Saúl Corral García
En el caso de México, se observa que en los últimos años la desigualdad también ha aumentado, sobre todo desde la mitad de los años 80, cuando el gobierno inició la aplicación de un programa de reformas neoliberales. En realidad, el empeoramiento de la distribución del ingreso fue la norma general en los países latinoamericanos en los años 80, década en la que la crisis de la deuda con Estados Unidos hizo que toda la carga de la globalización recayera en el país. En escala global, en las últimas décadas, hemos observado una gran difusión del capitalismo en el proceso de globalización, y también hemos presenciado el ensanchamiento de la brecha del ingreso entre las economías en vías de desarrollo y desarrolladas, como Estados Unidos y México.
En este sentido, Masewan (2002: 60) dice que la mayor desigualdad del ingreso no es el único fracaso social generado por el éxito de la globalización en general y por el TLCAN en particular. Es decir, la destrucción del medio ambiente se ve sin duda exacerbada con el éxito de la globalización. Ya que la mayor movilidad del capital hace que sea más difícil la organización de los ciudadanos de cualquier unidad política, para presionar a sus gobiernos para que impongan por ejemplo regulaciones a las industrias contaminantes.
Tal vez la contradicción social más dañina de la globalización, según Masewan (2002: 60) sea su impacto sobre la democracia. En este sentido, el TLCAN ilustra este proceso general porque venera al mercado como el principio organizador de la actividad económica en América del Norte. Y lo hace así, ya sea mediante una declaración directa de principios, o de prohibir que el gobierno desarrolle nuevas actividades productivas en el sector público, al limitar efectivamente el poder del gobierno para regular empresas privadas. En esta forma, dicho tratado es un acuerdo explícito que empuja las fronteras de la producción capitalista desencadenada, lo cual se manifiesta disminuyendo el poder de la gente para ejercer control político sobre su vida económica.
Lo anterior lo podemos corroborar con la crisis financiera mexicana que surgió a finales del primer año del TLCAN, derivándose de ésta problemas asociados con la forma neoliberal de la globalización. Esto es que al suscribir este tratado y alcanzar una integración neoliberal más general a la economía mundial, se reflejó en que el gobierno mexicano cayera en una mayor dependencia del país respecto al capital externo; en esta medida el gobierno perdió su capacidad de regular los mercados financieros del país o de aislarlos de las vicisitudes de la especulación en la economía mundial. (Masewan, 2002: 61)
El resultado de lo anterior se tornó en un ciclo financiero inestable y extremo que condujo a la crisis. Pero a largo plazo, no es probable que esta inestabilidad financiera pueda fomentar el crecimiento en el país y, en cambio, en la medida en que la crisis tiene consecuencias internacionales, sus implicaciones de crecimiento negativo probablemente también sean internacionales.
En la actualidad, Estados Unidos tras haber pasado por su período de desarrollo inicial durante el cual el control estatal del comercio exterior fue muy amplio se cree que – por lo anteriormente descrito – podría obtener ganancias de crecimiento sustanciales con un régimen de libre comercio. Pero no hay dudas de que muchas grandes empresas y corporaciones estadounidenses seguirán captando importantes beneficios con la imposición del TLCAN y otros acuerdos paralelos al obtener el acceso a mercados y recursos al verse menos constreñidas por la regulación local, que sin duda se están presentando en el actual proceso de globalización.
En cuanto a las restricciones que la desigualdad impone al crecimiento económico en México que se derivan de estas negociaciones del mercado internacional, no se ubican sólo del lado de la demanda. Por mencionar un ejemplo, los salarios bajos pueden reducir también la tasa del proceso tecnológico. Esto es ampliamente reconocido desde el siglo XIX con los avances tecnológicos en Estados Unidos que fueron especialmente rápidos debido, al menos en parte, a la escasez de mano de obra y a salarios relativamente altos comparados con Europa. (Masewan: 2002) Esto quiere decir que los salarios altos llevaron a las empresas estadounidenses a innovar con mayor rapidez. En cambio hoy, a medida que las empresas incrementan su acceso a la mano de obra barata en México y en otras partes, las presiones tienden a ir en dirección contraria. Además, los bajos niveles de los salarios también tienden a reflejarse directamente en las tasas menos aceleradas en el crecimiento de la productividad laboral. La estrategia de globalización de dichas empresas parece estar basada en percibir los salarios sólo como un costo de la producción. Pero es bastante claro que en la producción los salarios también son incentivos, ya que las estrategias que reducen los costos salariales, también reducen estos incentivos.
Por otra parte, la globalización también está cambiando la estructura de la fuerza de trabajo – en Estados Unidos, en México y por doquier – de manera que se crean nuevas posibilidades de acción política, tanto localmente como más allá de las fronteras internacionales. Uno de los cambios importantes por ejemplo, es la feminización de la fuerza de trabajo remunerada. La difusión de las relaciones de producción capitalista por lo que se ve actualmente, pretende eliminar la producción doméstica: el mundo tradicional de las mujeres. Es decir, a medida que las mujeres han ingresado en la fuerza de trabajo remunerada, han sido con frecuencia las más sometidas a la competencia internacional. Al respecto los programas económicos alternativos que demandan mayor igualdad de ingreso, pleno empleo y una orientación económica hacia dentro influyen en la actual condición de estancamiento de México. La igualdad, el pleno empleo y el fortalecimiento de la integración social son cosas que hasta ahora no sólo no pueden quedar en el deseo de realizarse, sino que también son políticas que abordan la difícil cuestión de dicho estancamiento. Por tanto una de las raíces de la relación entre México y Estados Unidos es la gran desigualdad que existe también en el mundo y dentro de muchos países. Las demandas de igualdad deben obedecer a una reforma que sea congruente con las necesidades de quienes están en el fondo de la jerarquía económica, y con las demandas de un sistema de estabilidad y sobre vivencia. El pleno empleo y una mayor igualdad del ingreso contribuirían mucho mas a extender el mercado de lo que haría cualquier programa de apertura de nuevos mercados globalizados.
