Juan Soto del Angel
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La autopoiesis del sistema de la ciencia no supone asilamiento. Se desarrolla dentro del sistema de la sociedad, modificándolo. El sistema de la ciencia, además, hace tema de investigación su circunstancia de subsistema de la sociedad, así como las alteraciones que ocasiona en ella. De esta manera, llega a compararse con otros subsistemas funcionales.
En sus principios, la sociedad orientaba la vida con ordenaciones morales. Ellas determinaban el grado de afecto entre la gente. Los grupos, especialmente los que compartían vivienda, desplegaban las actividades requeridas por la sociedad de modo multifuncional. Todos hacían de todo. Bajo estas circunstancias el conocimiento no podía hacer mucho. Era muy fácil creer que sólo era importante desde el punto de vista de la curiosidad, más allá de lo cual sería pérdida de tiempo.
La sociedad moderna, sin embargo, produce subsistemas funcionales, cuya legitimidad es otorgada por la función misma. El sistema de la ciencia, entre otros, poco a poco sustituye el control de la sociedad por el autocontrol. El paso de la Edad Media a la Modernidad, en este sentido, se muestra despiadado. A los investigadores de la modernidad se les tachaba de invasores, puesto que sometían a revisión las verdades divinas y abordaban temas que debían permanecer en secreto. No obstante, los riesgos de la diferenciación funcional del sistema de la ciencia no están en la superación del control social o de alguna moral, sino en la diferenciación misma. Es improbable que un sistema distinto al de la ciencia, logre la concepción de riesgos.
Por otra parte, en una sociedad funcionalmente diferenciada, un subsistema funcionalmente diferenciado implica el adiós a la redundancia.
Cuando la ciencia falla no podemos recurrir en su lugar a la política, la religión, la vida familiar o la educación, porque también estos sistemas se encuentran funcionalmente diferenciados y son competentes solamente en lo que se refiere a su propia función. Por lo tanto, la sociedad permanece a merced de la propia dinámica de sus sistemas funcionales, sin encontrar en ninguna parte de sí misma un contrapeso o un mecanismo de compensación. (Luhmann, 1996: 246)
No hay redundancia, pues. Cada sistema a lo suyo, ninguno está en condiciones de suplir la función de otro. O si se prefiere, cada uno sólo consigue reemplazar las operaciones de sí mismo. Las verdades científicas no se sustituyen más que con verdades científicas. El riesgo aquí es que a veces resulta difícil el reemplazo. Thomas Samuel Kuhn (1922-1996) (2002) diría que se trata de episodios extensos, no aislados, cuyo proceso describe del siguiente modo:
El descubrimiento comienza con la percepción de la anomalía; o sea, con el reconocimiento de que en cierto modo la naturaleza ha violado las expectativas, inducidas por el paradigma, que rigen a la ciencia normal. A continuación, se produce una exploración más o menos prolongada de la zona de la anomalía. Y sólo concluye cuando la teoría del paradigma ha sido ajustada de tal modo que lo anormal se haya convertido en lo esperado. La asimilación de un hecho de tipo nuevo exige un ajuste más que aditivo de la teoría y en tanto no se haya llevado a cabo ese ajuste –hasta que la ciencia aprende a ver a la naturaleza de una manera diferente-, el nuevo hecho no es completamente científico. (p. 93)
Más adelante, y entre varios ejemplos, Kuhn describe el paso tortuoso de la teoría de Tolomeo a la de Copérnico. La gestación paulatina de la duda con relación a la primera y las confrontaciones de la segunda en donde no faltan las presiones sociales. También cita como factores importantes la crítica medieval a Aristóteles, el ascenso del neoplatonismo en el Renacimiento y con seguridad otros acontecimientos históricos.
En fin, sustituir una verdad científica no es algo sencillo. Sólo la ciencia es competente en el asunto. Esto no niega la injerencia de otros sistemas funcionales. El sistema jurídico o económico, por ejemplo, suelen imponerle regulaciones. Lo que se afirma sencillamente es que respecto a la determinación rigurosa de la verdad, ningún otro sistema interviene. Y ello es algo con lo que tiene que cargar la sociedad.
Los peligros no faltan. Cuando se decide por un proyecto y no por otro, sea por razones financieras o teóricas, podría tomarse el camino equivocado. Ello traería al menos retrasos en el avance de la ciencia, pero no sería imposible que se produjeran conexiones equívocas. La limitación de recursos y/o de tiempo acarrearían consecuencias similares. La gente, verbigracia, no suele ser generosa con su tiempo al responder un cuestionario o participar en una entrevista dentro de algún proyecto de investigación.
En este orden de ideas, la evolución del sistema de la sociedad no consiste en adaptarse al medio ambiente. Se ha dicho: el sistema está acoplado al entorno desde siempre y admite sus operaciones, de lo contrario no habría sistemas ni se producirían operaciones. La adaptación no crece ni decrece, sólo se conserva, independientemente de que las estructuras sí lleguen a cambiar.
Tampoco la ciencia logra con sus éxitos una mejor representación del entorno de la sociedad. El entorno permanece inaccesible. Es gracias a esto último que el sistema de la ciencia, con base en su autorreproducción, construye una complejidad interna de gran envergadura, pese a lo cual no es más que una presunción de las condiciones del entorno. Respecto a que un observador encuentre que la ciencia ofrece una mejor representación del entorno, Luhmann (1996) escribe:
Un observador podría representarse esto de esa manera e inclusive la autoobservación de la ciencia por parte de la filosofía de la ciencia puede representársele así, pero esta representación se mantiene nuevamente como una operación interna, puesto que ningún sistema se encuentra en condiciones de operar en su entorno fuera de sus propios límites. (p. 248)