José Ignacio Reyes González
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La escuela cubana está enfrascada actualmente en la realización de cambios que le posibiliten dar respuesta a las crecientes exigencias sociales con respecto a la necesidad de egresar un alumnado con un nivel de preparación cualitativamente superior al que se ha logrado con anterioridad.
En la formación integral de los alumnos desempeña un papel esencial la enseñanza de la Historia, idea esta que se viene desarrollando por la pedagogía cubana desde el siglo XIX y que en las últimas décadas ha sido sistematizada por muchos estudiosos de esta problemática desde aristas disímiles. Fidel Castro (1968, 1973, 1991, 1993, 1995, 1998); A. Hart (1976, 1989); R. M. Álvarez (1978, 1990, 1993, 1995, 1997, 1998); H. Díaz (1989); H. Leal (1991), entre otros.
Las potencialidades instructivas y educativas de la Historia deben ser aprovechadas por la escuela para la educación integral de los escolares, y no para una mera reproducción mecánica de hechos, ideas y sentimientos, sino porque al beber de ella, interpretándola, comprendiéndola, razonándola, el alumno encuentra argumentos y experiencias para enriquecer su actuación personal y social.
Si la escuela prepara para la vida social, el aprendizaje de la Historia no puede separarse de ese principio. Por eso, todo lo que se investigue para mejorar la enseñanza–aprendizaje de la historia no puede alejarse de esa máxima pedagógica.
Breve reseña de la política educacional de la Revolución con respecto a la enseñanza de la Historia de Cuba
Desde 1959 estuvo la preocupación por darle un papel protagónico al estudio de lo social, como parte de la preparación cultural y para poder comprender las tareas que había que asumir en el nuevo contexto histórico.
La enseñanza de la historia nacional se convirtió en uno de los objetivos esenciales en los diferentes niveles de enseñanza, sobre todo por el esfuerzo que hacían los historiadores por revisar lo que sobre nuestra historia se había escrito, utilizando ahora un enfoque marxista de análisis e interpretación. Las conclusiones de los investigadores se utilizaron en los programas escolares contribuyendo a esclarecer hechos, personajes y fenómenos históricos, reforzando la comprensión de la historia nacional y fortaleciendo el sentido de pertenencia a la nación cubana en un contexto de enfrentamiento a la contrarrevolución interna y externa apoyada por el imperialismo norteamericano.
La enseñanza de la historia nacional como asignatura independiente en la escuela primaria y secundaria, introducida en ésta última en 1965, se mantuvieron hasta 1975 cuando se decidió estructurarla como parte de la historia universal, criterios que no emanaron de la experiencia curricular cubana y tuvo sus repercusiones negativas.
La Historia Antigua y Medieval sustituyeron en el quinto y sexto grado de primaria a la historia nacional, nivel de enseñanza que sólo mantuvo un programa sencillo de Relatos de Historia de Cuba en cuarto grado, que de forma propedéutica, factológica y elemental abordaba algunos de los hechos y personajes más importantes de Cuba. El niño se adentraba en la complejidad de la vida del hombre de la comunidad primitiva, la sociedad esclavista y feudal, sin aún tener claridad de cómo había transcurrido el proceso histórico cubano, lo cual lo alejaba cognitiva y afectivamente de sus raíces nacionales y locales.
En las secundarias básicas la Historia de Cuba dejó de ser una asignatura independiente, para estudiarse siguiendo una cronología universal que fragmentaba el reflejo de la evolución histórica nacional y no permitía trabajar la interacción dialéctica de las etapas de la lucha revolucionaria de manera lógica y coherente. Se favorecía el conocimiento de lo universal en detrimento de lo nacional, lo cual se tornaba más crítico al no estudiarse la historia local como parte de lo nacional.
En el preuniversitario se dejó de estudiar la historia de Cuba, para en décimo y onceno grados abordar la Historia del Movimiento Obrero Internacional y Cubano. Si bien el alumno a través de este programa recibía alguna información sobre la historia nacional, hiperbolizaba la actividad de los obreros y su dirección en la conformación de la nación con lo que se perdía la oportunidad de adentrarse en la rica gama de elementos que han intervenido en el proceso histórico cubano. No se puede negar que esta solución curricular tuvo algunos aportes, pero no facilitaba la expresión dialéctica de la participación de sectores sociales tan disímiles en el proyecto revolucionario cubano, original en sus condiciones históricas.
En los finales de la década de los ochenta destacados especialistas de la historia y de su enseñanza expresaban su preocupación por la insuficiente preparación del alumnado en la historia americana y nacional, así como las limitaciones didácticas de los docentes para lograr un conocimiento histórico-social duradero y reflexivo en sus alumnos. A lo anterior se suman las críticas de la dirección de la Revolución sobre la formación histórica de los escolares, lo que produjo una revisión de los programas escolares de la disciplina.
El nuevo diseño curricular se iniciaba desde la primaria con elementos históricos en cuarto grado en la asignatura “El mundo en que vivimos” y continuaba con Historia de Cuba en quinto y sexto grados, rescatando el aporte de Ramiro Guerra del estudio de la historia local en su vínculo con lo nacional.
En secundaria básica se decidió cerrar el aprendizaje histórico de lo nacional en conjunción con lo local en el noveno grado, aprovechando la base que aportaba el estudio de la historia universal y americana de los grados anteriores. Con un carácter sistemático este programa sigue un ordenamiento lineal y cronológico de todos los períodos de la historia de Cuba con énfasis en los principales elementos de la conformación de la nación y la nacionalidad cubana y la participación colectiva e individual en cada etapa de lucha.
Nuevas transformaciones se operaron en el preuniversitario y las escuelas politécnicas. La Historia de Cuba se enseñó en el décimo grado y en el primer año de los politécnicos, por el papel decisivo que desempeña en la formación educativa del alumnado; y finalmente en el duodécimo grado se introdujo un curso que tenía la intención de profundizar en la historia nacional para los estudiantes que concluyen el bachillerato.
El derrumbe del campo socialista europeo había dejado entre otras la lección del daño que puede hacer la enseñanza dogmática y formal de la historia. Esta experiencia, junto a otras consideraciones, contribuyó al surgimiento del criterio de priorizar la enseñanza de la Historia. Sus objetivos se clarificaban hacia el desarrollo en los educandos de un pensamiento histórico reflexivo y crítico, con alta comprensión de la realidad social contradictoria del mundo actual en la que Cuba debía insertarse para de esa forma poder sobrevivir y conservar las conquistas alcanzadas hasta ahora, y capacitarlos para las transformaciones que el presente y el futuro exigen.
La decisión de que la Historia fuera una asignatura priorizada, era una sabia conclusión, que lamentablemente no siempre ha tenido la interpretación pedagógica adecuada de los directivos educacionales intermedios y los docentes que la imparten.