, en 1847, apenas existían en Cuba 286 escuelas o aulas de primaria, con una matrícula de 11 033 niños, cuya sustentación dependía mayoritariamente de la caridad pública (67).
Los frustrados intentos del Obispo Espada, de José de la Luz y Caballero y de otros significados criollos, para constituir escuelas formadoras de maestros, encontró apoyo, aunque por móviles bien distintos, en el Capitán General José Gutiérrez de la Concha (1850-1852), quien en su petición a la metrópoli alega el considerar que...“...pocos pueblos ofrecen en su estadística de instrucción, resultados más tristes que los que la suya presenta, según lo dicho, la Isla de Cuba” (68). Su primer intento acaeció el 2 de marzo de 1852, con la publicación en la “Gaceta de La Habana” de un decreto y reglamento anexo, para la creación de lo que se denominó como un seminario para maestros de instrucción primaria, con carácter de internado y una escuela adicionada al mismo para la práctica docente, a la que podrían asistir docentes en ejercicio, tanto para realizar cursos de superación como para la observación de clases-modelo. Esta iniciativa quedó relegada por la sustitución de Concha, pero retomada en su segundo mandato (1854-1859), se materializó oficialmente el 19 de noviembre de 1857. En ese propio año se aprobó en España una nueva Ley de Instrucción Pública que no llegó a aplicarse en Cuba hasta 1863, con el nombre de Plan General de Estudios para la Isla de Cuba y popularmente conocida como el Plan del General Concha, por ocupar éste en ese propio año el cargo de Ministro de Ultramar (69).
El 10 de octubre de 1868 dio inicio a la primera gesta independentista. El encarcelamiento del Martí adolescente, el fusilamiento de los estudiantes de medicina, los vandálicos hechos del Teatro de Villanueva y la Acera del Louvre ofrecen constancia histórica de la esencia infamante de estas acciones y del contexto histórico en que tienen lugar, condicionado en parte por la actividad de maestros formadores en valores de la juventud de la época como Rafael María de Mendive (1821-1866) y Juan Bautista Sagarra y Blez (1871). Resalta igualmente la labor patriótico-pedagógica del maestro Rafael Morales y González (Moralitos) (1845-1872) en el campo insurrecto, durante la primera guerra por nuestra independencia y la progresista actitud de otro maestro, José Silverio Jorrín (1816-1898), presidente de la SEAP en 1865 y ardiente defensor de garantizar la enseñanza de los campesinos. Aunque impracticable en las difíciles condiciones de la Cuba colonial, las gestiones de ambos educadores, expresaban una utopía de elevado contenido patriótico y humanista (70).
Por iniciativa de la SEAP se constituyó en 1872 la llamada Escuela Preparatoria para Maestros, que lejos de formar, apenas habilitaba a los docentes de ese nivel de enseñanza, ya en ejercicio. Es de señalar como hecho significativo, que en la misma explicó pedagogía, el eminente educador cubano Manuel Valdés Rodríguez.
En 1880 se aplicó en Cuba el tercer y último plan de estudios en la etapa colonial, mal remedo del instaurado en España con igual fecha y que adolecía de las mismas limitaciones e inconsecuencias, comparado con los vigentes en igual período en otros países (71). Aunque este plan de estudios establecía la creación de un instituto de segunda enseñanza en cada una de las capitales provinciales, hasta alcanzar un total de seis, sus deficiencias eran tales, que merecieron en 1886, una atinada valoración de Enrique José Varona acerca de sus limitaciones e ineficiencias (72).
Hasta 1892, con excepción de la efímera existencia de la Escuela Normal del segundo mandato de Concha, no existe constancia de plan oficial alguno de formación de maestros primarios. A su vez, nunca existió iniciativa privada encaminada a ese objetivo, situación que se mantuvo a todo lo largo de la historia de Cuba. En ese año se inauguran en La Habana dos Escuelas Normales, una para hembras y otra para varones, con reducidísima matrícula, plagadas de insuficiencias y finalmente clausuradas en 1895, al reinicio de la lucha por la independencia. Respecto a la formación de profesores de enseñanza media la situación era más crítica. No existe evidencia científica de centro alguno encargado de esa importante tarea, ni por iniciativa oficial ni privada, antes del triunfo de la Revolución Cubana.
Respeto y admiración inspiran los maestros y profesores cubanos, que en las difíciles condiciones imperantes bajo el colonialismo español, transmitieron con los útiles conocimientos, los valores ético-políticos en que se formaron varias generaciones de cubanos, muchos de los cuales ofrendaron sus vidas por la independencia de su patria, frustrada por la intervención y posterior ocupación norteamericana, que se expresa como una nueva etapa en la lucha de nuestro magisterio, en el rescate de nuestra identidad cultural y nacional.