Juan Soto del Angel
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Difícilmente podría negarse la recursividad operativa del sistema de la ciencia (Luhmann, 1996). Recursividad quiere decir que una operación se repite una y otra vez; y, que cada repetición se aplica al resultado de la operación aplicada con anterioridad. La comunicación científica es una operación que se repite una y otra vez. El científico todo el tiempo está fijando diferencias entre las informaciones y las formas de participarlas que deciden otros científicos o el mismo científico en otro momento. La ciencia constantemente resuelve si acepta o rechaza las comunicaciones científicas propuestas y siempre aplica el resultado de la comunicación precedente.
No ha de pasarse por alto que todo lo anterior es la descripción de un observador. Por tanto, no es algo que suceda en un contexto real. Se trata únicamente de la realidad de una reducción explicativa de la realidad, o si se prefiere, de conceptos explicativos de la realidad. La ciencia, pues, como cualquier otro sistema, se autorreproduce con elementos propios y nada desde el exterior afecta sus operaciones. Sin embargo, aquí la tarea del observador radica en determinar el tipo de operaciones con las que el sistema se cierra.
La recursividad permite la clausura del sistema en el ámbito de las operaciones, pero las relaciones causales con el entorno persisten. Esto quiere decir que el sistema reconoce motivos de cambio en sus estados, únicamente con operaciones propias: rechaza supuestos acerca del entorno sólo con relación a operaciones propias y modifica supuestos acerca del entorno sólo con operaciones propias. De allí que el sistema permanezca momento a momento en un punto de partida histórico, circunscrito tanto por las alteraciones del entorno, como por las circunstancias en que el mismo sistema se coloca con operaciones previas.
Derivado de lo anterior, ha de decirse que los sistemas no siempre operan de igual modo. Tampoco, por tanto, se someten a una ley susceptible de conocerse. Las operaciones están determinadas por las estructuras que se producen en cada momento. Ello hace imposible pronosticar el comportamiento de los sistemas recursivos. Tal cosa se alcanzaría si se dominaran los detalles. Para poner de manifiesto lo absurdo de esta pretensión, Luhmann (1996) cita un cálculo de Heinz von Foerster: una máquina no trivial con 4 inputs y outputs contendría 102, 466 posibilidades de transformación. No obstante un observador, puesto que no tiene otro remedio, considera que los sistemas funcionan respondiendo a un pasado estrictamente determinado.
Establecer los kilómetros que da un vehículo por litro de gasolina es relativamente fácil, pues la recursividad genera cambios calculables. En efecto, una vez que se pisa el acelerador, se consume una cantidad determinada de combustible, se desgasta en cierta medida el motor y algunos cambios ha de tolerar el entorno. La siguiente ocasión pasa lo mismo: consumo de combustible, desgaste del motor y cambios en el entorno. Mas la recursividad o repetición constante de la operación altera en escasa medida o en nada la relación entre consumo de gasolina y distancia recorrida. Muchas máquinas funcionan de manera similar. Las modificaciones derivadas de su recursividad suelen limitarse al consumo de energía y al desgaste del material. No es así con los sistemas de conciencia y los sistemas de comunicación, considerados máquinas no triviales. Unos y otros generan sus propias estructuras y las elecciones de cada momento a partir de la recursividad de sus operaciones.
La recursividad de los sistemas de conciencia y los sistemas de comunicación, en consecuencia, los hace altamente complejos. Ello no impide, sin embargo, que sus operaciones sean estructurales y empíricamente pronosticables.
La ciencia recursiva constituye, como todo sistema, un sistema estructuralmente determinado: se encuentra siempre únicamente en el estado que ha alcanzado gracias a sus propias operaciones. La transformación de un estado a otro supone la existencia de estructuras determinantes del estado que puede alcanzarse sin que el sistema se disuelva, esto es, sin que se desintegre en relación con su entorno. (Luhmann, 1996: 200-201)
Así, la ciencia, en tanto sistema estructuralmente determinado, goza siempre de un estado que consigue gracias a sus operaciones. Pero la transformación de un estado a otro reclama estructuras peculiares: estructuras que logren transformaciones sin disolver el sistema. Luego, el sistema no está en condiciones de seleccionar y determinar todas las fuentes de reforma. Sino que la secuencia de usos y modificaciones de estructuras se somete a tales estructuras que transforman el sistema sin disolverlo.
El objeto de la ciencia está constituido justamente por los sistemas estructuralmente determinados. Así, puede distinguir objetos atendiendo a las condiciones estructurales que dicta un sistema. La ciencia misma es un sistema estructuralmente determinado y forma parte de los objetos de la ciencia. La explicación científica no se ocupa de atribuciones causales, sino de describir la dinámica transformatoria de sistemas estructuralmente determinados.
Cada sistema determina sus estructuras a partir de un acoplamiento constante con su entorno. Y puesto que las conciencias componen el entorno irrenunciable de la comunicación social en general y de la ciencia en particular, Luhmann (1996) describe el ámbito de esta última como un sentido actualizado conscientemente. Esto quiere decir que la ciencia permanece acoplada estructuralmente a la conciencia. Lo cual, a su vez, significa que la segunda pone a la primera frente a un amplio número de posibilidades de selección, irritándola, interfiriéndola o apremiándola. Las conciencias construyen mundos que llaman la atención de la ciencia. Pero sólo la ciencia, con sus operaciones, decide qué y cómo incorporar o rechazar las ofertas de las conciencias.
La ciencia, a fin de continuarse, registra eventualmente estructuras rígidas en las conciencias. Sin embargo, ninguna conciencia está en condiciones de manipularlas. Alguna o algunas conciencias conseguirán desencadenar, bloquear o confundir las aceptaciones o rechazos de la ciencia, pero no más. Admitir que las conciencias, en su individualidad, tengan injerencia en las operaciones de la ciencia, resulta difícil. Entre los millones de conciencia que hay, no sería posible identificar aquella que fijara las estructuras de la ciencia. Podría decirse, en primer lugar, que son las conciencias científicas. De ese modo se reduce una buena cantidad de millones. No es suficiente: las conciencias científicas dan lugar a la sociedad científica, es decir, al sistema de la ciencia. Sistema que impone sus condiciones a toda conciencia científica. Lo dicho: las diversas conciencias irritarán con sus ofertas, mas únicamente la ciencia rechaza o acepta. A veces se observa influencia clara de alguna conciencia, pero se debe al lugar que le ha otorgado la sociedad científica en el sistema, a su prestigio.