MICHEL FOUCAULT Y LA VISOESPACIALIDAD, ANÁLISIS Y DERIVACIONES
Rodrigo Hugo Amuchástegui
1. USOS DE FOUCAULT EN ARQUITECTURA Y GEOGRAFÍA
El análisis del discurso como herramienta de crítica arquitectónica
Dentro de lo que podemos llamar “derivaciones” del pensamiento de Foucault en las disciplinas espaciales, y en particular la arquitectura, tenemos en el libro de Thomas A. Markus y Deborah Cameron, The words between the spaces. Buildings and Languag, (2002), un caso particular de aplicación. Si bien son escasas las citas que se hacen de la obra de Foucault, apenas en cinco oportunidades, esa relación se sostiene, por un lado, en la importancia que se le da a sus investigaciones, en la medida en que el análisis del discurso, la principal orientación teórica del libro de Markus-Cameron, reconoce su deuda con el filósofo francés. Así observan que hay dos perspectivas de análisis del discurso dominantes. Aquella que se atiene a la descripción del uso del lenguaje, y que puede reducirse a la pregunta “¿cómo opera este texto?” y, por otra parte, la que responde a la cuestión: “¿a qué intereses sirve este texto que opera de este modo?” (Markus 2002: 12). Esta última es la que encuentran coincidente con la orientación de los trabajos foucaultianos, en tanto que se pone en juego la relación poder/saber o poder/conocimiento. También podemos decir que algunos de los ejemplos de instituciones que toman, como el asilo de Glasgow, al que nos referiremos más adelante, y las referencias al poder disciplinario, tienen clara impronta foucaultiana, aunque no sea ello explícito.
Pero, si se ahonda siguiendo el hilo de los textos que están en la base de sus investigaciones, como La arqueología del saber (1969 [1977]) y El orden del discurso (1971 [1973]), las relaciones se hacen más evidentes. Ubiquemos primero ambos textos.
La arqueología del saber aparece como bisagra metodológica en la armazón textual foucaultiana. Dicho texto, que surge en principio en forma circunstancial, en tanto responde a las demandas que el Círculo de Epistemología (1968b) y la revista “Esprit” (1968a) le habían planteado ante su último libro, Las palabras y las cosas (1966), le permite a Foucault precisar los conceptos rectores que habían sido imprecisamente articulados en sus libros anteriores Historia de la locura (1961), El nacimiento de la clínica (1963) y el recién mencionado. Si bien los textos posteriores tales como Vigilar y castigar (1975) e Historia de la sexualidad (1976) sufrirán variaciones con respecto al proyecto inicial, La arqueología del saber seguirá funcionando como punto de articulación de todas sus ulteriores investigaciones, y en ese sentido utilizamos los términos “bisagra metodológica”.
Esta afirmación puede parecer discutible en tanto se quiera periodizar la obra foucaultiana con rupturas tajantes entre períodos arqueológicos y genealógicos o centrados en el saber, el poder y la ética, por ejemplo, o incluso cuando se presenta a Las palabras y las cosas junto a La arqueología del saber integrando un período “formalista” (Eribon 1989 [1992: 255]). En principio indiquemos que la noción de “arqueología” está presente en sus últimos escritos, mientras que la mirada genealógica se encuentra también en los primeros (1983a: 393), y está claramente mencionada en la misma Arqueología cuando se refiere al “descentramiento operado por la genealogía nietzscheana” (1969 [1977: 21]). Pero La arqueología del saber es el texto en el que se intenta delimitar una metodología de la investigación que Foucault no abandonará. Es decir, en la medida en que se acepte que una metodología no es una serie de reglas o procedimientos individuales –obviamente, las metodologías están en relación con la disciplina de la que se trate–, se debería poder verificar si la metodología foucaultiana es aplicable a los mismos campos a que su autor se dedicó o incluso a diferentes.
Que su autor así lo creía, en lo que respecta al primer aspecto, se pone en evidencia puesto que indica la posibilidad de reajustar o rectificar aquellos textos primeros a la luz de las presentes precisiones, pero además en el apartado “Otras Arqueologías” se indican otros terrenos de análisis posibles. En particular plantea que el análisis arqueológico se podría orientar a campos diferentes de la historia de la ciencia. Es así que menciona allí la “descripción arqueológica de ‘la sexualidad’” (1969 [1977: 325]), que no se encuentra obviamente descripta aquí sino en forma sintética, pero que se prefigura en forma meridiana. El análisis de la sexualidad, dice Foucault, “se haría así no en la dirección de la episteme, sino en la de lo que se podría llamar la ética” (1969 [1977: 327]).
Sus escritos sobre la génesis disciplinaria y la cuestión del poder también se encuentran supuestos en este texto como proyecto, en su planteo de análisis del saber político que debiera dar cuenta de “los comportamientos, de las luchas, de los conflictos, de las decisiones y de las tácticas. Se haría aparecer así un saber político que no es del orden de una teorización secundaria de la práctica, y que tampoco es una aplicación de la teoría” (1969 [1977: 328]). Y entre los campos en que la Arqueología podría aplicarse, pero que Foucault no desarrolló ampliamente, quizá por su muerte prematura, está el de la pintura, no así la arquitectura, o la problemática específicamente espacial, que es la que siguiendo el texto de Markus-Cameron desarrollaremos inmediatamente. Estas breves indicaciones, reiteramos, tienen el fin de mostrar la función de nexo metodológico que anticipamos de La arqueología del saber. No desconocemos sin embargo los rechazos que la afirmación de una posible metodología en la Arqueología puede suscitar. En Foucault no existe ningún método universalmente aplicable, indica un autor, “no proporciona un método en cuanto tal; no genera una propuesta formal que pueda, en rigor aislarse y, por consiguiente ser trasladada a otros proyectos distintos”, afirma otro (Jalón 1994: 51), y Foucault mismo viene a confirmar luego esta dirección al decir que el libro no es ni completamente una teoría ni completamente una metodología (1971a: 157). Por su parte, y por citar un ejemplo contrario, Paul Veyne (1971 [1984: 199]) habla de la utilidad práctica que tiene el método foucaultiano para la explicación histórica.
El libro se concibe en Túnez, ex protectorado francés. Foucault llegó a las tierras de Aníbal y San Agustín en septiembre de 1966 y formó parte rápidamente de la vida intelectual de la ciudad. Allí,
“Evidentemente –dice Eribon, uno de sus biógrafos–, su mayor preocupación se centra en la redacción de La arqueología del saber. Escribe con ahínco, forcejea como un poseso con las nociones de enunciado, de formación discursiva, de regularidad y de estrategia... Todo un vocabulario que trata de establecer y de fijar; todo un juego de conceptos que intenta definir y articular”. (Eribon 1989 [1992: 235])
El libro está terminado cuando abandona Túnez a fines de 1968. Su escritura fue acompañada por la rebelión estudiantil. No tanto de la agitada revuelta parisina, sino la propia de la ciudad donde estaba establecido, que toma formas mucho más violentas. No sólo se enfrentan los estudiantes a la policía. El clima está fuertemente caldeado por los efectos de la Guerra de los 6 días (junio de 1967) y se generan enfrentamientos entre árabes e israelíes. En los distintos disturbios son detenidos alumnos de Foucault y éste les presta la ayuda que puede. Intervendrá en los juicios a favor de los estudiantes y será amenazado y golpeado por grupos parapoliciales. “Pero no es objeto de ningún tipo de molestia oficial –continúa este biógrafo–, su prestigio es demasiado grande; no le resultaría nada fácil al gobierno meterse con él” (Eribon 1989 [1992: 238]). Si el Discurso del Método cartesiano con sus nuevas conceptualizaciones, que acostumbran aceptarse como la base del paradigma moderno e implican el rechazo de las categorías renacentistas, ligadas a la astrología, la alquimia, la cábala, etc. (Turró 1985: 328) fue generado en la quietud holandesa y en los ocultamientos cartesianos, cuya tranquilidad existencial vivifica la “Primera Meditación”, el método del discurso foucaultiano, que fue comparado con aquel ([Guedez 1976: 60] y [Morey 1983: 178]) tiene horizontes más inquietos que no se transparentan en su densa escritura. Aunque no por ello, como indica en Respuesta a una pregunta (1968a), pretendiera ser ajeno a los cuestionamientos políticos.
