MICHEL FOUCAULT Y LA VISOESPACIALIDAD, ANÁLISIS Y DERIVACIONES
Rodrigo Hugo Amuchástegui
Vasconcelos no es alguien que concibe la actividad política y el gobierno como una pura práctica administrativa de regulación de fuerzas existentes. Él es un reformador, un educador, un formador de hábitos, gustos, criterios. Y como, según entendemos, las construcciones y las imágenes asociadas a éstas tienen en él un rol fundamental, es que destacamos algunos antecedentes biográficos que dan cuenta de estos poderes del espacio y la imagen, como reza el subtítulo. Sin duda, las iglesias son los operadores de transformación por excelencia, ya existentes. Éstas son un complejo dispositivo de creación de sensaciones, sentimientos e ideas. Por ejemplo, de la Catedral de Durango dice:
“Eje de todo el bullicio era la Catedral. Portada insignificante a pesar de sus tres puertas, su conjunto es hermoso a causa de las torres de tres cuerpos esbeltos. Desde sus arquitos de piedra tallada, amarillenta, campanas de bronce verdoso emiten claras sonoridades. En el interior, la triple nave ligada por bóveda de cañón, engendra una cúpula que derrama su paz sobre un recinto desnudo”. (Vasconcelos 1935 [2000: 62])
La Catedral y el Sagrario de México D. F. no podían estar ausentes de los relevamientos vasconcelianos. Su descripción minuciosa de la construcción, recorrido de creyente ciertamente, pero también de observador crítico, culmina en el ábside, en el que hay “uno de los mejores retablos del Barroco del mundo; el altar de los Reyes, todo de oro, imágenes damasquinadas, columnas salomónicas, marcos suntuosos y óleos oscurecidos por el incienso”. Y estos objetos y recorridos generan profundas emociones, de forma que “el corazón saltaba primero, se sobrecogía después y se sumaba al coro de las celestes alabanzas” (Vasconcelos 1935 [2000: 76]).
No importa, para el caso, como se podría refutar, que éste no sea un auténtico recuerdo de su niñez, ya que podía perfectamente estar describiendo un edificio contemporáneo y a mano. Reconozcamos, sin embargo, que en esa descripción incluye los efectos de la arquitectura. Vasconcelos desde su infancia, lo repetimos, se ha sentido atraído por la arquitectura; sus impresiones arquitectónicas encuentran en los edificios eclesiales los impactos más rotundos.
Es cierto que no puede hablarse de una autonomía edilicia absoluta. La iglesia es edificio y oficio, actividad. Pero, creemos, hay una primacía arquitectónico-visual y México con la profusión de sus dorados ha dejado en él marca indeleble: “cada templo era un orgullo nuestro y una fiesta. Entrábamos al oficio presurosos y salíamos de él fortalecidos y alegres. Ni la misma luz del sol me parecía tan bella como los oros de los retablos tras la llama de los cirios” (Vasconcelos 1935 [2000: 80]).
Los poderes de las imágenes forman parte de sus recuerdos tempranos. México se ha formado en el culto de las imágenes religiosas y Vasconcelos es mexicano. La tradición es demasiado extensa para negar que influyera en él (Gruzinski 1990 [1995]). Pero es posible detectar en sus textos esas marcas explícitas que abren la posibilidad de pensar que también él mismo supo aplicar esos efectos sobre sus contemporáneos, especialmente a partir de su cargo en la SEP. Veamos cómo actúa una imagen de la Virgen sobre el joven devoto:
“Fijos los ojos en la imagen santa, empecé a descubrir efluvios de gracia infinita ... De pronto, sentí que los ojos de la imagen se movían; su rostro también descendía levemente. Una sonrisa de infinita dulzura estremeció el ambiente. La virgen sonreía. No me atrevía a moverme. No comuniqué ni siquiera a mi madre aquella evidencia, tan superior a mis conocimientos”. (Vasconcelos 1935 [2000: 88])
Reconocerá posteriormente, con cierta desilusión que todo fue un efecto alucinatorio. Pero de alucinaciones, agregamos nosotros, también vive el hombre y, a veces, construye.
Si bien nuestro secretario encuentra, a través del sentimiento religioso ligado a la idea de patria, un principio de unificación (Vasconcelos 1935 [2000: 90]), son también las imágenes no religiosas, o mejor dicho, de otra religión, la científica, las que muestran sus poderes sobre él. En su estancia en la Capital, alrededor de 1900, encuentra en la escuela Preparatoria otra imagen poderosa:
“Subiendo las escaleras de la Preparatoria, contemplaba en ocasiones el vitral del descanso. La figura sedante, juvenil y serena que simboliza la ciencia comtista regida por Amor, Orden y Progreso, se convertía de pronto en una imagen, morena de ardientes ojos y sonrisa cándida”. (Vasconcelos 1935 [2000: 138]) (Figura 51)
Fig. 51. Ciencia comptista. Escuela Preparatoria
Vasconcelos, en este ejemplo, se detiene ante una imagen que reinterpreta eróticamente en una época en que estaba ligado sentimentalmente a una muchacha de nombre Sofía. Pero que éste haya sido su nombre no era secundario en su ligazón al positivismo. El futuro secretario asocia varias veces el hacer positivista y el científico al modelo eclesial.
En su período de contacto con el positivismo encuentra obvios paralelismos ceremoniales con la misa dominical católica:
“A don Pascual le divertía mi afición a los positivistas. Me interrogaba sobre la misa dominical, a que varias veces asistí, con escándalo de la piadosa Doña Luz. ‘A ver, cuente, cuente’, insistía don Pascual... ‘Pues ... en un salón pequeño y aseado ... al fondo una plataforma con asientos de distinción y una tribuna. El público ocupa el sillerío y los personajes el estrado. La ceremonia comienza con una disertación del Ingeniero Aragón sobre el sabio del día según el mes y la fecha comtiana: Aristóteles, Tolomeo. Se avalora el servicio prestado al desarrollo de la humanidad por el santo positivista de la fecha y se concluye con el elogio de Comte. Y en vez de la Virgen y para que no falte la representación de la deidad femenina se recuerda a la Clotilde de Vaux, inspiradora de la vejez del Maestro’”. (Vasconcelos 1935 [2000: 253])
Es cierto que no es Vasconcelos un creyente positivista y que incluso será un opositor al predominio de una visión cientificista. Pero es por cuestiones existenciales que provisionalmente coincide con ellos. Pues “defendía mi apego a los positivistas por necesidad de un sistema cualquiera aunque sea provisional” (Vasconcelos 1935 [2000: 254]). Esta necesidad de sistema y su consecuencia es lo que inmediatamente desarrollaremos, pero nos interesa hasta acá destacar el interés no puramente teórico, sino biográfico y sentimental de la vinculación de Vasconcelos con los espacios y las imágenes.