MICHEL FOUCAULT Y LA VISOESPACIALIDAD, ANÁLISIS Y DERIVACIONES
Rodrigo Hugo Amuchástegui
El recorrido por el sueño y sus imágenes en los textos foucaultianos se puede cerrar con la importancia que éstos tienen en el artículo “El combate de la castidad” (1982d) que debía formar parte de la no finalizada ni publicada Historia de la sexualidad IV, Las confesiones de la carne, texto que supone una revisión de la “ética sexual cristiana”. En particular, analiza allí detalladamente las Instituciones de Casiano (360-435) y algunas Conferencias en relación con la fornicación. Tras ubicarla entre los otros vicios, siguiendo a Casiano, destaca que “la fornicación puede nacer de pensamientos, de imágenes, de recuerdos” (1982d: 298) y el demonio tiene allí una participación sutil. Si bien es un pecado asociado con la gula, ya que ambos tienen una fuerte atadura corporal, ésta no puede ser suprimida pero sí controlada, mientras que la fornicación debe ser eliminada.
Al clasificar Casiano este pecado, lo divide en tres especies: “conjunción de los sexos”, “sin contacto con mujer” (cuando se duerme o vela) y “concebida por el espíritu y el pensamiento”. Foucault observa la novedad de Casiano, que considera solo en los dos últimos casos, pero esto se debe a que particularmente le interesan las etapas que conducen al progreso en la lucha por la castidad. El grado máximo de liberación del monje, que se logra por la resistencia y control en la vigilia, se da cuando
“la seducción del fantasma femenino no produce ilusión alguna durante el sueño. Aunque no creemos que este engaño sea culpable de pecado, es sin embargo índice de una codicia que todavía se oculta hasta en los tuétanos” (Casiano “Segunda Conferencia del Queremón”, XII, 7). Citado en (1982d: 302)
Vemos, por tanto, que el tema de las imágenes aparece en esta preocupación por la ética sexual donde “los elementos puestos en juego son los movimientos del cuerpo y los del alma, las imágenes, las percepciones, los recuerdos, las figuras del sueño, el curso espontáneo del pensamiento, el consentimiento de la voluntad, la vigilia y el sueño” (1982d: 302). El sueño es entonces el lugar en que pueden aparecer imágenes sensuales violentamente y sorprender al soñante, lo que índica que la castidad no ha llegado a su resolución. Se deberá entonces
“deshacer la implicación onírica (lo que puede haber de deseo en las imágenes, aunque involuntarias, del sueño). A esta implicación, cuya forma más visible es el acto voluntario o la voluntad explícita de cometer un acto, Casiano le da el nombre de concupiscencia. Contra ella se dirige el combate espiritual, y el esfuerzo de disociación, de desimplicación, que dicho combate persigue. (1982d: 303)
El índice de esta concupiscencia es la polución, sea voluntaria o involuntaria: “Así resulta de tal importancia que Casiano hará de la ausencia de sueños eróticos y de polución nocturna el signo de que se ha llegado al estadio más elevado de la castidad” (1982d: 303). Foucault observa que la importancia de los sueños no es novedosa, y que esta temática ya se encuentra en los pitagóricos, pero lo característico ahora es el trabajo que el monje debe hacer sobre sí mismo: el particular juego de voluntad y asentimiento para eliminar esta polución nocturna. Estrictamente, las imágenes del sueño no son tan sorpresivas, sino que revelan pasiones ocultas que emergen en la noche. El objetivo no es eliminar la polución que, a fin de cuentas, es un fenómeno de la naturaleza, sino que ella se dé sin placer, “sin ni siquiera el acompañamiento de la menor imagen onírica” (1982d: 305). El diablo aparece como inductor de estas imágenes.
Foucault encuentra que hay en estos textos una innovación que va más allá de pensar el núcleo de la ética cristiana basado en un sistema de prohibiciones. La cuestión es más amplia y supone el juego con las imágenes, al menos en alguno de sus aspectos, como parte de un procedimiento de análisis y controles rigurosos que el individuo ejerce sobre sí mismo, es decir:
“Se trata de la apertura de un dominio ... que es el del pensamiento, con su curso irregular y espontáneo, con sus imágenes, sus recuerdos, sus percepciones, con los movimientos y las impresiones que se comunican del cuerpo al alma y del alma al cuerpo. Lo que entonces está en juego no es un código de actos permitidos o prohibidos, sino toda una técnica para analizar y diagnosticar el pensamiento, sus orígenes, sus cualidades, sus peligros, sus poderes de seducción, y todas las fuerzas oscuras que se pueden ocultar bajo el aspecto que él presenta”. (1982d: 307)