MICHEL FOUCAULT Y LA VISOESPACIALIDAD, ANÁLISIS Y DERIVACIONES
Rodrigo Hugo Amuchástegui
Foucault encuentra que en la época de la Revolución había dos mitos referenciales acerca de la salud, uno que consideraba a los médicos organizados a nivel nacional bajo el modelo eclesial, es decir, con un cuidadoso seguimiento de la salud del cuerpo similar al que los sacerdotes dedicaban al alma, y otro sustentado en la idea de que en una sociedad bien organizada la enfermedad debía desaparecer (1963: 31).
Ambos mitos se complementan: la medicina como clero permitiría finalmente la desaparición de la enfermedad en una sociedad vigilada y, por tanto, la desaparición de la misma medicina, ya que no sería necesaria.
Es cierto, éstas son utopías y fracasan. Pero, como el Panóptico que en su fracaso revela a la sociedad disciplinaria, estos médicos positivos descubren un nuevo campo para la medicina:
“La medicina no debe ser sólo el ‘corpus’ de las técnicas de la curación y del saber que éstas requieren; desarrollará también un conocimiento del hombre saludable, es decir, a la vez una experiencia del hombre no enfermo, y una definición del hombre modelo”. (1963 [1983: 61])
Ahora todo el espacio social aparece como campo de visualización de la mirada médica. Un espacio que no debe ser interferido por los poderes despóticos ni por los intereses corporativistas. El siglo de las Luces se va a ocupar de iluminar las autopistas del saber y las topadoras de la razón van a eliminar las barricadas oscurantistas. La ideología política –dice Foucault– va a converger espontáneamente con la tecnología médica (1963: 37]). Los hospitales deberían finalmente desaparecer, pero el proyecto fracasa. Los vericuetos de la historia son complejos: cuestiones políticas, económico-administrativas, pero también médicas. El resultado es que se concluye en la necesidad del hospital: el hospital sirve. Sirve para la “protección de la gente sana contra la enfermedad; protección de los enfermos contra las prácticas de la gente ignorante” (1963 [1983: 68]). Y la organización clasificatoria de la medicina de las especies vuelve a aparecer en este reducido espacio clasificador.
La luz del Iluminismo sigue su avance, pero en el furgón de cola vienen arrastradas las viejas categorías. Repetimos, en los papeles el hospital debe desaparecer. Así lo dice la legislación, en la práctica ocurre lo contrario.
Regresemos a las teorías de la medicina porque es a través de ellas que se desarrollará la relación visualidad-corporalidad. Hasta este momento sigue prevaleciendo la medicina de las especies, al menos en el campo estrictamente teórico. Las nuevas ideas alrededor de los controles médicos giraban en el vacío, “la unidad política y científica de la institución médica implicaba para ser realizada [una] mutación profunda”. La transparencia social, ideal de la época, se proyectará a la medicina: El “gran mito de la libre mirada que, en su fidelidad a descubrir, recibe la virtud de destruir; mirada purificada que purifica; liberada de la sombra, disipa las sombras. Los valores cosmológicos implícitos en la Aufklarung cuentan aún aquí” (1963 [1983: 82]).
Foucault acota que esta mirada de la transparencia, que supone el encuentro entre el médico y el enfermo, “fue durante años, el tema ideológico que supuso el obstáculo para la organización de la medicina clínica” (1963 [1983: 83]).
Hay mitos y hay una historia real. Un mito de la medicina es que ella nace como clínica, es decir, como una relación del sufrimiento con lo que la alivia. Y esa preocupación por el alivio no es patrimonio de un grupo de sabios. Las sabidurías caseras de la enfermedad se mostraban en que “todo el mundo indistintamente practicaba esta medicina ... las experiencias que cada uno hacía eran comunicadas a otras personas ... y estos conocimientos pasaban del padre a los hijos” (cit. en 1963 [1983: 85]) en los tiempos primitivos. El punto crítico es la medicina griega que conserva la relación directa. Estudian con Hipócrates junto al lecho del enfermo, pero al mismo tiempo clasifican las enfermedades. Así, “después que Hipócrates hubo reducido la medicina a sistema, se abandonó la observación y la filosofía se introdujo en ella” (cit. en 1963 [1983: 86]). Es decir, después de Hipócrates, la oscuridad.
