Juan Soto del Angel
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La identidad es el punto de partida de la lógica clásica. Según ella, algo se conoce cuando se identifica. Es decir, al momento en que se tiene la certeza de que ese algo aparece y aparecerá con su mismidad en cualquier contexto. La teoría de sistemas propuesta por Luhmann (1996) encara otro problema: ¿cómo se produce tal identidad o mismidad? Responderla exige dos cosas: abstracción y producción recursiva de “valores propios”.
Abstraer significa excluir distinciones. Tal cosa se manifiesta en toda identidad. La tierra es redonda excluye, entre otras, distinciones espacio-temporales. Se identifica la redondez de la tierra, independientemente del espacio y del tiempo. En tanto identificación, suele promover el olvido de que fue forjada por alguien en algún lugar y en algún tiempo, y con ello, que se identificó así, pero pudo y puede hacerse de un modo diferente. Sin embargo, el tema de investigación aquí es la producción de identidades. Luego, con el fin de identificar identidades, habrá que excluir distinciones.
Por otra parte, si el propósito es identificar identidades, habrá que identificarlas en lo ya identificado. En ello consiste la producción recursiva de valores propios. Se trata de repetir la operación de identificar, de condensar aquello que se tiene por idéntico, con todas las exclusiones diferenciadoras que se requieran. Y estas condensaciones deberán estar listas para presentarse en ámbitos y operaciones diferentes del sistema que las elaboró. Así, el sistema produce “valores propios”, convirtiendo la identidad en signo de dichos valores y organizando sus conductas a través de ellos.
Cada objeto de la ciencia está constituido por una identidad. Esta identidad supone una historia y logros específicos de la ciencia. La luna, en calidad de objeto de la ciencia, es una identidad. Que posee historia y conquistas de la ciencia. Por supuesto, lo que se ha ido identificando como luna ha ido excluyendo aquello que no se considera luna.
En la lógica clásica, la identidad o mismidad de alguna cosa garantiza que en ella se perciba lo mismo por diversos observadores. No puede ser así en la teoría de sistemas. No se pone en duda que diversas observaciones lleguen a iguales resultados. Lo que se fragua es una observación de segundo orden ¿Cómo es posible, si es el caso, que diversas observaciones lleguen a iguales resultados? He allí la pregunta emanada de la observación de observaciones.
En esta observación de segundo orden quedaría descubierta una paradoja. La identidad aparecería en calidad de diferenciación. En efecto, una identidad funda una diferencia entre lo que se incluye y lo que se excluye de la identidad. La identidad de la luna se forma incluyendo lo que se considera importante desde el punto de vista de tal identidad y excluyendo lo que la identidad rechaza. Dicha paradoja no se presenta en la observación de primer orden.
Una investigación de segundo orden, que la misma ciencia está en condiciones de producir, es la que permite saber la manera en que el sistema de la ciencia construye la identificación de sus objetos. También pone de manifiesto que las identidades, y por tanto las exclusiones, constantemente toman nuevos bríos, igualando lo diferente. No se sabe cómo sea Mercurio, Venus, Marte... pero todos se igualan en la identidad de planeta. Todo esto únicamente logra conocerse con observaciones de segundo orden, que no preguntan por el qué, sino por el cómo, renunciando al concepto ontológico de identidad.
Todo lo anterior precisa lo que quiere decirse cuando se habla de objetos de la ciencia: son los temas de la comunicación científica. Estos, a pesar de constituirse dentro del sistema, señalan de algún modo la realidad o entorno del sistema, o lo que es lo mismo, la facticidad de sus propias operaciones. Por lo demás, ello es muestra de que la clausura operativa del sistema ostenta apertura y rechaza cualquier solipsismo.
Finalmente, Luhmann (1996) sugiere abandonar el concepto de representación en las exposiciones científicas. El mismo se origina en la epistemología tradicional y tiene por base la presunción de que conocer es reproducir la realidad o exterior de la ciencia. La tarea de la representación consiste justamente en llevar a cabo la reproducción. Pero ya se ha repetido muchas veces: el sistema de la ciencia no está en condiciones más que de producir diferenciaciones desde el sistema, por el sistema y para el sistema, sus operaciones carecen de competencia en el exterior.
Ligada al concepto de representación se encuentra la concepción de que el sistema copia características de su entorno. Sin embargo, tampoco podremos hablar con sentido de simulación, pues todo ello supone la existencia de una analogía. En lugar de tales conceptos epistemológicos, es necesario traer a colación la idea de que el sistema construye una tenaz complejidad. Con esto se hace cada vez más improbable que el sistema se convierta en algo irritable, perturbable, decepcionable. (Luhmann, 1996: 228)
El sistema de la ciencia, pues, produciendo diferenciaciones con identidades, construye una tenaz complejidad. Que, según Luhmann, tiene un punto de apoyo: la hipótesis de encontrarse del lado correcto, aunque no sepa dónde ni como, ya que carece de competencia para determinar lo que sea el entorno en sí. Lo único que puede hacer es identificarlo, lo cual significa no sólo incluir, sino también excluir. Bueno, también puede identificar su identificación. Lo que le invita a ir más allá de una identificación, y entonces, identificar sus identificaciones. Pero en la identificación de identificaciones, puesto que al fin y al cabo es identificación, seguirá incluyendo y excluyendo, sin poder nunca abarcar todo. Pese a ello, seguirá construyendo identificaciones e identificaciones de identificaciones. He allí un ejemplo de la tenaz complejidad de la que habla Luhmann.