Tesis doctorales de Econom�a


MICHEL FOUCAULT Y LA VISOESPACIALIDAD, AN�LISIS Y DERIVACIONES

Rodrigo Hugo Amuch�stegui




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Habitus

Otro de los conceptos no expl�citos, que fueron empleados en el trabajo que sigue, es el de habitus, de larga antecedencia, pero renovado por Pierre Bourdieu, aunque las �deudas� inmediatas de este autor las presentaremos al final del presente apartado. Dicho concepto requiere ser aqu� aclarado tambi�n desde nuestra perspectiva en la relaci�n espacio-visualidad y no es ocioso recordar el v�nculo entre habitus, h�bito (habitus), habituar, habitaci�n, habitante, h�bitat y habitar.

Bourdieu afirma en El sentido pr�ctico:

�Los condicionamientos asociados a una clase particular de condiciones de existencia producen habitus, sistemas de disposiciones duraderas y transferibles, estructuras estructuradas predispuestas a funcionar como estructuras estructurantes, es decir, como principios generadores y organizadores de pr�cticas y de representaciones que pueden ser objetivamente adaptadas a su meta sin suponer el prop�sito consciente de ciertos fines ni el dominio expreso de las operaciones necesarias para alcanzarlos, objetivamente �reguladas� y �regulares� sin ser para nada el producto de la obediencia a determinadas reglas, y, por todo ello, colectivamente orquestadas sin ser el producto de la acci�n organizadora de un director de orquesta.� (1980 [2007: 87])

Es decir, determinadas condiciones de existencia �que nosotros podemos situar hist�ricamente en el Medioevo, en el Barroco o en los inicios del siglo XX en M�xico, por citar �pocas hist�ricas que consideramos en nuestra investigaci�n� aparecen como productoras de modos de ver, de sentir y de actuar, llamados habitus. Los sujetos se constituyen en esos habitus sin tener plena conciencia de los mismos (aunque Bourdieu entender� que es posible y conveniente su toma de conciencia). Su dimensi�n no es estrictamente individual, sino social. Son estructuras estructurantes en la medida en que se encuentran internalizadas, individual y socialmente. El concepto de habitus �permite articular lo individual y lo social, las estructuras internas de la subjetividad y las estructuras sociales externas� (Accardo y Corcuff 1986, cit. en Guti�rrez 1995: 64).

La tarea pedag�gica, como caso ejemplar, cumple el rol de formadora de habitus o, m�s propiamente, de inculcaci�n de los mismos, y estas disposiciones tienden a permanecer estables, es decir, su car�cter es duradero. Los habitus se enra�zan en el cuerpo.

En la medida en que nosotros entendemos a las diferentes organizaciones espacio-visuales como condicionantes f�sicos que act�an sobre el cuerpo pueden tambi�n considerarse como formadoras de habitus. �ste se muestra, por ejemplo, como �maneras durables de mantenerse y de moverse (los brazos y las piernas est�n llenos de imperativos adormecidos), de hablar, de caminar, de pensar y de sentir que se presentan con todas las apariencias de la naturaleza� (Guti�rrez 1995: 66). Los complejos visoespaciales construyen y constituyen disposiciones corporales, formas del h�bito y del habitar y, en tanto tal, por su origen y por su reiteraci�n, adquieren el peso de los comportamientos naturales, esperados, previsibles, �sensatos� y al mismo tiempo desconocidos por sus propios ejecutores pues �porque los agentes no saben nunca completamente lo que hacen, lo que hacen tiene m�s sentido del que ellos saben� (Bourdieu 1980 [2007: 111]).

Sin embargo, y a pesar de lo anterior, el habitus no aparece estrictamente marcando �como anticipamos� una situaci�n puramente determinada del sujeto, salvo la dimensi�n hist�rica inevitable: �Hablar de habitus es � recordar la historicidad del agente, es plantear que lo individual, lo subjetivo, lo personal, es social, es producto de la misma historia colectiva que se deposita en los cuerpos y en las cosas� (Guti�rrez 1995: 67). O, dicho en palabras de Bourdieu: �producto de la historia, el habitus origina pr�cticas, individuales y colectivas, y por ende historia, de acuerdo con los esquemas engendrados por la historia; es el habitus el que asegura la presencia activa de las experiencias pasadas que, registradas en cada organismo bajo la forma de esquemas de percepci�n, de pensamientos y de acci�n, tienden, con m�s seguridad que todas las reglas formales y todas las normas expl�citas, a garantizar la conformidad de las pr�cticas y su constancia a trav�s del tiempo (1980 [2007: 89]).

