Saúl Corral García
Ante la magnitud del problema, es evidente que también se deba reflexionar sobre la educación tecnológica en términos del estado que guarda, y los retos por venir, así como las características propuestas que requerirán en el futuro inmediato. Al respecto, podemos mencionar una serie de ejemplos de orden general y cuantitativo que son parte de estos elementos diagnósticos de la realidad mexicana en materia de educación según el PIID-ITP (2003: 24), como son los siguientes:
• Se estima que poco más del 65% de egresados del bachillerato se inscriben en los niveles superiores. Esta información es importante si consideramos que el incremento en este índice, aunado a los requerimientos asociados a la mayor eficiencia de la educación básica, necesariamente representará una mayor demanda potencial para la educación superior.
• La distribución de la matrícula por áreas de conocimiento presenta grandes discrepancias, particularmente si se contrastan las áreas estratégicas para el desarrollo social y económico del país. Existen áreas del conocimiento en donde habría necesidad de aplicar políticas concretas para regular su crecimiento. Este es el caso de las ciencias sociales y administrativas que concentran a más del 40% de la población del nivel licenciatura.
• Existe una concentración importante de la demanda estudiantil de licenciatura en las principales ciudades del país; basta señalar que únicamente el Distrito Federal concentra aproximadamente el 23% del total nacional.
• Por su parte, del total de la matrícula de posgrado, el 62% se ubica en cuatro entidades federativas, y únicamente el Distrito Federal concentra al 40%. Evidentemente, los estudios de este nivel deben crecer de manera desconcentrada.
Esta información, aunque no exhaustiva, evidencia una serie de retos que habrán de resolverse mediante el establecimiento de diferentes políticas educativas específicas que entonces sí permitan tener la capacidad de enfrentar los requerimientos derivados del nuevo contexto social y económico sobre la calidad e innovación de la educación.
6.2.2 Calidad e innovación de la educación
Como hemos observado, la calidad y la innovación son dos aspectos que aparecen de manera constante en el discurso de las políticas educativas vertidas en el Plan Nacional de Educación (PNE 2001-2006 SEP, 2001: 225-227) e identificadas a través de los aspectos de acceso, conocimiento, aplicación y usos en los nuevos modelos educativos o paradigmas modernizadores que se han traducido no sólo como un valor de uso sino también como un valor de cambio. Es decir, el conocimiento se ha convertido en una mercancía que genera plusvalía en el proceso de desarrollo del sistema capitalista a través del tiempo (como lo señalamos en el punto de la sociedad del conocimiento: capítulos 1 y 2) y donde la ganancia se pueda reproducir de generación en generación a través de los nuevos cuadros de producción que están reflejados también en los actuales profesionistas, y donde las instituciones educativas con la llamada flexibilidad académica y laboral, puedan convertirse en medios de producción, para servir sólo a los intereses de los grandes empresarios.
En este sentido, la ANUIES (2001: 72) afirma que “las políticas que orientan el desarrollo de la educación superior, particularmente las de los años recientes, persiguen como propósito central el mejoramiento de la calidad de los procesos y productos de las funciones sustantivas de las Instituciones de Educación Superior (IES)”. En los distintos programas en curso como los programas de PROEF (Programa Estratégico para el Fortalecimiento) y PROMEP (Programa para el Mejoramiento del Profesorado, desarrollados a nivel institucional, estatal y nacional, se vienen desplegando acciones de fortalecimiento de la vida académica y de sus actores: los profesores, los investigadores y los estudiantes; y se han venido impulsando mecanismos para evaluar la calidad de modo integral, como el Programa de Gestión de la Calidad Educativa.
El mejoramiento y el aseguramiento de la calidad están ligados a la existencia de procesos de evaluación, que permitan a las instituciones conocer sistemáticamente los aciertos y desviaciones de su proyecto académico. La calidad no puede ser entendida como el logro aislado de un determinado indicador en el ámbito de alguna de las funciones de las instituciones de educación superior. La evaluación, comprendida como un sistema de coherencias entre los distintos factores que constituyen el ser, el hacer y el deber ser de las instituciones de educación superior, conlleva a la consideración de tres dimensiones esenciales: a) la pertinencia o funcionalidad, entendida como la coherencia del proyecto institucional y de sus programas con las necesidades y las características del área de influencia de la institución; b) la eficacia, definida como la coherencia entre las actividades desarrolladas por la institución en su conjunto para cumplir sus fines y los objetivos de cada uno de sus programas, y c) la eficiencia, entendida a su vez, como la coherencia entre los recursos invertidos, el esfuerzo desplegado y el tiempo empleado para el logro de los objetivos de los programas y los fines de la institución.
El mejoramiento de la calidad está íntimamente ligado, además, con la continua innovación tanto en el ámbito académico como en el de los procesos de gestión. Ante los retos que se plantean a la educación superior en el inicio de este nuevo milenio, se requiere necesariamente que las instituciones se constituyan en organizaciones que aprendan continuamente y que innoven sus procesos y estructuras. La forma como las IES han cumplido con sus funciones sustantivas con planes rectores de desarrollo en cada sexenio, que ha variado a lo largo de la historia. Las instituciones han enfrentado problemas como la incapacidad de lograr una cobertura total de estas tres dimensiones, ha tenido limitaciones y ha conformado patrones educativos que determinan una lenta adaptación a las condiciones cambiantes del entorno social. Asimismo, en el sistema educativo han coexistido, y en algunos casos se han contrapuesto las tendencias conservadoras con las innovadoras, dificultando la ruptura de paradigmas tradicionales en la formación de los estudiantes. Por ejemplo, la desarticulación que ha existido entre la teoría y la práctica de los procesos educativos que se refleja en la falta de vinculación con el sector productivo para satisfacer las necesidades económicas y sociales de la comunidad y la región de influencia de la escuela en las empresas.
Uno de los aspectos que puede constituirse en uno de los pilares de la calidad de la educación superior es la cultura de la evaluación, que aún no acaba de asentarse en todos los ámbitos y momentos del quehacer de las IES, y cuya generalización representa uno de los grandes desafíos que tendremos en el siglo veintiuno. La evaluación es un componente estructural de cada proyecto, de cada programa y de cada acción que se emprende. La educación como actividad humana intencional incluye –como una de sus partes esenciales a la evaluación.
Si bien en la actualidad, existe la evaluación educativa, ésta se ha realizado sólo como una parte de la gestión administrativa de la calidad educativa, más no como un programa continuo que de manera constante dé cuenta del desarrollo que vive el sistema de educación en México y no como una política mas, que por sí sola o por decreto pretenda lograr la modernización de sus procesos. Por ejemplo, los mismos programas de estímulos al desempeño docente que se llevan a cabo hasta ahora en el SNIT queda limitada su convocatoria sólo a profesores de tiempo completo o con más antigüedad en su función docente, dejando afuera a los profesores que no reúnen estos requisitos, aunque su desempeño en la enseñanza haya sido evaluado como excelente.
En el proceso educativo –en la generación, aplicación y difusión del conocimiento – la evaluación debe estar siempre presente, pero equitativa y congruente. En síntesis: calidad, innovación y evaluación son tres conceptos inseparables en un proyecto tendiente a consolidar el sistema de educación superior en México.