José Ignacio Reyes González
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A partir de 1959 los estudios históricos recibieron un fuerte impulso en el país, aunque los especialistas en esta materia no se sientan satisfechos con lo realizado en estos casi 40 años. El respeto hacia la historia y hacia sus investigadores se convirtió en un principio importante de la política de la Revolución en este campo, lo cual ha sido reconocido por sus propios protagonistas y los amigos de Cuba que conocen el esfuerzo que se ha hecho por rescatar y analizar con un andamiaje científico el pasado y el presente cubano, aunque no siempre se haya logrado la perfección.
Hay historiadores prestigiosos como C. Almodóvar (1986, 1989), J. Le Riverend (1995), E. Torres Cuevas (1995), O. Zanetti (1995), J. James (1995), C. Torres (1995), A. García (1996) y J. A. Tabares del Real (1996) que en publicaciones especializadas del país han expresado sus criterios acerca del desarrollo de la historiografía en Cuba y sus tareas más urgentes como ciencia social y en función del desarrollo de la nación cubana en una época tan convulsa como la que vivimos.
En las primeras décadas de este siglo los historiadores hicieron del problema nacional el verdadero eje de la historiografía cubana, tal y como afirma O. Zanetti (1995), lo cual es explicable en el sentido de que la república surgida no era reflejo de la independencia soñada en la etapa colonial y por eso muchas de las obras escritas por Enrique Collazo y Emilio Roig de Leunchsenring abordan esa problemática, así como el dominio norteamericano sobre nuestro país. Es comprensible que la historia política estuviera en el centro de la atención de los historiadores pues se estaba salvando la existencia de la nación independiente, generadora de mil batallas desde el siglo XIX y este podía ser uno de los aportes de la intelectualidad cubana del siglo XX: preservar la idea de la nación cubana frente a las posiciones neoanexionistas que EE.UU. estimulaba.
Hay interesantes trabajos de Ramiro Guerra, uno de nuestros insignes historiadores, al que con su enfoque positivista le debemos mucho en relación con el rigor con que utiliza el documento histórico. Precisamente su afiliación a la historiografía positivista refleja el predominio de lo político y lo militar en sus obras, aunque en trabajos como “Azúcar y población en Las Antillas” revelará la relación entre elementos económicos y sociales, lo cual es propio de un historiador progresista que le busca respuesta a las problemáticas propias de la historia nacional y sus contactos con el mundo, en el especial el Caribe.
A pesar del predominio de la historia política no faltaron intelectuales que se ocuparan del contenido social del proceso histórico cubano, tal es el caso de Fernando Ortiz, a quien hay que agradecerle su preocupación por la formación de la identidad social y cultural del pueblo cubano, marcando pautas que luego han seguido otros investigadores.
Sobre todo en la década del cuarenta aparecieron trabajos que desde la perspectiva de la clase obrera, y en particular de los sectores populares explotados explicaban aspectos relacionados con la historia nacional, y que se convirtieron en otra opción de análisis esta vez desde una perspectiva marxista, tal es el caso de Blas Roca, y sobre todo de Carlos Rafael Rodríguez.
En la década del sesenta había una necesidad urgente de reinterpretar la historia nacional, por eso los historiadores aprovechando el material factual a su disposición se dieron a esa tarea, apoyándose en un sistema categorial marxista, que no fue muy bien utilizado por algunos y dogmatizados por otros y aunque no siempre produjo las obras que se deseaban, significó un impulso nunca antes visto en la producción historiográfica cubana.
De la historia política pura preferida anteriormente se pasó al estudio de los procesos económicos, lo que facilitó que la historia económica se fuera consolidando como una disciplina especializada. “Sus trabajos más sobresaliente dedican, por lo general, amplio espacio a la consideración de los procesos sociales imbricados en los fenómenos económicos, de modo tal que han realizado aportes muy significativos el conocimiento de la historia de la sociedad”. O. Zanetti (1995 : 120).
El hecho que los historiadores cubanos asumieron el materialismo histórico como fundamento metodológico de las investigaciones los acercó, al menos teóricamente, a una concepción de historia total enunciada por sus fundadores, aunque no siempre las urgencias y tareas de la época les permitieron ser consecuentes con el estudio total de la sociedad. Ser historiador significaba también buscarle respuesta, desde los de abajo, a la evolución y desarrollo de la nación en el contexto del enfrentamiento con los que desde dentro y fuera se oponían a la radicalización de la Revolución que ponía como centro de su preocupación por vez primera al pueblo. Esto explica el predominio de la historia política, la historia de los luchadores en diferentes esferas en el país, las principales guerras por la independencia y recurrir a esa fuente inagotable de tradiciones para unir al país en un torrente único que luchara por mantener y preservar las conquistas que se iban alcanzando.
La historiografía cubana estuvo, debido a las condiciones históricas propias de la etapa revolucionaria, vinculada a la que se realizaba en los países de Europa del Este, en particular la ex - URSS, lo que trajo ciertas influencias en su aplicación, aunque no todos los historiadores se dejaron dominar por esquemas que no tenían nada que ver con la historia cubana y su tradición historiográfica. Por otra parte, se produjo cierto aislamiento de Cuba con relación a lo que acontecía en la historiografía de Francia, de Gran Bretaña, Italia, Alemania, EEUU y América Latina, entre otros.
La propia concepción marxista asumida por los historiadores cubanos después del triunfo revolucionario, los llevó desde temprano a incursionar en lo que se considera la historiografía social ampliando el campo temático en las décadas siguientes como hace referencia O. Zanetti (1995):
La historia demográfica: No existía una tradición de estudiar la demografía bajo una óptica histórica y solo se aborda recientemente, siendo su impulsor y pionero en Cuba Juan Pérez de la Riva. Dentro de esta gran temática se han realizado trabajos sobre las migraciones los que han ayudado a esclarecer la composición étnica y la formación de la identidad cultural cubana.
