MICHEL FOUCAULT Y LA VISOESPACIALIDAD, ANÁLISIS Y DERIVACIONES
Rodrigo Hugo Amuchástegui
Ahora, gracias al encierro, comienza a obtenerse el “conocimiento del preso”. La prisión se constituye en un observatorio de conductas, en un clasificador de individuos (1975: 129), pero también en fábrica de seres humanos con actividades específicas, junto a otros espacios determinados. El momento de la prisión es el momento de las disciplinas entendidas como “métodos que permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garantizan la sujeción constante de sus fuerzas y les imponen una relación de docilidad-utilidad” (1975 [1978: 141]). La disciplina es el arte del detalle que tendrá en el uso del espacio su más destacado procedimiento. No ha sido común a la historia de la filosofía el pensar que la subjetividad, la conciencia, el alma aparezca como un producto de fabricación o de origen material, pero eso es justamente la novedad espacial que introduce Foucault, y que nosotros estamos acentuando, simplemente al tematizar este modesto arte del detalle –¿qué otra cosa podría entenderse por este “cálculo de las aberturas, de los plenos y de los vacíos, de los pasos y de las transparencias” (1975 [1978: 177]) – que en su resultado habitacional termina siendo constituyente de hábitos y, por tanto, de comportamientos y, en consecuencia, de modos humanos de ser?
Otros edificios que analiza Foucault son el hospital, como máquina de curar, la escuela, como máquina pedagógica, obviamente la prisión y el espacio de la ciudad apestada. Veamos entonces el detalle.
Aunque no estaba prevista, e incluso era rechazada, como recién indicamos, la prisión se impone como “forma esencial del castigo” hacia 1810 y tiene en su comienzo una dimensión geográfico-administrativa, es decir, un análisis que abarca también el tema espacio-territorial:
“En el grado inferior, asociadas a cada justicia de paz, unas cárceles de policía municipal; en cada distrito, unas prisiones; en todos los departamentos, un correccional; en la cima, varias casas centrales para los condenados por crímenes o para aquellos de los correccionales condenados a más de un año; finalmente, en algunos puertos, las penitenciarias. Entra en el plan un gran edificio carcelario, cuyos diferentes niveles deben ajustarse exactamente a los grados de la centralización administrativa”. (1975 [1978: 119])
Foucault parece sorprenderse de la rapidez con que el proyecto reformista fue reemplazado, por la rapidez con que se edificaron prisiones por doquier (en Francia y en el resto de Europa), ya que fue en menos de veinte años (1975: 118), y describe sus antecedentes en el mundo protestante: “La celda, esa técnica del monacato cristiano que no subsistía más que en los países católicos, pasa a ser en esta sociedad protestante [1775] el instrumento por el cual se puede reconstituir a la vez el homo oeconomicus y la conciencia religiosa” (1975 [1978: 127]).
En Vigilar y castigar se presentan como antecedentes la penitenciaria de Gloucester, Gante, el modelo de Filadelfia, la prisión de Walnut Street. Pero podría decirse que hay también una inversión con la concepción de los reformadores, en la medida en que la sombra, es decir lo que ocurre en el interior de la prisión, no debe ser conocido por todos. El teatro ya no es tal, pues la acción ocurre solo entre bambalinas. El principio de publicidad tiene sus límites, pero esto responde también a estrategias políticas. Cita Foucault el caso de Walnut Street que sostiene, entre los principios de su funcionamiento,
“la no publicidad de la pena. Si la sentencia y lo que la motivó deben ser conocidos de todos, la ejecución de la pena, en cambio, debe cumplirse en secreto; el público no tiene por qué intervenir ni como testigo ni como fiador del castigo; la certidumbre de que, detrás de los muros, el preso cumple su pena debe bastar para constituir un ejemplo”. (1975 [1978: 129])
La prisión se constituye en un observatorio de conductas, en un clasificador de individuos. Cada preso con su conducta cotidiana se constituye en fuente de información de conductas posibles.
Marquemos la diferencia, Foucault la marca. El modelo de los reformistas, que busca la corrección de los delincuentes, está basado en la representación, está ligado a la asociación de representaciones. Por el contrario, el nuevo modelo de la prisión no actúa sobre el cuerpo y la representación, sino sobre los gestos y actividades cotidianas, y sobre “el alma también, pero en la medida en que es asiento de hábitos... Es preciso para determinar los castigos, ‘conocer el principio de las sensaciones y de las simpatías que se producen en el sistema nervioso’” (1975 [1978: 133]).
Es decir, no son solo ideas, o representaciones; se involucra ahora todo el sistema nervioso del condenado. ¿De qué modo?: Por “ejercicios, no signos: horarios, empleos de tiempo, movimientos obligatorios, actividades regulares, meditación solitaria, trabajo en común, silencio, aplicación, respeto, buenas costumbres” (1975 [1978: 134]).
Foucault presenta entonces la diferencia entre la exigencia liberal de publicidad, transparencia y participación ciudadana con la realidad de la prisión, que excluye toda idea de espectáculo. La oposición se traduce del siguiente modo:
“Lo que queda comprometido en la emergencia de la prisión es la institucionalización del poder de castigar … ¿estará más garantizado ocultándose bajo una función social general, en la ‘ciudad punitiva’, o informando una institución coercitiva, en el lugar cerrado del ‘reformatorio’?”. (1975 [1978: 135])
Es sobre esa institución coercitiva que se desarrolla el conocido tema foucaultiano de las disciplinas, y que en nuestro caso continuamos analizando, desde la problemática visoespacial.
Interrupción: Podría decirse: -Ud. está argumentando que hay un orden visoespacial en Foucault como una característica propia, pero no es así. Foucault lo que hace es describir, y esa descripción toma como elementos lo visual, lo espacial. Hay una historia y Foucault la traza, estamos en el ámbito de lo objetivo.
Podría responderse: -Foucault justamente hace “una” historia, no la única posible. Elige, y justamente de esas elecciones es que estamos tratando, de cómo tienen elementos comunes, cómo se vinculan entre ellos, cómo se los sintetiza. ¿Elección consciente? No se trata de eso, eso no importa, sino de la organización de los elementos que Foucault presenta, que están en su obra.
-Es lo que hace prácticamente todo historiador, se me podría argumentar.
-Sí, efectivamente, respondería yo.
