Juan Soto del Angel
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Se habló ya de la distinción medio/forma. Se recordará en esta parte, con el propósito de introducir a una mayor profundidad en el concepto de verdad en tanto medio de comunicación simbólicamente generalizado. La luz, en calidad de medio, es un entorno con diversas posibilidades de configuración; las sombras son formas que se gestan por la disposición de luz. De modo similar, el lenguaje es un entorno con diversas posibilidades de ordenación; los enunciados son formas que se logran a través de los arreglos que se generan en el lenguaje. Éste es un medio, entonces, no porque sea portador de mensajes, sino porque abre la posibilidad de configuraciones lingüísticas, es decir, media las configuraciones lingüísticas.
Análogamente a la luz y al lenguaje, la verdad es un entorno con diversas posibilidades de configuración; y, las aseveraciones científicas constituyen las formas que resultan de los acomodos que se provocan en la verdad. No está de más decir que, al igual que la luz y el lenguaje, la verdad tolera un número infinito de configuraciones.
Entendidas las cosas así, el problema del conocimiento ha sido sustituido ¿Cómo es la realidad? Ya no es la pregunta. Podría decirse que ahora es ésta ¿Cómo algo logra la calidad de medio y da lugar a la producción de formas? O reduciendo el asunto al medio que aquí está en cuestión ¿Cómo se acoplan y desacoplan las formas en el medio de la verdad? Luhmann (1996) responde la interrogante a partir del concepto de código.
La verdad, igual que todo medio de comunicación simbólicamente generalizado, está codificado de manera binaria. Se trata, pues, de una forma con dos lados: uno interno y otro externo. Éste se refiere a la no verdad o entorno con diversas posibilidades de construcción (el medio); y, aquél, a las verdades o formas que se construyen en dicho entorno, es decir, a las aseveraciones científicas. El lado interno, además, admite dos formas: las verdades y las falsedades. Las primeras son verdaderamente verdades; las segundas, verdaderamente falsedades.
La codificación binaria es redituable gracias a la exclusión exigida de todo tercero. No hay más, sólo verdad y no verdad. Queda descartado cualquier otro valor: justo, injusto, bello, feo, legal, ilegal, bueno, malo, etc. Ello delimita con claridad el campo de operación del medio. No sería así, si se diera cabida a terceros. Podría decirse, pues, que un medio de comunicación simbólicamente generalizado es tal, gracias a su codificación binaria. Esta última es precisamente la que garantiza ciertos éxitos comunicativos, imponiendo como condición que todo sea tratado bajo los dos valores impuestos por ella: verdad y no verdad, para el presente caso (la verdad).
En esta perspectiva, todo puede ser verdad o no verdad y todo está desde siempre desacoplado. La forma verdad/no verdad permanece abierta, no indica qué se acopla ni como; sólo fija un límite que distingue dos posibilidades de combinación: lo verdadero y lo no verdadero. Se trata, entonces, de buscar acoplamientos que admitan la construcción de expectativas que, a su vez, reduzcan la posibilidad de sorpresas.
Luhmann (1996) precisa en esta parte dos diferencias: verdad/no verdad y correcto/incorrecto. La primera, se ha venido sosteniendo, es la unidad del medio verdad. La segunda se refiere a las reglas que determinan la configuración de los valores del código, sea el positivo o el negativo. ”Llamamos estas reglas programas (lo cual incluye, por ejemplo, inversiones empresariales, leyes jurídicas, programas políticos), y llamamos los programas del sistema científico (programas de investigación) teorías o métodos” (Luhmann, 1996: 145). Así, las teorías o métodos científicos son programas de investigación que configuran formas o acoplan elementos en el medio verdad con el fin de reducir la posibilidad de sorpresas.
Ahora bien, si la verdad es una forma que se configura en un entorno (el medio verdad), potencialmente cualquier verdad está en condiciones de instituirse como no verdad, y a la inversa, cualquier no verdad podría erigirse en verdad. Se imponen otras preguntas ¿Hay predilección por la verdad frente a la no verdad? ¿Se prefiere la verdad antes que la falsedad? Luhmann (1996) responde comenzando por señalar que el valor positivo (verdad) encarna la capacidad de enlace de las operaciones del sistema y el negativo (no verdad) sirve de valor reflexivo.
Capacidad de enlace significa posibilidad de éxito comunicativo, o lo que es lo mismo, de aceptación. Conseguir tal cosa es el propósito del valor positivo del medio verdad en cualquiera de sus dos formas: las verdades o las falsedades. La teoría geocéntrica primero y la heliocéntrica después, pero las dos logran aceptación gracias a que se participan en el medio verdad. Por otra parte, la capacidad de enlace no sólo se refiere a la posibilidad del éxito comunicativo. Expresa también el incremento de comunicaciones exitosas y la preferencia por reformulaciones que agranden la esfera del conocimiento enlazado. Habiendo logrado el éxito comunicativo, la teoría heliocéntrica trajo consigo la aceptación de muchas otras comunicaciones derivadas de ella y, a su vez, ofreció un mundo de conocimiento enlazado de mayor amplitud con relación al que proponía la geocéntrica. Un mundo que siguió y sigue delimitándose.
La preferencia no es entonces por el valor positivo, sino por la comparación; y después de ésta, cronológicamente hablando, por lo sistemático y la conservación de las ventajas de esto último. La teoría heliocéntrica se somete a comparación con la geocéntrica y la mayor capacidad sistemática de la primera hace que se prefiera sobre la segunda.
