Juan Soto del Angel
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El conocimiento acarrea consecuencias en la participación social del individuo. Anteriormente, el que sabía de las acciones con relación a lo sagrado gozaba de una jerarquía superior. La sociedad manejó el asunto con los estamentos sociales. De ese modo, cada quien se desempeñaba de acuerdo con la posición en que resultaba ubicado. No sucede así en la sociedad actual, en donde el sistema de la ciencia ha sido funcionalmente diferenciado.
¿Cómo se organiza la inclusión en el sistema de la ciencia? Igual que sucede con cada uno de los sistemas funcionales de la sociedad, se trata de una determinación autónoma ¿Quién puede comunicar? ¿Qué puede comunicar? Son las preguntas que afronta la inclusión. Autoridad y reputación, también atribuciones autónomas del sistema, son temas concomitantes. Sin embargo, quede claro desde ahora que la inclusión es altamente individualizada, no heredable. En otras palabras, los científicos no están en condiciones de otorgar su inclusión, autoridad o reputación a otra persona.
Otros sistemas operan la inclusión con ayuda de roles. Se ingresa a uno o a otro. La economía distingue productores, distribuidores y consumidores. La política, gobernantes y gobernados. En las profesiones, colegiados y no colegiados.
Dado que en la ciencia se trata de vivencias y no de acciones, la organización de la inclusión por medio de roles aparece muy débil. Cualquiera de los roles citados en el párrafo anterior, se define con relación a las acciones. Ello les da consistencia. Lograr la inclusión entre los productores, por ejemplo, significa someterse a las acciones plena y rígidamente establecidas en el rol. Pero la ciencia se ocupa de vivencias o al menos los interlocutores están de acuerdo en ello. Que el calor dilate los cuerpos, no se atribuye a sistema alguno. Se vive, pasa en el entorno y el sistema de la ciencia “logró saberlo”. Si ello es así, las acciones no son definitivas. Luego, los roles tampoco. Las verdades de la ciencia, diría Kuhn, se logran en episodios extensos y no aislados. En este sentido, no hay rol que lleve a ellas. Ninguna repetición de acciones científicas se asocia con el éxito constante. Un rol científico, pues, tendría pocas garantías de permanencia, y por lo mismo, constituiría un recurso muy débil de inclusión.
Respecto al sistema de la ciencia, entonces, la pregunta sigue en pie ¿Cómo se organiza la inclusión? O de modo más específico ¿Bajo qué criterio se decide quién comunica? ¿Cómo se dispone qué puede comunicar ese quien? La igualdad colegiada, la comunidad científica es el modelo dominante de inclusión (Luhmann, 1996). Alguien exhibe una verdad y otro la critica. Se define la verdad con ciertos enunciados y a partir de allí se interpreta una reducción de la realidad. Evidentemente se trata de un acoplamiento altamente flexible de las posibilidades de verdad. No obstante, la verdad misma logra de esa manera convertirse en algo sólido.
Desde luego, es una descripción ideal del modelo. Los hechos se desarrollan de manera muy distinta. Capacidad crítica significa, entre otras cosas, capacidad para proponer verdades. En estas condiciones se hace importante, aparte de producir verdades, desarrollar técnicas de participación de verdades con base en las expectativas de recepción. Las consecuencias son obvias. Los esfuerzos científicos con técnicas insuficientes de participación elevan enormemente su probabilidad de ser excluidos.
La diferenciación del sistema de la ciencia, aparte de esfuerzos científicos, desacopla valores, normas, prejuicios e intereses sociales. Además, no sólo desacopla, también regula las autopermisiones del individuo con relación a su participación en la investigación. El científico en tanto científico suele renunciar, en la medida de lo posible, a cualquier valor, prejuicio o interés, que no sea estrictamente científico. Igualmente, cada científico, en tanto científico, se permite una determinada participación en la investigación. Esta última es la que regula el sistema de la ciencia. He allí, con esplendor, la diferenciación del sistema de la ciencia. Cuando se hace ciencia, se hace ciencia, todo lo demás carece de posibilidades de acoplamiento científico.
La negación de posibilidades de acoplamiento científico no quiere decir exclusión absoluta. Los valores, las normas y demás factores que resultan desacoplados se tornan en perturbaciones e irritaciones del sistema de la ciencia. Éste las rechaza o las capitaliza en la transformación de sus estructuras. Desde el exterior, en calidad de observador, es posible advertir la improbabilidad y la probabilidad de los requerimientos de la diferenciación. Las exigencias son elevadas, por tanto, la inclusión es difícil. El amateur, por ejemplo, difícilmente obtiene un lugar en la comunidad científica.
Las publicaciones y los comités editoriales constituyen generalmente la vía de inclusión del sistema de la ciencia (Luhmann, 1996). Cualquiera está en condiciones de participar, pero pocos son los elegidos. Sin embargo, todo mundo goza de los beneficios de la ciencia y en esa medida se siente incluido.
Los conceptos de sujeto trascendental y reputación desempeñan también un papel importante dentro de los criterios de inclusión del sistema de la ciencia.
El sujeto trascendental constituye, para Kant (1979), la primera de todas las condiciones del conocimiento científico. El sujeto trascendental es diferente del sujeto empírico. Éste se refiere al individuo de la vida cotidiana. Aquél en cambio reúne determinadas condiciones, precisamente las que hacen posible su calidad de sujeto cognoscente.
Pues bien, a partir de esta distinción, se fundó un peculiar criterio de inclusión en la comunidad científica. Todo individuo o sujeto empírico, en principio, está excluido. Pero tiene la prerrogativa de la inclusión, basta que se sujete a las condiciones del sujeto trascendental. Es su derecho seleccionar la orientación de su vida de manera privada o aspirar a la comunidad científica. Es de notarse que tal criterio en apariencia es altamente incluyente (todos pueden), sin embargo, resulta severamente excluyente (no cualquiera piensa bajo las condiciones fijadas por la comunidad científica).
Frente a dicha severidad hay un proceso incluyente: la reputación. Se presenta ésta, en primera instancia, bajo una protección recíproca. Pocos autores criticarían a quienes lo alaban. Incluso, se alaba con la esperanza de ser alabado. Sin embargo, no se afronta una crítica señalando que proviene de un círculo incompetente. Se buscan inconsistencias en la crítica. Las cuales no son difíciles de hallar, puesto que todo conocimiento se origina en la observación y toda observación es paradójica. La correspondencia en los halagos instituye así una buena manera de obtener reputación.
Por otra parte, la ciencia otorga reputación bajo sus condiciones, negando identidad científica o manteniendo a la distancia un gran número de cosas: ante un ámbito amplio de informaciones, únicamente algunas logran notoriedad, las otras suelen pasar al olvido; los triunfos de un científico en campos extraños a la ciencia (en política o economía, por ejemplo) también se relegan; un docente comprometido, sin publicaciones, carece de reputación en las universidades. En fin, hay un gran reduccionismo. Ello hace posible regular de un modo muy peculiar inclusiones y exclusiones: muchos trabajos resultan ignorados, los científicos no alineados carecen de reputación, los científicos acreditados incrementan fácilmente su reputación. La complejidad del sistema, sin embargo, también hace ver que con frecuencia los científicos no alineados alcanzan algún respeto, se les llega a tratar como conocedores, incluso se les cita.
De igual modo, la reputación facilita la convocatoria al consenso sin dejar de reforzar las pequeñas diferencias. Y, finalmente, debe señalarse que despliega mayor influencia que cualquier circunstancia exterior con respecto a la elección de temas y a las características que hacen de las publicaciones un rápido foco de atención.