Buscando los antecedentes de la prisión, Foucault los encuentra, al referirse a la fábrica de seres humanos con actividades específicas, como en el caso del soldado, en el capítulo “Los cuerpos dóciles”. Y se entiende por fabricar justamente la actividad de constituir, a partir de elementos primarios, complejos comportamientos concretos. Así, como lo corrobora a una ordenanza de 1764, que da cuenta que en la
“segunda mitad del siglo XVIII el soldado se ha convertido en algo que se fabrica; de una pasta informe, de un cuerpo inepto, se ha hecho la máquina que se necesitaba; se han corregido poco a poco las posturas; ... en suma, se ha ‘expulsado al campesino’ y se le ha dado el ‘aire de soldado’”. (1975 [1978: 139])
La disciplina es el arte de fabricar cuerpos (o individuos) dóciles y útiles, arte del detalle que depende del empleo del espacio y que una metáfora arquitectónica define acabadamente. Dice el mariscal de Sajonia:
“Aunque quienes se ocupan de los detalles son considerados como personas limitadas, me parece, sin embargo, que este aspecto es esencial, porque es el fundamento y porque es imposible levantar ningún edificio ni establecer método alguno sin contar con sus principios. No basta afición a la arquitectura. Hay que conocer el conocer el corte de las piedras”. (cit. en 1975 [1978: 143])
A lo que Foucault agrega: “De este ‘corte de las piedras’ se podría escribir toda una historia, historia de la racionalización utilitaria del detalle en la contabilidad moral y el control político”. De este corte de las piedras, agregamos nosotros, se podría escribir otra historia de la arquitectura.
El desarrollo más minucioso que se realiza en Vigilar y castigar de este arte del detalle, en lo que se refiere al espacio, aparece bajo el subtítulo “El arte de las distribuciones”, donde se enumeran las técnicas disciplinarias que se emplean justamente para distribuir y controlar a los individuos en el espacio.
En primer lugar, se refiere a la clausura, que supone “un lugar heterogéneo a todos los demás y cerrado sobre sí mismo”. Técnica, pero también principio general que permite reconocer a un establecimiento disciplinario. Antecedentes son los conventos, consecuentes: los colegios de internados, los cuarteles con su estricto encierro para “mantener las tropas ‘en el orden y la disciplina’” (cit. en 1975 [1978: 145]) y las fábricas –que no solo tienen el límite en las paredes del edificio, sino que incluso se pueden instalar en islas, para conservar el aislamiento en forma más completa.
Pero corresponde acotar que esa clausura no es total y va matizándose a medida que pasa el tiempo, utilizándose mecanismos más flexibles de control. Se pone como ejemplo de esta flexibilidad a la escuela cristiana que “no debe simplemente formar niños dóciles; debe también permitir vigilar a los padres, informarse de su modo de vida, de sus recursos, de su piedad, de sus costumbres” (1975 [1978: 214]). O sea, se va más allá del edificio, en una política de control propia de la escuela, pero que también tiene su correlato en otro edificio como es el hospital que se abre para detectar los enfermos del barrio, las enfermedades endémicas o epidémicas y para “tener a las autoridades al corriente de la situación sanitaria de toda la región” (1975 [1978: 215]).
En segundo lugar, en este arte de las distribuciones espaciales, el principio de localización elemental que coloca un individuo en un lugar fijo, determinado y que tiene como su complemento necesario la división en zonas: “A cada individuo un lugar; y en cada emplazamiento un individuo” (1975 [1978: 146]). Toda una lógica utilitaria que busca identificar fácilmente ausencias y presencias, establecer comunicaciones adecuadas e impedir las perjudiciales, reconocer las aptitudes y las carencias, está aquí en funcionamiento, pero no es suficiente.
Se necesita, en tercer lugar, cumplir con la regla de los emplazamientos funcionales, acentuando el aspecto utilitario del espacio. Recordemos –y Foucault lo destaca– que las disciplinas están presentes en espacios múltiples y de funcionamiento diverso. El hospital, como ya indicamos, aparece dentro de las preocupaciones de la época. Un caso particular es el hospital marítimo, que es más importante que el hospital civil para tratar de controlar las enfermedades que transportan los viajeros: “El hospital marítimo, debe ... curar, pero por ello mismo, ha de ser un filtro, un dispositivo que localice y seleccione” (1975 [1978: 147]). La lógica administrativa de las disciplinas se articula con el espacio para curar y busca “individualizar los cuerpos, las enfermedades, los síntomas, las vidas y las muertes” (1975 [1978: 148]). La fábrica es otro claro ejemplo al potenciar la zonificación para mejorar la producción. No solo entonces hay que distribuir a estampadores, entintadores, grabadores, tintoreros por caso, sino que al recorrer los pasillos se ejerce la vigilancia de todos y cada uno de los operarios, vigilancia que además permite “comprobar la presencia y la aplicación del obrero, así como la calidad de su trabajo; comparar a los obreros entre sí, clasificarlos según su habilidad y su rapidez, y seguir los estadios sucesivos de la fabricación” (1975 [1978: 149]).
Por último, la organización espacial de las disciplinas es dependiente del rango, definido como “el lugar que se ocupa en una clasificación”. Se ejemplifica con la “clase”, más específicamente con una clase de un colegio jesuita, donde al alumno se le da un rango
“atribuido a cada uno con motivo de cada tarea y cada prueba, rango que obtiene de semana en semana, de mes en mes, de año en año; alineamiento de los grupos de edad unos a continuación de los otros ... Y en este conjunto de alineamientos obligatorios, cada alumno de acuerdo con su edad, sus adelantos y su conducta, ocupa ya un orden ya otro; se desplaza sin cesar por esas series de casillas, las unas, ideales, que marcan una jerarquía del saber o de la capacidad, las otras que deben traducir materialmente en el espacio de la clase o del colegio la distribución de los valores o de los méritos”. (1975 [1978: 150])
Esta ejemplificación muestra lo que Foucault llama una verdadera mutación en la enseñanza elemental que “ha hecho funcionar el espacio escolar como una máquina de aprender, pero también de vigilar, de jerarquizar, de recompensar”. No repetiremos la detallada descripción del control espacial en el ámbito escolar que Foucault, siguiendo a J. B. de La Salle, proporciona (1975: 149), pero nos basta lo dicho para poner en evidencia el peso que tenía esta distribución espacial y la importancia que Foucault en consecuencia le da. Así,
“al organizar las ‘celdas’, los ‘lugares’ y los ‘rangos’, fabrican las disciplinas espacios complejos: arquitectónicos, funcionales y jerárquicos a la vez. Son unos espacios que establecen la fijación y permiten la circulación; recortan segmentos individuales e instauran relaciones operatorias; marcan lugares e indican valores; garantizan la obediencia de los individuos pero también una mejor economía del tiempo y de los gestos”. (1975 [1978: 152])
A esos espacios que crea la disciplina, Foucault los designa por un lado como reales en tanto espacios concretos que “rigen la disposición de pabellones, de salas de mobiliarios”, pero también los llama ideales, porque presentan el intento de organización general de la sociedad, que es paralelo en el orden humano al intento taxonómico de plantas y animales del siglo XVIII, y la construcción de cuadros: “El cuadro, en el siglo XVIII, es a la vez una técnica de poder y un procedimiento de saber” (1975 [1978: 152]).
