MICHEL FOUCAULT Y LA VISOESPACIALIDAD, ANÁLISIS Y DERIVACIONES
Rodrigo Hugo Amuchástegui
En el libro conjunto de 1995, Prácticas del espacio cuyo subtítulo es Exploraciones críticas en la teoría social y espacial, Raphaël Fischler, profesor de la Escuela de Planeamiento Urbano de la Universidad McGill de Montreal, presenta el trabajo titulado “Estrategia e historia en la práctica profesional. La planificación como creación de mundo”. En dicho texto se reconoce explícitamente la deuda del autor con Foucault. El tema del trabajo es la investigación de la práctica arquitectónica y, en particular, la planificación urbana. En este sentido analiza qué es lo que dicen los planificadores y cómo lo dicen, basándose en la idea de que en las prácticas proyectivas tienen lugar procesos de lucha y dominación. Pura y simplemente porque en todo uso de imágenes o representaciones –herramienta habitual de los proyectistas– se ponen en juego intereses individuales y siempre se está intentando modificar o actuar sobre comportamientos ajenos, pero, en esos mismos proyectos, también se está actuando sobre uno mismo:
“Central a este trabajo (de Foucault) es la idea que los campos del poder son sistemas de prácticas a través de las cuales se modelan tanto las acciones como las identidades –no sólo las acciones e identidades de aquellos en los cuales se ejerce el poder sino también las acciones e identidades de aquellos que ejercen el poder”. (Fischler 1995: 17)
O sea, hay que poner atención en los modos en que se ejerce ese poder, y considerar las prácticas conscientes que en este caso –el campo profesional del diseño arquitectónico– se ejercen. En principio, esas prácticas se pueden englobar como “prácticas de representación”. Los profesionales de la planificación tienen como herramientas preferenciales a las imágenes (diagramas, planos, gráficos), pero también textos hablados o escritos. La reflexión sobre las técnicas de persuasión de los profesionales de la planificación debería ser parte de su trabajo, pues esas prácticas están naturalizadas y por lo tanto no se las advierte como un ejercicio del poder:
“Aunque de ningún modo es un dato que los profesionales pueden ser más persuasivos que los laicos, es más probable que, dentro de un área dada de un conocimiento especial, ellos pueden establecer una clara ventaja, habiendo sido beneficiados de una distribución asimétrica de los recursos intelectuales”. (Hoffman 1989, citado en Fischler 1995: 18)
Hay una destreza profesional apoyada en un lenguaje específico. La capacidad persuasiva tiene que ver con la destreza en la utilización de elementos específicos, por ejemplo, el empleo de determinados mapas o planos. Los planificadores –para Fischler– tienen dos modos básicos de plantear la relación con la ciudad: como “zonificación” (división en zonas) y como preocupación por “necesidades o demandas de la gente”.
La problemática profesional del modo de ver específico puede aquí plantearse y, en ese sentido, el profesional da a ver al laico aquello que tanto sus intereses como sus propios procesos formativos como profesional le permiten. No estamos acá hablando de procesos distorsivos sino de modos de constituir lo verdadero –los discursos verdaderos en el sentido foucaultiano– dentro del campo disciplinar arquitectónico urbanístico. Discursos que se constituyen como verdaderos dentro de lo que podría llamarse una ‘verdad pragmática’, es decir, como el resultado en muchos casos de posiciones enfrentadas –en este caso arquitectónicas– donde una resulta ganadora. Un ejemplo posible sería el determinar una política de edificación pública. Otros aspectos de las competencias de los arquitectos son sus habilidades para establecer conjuntos de normas por las cuales deben ser evaluadas las situaciones, sus habilidades para establecer estándares “que moldean la constitución del mundo material y social de la sociedad moderna” (cit en Fischler 1995: 19).
Las habilidades retóricas, normalmente desconocidas como tales en estas disciplinas, cobran toda su presencia. Fischler hace notar que “la retórica nos ayuda a persuadir en parte haciendo que la gente vea las cosas bajo una luz específica, desde una perspectiva particular. La perspectiva es una función directa de la información básica de la gente, en particular de su cultura profesional”. Pero observa que esa cultura profesional no es resultado directo de la educación formal, sino de la “confrontación con las condiciones de la práctica”. Y agrega: “Esto es porqué las representaciones de los planificadores revelan no sólo su imagen de la ciudad, sino también la imagen de sus posiciones en el proceso de planificación y en el proceso de desarrollo urbano” (Fischler 1995: 21), es decir, el planificador descubre sus posiciones en la práctica efectiva. Esa práctica puede tomar el lugar común argumentativo del beneficio general para los usuarios, puede sustentarse en el intento de imponer la propia autoridad del diseñador frente, por caso, a entidades barriales opuestas, etc.