Si hablamos del método del discurso no es para sustentarnos en el simple juego de palabras. La noción de “discurso” entendido como “prácticas (o reglas) que forman sistemáticamente los objetos de que hablan” (1969 [1977: 81) tiene una función capital en La arqueología del saber.
El libro es heredero con conciencia de continuidad y diferencia, y así se reconoce, de las conceptualizaciones de Bachelard y sus rupturas y umbrales epistemológicos y de los desplazamientos y transformaciones de los conceptos de Canguilhem (1969 [1977: 327]). La Arqueología traza una serie de oposiciones a lo que él llama el enfoque tradicional que enfrenta:
• A las filosofías de la historia, épocas y fases de la civilización con las periodizaciones largas o breves, según convenga, de acuerdo a los elementos que se traten. O sea, a las continuidades se le oponen las rupturas o discontinuidades.
• A las Historias globales que suponen que “una misma y única forma de historicidad arrastra las estructuras económicas, las estabilidades sociales, la inercia de las mentalidades, los hábitos técnicos, los comportamientos políticos y los somete todas al mismo tipo de transformación” (1969 [1977: 15]) se les opondrá una Historia general que encuentra correspondencias, correlaciones, dominaciones, elementos comunes y que, por lo tanto, despliegue “el espacio de una dispersión” (1969 [1977: 16]).
• A la ‘soberanía de la conciencia’ que supondría algún tipo de conciencia histórica sustentada en la “función fundadora del sujeto” y a una racionalidad como telos se le opondrá el “descentramiento operado por la (ya mencionada) genealogía nietzcheana” (1969 [1977: 21]).
Estas oposiciones apuntan a “definir un método de análisis histórico liberado del tema antropológico”. En tanto tal, se “trata de formular en términos generales ... los instrumentos que (las) investigaciones (anteriores) han utilizado en su marcha o han fabricado para sus necesidades” (1969 [1977: 26]).
Foucault reconoce que su recorrido metodológico se ha autodefinido en el proceso de la investigación, pero que debe ser precisado conceptualmente.
La arqueología del saber, en su aspecto más marcadamente metodológico, apunta a establecer la rejilla conceptual que permita organizar los conjuntos enunciativos de forma que aparezca “el proyecto de una descripción pura de los acontecimientos discursivos como horizonte para la búsqueda de las unidades que en ellos se forman” (1969 [1977: 43]).
No es nuestro propósito ahondar en la dificultosa trama de las conceptualizaciones foucaultianas que allí se teje, y debemos reconocer que si hay una metodología presente –como entendemos– ésta está acompañada de una cierta maestría de parte del analista, lo cual le da una dimensión de ambigüedad que limita la propuesta. El orden de los conceptos foucaultianos supone, a nuestro criterio, deslindar los siguientes campos:
1. Las ciencias: con sus criterios internos de verdad –que Foucault no discute– llámese psiquiatría, medicina, economía, etc. (1973b [1980: 17]).
2. Las historias de la ciencia: del cual sus libros anteriores pueden ser un ejemplo.
3. Otros campos aplicables como la sexualidad, el poder y la pintura que nosotros ya explicitamos. Aquí obviamente, y aunque Foucault no lo incluya, se debe agregar la arquitectura, como justificación de la orientación foucaultiana del trabajo de Markus-Cameron
4. La fundamentación de la metodología empleada, cuyo exponente es el libro que estamos comentando.
El orden del discurso, por su parte, es una consideración algo más actualizada de los poderes del discurso, pero que retoma buena parte de la Arqueología. Corresponde a la Lección Inaugural que dio al comenzar en el Collège de France (2 de diciembre de 1970) en la toma de posesión de la cátedra que dejó vacante Jean Hyppolite de “Historia de los sistemas de pensamiento” y que Foucault inicia retóricamente enunciando su deseo de no ser el iniciador del discurso, sino alguien que se introduce en los intersticios de un discurso ya iniciado, en una pausa o laguna del mismo (1971 [1973: 9]. Este giro retórico pone en evidencia la inquietud de Foucault de jugar con los límites de su propio discurso, ya que está hablando en una institución donde éste forma parte de un ritual de inicio ya estructurado y, por lo tanto, también validando los discursos de dicha institución.
La hipótesis organizadora es:
“Yo supongo que en toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad”. (1971 [1973: 11])
El cuadro que realiza Morey (1983: 240), modificado por nosotros, nos permite organizar rápidamente el texto de Foucault:
Principios generales Tipos de práctica Situación Función Procedimientos
Principios de control del discurso
Sistemas de exclusión
Externos
al discurso
Dominar los poderes que conllevan los discursos -tabú del tema
-separación
o rechazo
-oposición verdadero/falso
Sistemas de autocontrol
Internos Conjurar los azares de su aparición -el comentario
-el autor
-las disciplinas
Principios de control del sujeto que emite el discurso
Sistemas de restricciones bajo los que funciona el intercambio y la comunicación
Complejos
Determinar las condiciones de su utilización -el ritual
-sociedades
de discurso
-las doctrinas
-adecuación social del discurso
Con las siguientes aclaraciones, para vincular estos textos con la problemática arquitectónica:
Los sistemas de exclusión indican que no se tiene derecho a decirlo todo, no se puede hablar en cualquier circunstancia ni cualquiera puede hablar de cualquier cosa. Foucault destaca que, en la época contemporánea, la región en que la exclusión está más presente es la sexualidad y la política, es decir, en relación al deseo y al poder.
En lo que sigue, nosotros incorporamos los discursos vinculados a la arquitectura, que no excluyen, por lo tanto, las luchas de dominación, considerando que “el discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse” (1971 [1973: 12]). En este sentido, los discursos arquitectónicos son analizables en aquello que no dicen, en lo que tematizan.
También dentro de estos sistemas se pueden analizar los mecanismos externos que discriminan lo verdadero de lo falso, es decir, no las cuestiones internas acerca de la verdad de las proposiciones, sino las condiciones de posibilidad de los discursos aceptados en el ámbito espacial. Quién y desde dónde puede enunciar lo valioso en arquitectura, es uno de los modos discursivos a considerar. En ese sentido, también la institución y su “voluntad de verdad”, en tanto en ella “el saber es valorizado, distribuido, repartido y en cierta forma atribuido” (1971 [1973: 18]), pone en juego tanto prácticas pedagógicas, organización de saberes en bibliotecas, sociedades de sabios, en suma, formas que ejercen sobre otros discursos “una especie de presión y como un poder de coacción”. Esto también estará presente en las diferentes sociedades y publicaciones arquitectónicas, si bien la temática de la verdad (o, mejor dicho, la voluntad de verdad foucaultiana) no está expresa en nuestros autores.
Los sistemas de autocontrol son internos al discurso y están formados por “el comentario”, “el autor” y “las disciplinas”. El comentario, si bien ha permitido construir una infinidad de discursos a partir de uno en particular, quiere finalmente
“decir por fin lo que estaba articulado silenciosamente allá lejos... El comentario conjura el azar del discurso al tenerlo en cuenta: permite decir otra cosa aparte del texto mismo, pero con la condición de que sea ese mismo texto el que se diga, y en cierta forma, el que se realice”. (1971 [1973: 24])
Aunque Foucault está refiriéndose a cuestiones de exégesis jurídica o bíblica y no a posibles derivaciones arquitectónico-espaciales, sin embargo, como veremos también puede el orden del discurso aplicarse a estos discursos.