La clínica de los siglos XVIII y XIX, que inaugura esta mirada de la transparencia, recurre al mito para explicarse. Mito de los orígenes, edad de oro de la medicina. Pero, la historia real es otra:
“Para comprender el sentido y la estructura de la experiencia clínica, es menester rehacer primeramente la historia de las instituciones en las cuales se ha manifestado su esfuerzo de organización. Hasta los últimos años del siglo XVIII, esta historia, tomada como sucesión cronológica, es de una extrema pobreza”. (1963 [1983: 88])
Volvamos entonces a la historia y a la Revolución francesa. Período de ausencia de médicos, ya que deben ir al frente; predominio de charlatanes, eliminación de los fondos de los hospitales, proliferación de heridos, nuevos médicos (oficiales de salud) con formación deficiente. Surgen organismos de protección, al principio en el ámbito popular. Se reclama la creación de hospitales. En muchas ciudades se establecen controles acerca de quiénes pueden ejercer la medicina. Incluso, las Facultades que fueron abolidas continúan funcionando en la clandestinidad. Todo esto ¿qué significa? Significa que,
“por una convergencia espontánea de presiones y de exigencias que provenían de clases sociales, de estructuras institucionales, de problemas técnicos o científicos, muy diferentes los unos de los otros, … está por formarse una experiencia”. (1963 [1983: 103])
Foucault encuentra que la reformulación de las prácticas pedagógicas de la época revolucionaria puso en juego una particular relación con la verdad, con la forma en que se descubre y enuncia, obviamente en el campo medicinal. La desaparición de instituciones como el hospital y la facultad, sitios donde la palabra, como palabra dogmática, tiene peso constitutivo, abre a una experiencia diferente: el predominio de la mirada sobre el lenguaje. Es decir,
“el silenciamiento de la palabra universitaria, la supresión de la cátedra, ha permitido que se anude por debajo del viejo lenguaje y a la sombra de una práctica un poco ciega, atropellada por las circunstancias, un discurso cuyas reglas eran totalmente nuevas: que no ha tomado su verdad a la palabra, sino sólo a la mirada”. (1963 [1983: 104])
Es claro, no es un progresismo o evolucionismo inmanente a la medicina. Ésta no se supera a sí misma, o amplía su perspectiva desde la impotencia de ciertas teorías para explicar hechos específicos. No es tampoco el ámbito de los paradigmas kuhnianos lo que empujará al salto. No son tampoco nuevas tecnologías, nuevos instrumentos los que tienen el peso dominante en la preparación de las nuevas estructuras, como dijimos al inicio de este apartado. O, al menos, Foucault no las plantea. Las mutaciones de las miradas tienen complejos hilos, como ya vimos, que las provocan.
Esta nueva medicina estará centrada en “la observación de los enfermos en el lecho” (cit. en 1963 [1983: 105]). La forma que adquiera estará ligada a las instituciones que la posibiliten y éstas deben ser creadas.
Estamos en el 14 Frimario año II. Se proyecta la creación de una Escuela de formación de oficiales de salud para los hospitales y los hospitales militares. Su enseñanza debe ser en un espacio de transparencia, de experiencias inmediatas, y no bajo la forma esotérica y libresca: “‘Los alumnos se ejercitarán en los experimentos químicos, en las disecciones anatómicas, en las operaciones quirúrgicas, en los aparatos. Poco leer, mucho ver, y mucho hacer’” (cit. en 1963 [1983: 107]).
Las medidas anteriores, sin embargo, no sirvieron para formar un cuerpo médico calificado y hubo que recurrir a otras. Veamos algunas críticas: “Se circula rápidamente por una sala ..., se sale en seguida con precipitación, y a eso se llama la enseñanza de la clínica interna. En los grandes hospitales, se ven en general muchos enfermos, pero muy pocas enfermedades” (1963 [1983: 110]). Las sociedades médicas, que habían desaparecido junto con la Universidad, vuelven a constituirse. Nuevos proyectos de formación de profesionales con un sistema de estudios y exámenes normalizados. Pero lo que sigue importando es la clínica: “No basta que el alumno escuche y lea, es preciso además que vea, que toque, y sobre todo que se ejercite en el hacer y adquiera su hábito” (cit. en 1963 [1983: 115]).
Esta definición de la clínica depende de una reorganización del dominio de los hospitales. Recordemos que se había planteado la necesidad de que los hospitales desaparezcan para multiplicar las ayudas a domicilio, la familia como centro de la cura del enfermo, y luego la utopía de una sociedad sin enfermos ni pobres. Las críticas se ven invalidadas por la realidad. 60.000 indigentes en París y la cifra continúa en aumento. Los hospitales vuelven a ser organizados, pero no bajo el control del estado sino como sociedades civiles a cargo de las administraciones municipales. El hospital aparece como un espacio de ayuda a la salud del pobre, del indigente. Pero si se lo ayuda, y son los ricos los que colaboran en ello, ¿no debe haber acaso una reciprocidad de parte del pobre? El pobre es ámbito de la experimentación y de enseñanza. Si rehusase “ofrecerse como objeto de instrucción, el (pobre) enfermo ‘sería ingrato, porque gozaría de las ventajas que resultan de la sociabilidad sin pagar el tributo del reconocimiento’”. La ayuda entonces no es inocente:
“Y por estructura de reciprocidad, se dibuja para el rico la utilidad de venir en ayuda de los pobres hospitalizados: al pagar para que se los atienda, pagará, incluso de hecho, para que se conozcan mejor las enfermedades por las cuales él mismo puede ser afectado; lo que es benevolencia respecto del pobre se transforma en conocimiento aplicable al rico”. (1963 [1983: 127])
Y esto lo confirma irónicamente un historiador de la medicina como Laín Entralgo: “Los pobres de Viena –se decía entre éstos, allá por 1850-1870– tenemos la suerte de ser muy bien diagnosticados por Skoda y muy bien autopsiados por Rokitansky” (1978: 541). De este modo el hospital se hace rentable para la iniciativa privada.