La consideración del modo de trabajo del diseñador pone mayor claridad sobre las perspectivas políticas que encierra, y para ello consideremos brevemente –en un análisis diferente al dominantemente textual de Markus-Cameron– el problema de la representación arquitectónica para la planificación. Ésta no es principalmente una cuestión de conceptos y modelos, “es una cuestión de prácticas profesionales, técnicas y tácticas”. Los regímenes de prácticas son
“programaciones de conducta, que tienen a la vez unos efectos de prescripción en relación a lo que está por hacer (efectos de ‘jurisdicción’) y unos efectos de codificación en relación a lo que está por saber (efectos de ‘veridicción’)”. (Foucault 1980a [1982: 59], citado en Fischler [1995: 22])
Si bien entonces no es cuestión de modelos, debemos considerar de todos modos que “todas las formas de representación son abstracciones de la realidad que presentan algunos aspectos para ser atendidos y dejan otros en segundo término o los eliminan completamente” (Peattie, citado en Fischler 1995: 24), pero ese proceso de selección no es ajeno a implicancias políticas:
“Por ejemplo, un dibujo en perspectiva requiere un punto focal, a veces dos; nos podemos preguntar: ¿qué objeto ha sido seleccionado como punto focal en este dibujo particular y qué es lo que nos dice acerca de las ideas y valoraciones de los planificadores que son responsables por esta representación?”. (Fischler 1995: 25)
Fischler ejemplifica con una comunidad –Roxbury– que, a pesar de la riqueza de la ciudad en la que se encuentra –Boston–, no era alcanzada por esta situación. Como se la considera una zona conveniente para oficinas, y posible de abarcar a sus habitantes en los beneficios del desarrollo, se realiza “una estrategia de intervención que esencialmente reclama un nuevo código de zonificación y un plan de diseño urbano” (Fischler 1995: 26). Sobre esa estrategia, se observa el empleo de diferentes técnicas de representación. El dibujo, por caso, permite seleccionar los elementos que se consideren representativos en una situación y dejar otros de lado, como ser el eliminar otros edificios, coches, personas, árboles, etc. Estas estrategias entonces seleccionarán el foco, los elementos importantes, sus tratamientos técnicos de detalle, el uso de los colores. Se establecen, de este modo, jerarquías, se destacan los elementos a lograr y todo forma parte de una estrategia persuasiva –estas prácticas podríamos considerarlas como un ejercicio de micropoderes: “La elección del foco transmite un mensaje particular. Y puesto que la imagen muestra todo lo que tiene para mostrar, todo lo que hay, no se le deja al observador ninguna alternativa: éste es el modo de ver esta vista” (Meunier, cit. en Fischler 1995: 29), aunque no se excluyen, sin embargo, criterios estéticos en el dibujo. También en la numeración de los elementos del dibujo se establecen jerarquías y obviamente el texto –no debemos tampoco aquí olvidar nuestra presentación de Markus-Cameron– forma parte de las estrategias de orientación a los usuarios o clientes: “El texto es un medio de clarificar el dibujo, de estabilizar las significaciones” (Barthes, cit. en Fischler 1995: 30).
En síntesis, las representaciones son tanto instrumentos de persuasión, que buscan formar al público como instrumentos para la construcción de la ciudad, es decir, su implementación concreta.
El autor propone también considerar a las identidades profesionales, y su modo de conformación, atendiendo al proceso histórico, a los regímenes políticos, a las leyes concretas que influyen en la práctica profesional, a las situaciones políticas coyunturales y obviamente a los propios conflictos y valoraciones del diseñador. El resultado también mostrará las tensiones entre factores múltiples, como la oposición entre proyectos estándar y diseños visionarios, la consideración de la ciudad como “geometría abstracta del espacio” o comunidad viva, la participación o exclusión ciudadana y básicamente presentará –según Fischler– al planificador como político o burócrata que tiene que elegir entre un futuro mejor o actuar como cobertura de un proceso de dominación.