Foucault encuentra que el organizar en cuadros tiene tres aspectos:
1. Como táctica disciplinar, que permite el ordenamiento espacial de los hombres. Al unir lo singular y lo múltiple “permite obtener el mayor número de efectos posibles”.
2. Como taxonomía, es espacio disciplinario de los seres naturales: “Tiene por función caracterizar ... y constituir clases” (1975 [1978: 153]).
3. Como cuadro económico, es movimiento regulado de las riquezas, es decir “permite la medida de las cantidades y el análisis de los movimientos” (1975 [1978: 152]).
La disciplina tiene como complementos visuales, es decir, como articulación en el texto de la función de la mirada, a la inspección jerárquica y el examen (que combina la sanción normalizadora, como tercer elemento, en este caso, no visual).
La vigilancia jerárquica recupera en forma explícita el tema de la mirada cuyo desarrollo habíamos expuesto en El nacimiento de la clínica. Pero aquí se la vincula a los efectos concretos de poder que se derivan de “las técnicas que permiten ver” (1975 [1978: 175]) y esta cuestión de la mirada vigilante aparece manifiesta en diferentes “observatorios” que son los que permiten presentar el carácter disciplinario de la época. La “época” se define por este nuevo modo de ver:
El campamento militar es para Foucault el modelo de la época, pues ha sido mucho más rigurosamente planificado en una estrategia de la vigilancia que la que tenía desde sus inicios en el mundo romano. Se cuantifican todas sus dimensiones, las distancias de sus calles, de sus defensas, de sus tiendas. Se establecen las jerarquías espaciales de estas últimas, de forma que “el campamento es el diagrama de un poder que actúa por el efecto de una visibilidad general” (1975 [1978: 176]) cuyo principio de funcionamiento, basado en la vigilancia jerárquica, continuará en el urbanismo, en la construcción de ciudades obreras, hospitales, asilos, prisiones, casas de educación.
Dentro de lo que podríamos llamar tesis secundarias del texto, está la afirmación del desplazamiento arquitectónico de una arquitectura del fasto, hecha simplemente para ser vista y de la que podría trazarse su larga historia, al menos desde las pirámides (historia que Foucault no menciona), en donde se une el poder de la imagen a la imagen del poder, y otra vinculada a la vigilancia del espacio exterior que es la geometría de las fortalezas, a esta nueva arquitectura que busca el control interno, cuidadoso, articulado de los individuos.
Estos nuevos diseños son los de una
“arquitectura que habría de ser un operador para la transformación de los individuos: obrar sobre aquellos a quienes abriga, permitir la presa sobre su conducta, conducir hasta ellos los efectos del poder, ofrecerlos a un conocimiento, modificarlos. Las piedras pueden volver dócil y cognoscible. El viejo esquema simple del encierro y de la clausura –del muro grueso, de la puerta sólida que impiden entrar o salir–, comienza a ser sustituido por el cálculo de las aberturas, de los plenos y de los vacíos, de los pasos y de las transparencias”. (1975 [1978: 177])
Veamos ahora con mayor detalle otros edificios que analiza Foucault. Consideremos primero el hospital, tema de la clínica, pero desarrollándolo en esta nueva relación espacio-mirada-vigilancia. Foucault claramente lo entiende como un edificio de transformación, una “machine à guérir”, una máquina de curar (Figura 6), que describe del siguiente modo:
“Debe permitir observar bien a los enfermos, y así ajustar mejor los cuidados; la forma de las construcciones debe impedir los contagios, por la cuidadosa separación de los enfermos; la ventilación y el aire que se hacen circular en torno de cada lecho deben en fin evitar que los vapores deletéreos se estanquen en torno al paciente, descomponiendo sus humores y multiplicando la enfermedad por sus efectos inmediatos”. (1975 [1978: 177])
Fig. 6. Planta y perspectiva del Hôtel-Dieu de Poyet de 1786
Plantea también a la escuela-edificio como “operador de encauzamiento de la conducta”, como máquina pedagógica, machine pédagogique. En la escuela militar propuesta por Pâris-Duverney, por ejemplo, se empleaban tabiques que separaban a los individuos, pero que debían permitir, mediante aberturas, una observación continua, junto a otras estrategias de vigilancia espacial como estrados elevados en el comedor para control durante las comidas, medias puertas en las letrinas que facilitaban una inspección continua, pero al mismo tiempo dar cierta intimidad. Se buscaba, mediante estos simples dispositivos arquitectónicos, “educar cuerpos vigorosos, imperativo de salud; obtener oficiales competentes, imperativo de calidad; formar militares obedientes, imperativo político; prevenir el libertinaje y la homosexualidad, imperativo de moralidad” (1975 [1978: 177]).
El objetivo, como sintetizará el Panóptico, es lograr una vigilancia económica que irradiase desde un solo punto. En este sentido cita a Ledoux, que había imaginado en las salinas de Arc-et-Senans una construcción que debía acumular todas las funciones de producción y vigilancia, de forma circular.
Podríamos decir que la vigilancia está pensada desde el modelo del ojo que aparece también como fuente de luz y que no deja nada en la sombra, en el doble sentido de que no hay nada que se sustraiga al conocimiento ni que deje de estar sometido a la luz, ni siquiera los mismos vigilantes.
Hasta aquí estamos situados en el capítulo “Los medios del buen encauzamiento” y en esa dirección destacamos los elementos visoespaciales vinculados con la instancia que Foucault llama “vigilancia jerárquica”.