El autor no debe ser considerado –dice Foucault– “como el individuo que habla y que ha pronunciado o escrito un texto, sino el autor como principio de agrupación del discurso, como unidad y origen de sus significaciones, como foco de su coherencia” (1971 [1973: 24]). Y si bien el autor en la Edad Media aparecía como indicador de veracidad, en la sociedad moderna, desde la perspectiva científica, esto ya no se sostendría. Salvo en el ámbito literario, donde se exige saber quién es el autor, “se le pide que revele, o al menos que manifieste ante él, el sentido oculto que lo recorre; se le pide que lo articule, con su vida personal y con sus experiencias vividas, con la historia real que lo vio nacer” (1971 [1973: 25]). Con respecto a nuestro tema, podemos decir que la problemática del autor y los grandes nombres recorre buena parte de la producción arquitectónica contemporánea, donde muchas obras son valiosas por el prestigio del arquitecto que las diseñó. En ese sentido, podemos decir que el discurso arquitectónico se encuentra más cercano a la perspectiva literaria que a la científica.
Finalmente, dentro de estos sistemas de autocontrol, tenemos a las disciplinas. Obviamente, este sentido se diferencia de aquél que impuso Foucault, en particular desde Vigilar y castigar. La disciplina se define aquí como “la posibilidad de formular, y de formular indefinidamente, nuevas proposiciones” (1971 [1973: 28]), aunque esas proposiciones puedan ser incluso erróneas. Foucault hace notar que los errores, sin embargo, tienen su eficacia histórica. Las disciplinas tienen un plan determinado de objetos, que varían históricamente (por ejemplo, del siglo XVI al XVII en la botánica), e instrumentos conceptuales o técnicos bien definidos. Estos aspectos podrían relacionarse con el libro de Markus-Cameron en la medida en que históricamente fueron variando las concepciones de lo valioso en arquitectura.
Foucault diferencia el “decir la verdad”, del “estar en la verdad”. Para estar en la verdad hay que obedecer las reglas del discurso específico, mientras que el decir la verdad supone una “exterioridad salvaje” (1971 [1973: 31]). En este sentido, podría considerarse los discursos sobre la arquitectura, como el del príncipe de Gales que se enfrenta al institucional arquitectónico, como luego veremos.
Con respecto a los principios de control del sujeto que emite el discurso, se plantean las condiciones de utilización del discurso. Se trata “de imponer a los individuos que los dicen un cierto número de reglas y no permitir de esta forma el acceso a ellos, a todo el mundo” (1971 [1973: 32]). Es decir, indicar quiénes están calificados para hablar. Hay regiones abiertas a todos y otras fuertemente restrictivas. Entre estas formas están, en primer lugar, el ritual que “define la cualificación que deben poseer los individuos que hablan ...; define los gestos, los comportamientos, las circunstancias y todo el conjunto de signos que deben acompañar el discurso; fija finalmente la eficacia supuesta o impuesta de las palabras” (1971 [1973: 34]). Esto corresponde a discursos religiosos, judiciales, terapéuticos y, en cierta parte, también políticos.
En segundo lugar están las sociedades de discurso: grupos de personas que conservan y producen discursos para hacerlos circular en un espacio cerrado. Y si bien Foucault reconoce que una de las formas más acabadas de estas sociedades de discurso hay que encontrarlas en la antigüedad –y cita así los grupos de rapsodas que con sus mecanismos de aprendizaje y repetición constituía un grupo cerrado y secreto– su funcionamiento está presente en la actualidad: “Que nadie se engañe; incluso en el orden del discurso publicado y libre de todo ritual, todavía se ejercen formas de apropiación del secreto y de la no intercambiabilidad” (1971 [1973: 35]). Cita el caso del acto de escribir en su forma institucionalizada (sistema de edición), pero también dice: “Piénsese en el secreto técnico o científico, piénsese en las formas de difusión o de circulación del discurso médico; piénsese en aquellos que se han apropiado el discurso económico o político” (1971 [1973: 36]). Sin duda, el discurso arquitectónico también puede ser analizado desde esta perspectiva.
Las doctrinas, en tercer lugar, si bien tienden a la difusión y aunque aparentemente sus controles serían equivalentes a los del discurso científico (sobre la forma o el contenido del enunciado y no sobre aquél que habla), son también procedimientos de control, pues
“la doctrina vincula los individuos a ciertos tipos de enunciación y como consecuencia les prohíbe cualquier otro ... La doctrina efectúa una doble sumisión: la de los sujetos que hablan a los discursos y la de los discursos al grupo, cuando menos virtual, de los individuos que hablan”. (1971 [1973: 37)
Buena parte de la producción arquitectónica a lo largo de la historia está realizada a la luz de las teorías consideradas canónicas, por ejemplo con Vitruvio y Alberti, como también veremos luego.
La adecuación social del discurso, que tiene en la educación su ejemplo más acabado, es la cuarta forma de estos sistemas de restricción: “Todo sistema de educación es una forma política de mantener o de modificar la adecuación de los discursos, con los saberes y los poderes que implican” (1971 [1973: 38]). Un sistema de enseñanza es una ritualización del habla, una cualificación y una fijación de las funciones para los sujetos que hablan (por ejemplo, una clase en la facultad). Markus-Cameron también tienen referencias a la importancia de la educación en relación a los discursos constitutivos de la pedagogía arquitectónica.
Por último, Foucault reconoce que no hay una autonomía estricta de estos cuatro ítems, que se encuentran por lo general mezclados. No es necesario desarrollar otros aspectos del Orden del discurso, referidos principalmente a la proyección de sus propios trabajos investigativos, como era esperable en el ritual específico del Collège, ya que lo expuesto es suficiente para entender la relación entre el texto de Foucault y el que ahora estamos considerando.
Regresemos entonces a The words between the spaces, para que, siguiéndolo puntualmente, se vea la proyección de los principios organizadores que propone Foucault, aunque en modo alguno haya allí un seguimiento ajustado estrictamente a éstos, como ya indicamos.
El texto, dirigido principalmente a profesionales del ámbito del diseño, intenta provocarles una reflexión sobre la propia práctica profesional. Y esta reflexión debiera modificar la propia creencia fuertemente instalada, que da absoluto predominio a lo visual. El lenguaje importa y mucho, es lo que dicen los autores. Tanto en la práctica oral, donde un proyecto supone fluidos intercambios con clientes, colegas, constructores, así como en su concreta aplicación escrita. La jerga propia del área –como en las diferentes profesiones– “provee esquemas clasificatorios que les permiten ver a los arquitectos como lo hacen” (Markus 2002: 3). Pero, por otra parte, los autores no piensan a la arquitectura como lenguaje, alejándose de análisis semióticos, ni les parecen adecuados los enfoques autónomos, en particular, los que se refieren a la significación independiente de las formas. El lenguaje escrito u oral es el que da a ver cómo debe ser considerado un edificio. Los edificios y los textos interrelacionan en mundos histórico-sociales concretos y desde allí se debe realizar el análisis. La pragmática y la sociolingüística son el marco general y el análisis del discurso, el enfoque específico.
Siguiendo a Foucault, plantean al discurso como “construcción social de la realidad, una forma de conocimiento” (Markus 2002: 10), reconociendo que, si bien un edificio no es un objeto lingüístico, “la significación que acordamos a ellos es altamente dependiente de los textos acerca de ellos, textos cuyo medium es el lenguaje hablado o escrito” (Markus 2002: 12).
El contexto de habla inglesa es el referente dominante. El orden lingüístico, no arquitectónico, lo ejemplifican los autores en la Inglaterra tatcherista con la transformación del ciudadano en cliente, mediante estrategias de marketing, evidenciando la influencia de Foucault sobre el escrito –que, a través del conocimiento, se constituyen sujetos educados en direcciones precisas.
