LA CONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD PROFESIONAL DE LAS NORMALISTAS TLAXCALTECAS
Victoria Ramírez Rosales
Frente a la crisis contemporánea de la identidad, que Bendle (2002) apunta como una doble crisis, producto de una crisis social -que ya analizábamos en el apartado anterior- pero también de una crisis teórica que no ve más futuro en el estudio de las identidades. Surge una corriente proveniente de la sociología francesa con autores contemporáneos como son Dubar y Dubet que han realizado importantes aportes en el campo de la identidad.
Estos autores tomando distancia crítica con la postura estructural funcionalista (Durkheim y Parsons) con un nuevo replanteamiento de teorías que vienen desde el interaccionismo simbólico, del actor social, del sujeto lacaniano, entre otros enfoques; han centrado su discusión en la construcción de las identidades desde el vínculo del sujeto con lo institucional, visto como un proceso interaccional complejo, lleno de tensiones y siempre provisorio. Colocando de nueva cuenta en el debate contemporáneo las discusiones sobre el estudio de las identidades.
En este estudio planteamos la identidad profesional desde una visión que pone en el centro de la discusión la dialéctica entre los niveles objetivo y subjetivo, estructura y acción, instituciones e individuos, en su construcción. En términos de las estudiantes normalistas y el estudio de su identidad profesional, observamos que existe una relación entre el papel que cumplen instituciones sociales como la familia y las escuelas normales como espacios de interacción y de socialización, en la construcción de esquemas que guían la acción y el sentido de “ser maestras” de estas estudiantes.
De ahí que, consideramos que estos nuevos replanteamientos teóricos sobre la identidad, que ponen el énfasis en el proceso dialéctico de lo social y lo individual en la construcción de la identidad, son los más idóneos para comprender y explicar el proceso que sigue la construcción identitaria profesional de las estudiantes normalistas de Tlaxcala.
El apartado lo hemos dividido en tres subtítulos: 1) visión interaccionista, 2) nuevos ordenamientos socio-institucionales y, 3) socialización, rol e identidad. El primer subtítulo es una especie de preámbulo, en el cual abordamos las principales ideas sobre el interaccionismo simbólico para posteriormente articular estos hilos teóricos en el segundo subtítulo con los planteamientos de Dubar, aquí vamos a complementar y desarrollar la postura de este autor con las ideas de Jenkins y Gaulejac.
Aun cuando Gaulejac (2002) no desarrolla precisamente el tema de la identidad, sí profundiza sobre la dialéctica de la constitución del sujeto: un individuo producido por el contexto sociohistórico y el individuo productor de sí mismo, de su propia historia, a partir de su subjetividad. Que es en esencia la propuesta de Dubar (1991) sobre la identidad, la cual señala el autor, opera a través de una doble transacción: la transacción biográfica (la identidad para sí) y la transacción relacional o social (identidad para el otro) que corresponde a las interacciones del individuo en los contextos con los cuales se relaciona y que le otorgan su legitimidad identitaria.
Jenkins (2002) al igual que Dubar hace notar el proceso dialéctico de la identidad, que el nombra como los momentos internos y externos en la dialéctica de la identificación. También como Dubar, confiere un papel relevante a las instituciones en este proceso.
En el último subtítulo analizamos cómo es que en el caso de las estudiantes normalistas el proceso de socialización en su formación profesional y los roles asignados y resignificados por ellas, constituyen elementos muy significativos en la construcción de su identidad profesional. Aclarando que no es desde una visión funcionalista como retomamos el concepto de socialización y de rol, sino más bien desde una postura crítica a esta mirada, para lo cual retomamos las ideas de autores como Dubar, Dubet y Goffman, que aun desde sus propias perspectivas destacan la importancia de la interacción, la negociación y la reflexión del sujeto en estos procesos socializantes.
Visión interaccionista
Una perspectiva que resulta interesante explorar para el caso de las identidades, se ubica en los aportes teóricos que vienen dados desde la postura interaccionista, con autores que abordan la explicación del comportamiento humano en términos no estrictamente estructurales sino más bien de interacciones entre sujetos.
El interaccionismo tiene su origen en la escuela de Chicago, entre los precursores intelectuales más importantes se destaca George Herbert Mead, quien retoma las ideas de la escuela Pragmatista norteamericana en su teoría filosófica. Conceptos tales como: acción-interacción, individual-colectivo, subjetivo- objetivo, fueron claves en su pensamiento.