El examen “es una mirada normalizadora, una vigilancia que permite calificar, clasificar y castigar. Establece sobre los individuos una visibilidad a través de la cual se los diferencia y se los sanciona” (1975 [1978: 189]). Estamos entonces muy lejos de cualquier posibilidad de mirada objetiva, transparente; si se quiere, estamos delante de una mirada objetivadora, que construye sus objetos-individuos al saberse vigilados. Los construye obviamente como educados, curados, etc.
El examen es también una de las categorías que sirven para entender el funcionamiento del hospital como máquina de curar. Sin pretender establecer relaciones de causalidad sino de seriación, Foucault plantea que la modificación epistemológica de la medicina a fines del siglo XVIII tuvo como una de sus condiciones de posibilidad al hospital en su empleo del examen.
Cuando se refiere al examen en el ámbito escolar, no deja de ser interesante que justamente se detenga en una escuela especializada en la problemática espacial, de la que manifiesta:
“Desde 1775, existían en la Escuela de Caminos y Puentes 16 exámenes al año: 3 de matemáticas, 3 de arquitectura, 3 de dibujo, 2 de escritura, 1 de corte de piedras, 1 de estilo, 1 de levantamiento de planos, 1 de nivelación, 1 de medida y estimación de construcciones”. (1975 [1978: 191])
Dentro de la síntesis que realiza de este tema, afirma: “el examen invierte la economía de la visibilidad en el ejercicio del poder, retomando el tema ya planteado de la arquitectura del fasto que daba cuenta de un poder que existía en su propia mostración, tanto en la arquitectura, como en el suplicio, y con vocación por dejar marcas explícitas en el cuerpo condenado. Por el contrario, ahora, con el poder disciplinario, la fuente de poder es invisible e
“impone a aquellos a quienes somete un principio de visibilidad obligatorio. En la disciplina, son los sometidos, los que tienen que ser vistos. Su iluminación garantiza el dominio del poder que se ejerce sobre ellos. El hecho de ser visto sin cesar, de poder ser visto constantemente, es lo que mantiene en su sometimiento al individuo disciplinario”. (1975 [1978: 192])
Si se quiere, hay un resabio de exhibición pública del poder (monárquico) y es en la ceremonia del desfile, como forma fastuosa del examen donde se manifiesta: “Los ‘súbditos’ son ofrecidos en él como ‘objetos’ a la observación de un poder que no se manifiesta sino tan sólo por su mirada”.
También contrapone Foucault, la tradición heroica del guerrero, la construcción de una memoria gloriosa, a la construcción de una documentación, como resultado de este proceso de observación para la objetivación y el sometimiento. O sea, podríamos decir que, por un lado, tenemos la gran historia del soberano, cuya individuación está en los rituales, discursos y representaciones plásticas frente a otra historia, mucho menos vanidosa, del individuo, la historia clínica o quizá el prontuario, por mencionar alguna de las variantes que hacen, a través de las disciplinas, del individuo, un caso.
El capítulo III, titulado “El Panoptismo” es el que mejor da cuenta de esta perspectiva visoespacial que entendemos como característica de Vigilar y castigar y comienza con una descripción de una ciudad asolada por la peste. Tomado de una descripción histórica, el control y vigilancia minuciosa que allí se ejerce, se contrapone a cualquier imaginario literario o religioso que considere a la peste como un momento de ruptura de los límites y los controles. No ya el tiempo de las orgías, sino el de las austeridades. No ya los permisos y la fiesta, sino los controles:
“Si Artaud pensó en la metáfora de la peste con referencia a un teatro que, apelando al Caos abriera la posibilidad de la fiesta; si Camus pensó en la peste como un ejemplo de situación límite en la vida de la Ciudad que genera la solidaridad y el humanitarismo ... el poder disciplinario, por el contrario, buscó en el modelo excepcional de la peste la prueba y la magnificación del sistema disciplinario, apropiándose del cuerpo entero de la Ciudad y haciendo de ella un teatro del Orden”. (Morey 1986: 294)
El problema sigue siendo la vida, pero no la vida como éxtasis, sino la posibilidad de perderla por enfrentarse a las autoridades o por no cumplir con su deber. La ciudad apestada requiere:
“En primer lugar, una estricta división espacial: cierre, naturalmente, de la ciudad y del ‘terruño’, prohibición de salir de la zona bajo pena de la vida ... ; división de la ciudad en secciones distintas en las que se establece el poder de un intendente. Cada calle queda bajo la autoridad de un síndico, que la vigila; si la abandonara, sería castigado con la muerte”. (1975 [1978: 199])
Nadie debe salir de su casa, cada hogar debe estar provisto de lo necesario para la subsistencia o se buscarán los medios para que ello suceda. Las calles están solitarias, salvo por los vigilantes.
¿Por qué Foucault comienza este famoso capítulo con la descripción de una ciudad apestada de acuerdo a un reglamento de fines del siglo XVIII? ¿Por qué se interesa en este caso extremo de vigilancia y de inspección continua en esta ciudad donde cada casa termina constituyéndose en jaula de la que sus propietarios no deben intentar escapar y que, podemos suponerlo, aceptan sin discusión? Esta ciudad, que además de su vigilancia continua, de su mirada controladora, lleva también un registro minucioso de todo lo que allí ocurre, le interesa pues “este espacio cerrado, recortado, vigilado, en todos sus puntos ... constituye un modelo compacto del dispositivo disciplinario” (1975 [1978: 201]).
La peste, la ciudad apestada representa “un sueño político”, la de la ciudad sometida a los controles. La diferencia es que la ciudad asolada por el mal sufre los controles en forma temporaria, una vez acabada la peste, la vigilancia comienza a mostrarse innecesaria. El sueño político piensa en la duración, no ya un momento, sino en forma permanente. La ciudad bajo continua vigilancia:
“La ciudad apestada, toda ella atravesada de jerarquía, de vigilancia, de inspección, de escritura, la ciudad inmovilizada en el funcionamiento de un poder extensivo que se ejerce de manera distinta sobre todos los cuerpos individuales, es la utopía de la ciudad perfectamente gobernada ... Para hacer funcionar de acuerdo con la teoría pura los derechos y las leyes, los juristas se imaginaban en el estado de naturaleza; para ver funcionar las disciplinas perfectas, los gobernantes soñaban con el estado de peste”. (1975 [1978: 202])
Morey nos recuerda que Foucault enfrenta la metáfora de la peste a la de la lepra que estaba en Historia de la locura y que ahora en la época disciplinaria se suman otros procedimientos: la segregación y el ordenamiento, es decir, tratar a los leprosos como apestados (1983: 294). Y esto es indicativo de nuevas estrategias espaciales. Si el leproso era antes excluido, rechazado, exiliado, en el sueño de una comunidad pura, libre de contaminación, la nueva estrategia disciplinaria, en este modo de pensar la peste, aísla también, pero cuadricula, separa, distribuye a fin de lograr obviamente, cuerpos disciplinados.