Con respecto a la relación texto-edificio, ésta está mediada por los constructores, pues, aunque el usuario no tenga casi nunca contacto con los enunciados del proyecto, estos documentos “condicionan las decisiones de los arquitectos (y) ellos contienen efectos profundos de cómo el edificio será experimentado y usado” (2002: 16).
En lo que continúa, seguiremos el orden de los capítulos, resumiendo los múltiples aspectos que permiten pensar este texto como una auténtica derivación de la problemática foucaultiana aplicada al ámbito espacial.
El capítulo “Los edificios y los textos” se centra en los diferentes tratados de arquitectura, desde Vitruvio (siglo I) hasta Alberti (siglo XV), que constituyeron formas de considerar la arquitectura. Estos textos indican cómo debe ser percibido un edificio, están dirigidos a mecenas y a la élite social –los que pueden leerlos– y funcionan como propaganda. Markus-Cameron observan que la arquitectura clásica no se expandió por un proceso de imitación sino por un intento de representación de aquello que los tratados describían. La relación arquitectura y poder encuentra allí su fundamentación:
“Estos (textos) establecieron a la arquitectura clásica como la representación propia de casi cualquier clase de poder político: el Imperio Romano, la cristiandad bizantina y medieval, el nuevo humanismo del Renacimiento, la monarquía francesa, las nuevas repúblicas de América y Francia después de sus revoluciones” (2002: 27),
así como con el fascismo, el comunismo y también los edificios postmodernos del “capitalismo transglobal”.
Las formas de actuar de la arquitectura –aceptemos la metáfora vital– pueden ser sobre los sentimientos o el intelecto. Quienes se preocuparon por dirigirse a los sentimientos de las personas se centraron en la forma, la armonía y, más específicamente, la belleza; los que se interesaron en el intelecto, pusieron el acento en la comprensión de la función del edificio. La primera concepción –plantean Markus-Cameron– era la tradicional, la segunda, la moderna, y supone, en lo textual, el reemplazo del tratado por el manifiesto.
La problemática del poder y la arquitectura tiene múltiples entradas, especialmente si se presenta desde una dimensión urbana que considera la salud e higiene pública, la seguridad, el control de las rebeliones. Es decir, hay textos-leyes que planifican las ciudades. Estos textos determinan el modo en que la ciudad debe ser habitada.
El corpus textual de los autores está centrado en los siglos XIX y XX y diferencian entre textos prescriptivos, previos a la construcción, y textos prescriptivos, posteriores. Ese corpus entonces incluye las leyes, como recién indicamos, pero también las bases de concursos, los textos históricos, las críticas arquitectónicas en la prensa y los medios, los libros de turismo, los catálogos de exhibiciones y de museos y la literatura promocional. Es decir, todo texto, en la medida en que indica u orienta cómo debe ser construido, visto o sentido un edificio es prescriptivo, al menos en un aspecto, y responde a un orden del discurso, en el doble sentido del término “orden”, es decir, como imperativo y clasificatorio jerárquico.
Al referirse a la clasificación específicamente (capítulo II), los autores reconocen que los diseñadores tienen taxonomías desde las que encaran sus prácticas profesionales. El objetivo del capítulo es analizar “los modos en que las clasificaciones, que aparecen primero en el texto, están materializadas en el espacio, y sus consecuencias”. Es decir, éstas no son neutras, sino que “reflejan y reifican jerarquías de valor” (2002: 42). Una finalidad pedagógica del texto es advertir a los lectores cómo funcionan las etiquetas y clasificaciones, lo cual permite poner distancia con la naturalidad con que se aceptan las divisiones espaciales.
El empleo de clasificaciones tiene su larga tradición, especialmente en la botánica y la zoología, para entender el mundo natural, por un lado, y el cultural, del conocimiento, de la enfermedad, por el otro, y se basa en las reglas para organizar lo similar y lo diferente. Las discusiones generales ligadas a las clasificaciones, que cuestionan si ellas están en el mundo natural o son construidas por los seres humanos, no presentan tal problema en el campo arquitectónico, pues para ellos “es muy claramente un concepto social alcanzado a través del lenguaje” (2002: 44).
Entre los ejemplos que citan, está el caso de la fábrica Rover/BMW que modificó la división tradicional entre “trabajadores” (workers) y “dirección” (management), llamando, por un lado, a todos los empleados de “asociados” (associates) y, por otro, integrando los espacios que antes estaban diferenciados.
Pero, desde un planteo más general, los autores describen cinco pasos mediante los cuales se modelan los usos y percepciones de un edificio previo a su realización concreta:
Paso 1: Escribir un texto general acerca del diseño del edificio “que incorpore las aspiraciones, intenciones, previsiones, objetivos y manifestaciones del propósito” (2002: 44) o designio del edificio.
Paso 2: “Establecer las categorías de la gente, ideas, actividades y procesos u objetos que serán instrumentales para alcanzar las metas explicadas detalladamente en el paso 1” (2002: 44). Al agrupar estas categorías ya estamos clasificando. Los autores ejemplifican con un edificio para teatro, en donde deben diferenciarse producción, puesta en escena, sonido, iluminación, venta de entradas, entre las actividades, y los productores, público, actores, entre los participantes. La organización universitaria también responde a esta etapa.
Paso 3: Los espacios así establecidos deben estar catalogados, es decir, etiquetados.
Paso 4: Supone la efectiva construcción del edificio, según los lineamientos anteriores, donde quedarán efectivamente clasificados los diferentes espacios.
Paso 5: La administración de acuerdo al programa del edificio, por “reglas explícitas o implícitas” (2002: 45) que suponen determinados comportamientos de sus ocupantes.
Estos pasos, que en otros modos de plantearlos son divididos en “anteproyecto, proyecto y dirección de obra”, deberían finalizar provocando las experiencias deseadas en los usuarios. El ejercicio del poder es claro pues “aquellos que tienen investiduras económicas o sociales –no sólo tienen el poder de escribir estos textos y elegir sus lenguajes, sino también finalmente realizar la concordancia entre los textos y su uso” (2002: 45).
De todos modos, la sucesión real de los pasos tiene varias modalizaciones y rupturas, especialmente entre el paso 1 y los siguientes, o entre el paso 5 y el uso real porque “la gente y la organización simplemente no se comportan en el sentido proyectado o predicho” (2002: 46) y estos defasajes aparecen en los ejemplos que más adelante presentaremos.
Se observa que las clasificaciones tienden a oponerse al cambio social y a la novedad, es decir, son muy lentas en modificarse, y justamente ésa es su función: permanecer. Por eso son aceptadas como naturales. El cambio ‘forzado’ de categorías debe, en muchos casos, subsistir con la permanencia de hábitos y conductas más tradicionales.
En arquitectura puede pensarse en los roles domésticos y en el concepto de privacidad en el hogar; los espacios educativos, con sus formas de interrelaciones propuestas, son también espacios etiquetados, entre otros.
