Ramiro Morales Hernández
Hasta aquí he presentado en términos generales el contexto del fenómeno migratorio en México. Ahora pasaré al análisis del comportamiento de la emigración de acuerdo a distintos trabajos de investigadores que lo han abordado en términos de su caracterización: I) internacional, II) interna.
Por lo que se refiere a la migración internacional, ésta finalmente no se presentaba en forma significante al inicio del siglo XX; sin embargo, la emigración incipiente de mexicanos, que se presentaba en pequeños flujos, se daba básicamente en forma direccional, esto es, la migración hacia un solo país, los Estados Unidos de Norteamérica, donde los inmigrantes de origen mexicano se enrolaban en actividades sobre todo agrícolas y en ocasiones en trabajos de construcción de vías de ferrocarril.
El primer antropólogo mexicano que inició estudios sobre el proceso de migración internacional entre México y los Estados Unidos fue Manuel Gamio, quien entre 1924 y 1928, efectuó estimaciones sobre la cantidad de mexicanos emigrantes en la Unión Americana, así como sus características, y del flujo y frecuencia de remesas que estaban llegando al país. Por lo que toca al regionalismo, concluyó que las entidades mexicanas que aportaban una mayor cantidad de migrantes eran Guanajuato, Jalisco y Michoacán. Jorge Durand (1994), al referirse a los trabajos de Gamio, señala que con sus trabajos de investigación, desde los años veintes del siglo pasado, se abrieron las líneas de investigación en México, de los montos y destino de los recursos que envían los emigrantes mexicanos, así como la pertinencia de que los estudios sobre migración se tendrían que hacer desde los dos lados fronterizos.
Muy poco tiempo después de que Gamio estudiara la migración en México, el estadounidense Paul S. Taylor, mediante la metodología cuanti-cualitativa, en el periodo de 1931-1932 se trasladó a México, y mediante un estudio monográfico de una de las comunidades expulsoras de migrantes (Arandas en el Estado de Jalisco) analizó el surgimiento de nuevas características de convivencia en la comunidad, derivadas de las estancias de pobladores de esa comunidad con tradición expulsora en los Estados Unidos, es decir, su estudio lo dirigió a encontrar algunos impactos en las nuevas relaciones de convivencia de la comunidad sobre aspectos familiares, y al indagar sobre las posibles redes de hermandad entre comunidades mexicanas con estadounidenses terminó aceptando que estas no se encontraban lo suficientemente fortalecidas (Durand 1994).
Al inicio de la década de los años treintas, otros dos mexicanos vinieron a enriquecer el acervo de información en relación al fenómeno de la migración entre México y los Estados Unidos de Norteamérica: Enrique Santibáñez con su ensayo acerca de la inmigración mexicana a los Estados Unidos, quien aseveraba que la migración hacia Norteamérica se tendría que considerar más que benéfica, perjudicial para la nación mexicana. Cabe señalar que los trabajos de este investigador, se centraron sobre las leyes y la legislación vigentes en relación al trato a emigrantes, además de la opinión que mantenía el pueblo norteamericano de los inmigrantes mexicanos, derivando sus conclusiones en que la problemática de las opiniones adversas al fenómeno del asentamiento de mexicanos en el país del norte, radicaba en los antecedentes históricos de anexión de parte del territorio de México a los Estados Unidos. El otro estudioso del proceso fue el Etnólogo Alfonso Fabila, cuyo trabajo fue publicado en 1932 por la Secretaría de Gobernación de México, bajo el título: El problema de la emigración de obreros y campesinos mexicanos. En sus aportaciones desde el punto de vista sociológico hizo un análisis crítico de las lamentables condiciones en que trabajaban y vivían los migrantes mexicanos, considerando nefasta para México la emigración de sus pobladores.(Durand, 1994).
Por las condiciones del país, la mayoría de los trabajos, al hacer la tipología de quienes se desplazaban hacia el vecino país del norte, concluían que el mexicano emigrante era el campesino rural; por lo tanto, para tener una idea clara de su salida es pertinente hacer algunas puntualizaciones del devenir histórico del ámbito rural en México.
Durante la dominación española el desarrollo de las comunidades campesinas vino a sustituir las formas de organización indígena de las etnias asentadas en el territorio mexicano, cuya expresión se manifestaba, entre otras, la del “Calpulli”, para encontrar nuevas formas de producción, así como del tipo de propiedad en el campo, que llegó a tener un crecimiento e incluso una legislación que creó las condiciones de una dinámica de propiedad comunal.