Fue el sociólogo Herbert Blumer, quien en 1937 acuña el término de interaccionismo simbólico como actualmente se le conoce a esta corriente sociológica. El autor parte de tres premisas básicas para diferenciar el interaccionismo simbólico de otras explicaciones tanto sociológicas como psicológicas: a) los seres humanos actúan hacia los objetos de su entorno sobre la base de los significados que ellos les atribuyen, b) el significado de las cosas se deriva o surge de la acción social (interacción) que uno lleva a cabo con otros y c) los significados son aplicados o modificados según la interpretación que la persona realiza en su encuentro con diferentes aspectos de la vida (Blumer, 1969 citado por Ralsky, 1991:126).
El concepto central en el pensamiento blumeriano que marcó la distinción del interaccionismo simbólico con otros análisis teóricos, es el concepto de “significado”. Según Blumer (1969) el significado que el individuo o los individuos le otorgan a un objeto físico o a un fenómeno espiritual o social va a determinar su comportamiento, su acción o su relación con otros individuos. Esta idea marca la diferencia con las teorías macrosociológicas que atribuyen el comportamiento de los individuos a factores externos que determinan su conducta. Apunta que el significado tiene un origen netamente social, por lo tanto su explicación esta vinculado al contexto de la vida social y tiene su formación durante el proceso de interacción social; no es algo inherente al objeto o fenómeno ni es una significación particular del individuo.
Los significados constituyen el mundo real de los individuos y a su vez son la base de sus acciones, estos significados se elaboran a través de un proceso de interpretación que incluye dos momentos: un primer momento es la internalización de la realidad y un segundo momento lo constituye la transformación de los significados a la luz de una nueva situación.
Estos planteamientos dados desde el interaccionismo simbólico: la puesta central de lo social en la construcción de los significados y el lugar primordial que ocupan en la acción de los sujetos. Son las nociones básicas de la cual parten las posturas de los teóricos que desarrollan la concepción de identidad que en este trabajo es retomada y que a continuación vamos a analizar.
Nuevos ordenamientos socio-institucionales
Como ya lo hemos señalado anteriormente, ante la doble crisis tanto social como teórica de los estudios de la identidad, se hacia necesario un replanteamiento de nuevos enfoques teóricos y analíticos que dieran cuenta de su complejidad en la sociedad contemporánea.
Un autor muy importante en esta línea es Dubar (1991) quien recupera para su propuesta de las identidades, las tradiciones teóricas provenientes de: a) la sociología comprensiva del sujeto; que hace un interesante aporte al análisis de las identidades pues permite dar cuenta de la vida cotidiana, de los actores y los procesos de significación intersubjetiva que la contienen; b) la teoría de la acción comunicativa de Habermas que ha intentado un proyecto constructivo de una identidad social como intersubjetividad, piensa la intersubjetividad como el terreno propicio para la comunicación y la reflexión, estas ideas las retoma de Herbet Mead (1943) quien fue el pionero en analizar los procesos de socialización como construcción de una identidad social, a partir de la interacción y de la comunicación con los otros y ; c) la teoría fenomenológica de la construcción social de la realidad de Berger y Luckmann, las cuales nos remite a lo objetivo, subjetivo y lo social como procesos dialécticos en la socialización.
A partir de las teorizaciones de Berger y Luckmann en su texto La construcción social de la realidad (1994), en el cual realizan la distinción entre socialización primaria y socialización secundaria, Dubar (1991) considera que se ha logrado emancipar al concepto de “socialización” de la infancia y de los contextos primeros de interacción de los individuos (socialización primaria), para ligar la socialización a otros contextos como el profesional. Con esto se logra analizar el proceso socializador como mundo vivido y con ello definir la construcción de la identidad como un proceso en construcción, deconstrucción y reconstrucción ligado a diversas esferas de la acción de los sujetos.
En este proceso socializador Dubar (1991) distingue dos dimensiones para analizar las identidades: una que llama eje relacional en el que ubica las dimensiones “espaciales” de las relaciones sociales, en este eje recupera la parte de las instituciones sociales como fuentes de socialización de formas simbólicas y significados que apuntan a definir la identidad del sujeto. Un segundo eje que nombra eje biográfico conformado por las dimensiones temporales.