Por ejemplo, se cita la política de viviendas de Inglaterra en 1918 y un proyecto destinado a “proveer viviendas baratas y de calidad razonable, principalmente para alquilar, para los hombres que regresaban de la guerra (muchos de ellos heridos de guerra) y sus familias” (2002: 48). Una finalidad política era evitar disturbios que pudiesen ocasionar estos mismos ciudadanos. El interés de los autores en dicho tema, que puede asociarse con la relación poder/saber de Foucault, fue porque el proyecto representaba
“uno de los intentos más abarcadores para controlar las condiciones de la vivienda y de vida (y por lo tanto para controlar vidas) por una burocratización de los procesos, utilizando políticas de bienestar, argumentos médicos y científicos y políticas tecnocráticas modernas acerca de la producción”. (2002: 48)
Allí se diferenciaba a la ‘clase trabajadora’ de otras categorías (‘clase artesana’, ‘trabajadores independientes’, etc.) y se proyectaba como cuestión espacial en torno a la sala de recibo (parlour), donde se debería recibir a los extraños, entre otras posibilidades, y que era un espacio diferente al living-room (que era un ámbito propiamente familiar). Este espacio, entienden los autores, era una proyección de los modos de vida de las clases medias que son las que elaboraron el proyecto, y fue asumido por la clase trabajadora (2002: 49), pero, como tal, no existía en las casas de la misma clase media, así como en la alta. El mencionado proyecto también se refiere al fregadero como “el dominio de la mujer”. En este caso, es un espacio que comparten las clases medias y obreras de la época, basado en el criterio de diferenciación por género. Se hace notar que dicho espacio, después de la Segunda Guerra Mundial, desaparece de las casas de la clase trabajadora, para estar integrado en la cocina.
La relación clasificación y conocimiento es más usual, y en cada caso varía el criterio, según se trate de bibliotecas, museos o galerías de arte. Pero justamente la variedad de los criterios clasificatorios –pensemos en particular en un museo– indicará la variedad de organización de la experiencia que tendrán los que recorran dichos espacios. Los autores desarrollan la Burell Gallery de Glasgow y los diferentes modos de clasificar la colección de arte de William Burrell.
La clasificación ya no de objetos, sino de seres humanos, aparece en las llamadas “instituciones” como hospitales, cárceles, asilos, workhouses, orfanatos, etc. –espacios esenciales a la investigación de Foucault– desde el siglo XIX. El hospital proyecta, por ejemplo, en sus espacios, las divisiones establecidas en los textos entre ortopedia, enfermedades infecciosas, unidades coronarias, cirugía, etc.
En un ejemplo centrado en un lugar de trabajo específico, el nuevo edificio de la dirección de la aerolínea de Escandinavia (SAS), los autores analizan los cinco pasos anteriores. No seguiremos su análisis, pero sí señalamos que el objetivo (paso 1) era construir un edificio que sirviese para generar buenas ideas, no ya en los despachos propios –como se hacía tradicionalmente– sino en nuevos encuentros creativos para lo que se diseñaron primero las etiquetas y luego los espacios que respondían a las mismas. Se indicaron los muebles y otros implementos destinados a esos espacios singulares y finalmente se construyó el edificio con todas las especificaciones. Sin embargo, los autores señalan que después de un tiempo se hizo una investigación y los resultados indicaron que muy difícilmente se llevaban a cabo las reuniones como estaban programadas. Las mismas se mantenían en su forma más tradicional, en las oficinas y con mayor privacidad. Es decir, “la retórica general acerca del comportamiento y las correspondientes categorías y clasificaciones espaciales –incluso cuando se inventan nuevas y llamativas– pueden tener poco efecto en el uso del edificio real, en las interacciones y relaciones” (2002: 61). Y los autores observan las resistencias al cambio, que podríamos pensar en relación con la concepción foucaultiana del poder, o mejor dicho de las relaciones de poder, donde la resistencia, la oposición es una de sus alternativas. Si la catalogación de los espacios y su concreción apuntaba a un uso determinado y era expresión de un ejercicio del poder desde el diseño, el mantenimiento de las formas tradicionales de realización de encuentros creativos es una de las respuestas posibles (Foucault 1982c: 236). De todos modos, los autores aclaran que “esto no socava nuestra tesis general acerca del rol formativo del lenguaje, sino que simplemente destaca un incidente típico donde, aunque el lenguaje modela el espacio, el espacio no modela el comportamiento” (Markus 2002: 61). En síntesis, entre clasificaciones y usos del espacio, las relaciones son complejas y deben ser analizadas cuidadosamente.
En el capítulo titulado “Relaciones entre arquitectura y poder”, Markus-Cameron analizan, entre otros, los siguientes casos:
1. Un asilo de locos de Glasgow construido en 1807, cuyo texto-proyecto previo suponía la clasificación de los internos por el tipo de síntoma y las divisiones de género que reproducían, mediante formas espaciales, jerarquías sociales. Esto es común, y lo sabemos por Foucault, a otros edificios como cárceles y escuelas.
2. El parlamento escocés construido en 1997, que debía conciliar la representación de un edificio democrático con la seguridad de sus habitantes. El primer aspecto suponía que el nuevo edificio debía ser asociado a la idea de plena participación ciudadana o, más específicamente, debía
“permitir y simbolizar el florecimiento del auto-gobierno democrático en Escocia. ‘La arquitectura de la democracia’ fue una frase recurrente, con todo tipo de comentadores expresando la esperanza de que el edificio podría estar diseñado para afirmar la ‘apertura’ y la ‘transparencia’”. (Markus 2002: 75)
Esto formaba parte de los textos previos, no estrictamente producidos desde los especialistas. Pero también estos textos estaban al mismo tiempo combinados con otros que se refería a la seguridad y control que allí debía ejercerse –el segundo aspecto– escritos por The Scotish Office (órgano administrativo) sustentado en la lógica de los peligros que podrían afectar tanto al edificio como a sus ocupantes, y que determinaba toda una serie de trabas y limitaciones edilicias como de desplazamientos concretos. Se daba aquí lo que Markus-Cameron llaman una contradicción textual [textual contradiction] (2002: 75).
3. Un particular centro de llamados (call centre) –centro telefónico de atención a clientes y de venta de servicios–, situado en Swindon –ciudad industrial del oeste de Inglaterra– diseñado por Richard Hywel en el 2000, que fue publicitado en revistas especializadas en arquitectura como “el más alegre lugar de trabajo de Inglaterra” [the happiest workplace in Britain]. Tradicionalmente estos centros de llamados no son visitados por el público, se sitúan generalmente en países donde la mano de obra es más económica y tienen condiciones espaciales de habitabilidad muy perjudiciales, con habitáculos reducidos donde operan trabajadores con teléfonos. Esas condiciones adversas atentaban contra la captación de empleados en Inglaterra. Para modificar esto, y en el caso particular que mencionamos, la publicidad lo presentaba como un entorno enormemente atractivo, luminoso, con techos coloridos e incluso con water closet, que tenían alusiones juguetonas a la función del centro (con delgados teléfonos móviles empotrados en las tapas transparentes de los inodoros) y otros elementos, que reproducían los bares y clubes nocturnos donde los trabajadores iban fuera de sus horas de trabajo. La idea básica era crear algo así como un entorno cooperativo, de equipo de trabajo, afines a la nueva idea capitalista de que en “la nueva economía de servicios y conocimientos, la gente es el recurso más importante de la compañía” (Markus 2002: 81). Pero, por otro lado, y si bien la publicidad fue exitosa (en la medida en que llevó a nuevos candidatos al trabajo), la misma no daba cuenta de las condiciones reales que sufren los operadores, y que evidencia una estrategia de control disciplinario –aunque en esta fábrica no se produzcan objetos. Esta estrategia tiene que ver con los tiempos designados para cada tarea –medidos en minutos y segundos– y en los castigos –pérdida de bonus– para los más lentos, sumado a la imposibilidad de descanso a causa de la rotación de llamadas por la existencia de más líneas que operadores y el extremo grado de vigilancia que allí sufren, ya que las llamadas pueden ser monitoreadas por supervisores e incluso pueden aparecer visitantes misteriosos que llaman como si fuesen clientes genuinos. El control puede incluir incluso el tiempo que se demora en el baño. Además, Markus-Cameron hacen notar que, por muy decorado y agradable que sea el entorno, esto es totalmente secundario. Así dicen:
“A causa del nivel de vigilancia en los centros de llamadas, facilitada por la misma tecnología que hace la ‘fábrica comunicativa’ misma posible, los investigadores han apodado al típico centro de llamadas un ‘panóptico virtual’”. (Sewell and Wilkinson, citado en Markus 2002: 86)
En síntesis, hay un uso del lenguaje que suaviza o esconde un uso del poder. La publicidad, por un lado, muestra –y este edificio tuvo amplia difusión en medios especializados– un centro atractivo para los trabajadores, la publicidad, por el otro, oculta las extremas condiciones de vigilancia y disciplina que existen en dichos locales. De lo descrito, puede deducirse bastante fácilmente las influencias foucaultianas.
