Juan Soto del Angel
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Cada conciencia, se ha dicho, con la participación de un sistema nervioso construye su propio mundo. Y estas construcciones, a pesar de la clausura operativa de los sistemas psíquicos, llegan a coordinarse de tal modo que dan lugar a sistemas sociales ¿Cómo es posible esta coordinación? Es una pregunta que reclama respuesta, sobre todo si se tiene en cuenta que tal coordinación es más improbable que probable. Luhmann (1998a) marca tres improbabilidades: la de entendimiento, la de accesibilidad y la de éxito.
Es improbable que los interlocutores de una comunicación se entiendan, puesto que sólo pueden hacerlo a partir del contexto y éste está constituido en primera instancia por el mundo que construye cada conciencia sobre la base de un sistema nervioso. Se trata, desde luego, de construcciones diferentes, ya que toda conciencia observa y experimenta a su modo ¿Cómo entenderse si, al menos antes de que emerjan los sistemas sociales, los interlocutores cuentan con contextos distintos?
También es improbable que la comunicación sea accesible a un número amplio de interlocutores. Cara a cara, el problema es menor. Pero cuando los interlocutores permanecen distantes en el tiempo y en el espacio, los problemas se incrementan. No sólo resulta difícil entrar en contacto físicamente. Debido a que sus intereses son distintos, centran su atención en cosas distintas ¿Cómo lograr que se ocupen al mismo tiempo de temas idénticos?
Por último, aunque una comunicación sea comprendida, es improbable que tenga éxito, es decir, que se le acepte como premisa orientadora de la conducta. Al contrario, siempre estará latente su contrapartida. El hijo puede comprender al padre y actuar en sentido contrario.
Desde luego, estas improbabilidades no sólo constituyen obstáculos en la comunicación, sino, además, desmoralizan: sin esperanzas en la comunicación es fácil abandonarla. Paradójicamente sucede lo inverso. Las improbabilidades no frustran la comunicación, sino que precisan los problemas que deben resolverse, transforman lo improbable en probable, dan origen a sistemas. Sin embargo, las improbabilidades no progresan armónicamente hacia la probabilidad, sino que se refuerzan y limitan de manera recíproca: las soluciones de unas incrementan los problemas de otras y viceversa. Por ejemplo, un mejor entendimiento aumenta la probabilidad del rechazo de una comunicación y una mayor accesibilidad hace más difícil la comprensión.
De las improbabilidades a las probabilidades de comunicación
La pregunta se sostiene ¿Cómo es posible que las conciencias o sistemas psíquicos, bajo clausura operativa, procesen información de manera coordinada? Explica Luhmann (1998a) que hay un medio para facilitar que cada improbabilidad se convierta en probabilidad. El lenguaje promueve el entendimiento, los medios de difusión (escritura, impresión y telecomunicaciones) hacen accesible la comunicación a un número mayor de interlocutores y los medios de comunicación simbólicamente generalizados amplían las posibilidades del éxito comunicativo.
Con la producción del lenguaje, los medios de difusión y los medios de comunicación simbólicamente generalizados, los sistemas logran dos adquisiciones estructurales: la generalización simbólica y la esquematización binaria (Luhmann, 1998b).
La generalización simbólica permite combinar identidad y no-identidad. Gracias a ello es posible representarse la unidad en la pluralidad. Cuando se distingue la identidad de árbol frente a la no-identidad de árbol, se produce la noción de árbol, es decir, la unidad o forma de árbol que representa a la pluralidad de árboles. Es de este modo, produciendo formas, que los sistemas psíquicos y sociales interpretan una realidad. Estas unidades o formas, y todas las construcciones a que den lugar, se hacen entonces esperables. En otras palabras, los participantes de toda comunicación están en posibilidades de armonizar sus selecciones con una realidad interpretada y con sus respectivas intencionalidades. Desde luego, no debe pasarse por alto que se trata de una realidad interpretada en la que los propios interlocutores aparecen como objetos. Árbol, casa, persona... cualquier forma es una unidad relativamente estable que puede usarse en diversas situaciones y momentos, así como por distintos interlocutores. Tampoco ha de olvidarse que lo importante acá es la diferencia y no la identidad. Así, árbol, casa, persona, etc., no se refieren a cosas. Se trata únicamente de observaciones que fundan diferencias entre identidades y diferencias: la identidad y lo diferente de árbol, la identidad y lo diferente de persona, etc.
La esquematización binaria, como su nombre indica, es una regla de duplicación. Y las formas no son otra cosa que productos de los sistemas, cuando tal regla es puesta en marcha. La identidad de árbol y lo diferente de árbol, la identidad de persona y lo diferente de persona... he ahí formas que han sido sometidas a la duplicación: por un lado su identidad, por otro su diferencia.
La regla de duplicación ofrece grandes ventajas. Gracias a ella, en el caso del lenguaje, los sistemas producen sentido. En efecto, establecer la diferencia entre la identidad y lo diferente de árbol, persona, etc., es lo mismo que producir el sentido de árbol, persona, etc. Mas esta regla se repite en los medios de difusión y en los medios de comunicación simbólicamente generalizados. Y en estos últimos presenta ventajas adicionales, que se verán más adelante.