Tesis doctorales de Economía


MICHEL FOUCAULT Y LA VISOESPACIALIDAD, ANÁLISIS Y DERIVACIONES

Rodrigo Hugo Amuchástegui




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El mundo correccional

Retomemos la cuestión. Foucault con su Historia de la locura no está desarrollando la historia de un objeto (la locura) que idéntico a sí mismo atraviesa las distintas épocas hasta llegar a su desocultamiento por la ciencia, en un proceso que fue de la oscuridad a la claridad. Si en su obra hay un lugar destacado para los espacios, y estamos hablando en particular de espacios físicos, ellos importan porque son necesarios para comprender el marco donde la locura fue pintada. El espacio del internamiento marca un antes y un después de la invención del loco y la locura. En la medida en que hay un campo territorial que podemos atribuir al loco, “ese campo ha sido circunscrito realmente por el espacio del internamiento” (1964 [1986I: 129]). Por cierto que la amplitud de personajes que forman parte del Gran Encierro es muy variada e incluye viejas chochas, gente ordinaria, muchachas incorregibles y epilépticos, entre otros.

Foucault encuentra una lógica histórica precisa en el internado y, por lo tanto, la mirada del contemporáneo, que atribuyese ignorancia a la supuesta mezcolanza de individuos de características absolutamente diferentes, carecería de la adecuada perspectiva histórica. Donde unas épocas ven similitud, otras ven diferencia. La época clásica, al inventar el internado “no sólo ha desempeñado un papel negativo de exclusión, sino también un papel positivo de organización. Sus prácticas y sus reglas han constituido un dominio de experiencia que ha tenido su unidad, su coherencia y su función” (1964 [1986I: 132]).

Ese dominio de experiencia, que delimita en la época clásica francesa a la sinrazón, unifica las enfermedades sexuales, las asociadas a las desviaciones religiosas, las del libertinaje y las de la locura.

Las casas de internamiento son operadores de localización, en la medida en que, en los espacios de internamiento, encontramos la melange de la sinrazón. Operación que supone un preciso movimiento de diferenciación, de separación que, por su mismo movimiento, constituye ese negativo de la razón, el loco, el hombre irrazonable, aunque desprovisto de las características simbólicas y abstractas de la Edad Media y del Renacimiento, que permitían una individualización del loco.

Experiencias y exhibiciones de la locura

En el mundo indiferenciado, agrupado bajo el nombre de sinrazón y donde el internamiento es la clave de la exclusión, Foucault encuentra que hay espacios más específicos. Éstos son:

- El Hôtel-Dieu, reservado a los pobres que han perdido la razón. Y, como una subdivisión de ese espacio, unas “especies de literas cerradas” (1964 [1986I: 176]) con ventanas para los “fantásticos y frenéticos”. Estaba también la sala San Luis para los hombres, con lechos para una y cuatro personas y la sala para mujeres, con lechos equivalentes.

- El hospital Bicêtre y la Salpêtrière, para hombres y mujeres que no han podido ser curados en el Hôtel-Dieu (Figura 1).

Espacios similares se encuentran también en Inglaterra.

Fig. 1 Hôtel-Dieu de Soufflot en Lyon y el puente de la Guillotière hacia el fin del siglo XVIII

En los hospitales generales, cuerdos y locos deambulan mezclándose, salvo en el caso de aquellos “más agitados” que tienen calabozos para su encierro particular. Foucault encuentra que la Época Clásica mantiene ambos aspectos del loco diferenciado y tratado, y específicamente del internado.

Cuantitativamente, es esta segunda experiencia, la internación, la dominante, pues “la mayor parte de [los locos] reside en casas de internamiento, y lleva allí una existencia parecida a la de los detenidos” (1964 [1986I: 179]). Más aún, Foucault reconoce explícitamente la similitud reglamentaria que existe entre el Hôpital Général y la prisión: “Las reglas que se imponen allí son, en suma, las que prescribe la ordenanza penal de 1670 para el buen orden de todas las prisiones” (1964 [1986I: 180]). Y es justamente esta similitud lo que evidencia un cambio perceptivo. Se percibe al hospital con la perspectiva de la casa correccional.

El loco y el delincuente no son tan distintos, al menos para la época. Y no es por tanto casual que algunos delirios pasen por delitos. De un insensato que pregona la comunicación directa con la Virgen y con Dios, se afirma “que se le debe abandonar en la Bastilla como un canalla de primer orden” (1964 [1986I: 215]) (Figura 2). La locura y el crimen tienen límites muy difusos.

Fig. 2. La bastilla en 1650

Pero no debemos olvidar su duplicidad. Foucault encuentra que en la época se manifiestan dos “experiencias” de la locura. Una jurídica y otra socio-moral. La primera pone en juego los conceptos de irresponsabilidad, incapacidad y la definición de la enfermedad. La experiencia social, por su parte es “normativa y dicotómica de la locura, (girando) por completo alrededor del imperativo del internamiento” (1964 [1986I: 207]). Dicotómica pues se pregunta si el sujeto “debe internarse o no”, si es “inofensivo o peligroso”. La primera manifiesta una dependencia de un Otro, un curador, por ejemplo que lo represente debido a su enfermedad, la segunda muestra la constitución del loco en otro y, por lo tanto, su exclusión, su condena ética.