Los procedimientos internos del orden del discurso y su relación al comentario –en la forma de crítica arquitectónica– y al autor, como nombre que jerarquiza una construcción, se encuentran desarrollados –sin mención explícita a Foucault– en el capítulo titulado “Valoración”, así como también la recurrencia a las sociedades de discurso y la problemática de la adecuación social del discurso en la proyección educativa, que son parte del mencionado Orden.
La valoración o evaluación –en la terminología de los autores– aparece como una acción propia de la relación del público laico frente a los edificios. Pero esa relación está mediada por especialistas que, a través de sus opiniones, modelan las respuestas. El ejemplo de las guías de viaje vale la pena ser destacado:
“La decisión de visitar un sitio particular como importante bien puede haber sido hecha basándose en la evaluación de una guía de viaje. Y el texto habrá preparado un armazón de creencias y expectativas a las que el turista debe ajustar sus propios juicios sobre el edificio”. (2002: 93)
Es decir, ya antes de experimentar el edificio concreto, el turista tiene prejuicios sobre lo que va a conocer.
Los informes de concursos también funcionan en esta dirección en la medida en que indican los aspectos positivos por los que un determinado edificio debe ser construido. Los periódicos, las revistas especializadas y las de moda tienen un rol destacado en este indicar cómo debe ser considerado un edificio. Gran parte de esto puede ser pensado desde el marketing, como una forma de “estimular el consumo entre sus ricos lectores” (2002: 95).
Un análisis más cercano indica, en el caso de la crítica periodística arquitectónica, que se busca primero actuar en una dimensión política, como persuadir de determinada política de construcciones a un gobierno, por ejemplo: “el supuesto aquí es que los políticos y otras figuras del establishment son sensibles a la crítica de los medios” (2002: 95). En segundo lugar, los críticos piensan que están educando el gusto del público. En este sentido Markus-Cameron afirman que, en lo que respecta a la crítica arquitectónica en Gran Bretaña, “hay un cierto celo casi misional” (2002: 95) en esta proyección pedagógica. Y, como la tradición de las misiones –decimos nosotros– supone una torsión con respecto a las creencias sostenidas, aquí ese desplazamiento aparece en la necesidad de aprendizaje de un lenguaje o terminología como condición de acceso a la comprensión de las virtudes o defectos edilicios: “una de las cosas que esto acarrea es el dar a la gente acceso a un registro lingüístico en el que se encapsula convencionalmente las distinciones relevantes” (2002: 95), dicen nuestros autores. Es decir, el propio gusto, si quiere transmitirse, o sea, ser inteligible, debe recurrir a las convenciones dominantes, pues “los juicios de valor carecerán de valor si no son expresados en una forma que sea aceptada como correcta por la comunidad interpretativa relevante” (2002: 96).
Un ejemplo, que luego veremos con mayor detención al referirnos al patrimonio, pero que interesa porque enfrenta una figura socialmente destacada, como el príncipe de Gales, a las sociedades arquitectónicas, fue la descalificación del comentario que realizó el príncipe acerca de una ampliación para la National Gallery en Trafalgar Square de Londres. A su afirmación de que tal agregado sería como “un monstruoso forúnculo en el rostro de un amigo muy querido”, le respondieron los arquitectos que su afirmación era “ignorante, filistea, reaccionaria y subjetiva” (2002: 96). La descalificación estaba ligada no solo a la figura tradicional que él representa, y su supuesta ignorancia del tema, sino también a un uso inadecuado del lenguaje de su parte.
Evaluar supone la selección de objetos sobre los que recaerá el juicio. Si bien la crítica arquitectónica no puede ser reconocida con la uniformidad disciplinaria (en el sentido en que el término está empleado en El orden del discurso, como ya indicamos) sí hay una necesidad de encontrar objetos o “un determinado plan de objetos”. Los criterios que constituyen los objetos a evaluar en el ámbito arquitectónico, según Markus-Cameron, son los siguientes:
1. La identidad de los diseñadores. “Un edificio nuevo (construido) por un arquitecto reconocido será ampliamente destacado en los periódicos, revistas y eventualmente libros de viaje” (2002: 97). También las obras o proyectos de figuras canónicas como Frank Lloyd Wright, Alvaar Alto y Le Corbusier sin duda aparecerán comentados. También un edificio poco notable, como sería un estacionamiento u oficinas, son evaluables si fueron diseñadas por arquitectos famosos.
2. El tipo y estatus del edificio, que varía según la publicación:
2.1. Las revistas de moda, por ejemplo, se concentran en residencias privadas –aunque también aquí funciona el criterio de ‘personalidad destacada’ propietaria de casa a evaluar.
2.2. Determinados periódicos se centran en edificios públicos destacados: museos, galerías, edificios gubernamentales o edificios históricos (2002: 98).
2.3. Determinados libros, que pueden organizar sus objetos dentro del rubro, por ejemplo, “ciudad contemporánea”.
3. Por la novedad de su diseño: “Los edificios provocan evaluaciones cuando sus diseños parecen ser de algún modo ‘extremos’” (2002: 99), como es el caso del Guggenheim de Bilbao de Frank Gehry.
4. Como complemento negativo de este proceso de selección, los autores indican que la mayoría de los edificios por los que circulan las personas –escuelas, hospitales, fábricas, oficinas públicas, etc.– no son, por lo general, evaluados.
Una mirada todavía más enfocada encuentra que el orden discursivo orienta el juicio del lector. Los procedimientos que los autores encuentran, según nuestro ordenamiento, son:
1. La opinión del escritor aparece como presentando una cuestión de hecho, como se muestra en estos ejemplos:
“a. La mayoría de los edificios nuevos de Asia pueden ser descriptos como horrorosos.
b. Esta es ciertamente una de las grandes cosas primordiales del siglo.
c. El edificio de apartamentos Montevetro ... es la epitome de la modernidad” (2002: 103).
Es decir, en los tres casos se busca presentar al juicio como impersonal.
2. Colocando al lector como un igual, como un conocedor, que entiende alusiones, como en el caso: “El resultado es un contorno que no llega a ser un Norman Foster que forcejea con una casi-Arquitectónica y un legítimo Cesar Pelli” (2002: 104), que es otra manera de orientar las preferencias.
3. Utilizando comparaciones favorables o desfavorables, que sean también evaluaciones. Por ejemplo, refiriéndose a un edificio de Norman Foster como “pepinillo erótico” (2002: 107).
4. Transformando al lector en consumidor, por el empleo de las técnicas que se emplean en publicidad. Esta característica, si bien es usual en las referencias arquitectónicas de las revistas de moda, aparece más sutil en la referencia a Foster, pues ambos están empleados como nombres de marca (2002: 110).
5. La crítica de diseño se asimila más a la crítica de arte, que a la estrictamente técnica, que tiene como su correlato negativo el desinterés en centrarse en “cómo la gente usa [los edificios] y si cumplen con su función” (2002: 112). Es decir, los objetos arquitectónicos son enfocados por lo general más desde la estética –belleza, forma– que desde la problemática social.