Ha sido menos atendida el tema central de la demografía histórica: el régimen de población y la evolución de los patrones demográficos, así como los problemas de población y hábitat han sido objetos de un tratamiento muy desigual.
Estructuras, clases y grupos sociales: Hay excelentes estudios sobre la estructura social en Cuba, sobre todo de la época neocolonial, como es el trabajo de Jorge Ibarra, “Cuba: clases y estructuras de clases, 1898 – 1958” sin embargo, la colonia merita una profundización similar.
Sobre las clases sociales en Cuba hay trabajos realizados por M. Moreno Fraginal, M.C. Barcia y E. Torres-Cuevas que aportan sobre la caracterización de la burguesía esclavista. Sobre la etapa de la república neocolonial y las características de los diversos sectores de la burguesía, sus proyecciones económicas y políticas han trabajado entre otros J. Ibarra, A. García, O. Zanetti y F. López Segura.
De las clases sociales, es el proletariado la más estudiada y con una producción historiográfica sistemática gracias al impulso que recibió después de 1959. Sin embargo en estos estudios ha predominado un reduccionismo político sobre todo en la producción de la década del 70 y que fue resolviéndose con estudios más equilibrados en las décadas siguientes, aunque falta adentrarse más en la evolución de su vida cotidiana, sus costumbres, psicología social y peculiaridades culturales, entre otros aspectos.
El resto de las clases y/o grupos sociales no han sido suficientemente investigado, tal es el caso del campesinado, con pocos trabajos sobre sus peculiaridades socio-económicas; el estudiantado más investigado en sus aspectos organizativos y políticos; el negro que merece una profundización de la comprensión de las modalidades de participación en el proceso de formación nacional y la mujer con menos investigaciones sobre su papel en la vida social, la familia, movimientos feministas, y sean más frecuentes los estudios de su papel en las luchas revolucionarias.
Hay investigaciones del Centro Cultural Juan Marinello y del Centro de Estudios de la Juventud que incursionan en interesantes problemas de lo social, que si bien tienen una base histórica, predomina el enfoque sociológico, pero que se integran al esfuerzo que realizan los historiadores por revelar nuestras peculiaridades sociales.
Mentalidades colectivas: Constituye el sector menos desarrollado dentro de la historiografía social de Cuba, con antecedentes en las obras de F. Ortiz. Solo hay un trabajo con ese enfoque abarcador, que es el realizado por J. Ibarra “Un análisis psicosocial del cubano”, que refleja las primeras décadas de la neocolonia, y otros trabajos que rastrean esferas específicas como las creencias populares sobre todo los cultos de origen africano que ha tenido un fuerte impulso en las últimas dos décadas, no así el resto de las religiones donde falta un análisis ideológico, de sus especificidades más detalladas y su impacto en la formación nacional.
La historia cultural popular ha sido objeto de estudios muy interesantes, con la delimitación de las características de las diferentes etapas por las que ha transitado, sus componentes formativos y los principales movimientos socioculturales que influyen en la vida social cubana, como se refleja en la obra de F. López Segrera” Cuba: cultura y sociedad”.
Movimientos y conflictos sociales: Esta problemática de la historia social se entremezcla mucho con la historia política. En Cuba se ha investigado sobre la resistencia y rebeldía de los esclavos, en particular por la rica producción de J. L. Franco y otros historiadores que luego le siguieron como G. la Rosa, el que aporta los estudios más serios y completo en la actualidad.
A pesar de la presencia del bandolerismo en nuestra historia este no ha sido objeto de muchos estudios, sobre todo el del siglo XIX, con más investigaciones sobre el gangsterismo urbano de la década del 40 y mucho más publicado sobre el bandidismo de la década del 60 como expresión de la resistencia contrarrevolucionaria.
La existencia de las Comisiones de Historia del Partido Comunista de Cuba y las investigaciones de historia local llevadas a cabo por cada municipio y provincia han revelado interesantes elementos de la historia social regional, que necesitan una mayor presencia en las monografías que se elaboran y que permitirán revelar claves importantes sobre las regularidades de las regiones del país, pero también de la conformación de la nación y la nacionalidad cubana.
Hay temas en los cuales los historiadores cubanos no han incursionado, o al menos si se trabajan no han tenido la divulgación que necesitan, como es lo relacionado con la vida cotidiana, las costumbres, la historia de la familia, el amor, el trabajo, los sistemas de valores, etc. Muchos de estos temas y otros que no relaciono, pero que entran en el campo de lo social, no se pueden desdeñar si se quiere aspirar a, desde la historia total o global, encontrar las claves de nuestro origen y evolución como nación y sobre qué tradiciones afianzarnos para develar un futuro más tranquilo y próspero para el país.
Hay que escuchar el reclamo y llamado de los historiadores preocupados por esta problemática: O. Zanetti (1995), J. James (1995) y C. Torres (1995) de que la historia social puede insertarse perfectamente en la tradición historiográfica cubana, “ porque su variada y rica problemática puede introducir un aire renovador y vivificante en las relaciones entre los historiadores y el público lector, logrando una mejor sintonía con los intereses y preocupaciones de las nuevas generaciones” O. Zanetti (1995 : 125).
Después de realizado este análisis cabe preguntarse:
¿Es conocida la historia social por los docentes y la tienen en cuenta para la selección de contenidos curriculares para un aprendizaje más significativo de la asignatura?