De esta manera la identidad se construye en la articulación siempre compleja de las categorías y posiciones heredadas de una generación a otra, de las estrategias identitarias desarrolladas en las instituciones en las cuales interactúan los sujetos, pero también el sujeto es capaz de resignificar y transformar estas atribuciones identitarias impuestas por los otros a partir de sus experiencias vividas.
Dubar (1991) analiza estos cambios tomando como referencia lo que ha nombrado como estrategias identitarias, que se construyen a partir de la articulación de transacciones objetivas y subjetivas. Las transacciones objetivas se encuentran al nivel del eje relacional, es decir se manifiestan en las interacciones en los contextos institucionalizados; se refieren a las transacciones entre la identidad para sí e identidad para el otro , procesos inseparables y ligados de manera problemática. Las transacciones subjetivas corresponden a las transacciones internas del individuo, mediadas por el conflicto entre las identidades heredadas y las identidades pretendidas.
La identidad es una articulación de éstos dos procesos identitarios heterogéneos, cada uno de nosotros es identificado por otro, esta identificación se basa en categorías sociales legitimadas en dos niveles diferentes: el primero, llamado actos de atribución que definen el tipo de individuo que eres, es decir la identidad dada por otros (identidad virtual); el segundo, son los actos de pertenencia que son aquellos que expresan que tipo de individuo quieres ser, es decir la identidad para sí (identidad real ).
Esta articulación es entendida por Dubar(1991) como una negociación entre los demandantes de identidad y las ofertas de identidad a proponer. Esta negociación identitaria constituye un proceso comunicativo complejo, no es un proceso autoritario de etiquetación de identidades predefinidas, lo que rompe con la idea de comunidades integradas basadas en la socialización de conductas para preservar un orden social.
Los procesos identitarios, aunque son heterogéneos, como ya anteriormente se analizó, utilizan la tipificación como un mecanismo común, lo que implica la existencia de tipos identitarios, es decir, un número limitado de modelos socialmente legitimados para realizar combinaciones coherentes de identificaciones. Estas categorías que sirven para identificar a los otros y para identificarse a uno mismo, son variables, van a depender de los espacios sociales donde ocurren las interacciones y según las temporalidades biográficas e históricas en las cuales se desarrollen las trayectorias.
Siguiendo a Dubar diríamos que la identidad es el resultado de procesos de socialización que simultáneamente construyen en interacción individuos e instituciones. Esta construcción identitaria se caracteriza por ser a la vez estable y provisional, individual y colectiva, subjetiva y objetiva, biográfica y estructural.
En el campo de las identidades profesionales Dubar (2000) considera que los ámbitos del empleo así como de la formación constituyen dominios pertinentes de identificaciones profesionales para los individuos. Esto no significa necesariamente reducir las identidades a estos estatus. Es evidente que antes de identificarse con un grupo profesional, un individuo, desde la infancia, construye a través de la relación familiar una identidad social que le es dada a través de la socialización con el grupo social de pertenencia.
Para Dubar (2000:5) es el acercamiento con el mercado de trabajo, donde se pueden conformar en esta sociedad en crisis, los procesos identitarios más importantes de los individuos. El lugar que ocupa el trabajo en la sociedad y el sentido que se le atribuye, constituye “una dimensión más o menos central de las identidades individuales y colectivas”. El ser reconocido en el trabajo, el establecer relaciones aunque sean conflictivas con otros y el involucrarse personalmente en una actividad es, aún hoy, constructor de identidades.
En la construcción biográfica de una identidad profesional y por lo tanto social, los individuos entran en relaciones de trabajo, participan bajo una forma u otra en las actividades colectivas dentro de las organizaciones, intervienen de una manera u otra en el juego de los actores (cuando Dubar hace estos señalamientos se refiere a ocupaciones formalizadas profesiones esto no ocurre en las ocupaciones informales).
Identidad y categorización
En la misma línea que Dubar encontramos las aportaciones de Jenkins (2000) que desarrolla el concepto de identidad tomando como base la categorización; señala que para entender al mundo y a la empresa sociológica se debe analizar un concepto clave que es la “categorización” y, para esto debemos prestar atención a los procesos contextuales y sociales donde opera.