Un derivado de este capítulo podría poner en juego la idea, ya mencionada en el caso de las oficinas de SAS, de que todo juego de relaciones de poder, como son estas estrategias de orientación valorativas, tiene abierta la posibilidad de la resistencia. O, dicho de otro modo, que no hay poder sin contrapoder. En este sentido se puede entender la propuesta de los autores, para evitar reproducir las formas discursivas dominantes: “Toma mayor esfuerzo enfrentar los discursos dominantes y los intereses que ellos sirven que repetirlos, pero no hay razón para pensar que la tarea está más allá de la capacidad del lenguaje o más allá de la inteligencia de sus usuarios” (2002: 119).
Otro modo de delimitar, evaluando, los objetos del discurso arquitectónico es considerarlos como herencia o, en otros términos, como patrimonio arquitectónico. Los autores dedican un capítulo entero a los mismos y diferencian entre “historia” y “patrimonio”, basándose en publicidades que emplean ambos términos, oponiéndolos y jerarquizando el patrimonio frente a la historia. En este sentido, se reitera el papel que tiene el lenguaje, que “se necesita no solo para la producción de la historia, sino también para la creación de las significaciones compartidas, que convierten los objetos materiales en ‘patrimonio’” (2002: 121). Los textos con que se trabaja este orden del discurso son múltiples, tales como libros, folletos de viajes, publicidades televisivas, etc., los interlocutores también son amplios, así como sus propósitos y contextos.
Nosotros rescatamos de este capítulo el tema de la formación de identidades. Para que un edificio se convierta en patrimonio debe ser considerado como tal por la comunidad de pertenencia y, para que esto ocurra, hay textos que inducen a la apreciación de los edificios.
Refiriéndose a una publicación de la institución English Heritage que tiene el eslogan: “Sin su ayuda, el patrimonio inglés podría simplemente volverse historia”, se destaca que la frase no utiliza el nosotros como un modo de incluir al lector, sino que lo sitúa como un Ud. y lo involucra con la nación inglesa. El motivo de esta diferencia es que si sólo emplease el nosotros abarcaría sólo a los ingleses y dejaría de lado, por ejemplo, a los residentes escoceses, que también se espera que participen en las donaciones (2002: 123). Más estrictamente, el texto es abierto y no invoca nacionalismos estrechos que restringirían el número de eventuales donantes. A fin de cuentas, el patrimonio inglés es turístico y también los extranjeros podrían estar interesados en ofrecer colaboración económica.
Dentro de las características generales de los textos que apuntan a preservar patrimonios se emplean alguna o varias de las siguientes estrategias:
• Diferenciar a los nativos de los extranjeros, o sea, manejarse con los límites entre el ‘nosotros’ y los ‘otros’. Para ello, por lo general, se trabaja sobre la imagen del pasado como mitológico, pero completando la dimensión temporal con la espacial, así se rescatan fábricas, casas ciudades, ghettos, límites de una ciudad y del territorio nacional.
• Poner como parte del patrimonio nacional edificios que pertenecen o pertenecieron a los ricos y poderosos, diluyendo las situaciones históricas que marcaron esas diferencias, o sea, oscurecer la relación historia-patrimonio: “La primera legitima el conocimiento del pasado, la segunda pertenece al uso político presente” (2002: 125). Aunque sea obvio, no está de más recordar que son textos y no estrictamente edificios los que terminan volviendo natural una perspectiva política.
• Marcar la diferencia de clases, de origen, etc. Esto está destinado a crear una identificación imaginaria “con uno o más miembros cuyas experiencias pasadas se conmemora”. Por ejemplo, esto se emplea en museos de inmigración, de la esclavitud, del Holocausto (2002: 124). Los autores observan que en estos museos se tiende a que el visitante se identifique con el oprimido por motivos educacionales, aunque podría ser a la inversa sin que dejase de ser formativo, lo cual obviamente encierra una visión ideológica. Uno de los mejores ejemplos son los campos de concentración y exterminio del nazismo durante la II Guerra Mundial. En particular, sobre Auschwitz se tienen publicaciones específicas con claras finalidades educativas –además de los elementos materiales conservados. Sitios como éstos movilizan aspectos complejos, como fue la oposición a que se haga un supermercado frente a la puerta de entrada, pues “considerando la naturaleza excepcional y sagrada del lugar, no debe ser aprovechado para ningún tipo de demostración que tenga una meta diferente a la de recordar a las víctimas” (2002: 134), según dice uno de los textos referidos al lugar. También, en relación a este caso, se rechaza la construcción de un monasterio católico en el lugar. Otro aspecto complejo de este tipo de museo de la memoria es la selección de los objetos que se presenten, pues la pura ‘representación’ de lo que allí sucedió puede finalmente terminar generando más rechazo que identificación con el sufrimiento pasado, si la evocación es excesivamente desagradable. Es decir, las personas tienen un límite al horror que pueden aceptar.
• El uso de guías vestidos a la moda, o la vestimenta provista a los visitantes, ayuda a la identificación, en tanto inmersión en el contexto histórico.
Un aspecto que cada vez se desarrolla más en relación con el tema del patrimonio es el económico, con sus variadas facetas. Las ayudas económicas como pueden ser las aportadas por la UNESCO, por ejemplo, forman parte de los objetivos del rescate patrimonial, sumado a los beneficios que aporta el turismo:
“La producción de libros, souvenirs, reproducciones y baratijas ha creado una amplia industria manufacturera, de publicidad y de impresión; mientras que las aerolíneas y las agencias de viaje y de publicidad, la producción de radio y TV, el arte comercial y los estudios de fotógrafos, los hoteles ... han creado igualmente una amplia industria de servicios”. (2002: 128)
Como contraparte, también la defensa de edificios desde la perspectiva patrimonial puede apuntar a rechazar toda posible comercialización, que responda a intereses particulares específicos. El resultado es complejo, pues, por un lado, se crean pasados ficticios y, por otro, se mantienen vivos elementos del pasado, lo cual, a juicio de los autores es positivo.
La arquitectura aparece diferenciándose de otros modos de pensar el patrimonio, ya que sus productos no solo son de larga duración, sino que generalmente son muy notorios. Su aspecto mismo ‘cuenta’ una época y construye identidad: “Los edificios funcionan ... como recuerdos cotidianos y materiales de nuestra ubicación espacio temporal; y ‘la nación’ es por supuesto un constructo basado justamente en el concepto de una población que comparte tanto la locación espacial como la historia” (2002: 139).
Los edificios metonímicamente hablan de la nación y pueden ser usados ideológicamente. Por ejemplo, la transformación del Louvre de palacio a museo después de la Revolución de 1789 es una declaración de “la naturaleza y principios del nuevo régimen” (2002: 139). Otros planteos se ligan a la reconstrucción del parlamento en Berlín, que pone en jaque las antiguas tradiciones constructivas, al estar asociado al régimen nazi. Las opciones eran demolerlo, construir un nuevo edificio o modificar el existente. Obviamente todo esto se resuelve en discusiones, argumentaciones y contraargumentaciones, en suma, en cuestiones textuales. Es claro que todo este enfoque temático tiene relación no solo directa e indirecta con el Orden del discurso, sino también con otros textos foucaultianos como expusimos en el capítulo “Las imágenes y la problemática del poder”.
Finalmente, Markus-Cameron se ocupan de la relación texto-imagen. La imagen es un elemento habitual en la representación arquitectónica y puede aparecer como maquetas, películas, videos, dibujos, fotografías, diagramas o símbolos.
Esta relación tiene formas históricas pues, si bien hay una tradición que permite leer la imagen como ilustración del texto lingüístico o el texto como explicación de la imagen, teniendo cada uno su autonomía, sus propias convenciones, dicha separación parece perderse en la actualidad, aunque se siga empleando, por ejemplo, en los textos separados de las imágenes en las explicaciones de un museo. Las nuevas configuraciones mezclan ambos, de forma que el texto aparece inseparable de la imagen. Los autores se preguntan, analizando por ejemplo los materiales del proyecto para el edificio escocés ya mencionado, “¿en qué medida la interacción de lenguaje e imagen afecta a la percepción y evaluación –la lectura– del texto?”, y en consecuencia “¿en qué medida influenció este lenguaje al jurado en la aprobación del diseño y modeló finalmente la realidad material de la capital de Escocia?” (2002: 150). La relevancia política de esta interacción aparece presente en esta última pregunta. Los autores, sin desconocer la inmensa literatura que existe sobre la imagen, quieren centrarse en dicha relación con la arquitectura.