Como ya indicamos, Vigilar y castigar constituye para nosotros el momento de síntesis o integración de Historia de la locura y de El nacimiento de la clínica, ya que pone en juego la instancia espacio-edilicia y la de la mirada en conjunto y como tema dominante. Y es en este capítulo que estamos resumiendo en forma sesgada –el panoptismo– donde aparece la descripción del edificio que ejemplifica lo que nosotros decimos: el Panóptico de Bentham. Reiteremos el conocido texto foucaultiano:
“El Panóptico de Bentham es la figura arquitectónica de esta composición. Conocido es su principio: en la periferia, una construcción en forma de anillo; en el centro, una torre, ésta, con anchas ventanas que se abren en la cara interior del anillo. La construcción periférica está dividida en celdas, cada una de las cuales atraviesa toda la anchura de la construcción. Tienen dos ventanas, una que da al interior, correspondiente a las ventanas de la torre, y la otra, que da al exterior, permite que la luz atraviese la celda de una parte a otra. Basta entonces situar un vigilante en la torre central y encerrar en cada celda a un loco, un enfermo, un condenado, un obrero o un escolar. Por el efecto de la contraluz se pueden percibir desde la torre, recortándose perfectamente sobre la luz, las pequeñas siluetas cautivas en las celdas de la periferia. Tantos pequeños teatros como celdas, en los que cada actor está solo, perfectamente individualizado y constantemente visible. El dispositivo panóptico dispone unas unidades espaciales que permiten ver sin cesar y reconocer al punto. En suma, se invierte el principio del calabozo; o más bien de su tres funciones –encerrar, privar de luz y ocultar–; no se conserva más que la primera y se suprimen las otras dos. La plena luz y la mirada de un vigilante captan mejor que la sombra, que en último término protegía. La visibilidad es una trampa”. (1975 [1978: 204])
Observemos, a diferencia de lo que aquí Foucault dice, que los conceptos “perfectamente individualizado y constantemente visible” deben ser matizados, pues no es la singularidad estricta del encerrado lo que interesa, a fin de cuentas todo saber construye y opera sobre generalidades. Este individuo no es observado en su singularidad específica, pues el dispositivo lumínico presente no permite discernir, por ejemplo, perfectamente sus rasgos faciales. Sabido es que la luz que se emite por detrás de una figura no permite reconocer sus propios rasgos (efecto de contraluz). No son por tanto las características específicas lo que allí interesa –necesitaría otro sistema lumínico con luz de frente– sino que lo que se busca es una individualización comportamental y situacional.
La división o separación de los encerrados no permite el contacto entre ellos o, como dice Foucault, considerando que todos los encerrados son visibles desde la torre central, el preso “es visto, pero él no ve; objeto de una información, jamás sujeto de una comunicación”. El preso tiene sus propias representaciones, y son las de una vigilancia continua. El Panóptico, por las características especiales de su torre central que mediante un particular enrejado impide observar su interior para verificar la efectiva presencia de un vigilante, logra inducir en el preso un estado de continua vigilancia. Y por esto se logra el costo más efectivo en términos económicos: un edificio que funciona automáticamente, un poder que, en el límite, puede producir individuos disciplinados sin que haya necesariamente gastos para lograrlo: “Dispositivo importante ya que automatiza y desindividualiza el poder. Éste tiene su principio menos en una persona que en cierta distribución de los cuerpos, de las superficies, de las luces, de las miradas” (1975 [1978: 205]). Y se destaca el doble carácter que tiene el edificio, que permite que los encerrados estén, por un lado, continuamente visibles, y por otro, que esa visibilidad tenga como correlato la imposibilidad de detectar la vigilancia, de forma que “una sujeción real nace mecánicamente de una relación ficticia” (1975 [1978: 206]).
Foucault desarrolla el carácter automático de este edificio, y diferencia un aspecto que llama “jardín”, en tanto dispositivo que permite establecer diferencias, clasificar, ver desarrollos, y un aspecto “laboratorio”, que lo muestra como “máquina de hacer experiencias, de modificar el comportamiento, de encauzar o reeducar la conducta de los individuos” y como máquina que puede vigilar a sus propios vigilantes. Máquina de saber-poder que se retroalimenta continuamente y que “debe ser comprendido como un modelo generalizable de funcionamiento” (1975 [1978: 208]) y no como un edificio concreto particular, aunque históricamente la propuesta de Bentham pretendía su realización. En síntesis, el Panóptico es
“un tipo de implantación de los cuerpos en el espacio, de distribución de los individuos unos en relación con los otros, de organización jerárquica, de disposición de los centros y de los canales de poder, de definición de sus instrumentos y de sus modos de intervención, que se puede utilizar en los hospitales, los talleres, las escuelas, las prisiones”. (1975 [1978: 209])
De esta especie de “huevo de Colón” de la administración de las personas que es el Panóptico y el panoptismo se ha escrito y citado lo suficiente como para no extendernos, pero es inevitable referirnos a él, en la medida en que nuestro tema incluye a la arquitectura. Permítasenos esta nueva cita, que cita Foucault, de Bentham:
“El panoptismo es capaz de ‘reformar la moral, preservar la salud, revigorizar la industria, difundir la instrucción, aliviar las cargas públicas, establecer la economía como sobre una roca, desatar, en lugar de cortar, el nudo gordiano de las leyes sobre los pobres, todo esto por una simple idea arquitectónica’”. (1975 [1978: 210])
Tantos beneficios para una nueva visión social. En nota, Foucault se referirá a un dispositivo visual antecedente, los panoramas contemporáneos (circa 1790) de Barker (Figura 6a), que le habrían proporcionado a Bentham la idea de un flujo continuo de visitantes que llegan al punto central desde donde se domina toda la pintura (1975: 209, nota 12) y esa idea se sostiene también en el ideal de la Ilustración de la publicidad o plena visibilidad.