¿En qué medida el valor negativo o no verdad es un valor reflexivo? El valor positivo facilita el enlace sistemático de un número infinito de verdades. No sucede así con el negativo. Las no verdades no están dispuestas en una especie de antimundo (Luhmann, 1996). Se refieren sólo a la negación de las relaciones formuladas bajo la verdad. “El sentido inmediato de la determinación como no verdad se encuentra en la designación de un error, es decir, en la disolución de un error, ya que un error reconocido ya no es tal” (Luhmann, 1996: 148).
Reconocido el error, queda bloqueada cualquier investigación que quisiera tomarlo como base. Al mismo tiempo se hacen viables otras formas de verdad; además, el error permanece registrado en calidad de conocimiento posible al que se puede volver en cualquier momento. Aceptado el yerro con relación a la indivisibilidad del átomo, se canceló toda investigación que la supusiera. De igual modo, distintas verdades asociadas con la divisibilidad tuvieron cabida. Y, finalmente, al error manifiesto se ha tornado una y otra vez: la división del átomo no culminó en protones y electrones, han aparecido neutrones y otras partículas.
Así, la no verdad se deja ver en cuanto el error es puesto al descubierto. Sólo entonces se hace necesario distinguir entre verdad y no verdad. He allí la razón por la que Luhmann llama reflexivo al valor negativo del medio verdad. Mientras el átomo se consideró indivisible, no hubo problema: era la verdad. Pero cuando la no verdad salió a flote, la reflexión se hizo indispensable.
Ahora bien, se ha dicho que el medio verdad se constituye por dos lados: la verdad y la no verdad. Además, que la no verdad encarna el valor reflexivo. Por tanto, aunque de manera indirecta, el medio verdad también resulta reflexivo. Sin embargo, es de notarse que aquí la reflexividad se refiere tan sólo al medio. El sistema exige, además, que la verdad sea única. De allí que la ciencia se preocupe por la coherencia, la generalización y la constante observación de las observaciones y de la verdad. Véanse más de cerca las razones:
Cuando el código para la designación positiva sólo dispone de un valor, significa al mismo tiempo que sólo vale para un mundo y que todo el conocimiento tiene que integrarse en esta causalidad universal. En el valor de la verdad, las cogniciones se condensan en cuanto tienen que ser integradas en una causalidad universal que a su vez las afirma, dificultando su revocación o bien cargándolas con deseos sustitutos. La verdad sigue siendo la misma: de comprensión en comprensión, de caso en caso, de enunciado en enunciado. En este sentido, se le puede designar como valor de condensación (Luhmann, 1996: 150).
Por otra parte, la no verdad hace un reclamo: aceptar únicamente verdades cuyas negaciones hayan sido sometidas a prueba y rechazadas. La teoría heliocéntrica brindó experiencias que rechazaron su no verdad. Luego la verdad, para ser tal, ha de ser probada (Luhmann, 1996). No está de más decir que las no verdades también exigen la prueba y el rechazo de sus afirmaciones: la no verdad de la teoría geocéntrica se admite después de rechazar mediante pruebas su verdad.
De igual manera, las no verdades son tema de reflexión bajo las condiciones de los programas de la ciencia o teorías. En este sentido, las no verdades a que apunta la ciencia tienen que ser interesantes (Luhmann, 1996), y en caso de resultar ciertas, han de generar teorías significativas.
En tanto, la condensación de las cogniciones que desarrolla el valor verdad recopila formas de teorías que determinan las reglas de su autotransformación, la cual siempre tendrá que ser explicada. De otro modo: el conocimiento estará en todo momento en condiciones de cambiar; pero siempre hará falta, en su caso, señalar las razones que determinan el fracaso del conocimiento puesto a prueba. De aquí se infiere también que el conocimiento se autotransforma casi a fuerza, ya que ello depende de sus propias estructuras.
También se hace importante señalar que la designación de la verdad y la no verdad permanece en la indecisión. Y esta indecisión no es otra cosa que la unidad del código; la cual, además, funge como un catalizador. Desde luego, mientras haya indecisión, habrá interés por someter a prueba el conocimiento y determinar su verdad o no verdad. Así, la naturaleza de un sistema codificado es inquieta, irritable, atenta, reaccionando siempre a estímulos no producidos ni previstos por él. No obstante, bajo las teorías prescribe informaciones relevantes con el propósito de poder trabajarlas más tarde.
En el código, verdad y no verdad tienen que tratarse estrictamente igual en cuanto a su probabilidad, si se pretende obtener mediante este código un mundo en el cual lo improbable debe de ser probable, es decir, donde el orden debe ser posible y hasta se le puede esperar. Vista en cuanto a su función, la codificación sirve para el rompimiento de su propia aceptación de entropía y, a continuación, para la posibilitación de la información y la morfogénesis de los condicionamientos estructurales. Sin tomar en cuenta cómo esté “allá afuera”, el sistema codificado genera un mundo propio donde existen orden y desarrollos enlazados. Este mundo propio no se debe pensar isomorfo en relación con otro mundo que un observador superior (¿pero quién?) podría ver e interpretar como real. Pero tiene que funcionar en tanto no debe impedir una continuación de la comunicación sistémica y una continuación de sus estructuras (transformadas o sin transformar). (Luhmann, 1996: 151)
La codificación binaria, pues, permite al sistema producir un mundo en que lo improbable se hace probable: lo no ordenado se ordena. Gracias a lo cual el sistema se autorreproduce y las estructuras se continúan, ya sea transformadas o sin transformar. Y todo ello independientemente de un mundo externo que pudiera ser garantizado por un observador superior ¿Pero quién? Pregunta Luhmann.
Que la codificación binaria transforme lo improbable en probable es un indicio de que la verdad, en tanto medio de comunicación simbólicamente generalizado, facilita el éxito comunicativo. Sin embargo, la codificación es sólo uno de los requerimientos, hacen falta otras condiciones.