El conocimiento humano depende de la clasificación; la identificación que especifica lo que las cosas son o no son es básica para la clasificación. Los procesos mediante el cual se lleva a cabo son la especificación de similitudes y diferencias, procesos que se manifiestan dialécticamente.
Desde que el ser humano experimenta su incorporación al mundo y tiene sentido de sí mismo se clasifica a sí mismo y en relación con los demás, en un proceso de similitudes y diferencias, esto corresponde a los momentos internos y externos de la dialéctica de la identificación, a sí mismo la identificación social es el producto emergente de estos procesos.
La identificación se lleva a cabo de dos maneras: a) La auto identificación e identificación grupal orientada internamente y b) La categorización de los demás orientada externamente. La interacción entre la auto definición interna y la externa de otros o sea la categorización, es entendida como un proceso de internalización.
Esta idea también la encontramos en Dubar (1991) cuando refiere que el proceso de identificación se basa en categorías socialmente legitimadas en dos niveles: la identidad para sí –actos de pertenencia- y la identidad dada por los otros –actos de atribución-.
Para Jenkins (2000) las definiciones externas han sido subestimadas en la mayoría de la teorización de la identidad social. Refiere que la autoidentificación es solo una parte de la identidad y no necesariamente la parte más importante. La sociedad debe ser considerada como formada de individuos, de interacción de individuos y de instituciones, no se puede pensar en estos en forma aislada pues cada orden esta fundamentado en y sobre las mismas bases constituyentes, es decir individuos incorporados: a) en los cuerpos individuales y en la conciencia de uno mismo, b) en el espacio colectivo, en la práctica interaccional y, c) en el apropiamiento del espacio institucionalizado.
La identidad desde la narrativa del sujeto
Una postura que profundiza y justifica la tesis principal de Dubar y de Jenkins cuando refieren a la dialéctica entre lo social y lo individual la encontramos en el trabajo de Vincent De Gaulejac (2002) Lo irreductible social y lo irreductible psíquico. El autor centra su atención en la reflexión de la dialéctica existencial de la constitución del sujeto desde su ubicación en el contexto socio-histórico (individuo producido), como también desde su propia subjetividad (individuo productor).
El autor señala que entre la psicología y la sociología se ha dado una relación difícil pero a la vez ineludible; difícil en el sentido que aun cuando las dos disciplinas se abocan al estudio de los fenómenos humanos, cada una de ellas lo ha hecho de manera distinta: una enfocándose más a lo individual, mientras que la otra su interés radica en lo social.
Relación ineludible porque las dos se orientan al estudio de los mismos fenómenos, por lo tanto, se hace necesaria su articulación para poder tener una visión más completa de los fenómenos sociales. Se dice que son mutuamente excluyentes porque se enfrentan a la irreductibilidad de lo social (sociología) por un lado y por el otro al irreductible psíquico (psicología), pero esta exclusión no puede negar la interacción constante entre estas dos disciplinas.
Gaulejac señala que para los sociólogos el análisis de la conducta humana es inseparable del sistema social en la cual se produce, rechazan la explicación desde la esencia del propio individuo, sin embargo, la identidad no puede reducirse a una única condición ya sea la individual o la social.
El deseo de ser del sujeto se fundamenta en expresiones simbólicas y se inscribe en la cotidianidad de las relaciones sociales (objetivación), pero dentro de un proceso dialéctico entre lo estructurante social y la subjetividad del individuo. El ser quiere su propio fundamento, esta en una búsqueda constante de libertad de elección de sí mismo –ser esto no es ser aquello-, en este proceso se deja de ser individuo para ser “sujeto”.
La existencia individual se construye entonces en un proceso dialéctico entre el “individuo producido”, producto de las estructuras sociales y el “individuo productor”, productor de su futuro, de una identidad que le es propia.
Este proceso dialéctico, apunta Gaulejac (2002), es delimitado por una perspectiva diacrónica y sincrónica; diacrónica en cuanto proceso histórico, comprende el análisis de la herencia, origen social y familiar como condicionador de los destinos individuales. A la vez el sujeto se construye a partir de la historia y luego en cierta medida contra ella, para finalmente construirse a sí mismo. Sincrónica por que concibe al individuo en un momento dado, como producto de sus condiciones concretas de existencia, entendiéndose por esto que él esta predispuesto a funcionar de una cierta manera, que tanto las posibilidades objetivas como subjetivas, son el producto de sus condiciones sociales existentes.