La posibilidad del agente o sujeto de modificar el car�cter durable del habitus supone una situaci�n de autoconocimiento, estrictamente de �autosocioan�lisis, mediante el cual el sujeto social pueda explicitar sus posibilidades y limitaciones, sus libertades y necesidades contenidas en su sistema de disposiciones y con ello, tomar distancias respecto a esas disposiciones� (Guti�rrez 1995: 72).

Dentro de los ejemplos de relaci�n directa entre el concepto de habitus y la problem�tica espacial o visoespacial, Guti�rrez cita una investigaci�n de Yvette Delsaut que correlaciona los habitus ling��sticos y aquellos ligados a la disposici�n del espacio dom�stico de una vivienda obrera, en la que priman arreglos que buscan �lo pr�ctico�, �la indiferenciaci�n de funciones�, �el car�cter sustituible de los usuarios� (1995: 68, n. 35). La naturalidad y repetici�n de las conductas en los espacios habitables se debe a que �stas son entendidas como las que deben realizarse. No son resultado de formas de violencia f�sica y se realizan porque aparecen como naturales a los espacios espec�ficos, pudi�ndose aplicar tanto a la formaci�n de individuos creyentes �v�ase nuestro cap�tulo sobre el dispositivo catedralicio� como simplemente disciplinados, en el sentido del modelo pan�ptico.

Pero veamos m�s ampliamente los v�nculos entre el habitus y el espacio. El nexo es el cuerpo. Bourdieu reconoce que al colocar al cuerpo en una situaci�n ya conocida, se vuelven a evocar los estados que previamente all� se vivieron, en forma equivalente al que se desarrolla en el trabajo actoral: �es as� como la atenci�n dirigida a la puesta en escena en las grandes ceremonias colectivas se inspira no s�lo en la preocupaci�n (evidente por ejemplo en el aparato de las fiestas barrocas ) por dar una representaci�n solemne del grupo, sino tambi�n, como lo muestran tantos usos de la danza y del campo, en la intenci�n indudablemente m�s oscura de ordenar los pensamientos y de sugerir los sentimientos a trav�s del ordenamiento riguroso de las pr�cticas, la disposici�n regulada de los cuerpos, y en particular de la expresi�n corporal de la afectividad, ya sean risas o l�grima� (Bourdieu 1980 [2007: 112]). Esta afecci�n corporal, estos juegos a los que el cuerpo se encuentra sometido, es lo que el cuerpo [y en nuestra terminolog�a, el sujeto, la subjetividad] es: �lo que se ha aprendido con el cuerpo no es algo que uno tiene, como un saber que se puede sostener ante s�, sino algo que uno es� (1980 [2007: 118]). Y lo es de modo �reiteramos� no consciente.

El sujeto como cuerpo se constituye en relaci�n con el mundo de los objetos. �Ese �sujeto� nacido del mundo de los objetos no se erige como una subjetividad frente a una objetividad: el universo objetivo est� hecho de objetos que son el producto de operaciones de objetivaci�n estructuradas de acuerdo con las estructuras mismas que el habitus le aplica� (1980 [2007: 125]). Y es justamente un espacio arquitect�nico, la casa, el espacio f�sico de construcci�n y constituci�n del sujeto como habitus:

�El espacio habitado �y en primer lugar la casa� es el lugar privilegiado de la objetivaci�n de los esquemas generadores y, por intermedio de las divisiones y de las jerarqu�as que establece entre las cosas, entre las personas y entre las pr�cticas, ese sistema de clasificaci�n hecho cosa inculca y refuerza continuamente los principios de la clasificaci�n constitutiva de la arbitrariedad cultural�. (1980 [2007: 124])

Las categor�as que Bourdieu encuentra propias de la organizaci�n de este espacio interior �el autor analiza la casa en la cultura kabila � se basan en la distinci�n entre lo masculino y lo femenino y sus proyecciones espaciales, donde la mujer est� orientada hacia el interior hogare�o mientras que el hombre busca siempre el exterior, aunque esta organizaci�n est� tambi�n en la base de las distintas sociedades europeas (1980 [2007: 125]).