Para Enrique de la Garza, el conjunto de transformaciones e impactos de la globalización en el ámbito laboral en México no pueden llevar al planteamiento del fin del trabajo. En todo caso, sería la reducción del trabajo formal, estable y su sustitución por otras formas de trabajo consideradas anormales en los países desarrollados, pero que en el Tercer Mundo tienen una larga historia de normalidad. (De la Garza, 2000: 56) Las tesis del fin del trabajo sostenidas por King (1991), Aznar (1993) y Aronowitz y Di Fazio (1994) y Rifkin (1995) son también criticadas por Castells, quien sin embargo, acepta que la misma difusión de la tecnología de la información en fábricas, oficinas y servicios ha vuelto a prender un temor centenario de los empleados de verse desplazados por las máquinas, al convertirse en superfluos para la racionalidad tecnológica-social. El debate al respecto es variado y abierto. El argumento aquí es que, si los puestos de trabajo en la industria siguen el camino del empleo agrícola, no habrá suficientes trabajos en los servicios para sustituirlos, pues éstos también se están automatizando y por ende, desapareciendo a partir de los noventa. (Castells, 1999: 283-284)
Castells, basándose en un estudio sobre el empleo de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE, 1994), argumenta que no existe una relación estructural sistemática entre difusión tecnológica informacional y evolución de los niveles del empleo en el conjunto de la economía. Hay puestos de trabajo que se desplazan mientras se creen otros nuevos, pero la relación cuantitativa entre pérdidas y ganancias varía entre empresas, sectores, regiones y países se depende de la competitividad, estrategias comerciales, políticas gubernamentales, entornos institucionales y posición relativa en la economía global. La tecnología por sí misma no causa desempleo, aunque sí reduce el tiempo de trabajo por unidad de producción. Entonces un nuevo sistema productivo requiere de nueva mano de obra. La forma tradicional de trabajo, basada en un empleo de tiempo completo, tareas ocupacionales bien definidas y un modelo de carrera profesional a lo largo de la vida, se está erosionando lentamente.
El proceso de trabajo y productivo sigue formando el núcleo de la estructura social. La transformación tecnológica organizativa del trabajo y las relaciones productivas en la emergente empresa-red y alrededores, en donde el aspecto principal es el tecno-económico informacional y con la globalización impactan a la sociedad en general. El impacto es una transformación del empleo y la estructura ocupacional, observadas a través del paso de bienes a servicios, con el auge de las ocupaciones ejecutivas y profesionales, la desaparición paulatina de trabajos agrícolas y fabriles y por el contenido cada vez mayor de información y el conocimiento en el trabajo de las economías avanzadas.
El software informático, la producción de videos, el diseño de microelectrónica, la agricultura basada en la biotecnología, y muchos otros procesos productivos característicos de las economías avanzadas, fusionan su contenido informacional con el soporte material-físico del producto, imposibilitando el distinguir las fronteras entre bienes y servicios. Hay una expansión de las ocupaciones orientadas hacia la información, puestos ejecutivos, profesionales y técnicos, convertidos en el núcleo de la nueva estructura ocupacional. Pero también un incremento de los trabajos en servicios inferiores y menos calificados.
El núcleo empírico del análisis es una diferenciación entre varias actividades de servicios dividiéndolos según el lugar que ocupa la actividad en la cadena de vínculos que indica en el proceso productivo, en:
• Servicios de producción. Actividades que tienen aportaciones críticas para la economía, que incluyen servicios auxiliares no muy especializados para la empresa.
• Servicios de distribución. Actividades de comunicación, transporte, redes de distribución comercial (almacén y menudeo).
• Servicios sociales. Actividades gubernamentales, trabajos colectivos concernientes al consumo individual, al ocio en lugares de diversión y esparcimiento.
Si ahora pasamos a examinar la estructura ocupacional proyectada, parece confirmarse la hipótesis del informacionalismo que presentan los países desarrollados europeos: las tasas de crecimiento más rápido entre los grupos de ocupación son las de los profesionales (32.3 por ciento para el período) y los técnicos (36.9 por ciento). Pero las ocupaciones de servicios, en su mayoría semi calificadas, también están aumentando deprisa (29.2 por ciento) y seguirán representando el 16.9 de la estructura ocupacional en 2005. (Castells, 1999: 289)
En conjunto, ejecutivos, profesionales y técnicos ampliarán su cuota de empleo del 24.5 por ciento en 1990 al 28.9 por ciento en 2005. Los vendedores y oficinistas, tomados como grupo, permanecerán estables en torno al 28.8 por ciento del empleo total. Los trabajadores especializados aumentarán su cuota, confirmando la tendencia a estabilizar un núcleo duro de obreros manuales en torno a los oficios. (Castells, 1999: 290)