A la caída de la dominación española y con el triunfo de la independencia, los nuevos gobernantes inician un ataque a la propiedad comunal, lo que dio pie a entablar una lucha que duró seis decenios, provocó en 1857 la desaparición legal de las comunidades y la desamortización de las propiedades de los pueblos, además de la intervención de empresas capitalistas que liquidaron la autonomía comunal. Este último fenómeno se presenta en 1880, cuando las compañías deslindadoras inician la destitución de comunidades, sobre todo en regiones estratégicas de la producción agropecuaria del país, principalmente en los Estados de Morelos, Sonora, Chihuahua y en la región conocida como la Comarca Lagunera. En el primero, en sus comunidades azucareras; en los dos siguientes, en aquellas donde la producción de ganado era importante, y en la última, en aquellas que se dedicaban al cultivo del algodón (Martínez, 1993).
En este devenir de los cambios en el ámbito rural mexicano al final del siglo XIX, conllevó a la acumulación de poder y riqueza a las empresas privadas, la cual se sustentaba en dos grandes vertientes: una, en el aprovechamiento de los recursos agropecuarios, y la otra, en la explotación de la mano de obra campesina. Bajo estas condiciones se inicia el nuevo siglo con una revolución mexicana donde los campesinos lanzan proclamas de sus derechos de “tierra y libertad”, y al término de ésta con cambios estructurales en la organización social del campo.
El explicar la dinámica rural mexicana nos lleva a hacer un análisis, por un lado, de las posturas de algunos teóricos del desarrollo en el país y, por el otro, de sus avances desde las distintas épocas en las que se han presentado aportaciones significativas en las políticas que han incidido de alguna manera en su desarrollo.
Cabe apuntar que una de las concordancias en que han incidido los investigadores, sobre todo los mexicanos, ha sido en que el desarrollo rural en este país, - por lo menos en la etapa posterior a la primera revolución del siglo XX que se dio en México- se ha caracterizado por el populismo gubernamental aplicado en los distintos modelos de desarrollo del campo.
También es verdad que ha habido pensadores que visualizaron un desarrollo del campesinado de la nación, si no idéntico al que se presentaba en los países europeos, debido a las propias características del pueblo mexicano, sí mediante la implementación de un modelo evolucionista que llegase a resolver los problemas de disparidades sociales y económicas, y que todo ello incidiera en el avance rural en el país.
Entre estos sobresalen por sus ideas sociales, Díaz Soto y Gama y Vasconcelos, aunque sus planteamientos fueron opacados por los intereses e ideologías arcaicas del propio estado, así como Gamio y Lombardo Toledano, quienes plantearon que en el desarrollo rural de México debería, entre otras cosas, darse una integración de las economías regionales a la economía nacional. Estos ideólogos, soñaron en un futuro inmediato que permitiera el desarrollo rural del país sobre todo sustentado en la educación y en la propia pacificación del agro mexicano (Martínez, 1993).
Por su parte Verónica Bennehold – Thomsen (1988), en sus trabajos sobre Campesinos: entre producción de subsistencia y de mercado, señala que a pesar de la permanente agitación en el campo, posterior a la revolución mexicana que termina con la Asamblea Constituyente de 1917, en México se iniciaron las medidas correspondientes a una Reforma Agraria para la pacificación del campesinado, y que a mediados de la década de los años treintas se asignó un nuevo papel a las poblaciones rurales de México como entes indispensables para la industrialización del país, derivado de un nuevo proceso de desarrollo conocido como sustitución de importaciones.
Como se observa, el desarrollo rural es un tema que ha estado ligado a los movimientos poblacionales y que ha sido abordado por los intelectuales y académicos del país, quienes vieron en la industria nacional un futuro promisorio para los campesinos, sustentado en el rompimiento de paradigmas, que a través del tiempo en muy poco han beneficiado el acotamiento de las disparidades socio económicas que se presentan en las distintas regiones del mapa de la nación, pero que finalmente y a pesar de no haber visto reflejado el bienestar de los pobladores del campo, como ellos hubieran querido, sí han dejado una huella de enseñanzas que permite entender que existen caminos que nos llevan al desarrollo rural, y que lo único que falta es la voluntad y el consenso del gobierno y el pueblo para lograrlo.