Fig. 6a. Visión de la colina Calton y de la parte superior del campanario de San Giles. Barker, 1796
Recordemos que Bentham proponía que el Panóptico fuese asequible a cualquiera: el edificio está pensado desde una mirada que no encuentra obstáculos. El principio de transparencia social permite que cualquiera pueda ir a controlar su funcionamiento.
Repetimos, la mirada de la transparencia es la de la Ilustración. Pero en ella hay una trampa, pues la mirada termina siendo objetivadora, constructora de los individuos que vigila y en síntesis de la sociedad toda.
A continuación Foucault comienza a desarrollar la difusión de las disciplinas y el papel de la policía, pero aclarando que las disciplinas no pueden ser reducidas para nada a una cuestión de poder estatal, pues ellas son “un tipo de poder, una modalidad para ejercerlo” (1975 [1978: 218]) que llega a todos los vericuetos de la sociedad.
La última sección del libro trata sobre la prisión específicamente, y es obvio que la categoría espacial es inmanente al tema. De todos modos, Foucault no se centra en ésta sino en la relación que el modo de encierro que ella implica ha tenido en la economía de los castigos desde la perspectiva histórica. En la prisión, desde principios del siglo XIX, juega un doble aspecto: la búsqueda de “la privación de la libertad y la transformación técnica de los individuos” (1975 [1978: 235]).
¿Qué característica de la forma arquitectónica de la prisión debieran ser resaltados? Ya aclaramos que parece ser consustancial a la prisión su propia modificación; incluso desde el momento que comienza su institucionalización, aparecen los reformadores en Francia, Estados Unidos, etc. La idea dominante es la del trabajo y la instrucción. De estas características generales (socio-culturales) se derivan las características arquitectónicas, que deberán considerar el aislamiento y el trabajo.
1. El aislamiento: Aislamiento del exterior y aislamiento de los penados entre sí. El aislamiento de los penados entre sí tiene una finalidad perfectamente definida: “Sofocar las conjuras y los motines que puedan formarse, impedir que se urdan complicidades futuras o que nazcan posibilidad de chantaje..., obstaculizar la inmoralidad de tantas ‘asociaciones misteriosas’” (1975 [1978: 239]) y además “la soledad debe ser un instrumento positivo de reforma” (1975 [1978: 239]), pues en ella el preso puede reflexionar y arrepentirse de su falta. Se encuentra allí la importancia de un elemento técnico sencillo: Las mamparas. Foucault encuentra que, sobre este punto del aislamiento, se produjeron derivaciones teóricas en Norteamérica: el modelo de Auburn y el de Filadelfia, con repercusiones en Francia entre 1830 y 1850 donde termina prevaleciendo el primero.
¿Cuál es la diferencia entre ellos? El modelo de Auburn prescribe la soledad en la celda, pero la comunidad en el trabajo y en las comidas, aunque en total silencio, salvo la mínima comunicación con los guardianes:
“La prisión debe ser un microcosmos de una sociedad perfecta donde los individuos se hallan aislados en su existencia moral, pero donde su reunión se efectúa en un encuadramiento jerárquico estricto, sin relación lateral, no pudiendo hacerse la comunicación más que en el sentido de la vertical”. (1975 [1978: 240])
Por el contrario, en Filadelfia se presenta un aislamiento total, bajo un principio diferente, “la relación del individuo con su propia conciencia y a la que puede iluminarlo desde el interior” (1975 [1978: 241]). Foucault entiende, y es un punto central de nuestras investigaciones, que “la materialidad de las cosas” es la que está actuando –en este caso la celda cerrada– para la formación del individuo corregido. De la confrontación de ambos modelos han surgido los siguientes interrogantes: “Religiosos (¿debe la conversión ser el elemento principal de la corrección?, médicos (¿vuelve loco el aislamiento total?), económicos (¿dónde está el menor costo?), arquitectónicos y administrativos (¿qué forma garantiza la mejor vigilancia?)” (1975 [1978: 242]).
2. El trabajo. El trabajo importa por la formación de hábitos positivos en los detenidos. Sin embargo, no hay mucha deducción espacial en el texto, aunque en nota (1975: 243) se indica que la organización de dos prisiones (Melun y Clairvaux) como grandes talleres originó problemas con los obreros del exterior, por lo que consideraban una competencia desleal, que hacía bajar los salarios. Pero, dice Foucault:
“La prisión no es un taller; es –es preciso que sea en sí misma– una máquina de la que los detenidos-obreros son a la vez los engranajes y los productos; la máquina los “ocupa” y esto “continuamente”, así sea tan sólo con el fin de llenar su tiempo”. (1975 [1978: 245])
Si no es la máquina de habitar de Le Corbusier, sí es (debe ser) una máquina de producir. El edificio es productor de sujetos normalizados.
Los principios del Panóptico dependen de la forma arquitectónica. La estructura base es la del punto central de vigilancia permanente, en torno a una arquitectura circular, pero también puede tener la forma del semicírculo, en cruz o la disposición en estrella (Figura 7). Vigilar y castigar presenta diferentes láminas ejemplificando estas variantes. Las directivas que se citan con respecto al arquitecto son las siguientes, y emanan por ejemplo de autoridades políticas, como el ministro del Interior (1841):
“La sala central de inspección es el eje del sistema. Sin punto central de inspección, la vigilancia deja de estar garantizada, de ser continua y general; porque es imposible tener una confianza completa en la actividad, el celo y la inteligencia del encargado a cuyo cuidado inmediato se hallan las celdas ... El arquitecto debe, por lo tanto, dirigir toda su atención a este objeto en el que hay a la vez una cuestión de disciplina y de economía. Cuanto más exacta y fácil sea la vigilancia, menos necesidad habrá de buscar en la solidez de las construcciones unas garantías contra las tentativas de evasión y contra las comunicaciones de unos detenidos con otros. Ahora bien, la vigilancia será perfecta si el director o el encargado en jefe, desde una sala central y sin cambiar de lugar, ve sin ser visto no sólo la entrada de todas las celdas y hasta el interior del mayor número de ellas cuando sus puertas están abiertas, sino además a los vigilantes encargados de la guarda de los presos en todos los pisos... Con la fórmula de las prisiones circulares o semicirculares, parecería posible ver desde un centro único todos los presos en sus celdas, y a los guardianes en las galerías de vigilancia”. (Ducatel, Instruction pour la construction des maisons d’arrêt, citado por Foucault en 1975 [1978: 254])
En esta cita podemos observar cómo el dispositivo panóptico actúa vigilando también a los propios vigiladores y, al mismo tiempo, pone en un contexto real los límites de la mirada que controla, pues el Panóptico real no tiene puertas transparentes o aperturas de plena visibilidad, como podría deducirse del modelo benthamiano, sino que, para ver el interior, las puertas deben abrirse. También es interesante, como principio de construcción arquitectónico, el señalamiento de que al fortalecer la vigilancia se logra economizar en la construcción, en la medida en que no serían necesarios muros demasiado gruesos. No es por la dificultad de saltar o perforar gruesas paredes que se evidencia la eficacia de la prisión, sino por la imposibilidad de escapar al peso de la mirada vigilante. ¡Extraña ecuación que pone en relación inversa la certeza de la mirada al grosor de las paredes!
