MICHEL FOUCAULT Y LA VISOESPACIALIDAD, ANÁLISIS Y DERIVACIONES
Rodrigo Hugo Amuchástegui
El objetivo general de este capítulo es desarrollar la problemática del poder en relación con lo que llamamos “visoespacialidad”, en el siglo XVII, llamado Siglo del Barroco, centrándonos especialmente en Roma y París con Versalles. No pretendemos ni sintetizar una época, ni profundizar en el detalle. Nuestro aporte no será el de la investigación histórica novedosa, ni la interpretación cultural generalizadora, sin embargo nuestros enfoques quieren dar cuenta de una efectiva “derivación” visoespacial de los textos foucaultianos.
El capítulo está dividido en tres aspectos que nos parecen esenciales para comprender los modos en que, tras las formas y dimensiones, se encuentran imbricadas relaciones de poder:
1. Los espacios seductores: nos referiremos a la conocida cuestión escenográfica de la ciudad y sus edificios. La ostentación y su efecto sobre los transeúntes será presentada en tanto hay una relación dinámica entre personas y espacios. Los espacios del Barroco se vinculan al movimiento de muchedumbres o al desplazamiento de los soberanos.
2. Un segundo, pero más breve, aspecto será el centramiento en la geometría de las fortalezas y la figura del marqués de Vauban. Éste completa con sus fortalezas el perímetro de Francia y reconstruye como fortaleza amurallada el territorio francés, en momentos en que las murallas de las ciudades habían caído por el crecimiento y el intercambio económico. Es decir, junto a la seducción también debe estar la fuerza.
3. Pero estas estrategias arquitectónico-urbanas son complementadas por otras de carácter administrativo o de gestión de la población, que podemos considerar reglamentarias y disciplinarias.
El planteo general del capítulo es similar a los casos anteriores, y se sustenta en la cuestión de qué es lo que hacen los espacios y las imágenes en la gente. Este problema, entonces, podría ser planteado en cualquier período histórico, a fin de cuentas “la mayoría de nosotros, al caminar por las calles, nos vemos afectados, de un modo o de otro, por el aspecto de los edificios que encontramos a nuestro paso y por su colocación en el espacio” (Arnheim 1975 [2001: 7]). Ya presentamos los límites temporales, aunque en algunas citas nos referiremos también al siglo XVIII. Pero aquí corresponde aclarar que por “gente” estamos entendiendo tanto a papas, reyes, burgueses y obviamente lo que generalmente se llama “pueblo”. Y por “espacios”: el territorio, la distribución urbana, las iglesias, palacios y edificios públicos, incluyendo los defensivos, o sea las fortalezas, pero también el uso de las imágenes que allí se hace.
La vinculación con la obra de Foucault que se verá en el texto es variada, especialmente en el segundo y tercer aspecto. Pero son sus siguientes dos citas las que nos despertaron el interés en el tema:
“Me ha parecido importante mostrar cómo, en la sociedad industrial, la sociedad de tipo capitalista, que se desarrolla a partir del siglo XVI, ha habido una nueva forma de espacialidad social, una cierta manera de distribuir socialmente, políticamente, los espacios, y que se puede hacer toda la historia de un país, de una cultura, o de una sociedad, a partir de la manera por la que se valora y distribuye el espacio”. (1978c: 577)
La otra, de Vigilar y castigar:
“Desarróllase entonces toda una problemática: la de una arquitectura que ya no está hecha simplemente para ser vista (fasto de los palacios), o para vigilar el espacio exterior (geometría de las fortalezas), sino para permitir un control interior, articulado y detallado –para hacer visibles a quienes se encuentran dentro”. (1975 [1978: 177])
De la primera, queda clara la importancia que tiene el espacio para el país, la cultura y la sociedad. De la segunda, destacamos la contraposición de la arquitectura del fasto y de las fortalezas a la de la vigilancia, para centrarnos en las primeras. Si bien hay, por un lado muchos elementos de esa arquitectura de la vigilancia rastreables en el XVII, y Foucault además no pone fecha de inicio a la arquitectura del fasto (que obviamente se puede remontar a las pirámides), este siglo puede, por el desarrollo del Barroco, ser pensado como ejemplo acabado de esta arquitectura. De todos modos, presentaremos la cuestión de la policía y su relación con la urbe, como complemento político de la arquitectura de la magnificencia. Por su parte, de esta “geometría de las fortalezas” también dice Foucault en 1976, recordemos nuestra cita anterior: “Hay un tema que yo querría estudiar en los años que siguen: el ejército como matriz de organización y de saber –la necesidad de estudiar la fortaleza, la “campagne”, el “mouvement”, la colonia, el territorio” (1976c: 40).
Entonces, la “influencia foucaultiana” está presente en el punto de partida, junto a nuestra convicción, que se transforma en hipótesis o principio heurístico, de que la problemática espacial está ligada a toda forma de constitución de la subjetividad. Es decir, somos lo que somos por los espacios que recorremos. Estos nos afectan, por su color, por su forma, por los modos en que nos inducen a movernos, a desplazarnos y son por tanto previos o condición de posibilidad de cualquier otro tipo de análisis jurídico, psicológico, pedagógico, etc. de nuestra condición de sujetos. Y también, que todo espacio pone en juego condiciones políticas. El llamado período barroco, en particular, centrado en el empleo de formas escenográficas, las utiliza con claras finalidades políticas, sean dirigidas a la gran masa, a la aristocracia o a ambas.
Sobre este último punto consideremos lo que dice Balandier en su libro El poder en escenas:
“Las técnicas dramáticas no se utilizan sólo en teatro, sino también en la dirección de la ciudad. El príncipe debe comportarse como un actor político si quiere conquistar y conservar el poder. Su imagen, las apariencias que provoca, pueden entonces corresponder a lo que sus súbditos desean hallar en él. No sabría gobernar mostrando el poder al desnudo ... y a la sociedad en una transparencia reveladora. Asumamos el riesgo de una fórmula: ‘el consentimiento resulta, en gran medida, de las ilusiones producidas por la óptica social’”. (1992 [1994: 16])
El poder no necesita entonces para mantenerse de la fuerza ni de la justificación racional y agrega:
“Todo poder político acaba obteniendo la subordinación por medio de la teatralidad ... Las manifestaciones del poder se adaptan mal a la simplicidad y son la grandeza o la ostentación, la etiqueta o el fasto, el ceremonial o el protocolo lo que suele caracterizarlas”. (1992 [1994: 23])
En nuestro caso, Roma y París con Versalles son entonces grandes escenarios donde se lleva a cabo la actuación y la actualización del poder. El espacio no es neutro. No nos interesará por lo tanto considerar algo así como la autonomía del arte, sino por el contrario, su cruce con la política. Poder y espacio tienen en Roma y París en el siglo XVII su punto de efervescencia. Reyes y papas asumen una posición reordenadora de las subjetividades –de creyentes o súbditos– indicándoles qué debían ver y por dónde transitar. Así, edificios y avenidas sufren grandes transformaciones. No es necesario esperar a Haussman para ver grandes cambios en París. La organización disciplinaria –en este caso en sentido amplio y no estrecho como es el siglo XIX foucaultiano– organiza los recorridos.