Las preguntas orientadoras implican en consecuencia repensar:
1. ¿Cambió realmente esta relación históricamente?
2. ¿Si hoy se plantean las yuxtaposiciones, son ellas estrictamente algo nuevo?
3. ¿En qué medida esta interacción depende del lector y que éste sea profesional o laico?
4. ¿Convergen o divergen imágenes y textos hacia una misma significación?
5. Considerando las variadas relaciones texto-imagen, ¿puede decirse que hay unas combinaciones mejores que otras “para formar juicios críticos de las cualidades inherentes del edificio deseado?” (2002: 151).
Si bien, la relación imagen-texto aparece problematizada en Foucault y éste estrictamente plantea una separación histórica, los autores no coinciden en esta perspectiva. Sin citarlo, y probablemente sin conocer este aspecto de Historia de la locura ni otros textos, ni obviamente los comentarios de Deleuze, reconocen una tendencia de la teoría contemporánea a mantener la autonomía de ambos campos (2002: 151).
Esta relación está presente en la práctica profesional, y se refieren así a casos de arquitectos famosos en donde sus dibujos son objeto de estudio en relación a los productos terminados. Los arquitectos piensan a través de sus dibujos, aunque éstos varían desde los marcadamente artísticos a los puramente técnicos.
No hay una pura autonomía del diseño. Importa el texto y la subjetividad lectora, sujeta a sus condiciones sociohistóricas. Y los escritores de textos arquitectónicos tienen en cuenta esa subjetividad: “Los participantes en los concursos imaginan las actitudes de los miembros del jurado; los estudiantes de sus tutores o examinadores, los periodistas de sus lectores; y los organizadores de exhibiciones de los visitantes esperados” (2002: 156), pero no hay muchos datos acerca de las respuestas a las imágenes arquitectónicas. “Parecería que buena parte del ambiente construido puede llegarnos como resultado de juicios basados en representaciones que los diseñadores han escogido por casualidad o antojo o como un acto deliberado de persuasión o camuflaje” (2002: 157).
Entre los casos que analizan, nos parece importante destacar, por su popularidad y, al mismo tiempo, por representar a alguien que sintetiza elementos de la herencia y de la autoridad, a A vision of Britain del príncipe Carlos de Inglaterra, publicado en 1989. En primer lugar, reiteremos que en 1984 en una reunión de gala con miembros del Royal Institute of British Architects se refirió al proyecto ganador para ampliar la Galería Nacional de Londres como “un monstruoso forúnculo en el rostro de un amado y elegante amigo” (2002: 157). Esta observación provocó comentarios adversos, por parte de los profesionales y algunos medios tendientes a desacreditar su autoridad, acusándolo de reaccionario, pero también otros a favor, por parte de aquellos que rechazan la arquitectura moderna y postmoderna. El resultado fue que permitió colocar a la arquitectura como una temática abierta a la discusión pública.
El libro al que nos referimos tiene diferentes técnicas de presentación, de las que solo rescatamos algunas:
a. Es de gran formato e incómodo para leer en transportes públicos, de páginas de papel ilustrado, lo que hace difícil que se lo considere un “manifiesto arquitectónico popular” (2002: 159).
b. Tiene imágenes en todas sus hojas, que hacen que sea “un libro de imágenes con comentarios más que un texto ilustrado por imágenes” (2002: 158). La lectura del texto probablemente, y por esa razón de que no hay dominancia textual, es fragmentada.
c. El texto está organizado por oposiciones binarias:
c.1 Sentido del lugar versus anonimato global.
c.2. Jerarquía versus uniformidad.
c.3. Escala humana versus gargantuismo.
c.4. Armonía versus disonancia.
c.5. Cercamiento versus apertura sin estructura.
c.6. Materiales locales identificables versus materiales anónimos producidos masivamente.
c.7. Detalles decorativos versus simpleza insulsa.
c.8. Arte versus arquitectura.
c.9. La escena de una calle ordenada frente al caos comercial.
c.10.La gente versus los profesionales.
De lo anterior, se puede deducir el aspecto combativo del texto enfrentando a los profesionales de la arquitectura, los académicos y los proyectistas, con la comunidad y sus gustos, de la cual el escrito querría ser un representante. Las imágenes vinculadas a la arquitectura de la monarquía (no solo inglesa) pretenden presentar a dichos edificios como modelos a seguir, pero sobre todo, en este caso, “Carlos mismo aparece como el verdadero héroe”. Para ello, todo el texto está en primera persona y él mismo aparece en varias imágenes colocado en relación con otras personas de forma que “su posición y poder (representa)... lo dado, mientras que los conflictos, campañas publicitarias e ideas de diseño de aquellos que él presenta como sus acompañantes en las imágenes, son lo nuevo” (2002: 161). Las imágenes del libro muestran edificios buenos y malos, habiendo mayoría de edificios buenos representados en color, que en blanco y negro, siendo lo inverso con respecto a los malos.
Otras estrategias visuales del texto son la reiteración de imágenes de lo que se quiere destacar. Desde el punto de vista textual, el uso de símiles, como el mencionado “forúnculo” o “parecido a una sucia lavandería” o a un “incinerador” para referirse a la nueva Biblioteca Central de Birmingham, es otra de las estrategias textuales para descalificar edificios.
Se utilizan también diferentes técnicas gráficas para resaltar lo que se considera importante y también, para lo contrario, se evitan los planos arquitectónicos que permitan apreciar las disposiciones internas y usos de los edificios seleccionados. Esto significa –según los autores– que, “a pesar de la retórica populista en las imágenes y los textos, la idea de los edificios como objetos sociales está totalmente desvanecida por el discurso de la forma –los edificios son una especie de grandes esculturas públicas” (2002: 163). Un resultado del libro del príncipe Carlos es construir el pasado como pasado mítico –como vimos al hablar de patrimonio–, y al hacerlo así se logran borrar las diferencias histórico-sociales.
En síntesis, y teniendo presente El orden del discurso, observamos que el lenguaje importa en la percepción que se tiene de los edificios y el modo en que éstos son evaluados, pero, por lo general, los diseñadores son poco conscientes de este potencial encerrado en el discurso, creyendo utilizar el lenguaje ‘naturalmente’. Un análisis más profundo muestra la complejidad de los usos lingüísticos involucrados, de forma que la vida profesional supone el aprendizaje de destrezas verbales y no solo visuales. Además “los arquitectos tienen que aprender a ‘leer’ significaciones ocultas” y los márgenes que tienen en la negociación del proyecto final. Es importante –y es el aspecto pedagógico explícito del texto de Markus-Cameron– para el entrenamiento arquitectónico “poner atención en textos-tipo importantes como informes –(preguntándose) quiénes los escriben, cómo están estructurados, y qué significados podrían estar escondidos bajo sus aparentemente insípidas superficies” (2002: 175). Es decir, se deben conocer los presupuestos ideológicos. Una estrategia conversacional que se propone es el intento de explicar los proyectos en lenguaje llano, para evitar errores interpretativos, pues muchas veces el lenguaje altamente técnico encubre intereses que específicamente no se quieren hacer evidentes. De ahí entonces la propuesta de buscar una mayor interrelación entre usuarios y diseñadores, de forma de encontrar un lenguaje más accesible y superar la obviedad con que el lenguaje es habitualmente empleado en este territorio arquitectónico.