Una categoría espacial diferente es la idea de exhibición, de espectáculo. El loco es también objeto de entretenimiento visual y ocupa este lugar desde la Edad Media hasta la Clásica, aunque hay en esta última una verdadera intensificación de la actividad exhibitoria. Era tradicional su exhibición en el mundo medieval. Por ejemplo, “en algunos de los Narrtürmer de Alemania, había ventanas con rejas, que permitían observar desde el exterior a los locos que estaban allí encadenados”. Esta práctica se continuó durante largo tiempo: “Todavía en 1815... el hospital de Bethlehem mostraba a los locos furiosos por un penny, todos los domingos” (1964 [1986I: 228]) y del cálculo del ingreso que proporcionaba al hospicio, Foucault deduce que se realizaban 96 mil visitas al año. Prácticas similares se encuentran, para diversión de los franceses, hasta la época de la Revolución. Como una variante “más humana” aparece la práctica de los locos exhibiéndose a sí mismos o a sus compañeros de asilo. En la época Clásica los mismos internos –recordemos a Sade y a su obra sobre Marat– ofician de actores y de público (Figura 3).

Fig. 3. Afiche de la película Marat-Sade de Peter Weiss

La razón, para sentirse segura de su diferencia, debe reírse de su opuesto. Pues, si en la locura hay algo monstruoso, lo monstruoso debe ser exhibido, pero a la distancia. Hay por tanto una diferencia entre una época y otra. Si en el Renacimiento y en la época medieval la locura era parte de la experiencia cotidiana, la época de la razón ya no se identifica con ella y toma distancia. Se ríe, por cierto, pues ahora estrictamente “la locura se ha convertido en una cosa para mirar” (1964 [1986I: 231]).

Continuamente entonces Foucault necesita la descripción espacial, arquitectónica, visual para dar cuenta de las modulaciones de la locura. No hay la una sin las otras. Y estas descripciones son reiteradas, cuidadosas. Necesita mostrar, mediante su búsqueda en los archivos, cómo eran los espacios en los que vivían los locos. Describe Bicêtre y la imposibilidad de dormir por el agua que se escurría entre las piedras y por tener el cuerpo pegado a las paredes; menciona la Salpêtriere y la continua presencia de grandes ratas que “por la noche atacaban a los desgraciados que estaban allí encerrados y los roían por todas las partes que podían alcanzar” (1964 [1986I: 232]), sin contar las cadenas con que se limitaban sus movimientos defensivos. Si los alienados son más dóciles, el espacio será más amable. Solo sufrirán hacinamiento. Menciona el hospital de Estrasburgo (1814) donde

“‘para los locos importunos y que se ensucian’, se habían colocado ‘unas especies de jaulas o de armarios hechos con tablas, que pueden, cuanto más, dar cabida a un hombre de estatura mediana’… Sobre las tablas, se ha arrojado un poco de paja, ‘sobre la cual duerme el insensato, desnudo o semidesnudo, y también sobre ella toma sus alimentos y hace sus necesidades’”. (1964 [1986I: 234])

Si se ha dicho que la prisión construye delincuentes, estos calabozos sin duda construyen bestialidad: “el modelo de animalidad se impone en los asilos y les da su aspecto de jaula y de zoológico” (1964 [1986I: 233]).

Los locos no son considerados aún enfermos. Más aún, su condición de retorno a la animalidad les da nuevas fortalezas y son variados los ejemplos en que se evidencia la resistencia del loco a las inclemencias del tiempo y las privaciones, que no podría soportar un hombre común.

El loco clásico se vuelve animal, pero no mostrando, como en el medioevo, la animalidad latente en el hombre, sino “porque el hombre mismo [que había en él] ha dejado de existir” (1964 [1986I: 239]).

Esta época supone la superposición de cuatro modos diferentes de considerar la locura: conciencia crítica, conciencia práctica, conciencia enunciadora y conciencia analítica. Cada una de estas formas tiene sus rasgos distintivos, pero al mismo tiempo está en relación con las restantes y, por lo tanto, no puede hablarse de un modo dominante.

Con el siglo XIX y el XX aparece destacada la configuración analítica de la locura.

Pero volvamos a las configuraciones espaciales que aparecen en Historia de la locura. El capítulo primero de la 2da. parte se titula “El loco en el jardín de las especies”. Esta referencia espacio-botánica se vincula a la necesidad taxonómica, de ahí que el concepto de jardín –que será retomado en Vigilar y castigar– tenga una dimensión más directamente metafórica que propiamente espacial. Pero, sin embargo, la idea de espacialidad que encierra es la que permitirá establecer distinciones, cuadros, clasificaciones (tema que también aparece reiteradamente en Las palabras y las cosas).


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