Juan Soto del Angel
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La unidad diferenciadora de la ciencia.
Por ahora se ha visto que el conocimiento es producto de la sociedad. De manera más específica, ha de señalarse que es fruto de un sistema funcional de la sociedad: la ciencia. De igual modo, se ha hecho alusión a la génesis de los sistemas sociales. Allí se puso de manifiesto que estos últimos quedan instaurados cuando sobre la base de la intransparencia se construye la transparencia. Además, se mencionaba que el éxito comunicativo quedaba garantizado, en alguna medida, con los medios de comunicación simbólicamente generalizados, entre los cuales aparece la verdad.
Un observador de primer orden no distingue entre verdad y conocimiento. Para él, todo conocimiento es verdadero; si no es verdadero, será cualquier cosa, un error quizá, mas no conocimiento. En cambio, un observador de segundo orden, como es el caso del sistema de la ciencia, distingue entre conocimiento verdadero y conocimiento no verdadero. Más aún: la unidad del sistema de la ciencia se constituye con la diferencia verdadero/no verdadero. Bajo ella observa observaciones, acepta hipótesis o las rechaza. Con el propósito de subrayar la paradoja, Luhmann (1996) llama verdad a esta unidad diferenciadora.
Sin duda la verdad es un medio exitoso de transmisión de información. En la vida cotidiana, la verdad se acepta sencillamente porque es verdad. No sucede así en el caso de la observación de observaciones. En efecto, al observador de observaciones le salta una pregunta ¿Qué cosa determina la verdad o no verdad de las observaciones observadas? Y dado que se trata de la autopoiesis del sistema científico, la pregunta puede formularse de manera más específica ¿Qué cosa determina la verdad o no verdad del conocimiento científico? En otras palabras:
La verdad funciona como un símbolo utilizado en procesos empíricamente observables. Sólo sucede lo que sucede. Un observador bien puede preguntarse por qué sucede como sucede. Puede imaginarse, desde puntos de vista por él seleccionados, qué podría suceder de otra manera. Puede ver la verdad como un ente contingente. Pero también eso lo tienen que hacer, si no, no sucede. El observador también puede ser el sistema observado, y en el caso de la ciencia que se vuelve compleja en sí misma, es poco probable que alguien más esté en condiciones de observar de manera adecuada. (Luhmann, 1996: 131-132)
Así, la verdad, con su diferenciación verdadero/no verdadero, no es más que un símbolo que suele mediar el éxito comunicativo. Allí encontró acomodo la teoría geocéntrica y costó trabajo rechazarla. Paulatinamente, la teoría heliocéntrica se abrió paso. Pero su aceptación se consiguió, también, gracias a que se condujo en el medio verdad.
Ahora bien, la verdad funciona en procesos empíricamente observables; luego, si se quiere saber algo de la verdad, no hay más que observar estos procesos. Y entonces podrían hacerse las preguntas señaladas por Luhmann y muchas otras ¿Cómo funciona la verdad? ¿Por qué funciona así y no de otro modo? ¿Qué sistema observador está designando la verdad?¿Qué determinó el éxito comunicativo de la teoría geocéntrica? ¿Qué, los primeros fracasos de la heliocéntrica?
La posibilidad del fracaso comunicativo derivado de la escritura.
Los medios de comunicación simbólicamente generalizados encaran el problema del éxito comunicativo surgido a raíz de la invención de la escritura. Y en esto, la verdad no es la excepción. Planteada de manera oral, la oferta comunicativa exige una comprensión simultánea y la decisión inmediata respecto a su aceptación o rechazo. En una conversación, el mensaje debe comprenderse mientras el interlocutor habla y allí mismo hay que aceptar o rechazar lo que se ofrece. No hay, pues, tiempo para reflexionar, lo que facilita el éxito comunicativo. Las cosas se complican con la aparición de la escritura. En ella, la información, la participación y la comprensión quedan ampliamente separadas. El texto se escribe de tal modo que pueda comprenderse, independientemente de la situación en que se lea. Así, el lector carece de presiones con relación a la aceptación o rechazo de lo comprendido. Éstas son las consecuencias:
Comprender y aceptar/rechazar son operaciones separadas. Se dispone de tiempo para reflexionar, ya que el texto no desaparece como la palabra hablada. Tampoco requiere de una concentración tan completa como la palabra. Estimula justamente reflexiones secundarias y críticas. Sugiere una observación de segundo orden. A causa de la separación del acto de comunicar, y el acto de entender y la aceptación o rechazo del contenido ofrecido se convierten también en dos decisiones, y eso aumenta cuanto más complejos son los textos. La sospecha de ser la víctima de un error o de verse abiertamente engañado, encuentra el tiempo suficiente para desarrollarse. Y esta sospecha no se encuentra bajo la presión de la interacción entre los presentes que obliga a expresarla de inmediato, bajo peligro de perder la fuerza de convicción debido a argumentos contrarios. (Luhmann, 1996: 133)
Tales consecuencias, desde luego, ponen en peligro el éxito de la comunicación. Surgen infinidad de posibilidades de sentido en la comprensión y se tiene todo el tiempo del mundo para seleccionar una. Tampoco hay prisa en cuanto a la aceptación o rechazo de lo comprendido ¿Por qué seleccionar un sentido, si la situación puede esperar? ¿Por qué aceptar o rechazar lo comprendido, si las cosas pueden quedarse como están? En efecto, es posible leer y no volver a ocuparse del asunto, aun cuando no se haya optado por un sentido o esté pendiente la aceptación o rechazo del mismo. He ahí el posible fracaso de la comunicación al que salen al paso los medios de comunicación simbólicamente generalizados, entre los cuales se presenta la verdad con su unidad diferenciadora verdad/no verdad ¿De qué manera opera este medio? Es la pregunta que se tiene pendiente.