En este periodo del proceso de pacificación en el país, que se impulsa en los años treintas, es indudable que quien más promueve las nuevas formas de organización es Lázaro Cárdenas del Río. En el cardenismo, que por un lado representó al liberalismo económico, y por el otro el agrarismo revolucionario, donde la socialización de la tierra debería hacerse dentro de un marco de crecimiento y expansión, para organizar al sector campesino -lo cual implicaba la reorganización de la tenencia de la tierra- lo planteó mediante la Reforma Agraria. Sin embargo, con el paso del tiempo, los estudiosos de los aspectos económicos y acuciosos de las políticas implementadas en el campo en el periodo cardenista, han planteado que de alguna manera el desarrollo del país en esa etapa surgió del empobrecimiento del campo, y en la concentración de apoyos gubernamentales a entidades petroleras, en detrimento de aquellas que no participaban en este sector de la economía del país (Martínez, 1993).
En México la emigración de las poblaciones rurales, en los inicios de la década de esos años, tuvo dos tendencias: I) la migración interna que comenzó con los desplazamientos de indígenas de distintas regiones del país hacia los centros urbanos ofertadores de mejores condiciones de empleo, impactando en sus aspectos culturales y de arraigo con la tierra; ii) el regreso del emigrante internacional mexicano que venía a su país expulsado por la crisis de recesión interna de 1929 del país del norte (Durand, 1994).
Estos dos fenómenos de la migración dieron pie al surgimiento de otras figuras de la investigación sobre el tema, sobre todo, de los que se dieron a la tarea de enfocar sus trabajos a entender el cambio de la sociedad indígena mexicana, como fueron los casos de el mexicano Alfonso Villa y el norteamericano Robert Redfield, quienes sustentaron sus indagaciones en estudios de caso de algunas comunidades mayas, discutiendo su coherencia intrínseca a sus comunidades, así como los procesos de aculturación derivados de su relación con los mestizos como consecuencia de la migración de tipo rural-urbano. Por lo tanto, podemos decir que en los años treintas el enfoque en México sobre la migración hacia Estados Unidos no tuvo un desarrollo significativo, salvo los trabajos de Santibáñez y Favila descritos anteriormente (Durand, 1994).
En las siguientes décadas, sobre todo de 1940-1970, en México se dio una creciente desigualdad interregional básicamente hasta los años setentas, lo que obedecía al impacto de las economías de aglomeración y de escala de las distintas regiones en que se dividían los estados, derivado esto de la industrialización de ciertas regiones y de las políticas nacionales de apoyo a ciertas regiones como Valle de México y Noreste. En efecto, el proceso de sustitución de importaciones que implementó el gobierno, propició la industrialización espacial de la economía en algunas regiones en detrimento de aquellas que se consideraron no prioritarias y que además fueron aportadoras de recursos tanto económicos como humanos, como fue el caso de la Sur Sureste cuya característica principal era la ruralidad (Hernández Laos E. 1984).
En el caso de la migración, durante las décadas de 1940 hasta 1970, muy poco se estudió el fenómeno en el aspecto internacional, centrándose las investigaciones y discusión sobre la migración interna a las grandes ciudades del centro y norte del país, sobre todo en lo relativo al crecimiento porcentual de las poblaciones en ciudades fronterizas, situación que se argüía a la esperanza de los pobladores de poder adentrarse hacia los Estados Unidos y enrolarse en actividades agrícolas y en menor medida en las maquiladoras (Arreola, 1980).
Un espacio importante dentro de los estudios sobre la migración internacional de mexicanos lo representa el “programa braceros”, firmado el 4 de agosto de 1942, por los gobiernos de Franklin Roosevelt, de los Estados Unidos, y de Manuel Ávila Camacho, de México, en el se estipulaban las condiciones para que trabajadores mexicanos fueran a trabajar a los Estados Unidos. Este convenio, que terminó en 1964, propició que casi 5 millones de trabajadores del agro mexicano (sobre todo de Coahuila, Durango, Chihuahua) dejaran de trabajar sus tierras y fueran a buscar otras formas de subsistencia. Dicho convenio, como lo señala Alba (1980), tiene básicamente su origen en la demanda de mano de obra por parte de los Estados Unidos, derivada de su ingreso en 1942 a la segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, dentro de los estudiosos de la migración en México, la discusión sobre este proceso de migración internacional de mexicanos no fue abordada en forma sustancial durante su vigencia, y no es sino hasta posteriormente al término de dicho convenio, - de hecho hasta los años setentas-, en que se retoma el abordamiento de su estudio desde diferentes perspectivas como son, entre otros: a) la forma de organización que tuvieron que adoptar los trabajadores migrantes para protegerse de los abusos y discriminación, b) sobre el tipo de actividades en que se desempeñaban y c) las implicaciones políticas y económicas para ambos países derivadas del programa.
