Juan Soto del Angel
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En síntesis, las observaciones son operaciones reales. Y cuando estas operaciones son reiterativas, se instituye el observador, también como algo real. El observador, por tanto, no es un sujeto, sino: una forma que, mediante un límite, produce, por evento y de manera simultánea, tres cosas: una diferencia, una negación y una designación. Esta producción no es otra cosa que el conocimiento o reducción que los sistemas observadores hacen de la realidad, es decir, de sí mismos.
Bajo la reducción, la observación puede identificar como unidad sucesos que pertenecen a varios sistemas. Una investigación científica, por ejemplo, suele identificarse de manera unitaria. Pero es evidente que allí toman parte al menos el sistema científico y el sistema psíquico del o de los investigadores. Y con frecuencia intervienen los siguientes sistemas: político, económico y educativo, entre otros. Pueden identificarse como unidad algunas condiciones del sistema político y las alteraciones en el económico; o también, las circunstancias del económico y las insuficiencias en el educativo. Todavía más: entre los sucesos susceptibles de identificarse en diversas unidades, aparece también el propio observador. Ello significa que el observador consigue adoptar diversas identidades, es decir, está en posibilidades de hacer uso de diversos límites para desarrollar sus observaciones. Así, el sistema de la ciencia podría considerar de manera unitaria los intereses económicos y la falta de recursos en el ámbito de la ciencia. Incluso, consigue tratar en tanto unidad a la propia ciencia.
Todo esto no podía ser explicado suficientemente por la epistemología clásica que se movía hacia un solo objetivo: identificar el ser. En efecto, observando bajo la diferencia ser/no ser, el conocimiento cumplía su propósito delimitando el ser e ignorando el no ser. Luego, deslindado el ser, nada más había que hacer. De este modo se relegaba uno de los temas fundamentales de la teoría del conocimiento: la latencia (Luhmann, 1996).
Hay cosas que están presentes, que imponen condiciones, pero pasan inadvertidas. Es cuando se dice que tales cosas son latentes. Sin embargo, algunos pensadores fijan su atención en ellas a fin de hacerlas transparentes. Es lo que hace Marx con la economía política o Freud con el inconsciente. Las condiciones sociales que determinan el conocimiento también habían permanecido latentes durante mucho tiempo, no fue sino hasta la aparición de la sociología del conocimiento que empezaron a hacerse transparentes.
La teoría de los sistemas que observan hace de la latencia su problema central. Cada observación fija un límite a través del cual designa algo y niega lo demás. Ello quiere decir que para sí misma es inobservable. O si se prefiere: el límite o condición de la observación permanece latente. Sólo una segunda observación puede hacerlo transparente. La observación de árboles traza un límite entre los árboles y lo demás, pero pone atención exclusivamente en los árboles. Una observación de esta observación, que puede ser operada por el mismo sistema, se orientará hacia el límite de tal observación. Tendría que hacerlo por medio de otro límite que le permita, de un lado, designar de manera unitaria el límite, la designación y la negación de la primera observación; y, del otro, negar todo lo demás. Si a su vez, quisiera observarse esta segunda observación, se requeriría de otro límite.
Hay que suponer que el mundo –sea lo que sea- tolera la diferenciación, y según la diferenciación que lo afecta, él estimula de distintas maneras las observaciones y descripciones así inducidas. Toda interferencia de la observación es por ello siempre relativa con respecto a la diferenciación en que se basa la observación. El mundo aparece así como invisibilidad involucrada, o como indicio de una habilitación sólo posible recursivamente. Independientemente de lo que sea como unmarked state antes de toda observación, el mundo es, para el observador (¿y quién más pregunta por él?) una paradoja temporalizable. Es decir sólo se le puede captar mediante una lógica no estacionaria y que no fije “objetos”. (Luhmann, 1996: 71-72)
La producción de observaciones a pesar de la paradoja
No obstante ser paradójica, la observación es posible. Una observación de primer grado traza un límite entre lo observado y lo demás, pero fija su atención exclusivamente en lo observado. Permanece ciega al límite y a lo demás. Por tanto, la paradoja ni siquiera es notada. Una observación que traza un límite entre los árboles y lo demás, sólo ve los árboles. Sin embargo, una observación de segundo grado, que observa la observación de los árboles, descubre la paradoja. La observación de segundo grado fijará la mirada en el límite por medio del cual se desarrolla la observación de los árboles. Y podrá percatarse que la observación de primer grado sabe lo que no sabe. No sabe la diferencia entre los árboles y lo demás, cosa que pretende averiguar a partir de la observación. Sin embargo es la propia observación la que determina el lugar en que ha de trazar el límite entre los árboles y lo demás. Luego, la observación sabe el límite cuando no sabe el límite.
En tanto operación u observación de primer grado, pues, la observación se realiza y puede ser observada. Ahora bien, en el campo de las investigaciones de segundo grado, las observaciones abandonan el qué y preguntan por el cómo (Luhmann, 1996). No ya qué son los árboles, sino cómo se observa a los árboles. Y sólo en el entramado recurrente de la observación de observaciones surgen estados estables a los que se puede remitir en cualquier momento. Y todo ello a pesar de la paradoja. Más aún. Cuando las observaciones de segundo grado preguntan por el cómo de las de primero, lo que desean saber es tan sólo la manera en que éstas manejan su paradoja. Cosa que, desde luego, no conseguirán saber más que de manera paradójica.