Se trata entonces de descubrir lo social en lo que constituye a la persona, de mostrar de que manera la búsqueda del sujeto de constituirse como un sí-mismo se apoya en una historia que el sujeto intenta reproducir tratando a la vez de escapar de ella.
Las ideas aportadas por los autores anteriormente revisados (Dubar, Jenkins, Gaulejac) fueron muy valiosas para la realización de la investigación, nos brindaron pistas analíticas para comprender y explicar el complejo entramado en el cual las estudiantes normalistas construyen su identidad profesional. Comprendimos que para explicar este entramado habría que empezar por desenmarañar la madeja, analizando los distintos contextos de interacción en los cuales estas estudiantes se relacionan. La elección de ser maestra, las representaciones, creencias, roles, valores, conocimientos, que construyen sobre el “ser maestras”, no son una construcción que se lleva a cabo de una manera individual, esta condicionada por un proceso dialéctico con los otros significativos con los que interactúan a lo largo de su trayectoria biográfica.
Socialización, rol e identidad
En los estudios contemporáneos resalta la problemática de la continuidad o discontinuidad de los procesos de culturización e identidad de los grupos sociales; en este sentido varios análisis se han apoyado de la noción de socialización para entender estos procesos.
Desde el ángulo sociológico, en tradiciones que van desde la weberiana, etnometodológica y fenomenológica, el análisis de los procesos de socialización en los individuos comprende dos grandes fases: socialización primaria y socializaciones secundarias (Berger y Luckmann, 1994). En la primera de ellas, que ocurre esencialmente en el seno familiar y en los primeros años de vida, se originan los procesos de interacciones afectivas y cognitivas que estarán presentes como marcos referenciales en las futuras experiencias con otros mundos a comprender.
Además del mundo familiar los individuos interactúan en otros espacios o instituciones como la escuela, el barrio, el trabajo (socializaciones secundarias). En esta investigación nuestro interés estuvo puesto en el análisis de las interacciones en el mundo familiar y en el de la formación profesional al interior de las escuelas normales. Pues estamos ciertos que en estos contextos de interacción y socialización las estudiantes normalistas adquieren o reconstituyen aprendizajes, normas, valores, códigos, roles, discursos e imaginarios que van construyendo su identidad profesional.
La asunción de la interacción entre individuo e instituciones sociales y el proceso de socialización que media entre éstos, ha llevado en el terreno sociológico a distintas perspectivas. Así tenemos que desde la sociología clásica destaca la versión durkhemiana de la socialización como un conjunto de procesos que aseguran la supervivencia de las orientaciones culturales propias de cada sociedad. Para este autor el individuo nace de antemano en una sociedad donde ya existe una conciencia colectiva (Durkheim, 1967). De ahí que la acción humana esta condicionada permanentemente por el entorno social.
Otro autor en esta perspectiva es Talcott Parsons que desarrolla la teoría de los roles sociales, a partir de la cual se intentó explicar la socialización. Esta teoría se limitó a admitir que los valores, creencias y normas institucionales, eran internalizados por los actores a partir de su biografía y necesidades. En este sentido las relaciones de socialización fueron reducidas a explicaciones de carácter motivacional como única instancia probable para explicar las intencionalidades de los individuos.
Las manifestaciones críticas provienen del interaccionismo simbólico (Blumer, 1969; Mead, 1993), de la sociología fenomenológica (Schutz, 2003; Berger y Luckmann, 1994), de la etnometodología (Garfinkel, 1967; Cicourel, 2000), de la teoría critica (Habermas, 1989) y de los esfuerzos por integrar acción y estructura (Giddens, 1993; Bourdieu, 1991,1997). Cada uno de ellos desde su visión teórica y metodológica, enfatizaron las conexiones sistémicas entre lenguaje, interpretación e interacción, privilegiando al lenguaje (actividad discursiva) y los procesos de decodificación y lectura de la realidad (interpretación), como reguladores de la acción y la interacción social, en oposición a las estructuras “invisibles” del estructuralismo, como también a la idea de un individuo condicionado por la estructura social (Ayús, 2005:56).