De todos modos, reiteremos que no es un poder coactivo lo que aquí se pone en juego. Tampoco una perspectiva puramente intencionada de los autores-arquitectos-planificadores. Ellos mismos, como dijimos, se forman en esta relación entre teoría y praxis, en esta construcción de los medios en que la ciudad o sus fragmentos deben ser vistos y, por lo tanto, están formando parte de regímenes de racionalidad, como lo plantea Foucault. La relación entonces es ambivalente:
“Definir el problema, modelar la situación, diseñar planes de acción y evaluar efectos probables –todas estas actividades son dirigidas en modos estructurados mentalmente y socialmente. Todos están informados de ‘regímenes de racionalidad’ y ‘regímenes de prácticas’ que son específicas en tiempo y lugar. Los regímenes de racionalidad no son puntos de vista del mundo (worldviews) o espíritus de la época (zeitgeists) sino modos específicos de definir tanto los fines y los medios de acciones prácticas, modos específicos de hacer a la realidad dócil a la acción. Los regímenes y las prácticas no son obligaciones disciplinarias sino un conjunto de prácticas que se siguen de la definición acerca de lo que debe ser tenido en cuenta y sirve”. (Fischler 1995: 42)
Los profesionales de la planificación entonces formándose ellos mismos han también modelado nuestro modo de ver la ciudad, y en consecuencia lo que entendemos como realidad.
Fischler, en buena medida, tiene como referencia foucaultiana el libro de Rabinow French modern: Norms and forms of the social environment (1989) en tanto éste muestra cómo las investigaciones de Foucault pueden servir al trabajo de los historiadores de la planificación y a los teóricos: “La investigación de Foucault puede ser útil no por sus consideraciones sustantivas de la sociedad moderna ... sino por sus contribuciones metodológicas, en particular por su aproximación a las cuestiones del conocimiento, poder y subjetividad” (Fischler 1995: 43).
El autor tiene una visión amplia de Foucault que no lo reduce a la constitución de la sociedad como disciplinaria e incluso no acepta ésta como tal:
“Yo creo que la planificación moderna puede ser más seguramente caracterizada como una actividad regulatoria que depende de la normalización sociológica (más que de la normalización disciplinaria) y que las instituciones disciplinarias deben ser consideradas como partes específicas, heredada del siglo XIX, o de la sociedad del siglo XX”. (Fischler 1995: 54, n. 13)
Frente a la forma crítica tradicional, que presenta la relación conocimiento-poder vinculada con una desigual distribución de la información y con sus efectos ideológicos, por el contrario el autor afirma que
“focalizar en prácticas de representación se vincula al análisis de la continua constitución del conocimiento y no solo su distribución estática, así como ocurre al analizar estrategias de acción y no solo las ideologías que legitiman el comportamiento”. (Fischler 1995: 43)
No es solamente una cuestión de falsa conciencia o de interés por la defensa de la ideología capitalista sino que
“los medios prácticos con los que los planificadores juntan los datos y los transforman en información significativa y útil –digamos, encuestas y análisis estadísticos– da voz a algunos más que a otros y privilegia ciertos intereses y necesidades sobre otros”. (Fischler 1995: 43)
Por último, Fischler propone revisar críticamente –incluso como tarea esencial a los mismos planificadores– el proceso histórico en que se encuentran involucrados, los medios y las teorías a través de las cuales operan y su relación con el proceso educativo en que han sido formados, destacando que los planificadores no sólo son responsables técnicos sino finales del producto y, en ese sentido, incluso el aprendizaje de estrategias argumentativas debiera ser parte de su formación: “La educación de los planificadores críticos es también la educación de planificadores auto-críticos, de practicantes que enfrentan ‘las instituciones y los arreglos de poder que soportan sus prácticas’” (cit. en Fischler 1995: 52).
La búsqueda de Fischler es la de un planeamiento progresista que quiere encontrar otro modo de relación entre planificadores y usuarios, y potenciar la reflexión sobre el propio hacer profesional. A fin de cuentas, Foucault dijo: “La gente conoce lo que hace, ellos frecuentemente conocen porque ellos hacen lo que hacen; pero lo que ellos no conocen es qué es lo que hace lo que ellos hacen” (Dreyfus y Rabinow, cit. en Fischler 1995: 53).