En lo relativo a la discusión de los procesos de migración interna, sobre todo en la década de los sesentas, estos se orientaron a descifrar aspectos de crecimiento antropológico urbano, ocasionando nuevos posicionamientos en relación a las diferencias que el nuevo modelo de desarrollo del país les asignaba a los campesinos; esto es, la discusión se centró en ver las relaciones entre el Estado nacional así como el futuro y la economía campesina (Warman, 1976).
Uno de los trabajos que da cuenta de la problemática despoblacional de emigrantes rurales a zonas urbanas, que enfrentaba el campo mexicano, fue el de Sergio de la Peña quien defendía la tesis “descampesinista”, basando sus ideas en datos censales de 1960 y 1970. En sus trabajos sostenía la tesis de que a raíz del desarrollo capitalista los campesinos se estaban acabando, mientras que la clase proletaria aumentaba, llegando a señalar algunos datos como el que una población activa de 4.5 millones, de los cuales el 73% corresponden al proletariado agrícola y el 26.2% restante (1.1millones o 9.2% de la población activa total) lo componían campesinos, pequeña burguesía y otros.
Warman (1979) por su parte, quien se caracterizó como defensor de la tesis campesinista, enfocaba su visión del fenómeno de la migración campesina a centros urbanos de desarrollo, desde una perspectiva de subsistencia temporal, señalando que los campesinos jugaban un papel preponderante como oferta de trabajo en el sistema capitalista que se estaba desarrollando en México; para sustentar su posición calcula con datos del censo agrario de 1970, que 8 millones de mexicanos se dedicaban a labores agrícolas del país y que de estos, 5.5 correspondían a pequeños campesinos que ayudaban en el trabajo.
En la discusión de estas dos corrientes de análisis de los descampesinistas y campesinistas, quizá las causas que orillaron a cuantificar de diferente manera la participación de los habitantes del medio rural, radicó en que la aplicación del censo se efectuó mientras los habitantes pobres del agro mexicano realizaban trabajos como emigrantes a zonas diferentes a sus comunidades y con las cuales se ayudaban para su subsistencia (Warman, 1979).
La discusión sobre los campesinistas y los descampesinistas vino a reabrir un debate en torno a la posición de los teóricos estudiosos de la migración, sobre todo de los defensores de la teoría neoclásica, en el sentido de tomar en cuenta el salario de campesinos migrantes temporaleros como complemento de sus ingresos de su actividad primaria temporalera, lo que significó el enfocar el proceso migratorio como una actividad paliadora de necesidades básicas de la población más desprotegida por el Estado.
En el caso de migración interna, llamaron la atención de los estudiosos de los fenómenos sociales las grandes concentraciones de pobladores rurales que emigraron hacia la ciudad de México, centrándose la discusión en tópicos económicos y políticos, donde se evidenciaba por un lado la conveniencia de mano de obra barata para el desarrollo industrializador de la capital mexicana, y por otro, las evidencia de los fracasos de las políticas públicas de combate a la pobreza de la población campesina (Rodríguez, 1997).
Uno de los trabajos que llaman la atención sobre las transformaciones estructurales de la formación de la sociedad mexicana es el presentado por Stern y Cortés (1977), quienes buscaban exponer los factores que explicaban las diferencias en las cantidades de la población rural que se dirigía de distintas regiones hacia un punto central y cómo variaban con el tiempo; Para ello analizaron el flujo de migrantes hacia la ciudad de México, llegando a ciertas conclusiones tales como el que los elementos que darían cuenta de las diferencia rurales migratorias hacia la capital del país, se modificaban a través del tiempo, y que sólo se explicaban en función de las dimensiones propias de las estructuras de las regiones expulsoras; además de que la desigualdad en el desarrollo regional rural mexicano, propiciaba que las poblaciones buscaran selectivamente ciudades que les proporcionaran nuevas alternativas de empleo.
Por tanto, es en la década de los sesenta en que las ciudad de México, Monterrey y Guadalajara presentan un crecimiento acelerado de población inmigrante como consecuencia de su crecimiento económico, sustentado en el desarrollo industrial, proceso que permanece hasta finales de los setenta cuando inicia la emigración masiva internacional de mexicanos hacia los Estados Unidos de América.