En este trabajo, en donde el objeto de estudio lo constituyen las estudiantes normalistas y su proceso de formación profesional en las escuelas normales, éstas son entendidas como algo más que “espacios físicos”, más bien constituyen sistemas culturales, en donde a partir de las interacciones entre los diferentes actores, las estudiantes socializan, significan y dan sentido al “ser maestras”.
En este sentido, partimos del supuesto que en la fase de formación profesional en la cual estas estudiantes aprenden a ser maestras, la socialización de saberes, normas, pautas de conducta, imaginarios, discursos, roles, es muy importante en la construcción de su identidad profesional. Aunque habría que aclarar que el “proceso socializante” lo asumimos como un proceso interaccional en donde los significados, las normas, los comportamientos, valores y roles se cuestionan y se negocian por los miembros del grupo escolar; así la socialización la entendemos como un proceso dinámico de la acción social.
De tal manera resultan pertinentes para este trabajo las ideas de dos teóricos franceses que podríamos ubicar dentro de la sociología contemporánea, me refiero a Claude Dubar y Francois Dubet quienes tratando de superar las dicotomías entre los que consideraban a los individuos supeditados y sometidos a las grandes estructuras sociales y que ligaban el concepto de socialización a la reproducción social o por el contrario para quienes la individualidad y subjetividad lo son todo, proponen una herramienta de análisis intermedia entre estos dos ámbitos sociales: lo macro y lo micro.
Para Dubar (1991:9-10) la socialización debe entenderse como la construcción de un mundo vivido. Entonces éste también puede ser deconstruido y reconstruido a lo largo de la existencia. Así la socialización se convierte en un proceso de construcción, destrucción y reconstrucción de las identidades unidas a las diversas esferas de las actividades (especialmente las actividades profesionales) con las que cada uno se va encontrando a lo largo de su vida.
Esta idea de Dubar (1991) de entender la socialización como la construcción de un mundo vivido la podemos complementar con la aportación de Dubet (1994) sobre lo que el llama experiencia social, es decir el sujeto construye su mundo vivido a partir de experiencias vividas.
Dubet (1994) concibe a la experiencia como el engranaje de tramas a partir del cual los individuos construyen su mundo, la experiencia social es una noción que designa las conductas individuales y colectivas dominadas por la heterogeneidad de sus principios constitutivos y por la actividad de los individuos que deben construir el sentido de sus prácticas en el seno mismo de esta heterogeneidad (Guzmán, 2004:84).
Los procesos de socialización, refieren Dubet y Martuccelli (1996:511), están definidos por la tensión entre la interiorización normativa y cultural y el distanciamiento crítico; es decir entre la dialéctica que señala Gaulejac (2002) entre el individuo producido por las instituciones y el individuo que en referencia a sus experiencias, sus deseos, sus conveniencias, elige y toma decisiones.
De ahí que para Dubet (1994:111-147) la experiencia social resulte de tres lógicas de la acción que orientan el actuar del individuo y su interacción con los otros:
Integración: esta lógica remite a la función socializadora de la sociedad, en esta lógica el actor se define por su pertenencia en el seno de una sociedad. En esta fase la identidad del actor es la forma como ha interiorizado los valores institucionales; en un primer momento a partir de la socialización primaria (familia) y posteriormente en la interacción en otros contextos. La acción integradora somete a la identidad y socialización en los roles, como adscripción a los atributos sociales.
Estrategia: la acción estratégica remite al actor a realizar sus intereses dentro de una sociedad concebida como un mercado y un campo de competencia . Las relaciones sociales son definidas en términos de interacción, rivalidad e intereses individuales o colectivos, así la lógica de la estrategia implica una racionalidad instrumental y utilitarista de la acción, el actor persigue ciertos fines de acuerdo a los medios y recursos con los que cuenta. Aquí la identidad se construye en términos de los recursos (capital cultural y simbólico) de los que dispone el actor y el estatus que le proporciona.
Subjetivación: esta lógica remite a un sistema cultural y a la dimensión creativa de la actividad humana. Aquí el actor es un sujeto crítico confrontando a la sociedad definida como un sistema de producción y dominación. El actor tiene cierto grado de autonomía y reflexividad para significar y resignificar a partir de un proceso de distanciamiento social, los roles impuestos por las instituciones. En este sentido ningún actor es producto sólo de su socialización, así como tampoco de sus intereses. Ya que la actividad crítica que exige la referencia cultural y que surge del sujeto mismo actúan como una fuerza de contención para la adhesión total al sistema.