Por �ltimo, y aunque en lo hasta aqu� expuesto sobre el habitus no hicimos referencia a Foucault, sin embargo no es dif�cil encontrar nexos te�ricos y pr�cticos entre uno y otro, aunque aqu� nuestro objetivo es el concepto de habitus. Puede decirse �y seguimos las sugerencias de Georges Teyssot (1996)�, que el concepto foucaultiano de �pr�ctica�, o �r�gimen de pr�cticas� o �regularidades� aparece como un equivalente al de habitus. As�, en una entrevista de 1978 en torno a las prisiones, Foucault se refiere a que el objetivo de Vigilar y castigar no eran las instituciones, ni las teor�as ni una ideolog�a, sino las pr�cticas, que no deb�an entenderse como administradas por las instituciones u organizadas desde la ideolog�a. Estrictamente dice que los reg�menes de pr�cticas son �considerados � como el lugar de uni�n entre lo que se dice y lo que se hace, las reglas que se imponen y las razones que se dan de los proyectos y de las evidencias� (1980a: 22). Al referirse a las pr�cticas espec�ficamente discursivas dice: �Es un conjunto de reglas an�nimas, hist�ricas, siempre determinadas en el tiempo y el espacio que han definido en una �poca dada, y para un �rea social, econ�mica, geogr�fica o ling��stica dada, las condiciones de ejercicio de la funci�n enunciativa� (1977: 198).

Si, por lo tanto, comparamos con esos �sistemas de disposiciones duraderas y transferibles�, �reguladas� y �regulares�, de car�cter an�nimo de la definici�n de Bourdieu podemos acercarnos a un inter�s com�n, aunque manteniendo las autonom�as te�ricas.

Por �ltimo, el v�nculo del habitus (y los reg�menes de pr�cticas) se establece �desde el punto de vista de Foucault� en los dispositivos, en tanto �el dispositivo como objeto de an�lisis aparece precisamente ante la necesidad de incluir las pr�cticas no-discursivas (las relaciones de poder) entre las condiciones de posibilidad de la formaci�n de los saberes� (Castro 2004: 272), permiti�ndonos articular un concepto ya planteado como herramienta de an�lisis visoespacial.

Ahora bien, dicho esto, tambi�n corresponde decir que el concepto de habitus no es meridianamente claro y adolece de las mismas dificultades y oscuridades que buena parte de los conceptos filos�ficos (H�ran 1987: 387), pues es, sin duda, un concepto filos�fico transferido a la sociolog�a. Como adelantamos, se reconocen sus antecedentes en Arist�teles (hexis) y Santo Tom�s. Puede ser identificado tambi�n con el concepto de esquema y en ese sentido aparecen antecedentes etimol�gicos en los �antiguos�, pero principalmente en Kant y su esquematismo. Bourdieu destaca una autonom�a conceptual que, sin embargo, estaba presente en su contexto cultural de la mano de Husserl y Merleau-Ponty. Como sea, y como indica H�ran, �hay siempre alg�n misterio en la idea de una potencia o de una virtualidad�. El habitus como tal no es accesible a la observaci�n: no se lo puede atrapar, por definici�n, sino a trav�s de sus actualizaciones�. Y, por lo tanto, no pueden tener registro objetivo, especialmente en tanto �ste aparezca de inter�s para la investigaci�n sociol�gica.

A pesar de estas limitaciones, sin embargo, sigue pareci�ndonos, quiz� por la escasez de otras herramientas conceptuales para encarar este �rido tema, una herramienta �til.

Criterios formales

En el cuerpo del trabajo se emplea el castellano, pero se pone en notas el texto en su idioma original, franc�s o ingl�s. En el caso de los libros editados por Foucault, el texto original ha sido tomado de Le Foucault �lectronique (versi�n 2003). El texto castellano corresponde a las ediciones que se indican, con las modificaciones correspondientes cuando nos ha parecido que �stas cambiaban el texto original. En el caso de textos que se encuentran editados en los Dits et �crits u otros textos no editados por Foucault (por ejemplo el de Manet) los originales han sido transcriptos directamente.


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