Fig. 7. Panóptico de Bentham
En el capítulo “Ilegalismos y delincuencia” se introduce un caso particular de espacialidad móvil: La sustitución, en 1837, de la cadena de forzados por el coche celular. La primera mantenía las categorías de la teatralidad de la época del Suplicio en la época de la Disciplina. Tenía las características que la hacían aparecer como “un ritual de patíbulo”, que reemplaza el corte de la guillotina por el ajuste de las cadenas y collares y que mantiene alta la convocatoria popular, pues “según la Gazette des tribunaux –cita Foucault– más de 100.000 personas contemplan la partida de París de la cadena, el 19 de julio (de 1836)” (1975 [1978: 262]).
Esos condenados tendrán todo tipo de marcas visuales para ser reconocidos, que abarcarán desde su vestimenta al rostro, como un antecedente de la frenología: “Las fisonomías son tan variadas como los trajes: aquí, una cabeza majestuosa, como las figuras de Murillo; allá, un rostro vicioso de gruesas cejas, que revela una energía de criminal decidido”. Pero las marcas del criminal no se detienen ahí. Se refiere también a los tatuajes de los condenados. Éstos llevan sobre el cuerpo la marca de su crimen: “Llevan sus insignias, ya sea una guillotina tatuada sobre el brazo izquierdo, ya sea en el pecho un puñal clavado en un corazón chorreando sangre”, cita Foucault (1975 [1978: 264]), y nosotros reiteramos que esta insistencia es una característica de la obra foucaultiana y no una simple necesidad del asunto que se trata (Figura 8).
Fig. 8. Cadena de forzados
La cadena es la continuidad entonces de los suplicios en tiempos de mayor benignidad sobre los cuerpos. El espectáculo no es amable, pero tampoco violento y tiene sus formas de darse a conocer:
“El gran espectáculo de la cadena se relacionaba con la vieja tradición de los suplicios públicos y también con esa múltiple representación del crimen que daban en la época los periódicos, las hojas sueltas, los charlatanes de plazuela, los teatros de bulevar”. (1975 [1978: 267])
Pero finalmente las autoridades no le verán utilidad a este despliegue espectacular y la suspenderán, reemplazándola por el mencionado coche celular, que era “un equivalente móvil del Panóptico”. Y, aunque no corresponda estrictamente al tema arquitectura, esta casa rodante del castigo tiene su descripción panóptica precisa:
“Dividido en toda su longitud por un pasillo central, lleva, de una parte y de otra, seis celdas en las que los detenidos van sentados de frente. Se les hace pasar los pies por unos anillos forrados interiormente de lana y unidos unos a otros por unas cadenas de 18 pulgadas; las piernas van también metidas en unas rodilleras de metal. .... La celda no tiene ventana alguna al exterior y está forrada por completo de chapa; únicamente un tragaluz, también de chapa horadada, da paso a ‘una corriente de aire regular’. Por el lado del pasillo, la puerta de cada celda está provista de un ventanillo de doble compartimiento: uno para los alimentos, y el otro, enrejado para la vigilancia. ‘La abertura y la dirección oblicua de los ventanillos están combinadas de tal modo que los guardianes tienen incesantemente a los presos ante los ojos, y oyen sus menores palabras, sin que éstos puedan lograr verse u oírse entre ellos’. De tal modo que ‘el mismo coche puede, sin el menor inconveniente, llevar a la vez a un presidiario y a un simple detenido, a hombres y a mujeres, a niños y adultos. Cualquiera que sea la distancia, unos y otros llegan a su destino sin haber podido verse ni hablarse’”. (1975 [1978: 268])
Este pasaje de la cadena de los presos al carruaje representa el cambio de la época de los suplicios a la de las disciplinas, cambio que se da en unos ochenta años. Pasaje que se quiere considerar, como sabemos, benévolo, humanitario, pero del que Foucault muestra su fracaso y el significado particular que ese mismo fracaso adquiere. Ya desde su origen, entre 1820 y 1845, “la prisión no puede dejar de fabricar delincuentes. Los fabrica por el tipo de existencia que hace llevar a los detenidos” (1975 [1978: 270]). Esta “fábrica” reproduce su modelo sobre el territorio de Francia, y por tanto “allí donde hay una prisión hay una asociación ... otros tantos clubes antisociales” (cit. en 1975 [1978: 271]).
Si bien es usual, siguiendo al mismo Foucault, entender que él hace “historia del presente” (1975 [1978: 37]), y con esto se da a entender que sus trabajos históricos no quieren simplemente la restitución de un pasado como tal, sino que esa recuperación apunta a producir efectos sobre la actualidad, sin embargo la parte final de Vigilar y castigar es explícitamente una “historia del presente” ya que describe el funcionamiento y los reglamentos de la prisión francesa contemporánea a su escritura, comparando documentos del siglo XIX con actuales, con lo cual los efectos buscados se muestran mucho más inmediatos.
El fracaso de la prisión es finalmente consustancial con su existencia, su fracaso cumple funciones precisas:
“De esta solidez sírvanos como testimonio un hecho reciente: la prisión modelo inaugurada en Fleury-Mérogis en 1969 no ha hecho sino imitar en su distribución de conjunto la estrella panóptica que diera en 1836 su fama a la Petite-Roquette. Es la misma maquinaria de poder la que toma cuerpo real y forma simbólica allí. Pero ¿para desempeñar qué papel?”. (1975 [1978: 277])
Y la respuesta de Foucault es: reiteremos la utilidad de su fracaso, pues, a fin de cuenta, la proclamación del fracaso de la prisión ha estado junto a su mantenimiento por 150 años. La gestión de los ilegalismos es la utilidad social de prisión, la vigilancia no ya de una fracción de la sociedad, sino de su totalidad.