La experiencia social no se construye sólo a partir de alguna de estas tres lógicas de acción, la experiencia social es producto de la interacción de las tres lógicas, en un proceso siempre lleno de tensiones cuya característica esencial es la complejidad.
Nosotros encontramos que en el caso de la profesión magisterial, los roles asignados al “ser maestra” desde la institución escolar (escuelas normales), y que ya forman parte del imaginario social, constituyen un elemento importante en la construcción de la identidad profesional y por ende en la acción de las normalistas. Con esto no estamos suponiendo que las estudiantes normalistas constituyen su identidad como maestras solamente tomando como referencia los roles asignados, pero si consideramos que no pueden obviarse en su explicación.
Además la idea de “rol” no la consideramos como una imposición de atributos, más bien las normalistas viven el “rol” como producto de su capacidad de gestionar su propia experiencia, de hacerla coherente y significativa. En su trayectoria profesional las estudiantes normalistas van interiorizando un conjunto de expectativas sobre los comportamientos que se consideran apropiados sobre su imagen del “ser maestra” .
La imagen que quieren proyectar se convierte en una actuación, las escuelas primarias en donde realizan sus prácticas como maestras se vuelven su escenario, su desenvolvimiento ante el público (alumnos, maestros, padres de familia) es cuidadosamente construido con antelación. Saben que en ese momento tienen que representar bien su rol como maestras, para esto su fachada personal es muy importante, se visten “apropiadamente” para la ocasión, cuidan los modales y la manera de expresarse y de relacionarse con los otros.
De esta manera el rol otorgado a la “figura de la maestra” se convierte para las normalistas en el “modelo para actuar”, esto bajo la conciencia de lo que ellas saben que los demás (su público) esperan ver en ellas. Es a partir de la interiorización y significación de estos roles como estas estudiantes van construyendo una parte esencial de su identidad como maestras.
En este sentido, las aportaciones de la presentación de la vida cotidiana desde la dramaturgia de Erving Goffman fueron muy valiosas para nuestro estudio. Este autor utiliza la metáfora teatral para considerar a las personas como autores y definir las actuaciones de los individuos en sus interacciones como si de una obra de teatro se tratase.
Para Goffman (1981:31) lo que hace un individuo al actuar es representar el rol otorgado por las instituciones, dependiendo del escenario es el papel que el individuo va a interpretar (utilización de máscaras) y “en la medida en que esta máscara representa el concepto que nos hemos formado de nosotros mismos- el rol de acuerdo con el cual nos esforzamos por vivir-, esta máscara es nuestro “sí mismo” más verdadero, el yo que quisiéramos ser”.
Un componente importante para la actuación es la fachada que esta compuesta entre otras cosas por la indumentaria, el lenguaje, las expresiones faciales, los ademanes, los modales, que en suma proyectan la apariencia que el actuante quiere mostrar a su público, entre más coherente sea la fachada con el rol a interpretar más creíble es la actuación. De ahí que las estudiantes normalistas y sus profesores de las normales presten tanta atención al arreglo personal, cuiden los modales, el lenguaje a utilizar, en suma la apariencia a proyectar.
Advierte Goffman que la fachada se convierte en una representación colectiva, una fachada social determinada tiende a institucionalizarse en función de las expectativas estereotipadas abstractas a las cuales da origen. En el imaginario social se ha construido un modelo idealizado de la “mujer maestra”, que es compartido por sus profesores de las normales, los maestros de las escuelas primarias donde realizan sus prácticas, los alumnos, los padres de familia y por ellas mismas. De esto están concientes las normalistas, ellas conocen perfectamente cual es esta imagen idealizada socialmente además la asumen para ofrecer a sus observadores (maestros, alumnos, padres de familia) esta impresión idealizada.
Existe una especie de ‘retórica de entrenamiento’, por medio de la cual universidades, gremios y otros cuerpos que proveen títulos habilitantes, requieren que sus miembros absorban un área y un periodo de formación místicos, en parte para mantener un monopolio, pero también en parte para fomentar la impresión de que el profesional autorizado es alguien que ha sido reconstituido por su experiencia de aprendizaje y que esta ahora situado en un nivel diferente del de otros hombres.