El último capítulo “Lo carcelario” también tiene referencias a espacialidades concretas. Así Foucault encuentra que la fecha en que termina la formación del sistema carcelario debiera ser el 22 de enero de 1840, fecha de la apertura oficial de Mettray.
“¿Por qué Mettray? Porque es la forma disciplinaria en el estado más intenso, el modelo en el que se concentran todas las tecnologías coercitivas del comportamiento... El principal de los castigos que se infligen es el encierro en celda; porque ‘el aislamiento es el mejor medio de obrar sobre la moral de los niños; ahí es sobre todo donde la voz de la religión, aunque jamás haya hablado a su corazón, recobra todo su poder emotivo’; toda la institución parapenal, que está pensada para no ser la prisión, culmina en la celda, sobre cuyas paredes está escrito en letras negras: ‘Dios os ve’”. (1975 [1978: 301])
Si más arriba nos referimos a la diseminación de las prisiones por el territorio francés, aquí también se hace referencia a la dispersión geográfica de nuevos espacios pedagógicos. Esta geografía del poder abarca los edificios de colonias para “niños pobres, abandonados y vagabundos”, las casas de caridad, los reformatorios de menores, centrados en el trabajo agrícola, los orfanatos, las fábricas-convento, las ciudades y alojamientos obreros. Es decir, la prolongación del dispositivo disciplinario que no se restringe, por lo tanto, al espacio específico de la prisión, pero que sí usa sus mecanismos.
Hay lo que se podría llamar un principio de continuidad disciplinario institucional, una remisión de un establecimiento a otro, que toma forma en el traslado de los individuos por diferentes edificios. Esta existencia institucional transcurre entonces: “de la asistencia al orfanato, a la casa de corrección, a la penitenciaría, al batallón disciplinario, a la prisión, de la escuela a la sociedad de patronato, al obrador, al refugio, al convento penitenciario; de la ciudad obrera al hospital, a la prisión” (1975 [1978: 306]) y este proceso de derivaciones puede pensarse como el sustrato de la investigación de Foucault. Casi podríamos decir que una vida cualquiera en la sociedad disciplinaria podría ser pautada por el espacio en que se hallaba inscripta o alojada. Lo carcelario abarca todo y a todos: “El sistema carcelario no rechaza lo inasimilable arrojándolo a un infierno confuso: no tiene exterior” (1975 [1978: 307]). El delincuente ha recorrido los distintos establecimientos que terminan en la prisión, como su alojamiento final, aunque esos edificios antecedentes supuestamente buscaban evitar el último escalón. O sea, “el delincuente es un producto de institución” (1975 [1978: 308]).
Regresando a la idea anterior y para referirnos al final del libro, recordemos que Vigilar y castigar da cuenta de una sociedad panoptizada. El libro termina comentando un texto de claras referencias espaciales de 1836, La phalange, que citamos en su totalidad y que sirve como síntesis de la importancia que el tema visoespacial tiene en Foucault:
“Moralistas, filósofos, legisladores, aduladores de la civilización he aquí el plano de vuestro París puesto en orden, he aquí el plano perfeccionado en el que están reunidas todas las cosas semejantes. En el centro y en un primer recinto: hospitales de todas las enfermedades, hospicios de todas las miserias, casas de locos, prisiones, presidios de hombres, de mujeres y de niños. En torno del primer recinto, cuarteles, tribunales, comandancia de policía, casa de los esbirros, emplazamientos de los patíbulos, morada del verdugo y de sus ayudantes. En los cuatro extremos, cámara de los diputados, cámara de los pares, Instituto y Palacio del Rey. Al margen, lo que alimenta el recinto central, el comercio, sus bribonadas, sus bancarrotas; la industria y sus luchas furiosas; la prensa, sus sofismas; las casas de juego; la prostitución, el pueblo muriéndose de hambre o revolcándose en el desenfreno, siempre al acecho de la voz del Genio de las Revoluciones; los ricos sin corazón ... en fin, la guerra encarnizada de todos contra todos”. (cit. en 1975 [1978: 313])
Conclusiones
En resumen, con nuestra presentación del recorrido por estos tres textos foucaultianos hemos querido resaltar un interés que puede organizarse en forma continua. Vigilar y castigar, según entendemos, integra y balancea, sin que ello parezca un propósito explícito del autor, los temas del espacio y la mirada, teniendo su más clara síntesis en la problemática panóptica. Es cierto que las motivaciones de una escritura pueden circular por carriles muy variados. Así, por ejemplo, Morey en su Lectura de Foucault plantea que Vigilar y castigar, sus temas, es el resultado de tres factores: El Mayo francés, el trabajo de Foucault en el GIP y su lectura sistemática de Nietzsche. Es así que afirma “de la confluencia de estas tres líneas mayores surge, lenta, progresivamente, el análisis foucaultiano de las relaciones de poder: su proyecto de una genealogía del Orden Burgués” (1986: 233). Por nuestra parte, y como ya indicamos, entendemos que hay intereses subyacentes como son el espacio y la mirada, que vertebran buena parte de su obra. O, si no queremos ponernos en psicologistas y “olvidamos” que existe un “autor” Foucault, sin embargo, no podemos negar que los textos citados están articulados con palabras que sin duda forman parte de un orden que nosotros llamamos “visoespacial”. No hay, o al menos no sería por lo tanto posible marcar una ruptura definida entre uno y otro. A fin de cuentas es el mismo Foucault el que lo dice:
“Cuando yo repienso ahora, me pregunto de qué estaba hablando por ejemplo en la Historia de la locura o en El nacimiento de la clínica, sino del poder. Ahora estoy perfectamente consciente de no haber prácticamente empleado la palabra y de no haber tenido nunca este campo de análisis a mi disposición”. (1976d: 146)
Hay, por supuesto, otros textos, en este caso artículos o entrevistas, que permiten encontrar variantes o ampliar la información de estas cuestiones, como aparece en los siguientes capítulos. No ha sido éste el momento de la lectura crítica o comparativa. Repetimos que si solo hemos incluido pocos comentaristas, ello ha sido totalmente intencional. No es aquí donde debía plantearse la actualidad y vigencia de las ideas foucaultianas, tanto por la posible unidad de una concepción visoespacial como por la relevancia de su contemporaneidad. Esto es tema también de otros capítulos.