MICHEL FOUCAULT Y LA VISOESPACIALIDAD, ANÁLISIS Y DERIVACIONES
Rodrigo Hugo Amuchástegui
El punto de partida es la medicina de las especies, que es enseñada en la Facultad de Medicina durante el llamado “período clásico francés”, y que se caracteriza porque cuerpo y enfermedad no están en unión indisoluble: “La superposición exacta del cuerpo de la enfermedad y del cuerpo del hombre enfermo no es ... más que un dato histórico y transitorio. Su evidente encuentro no lo es sino para nosotros” (1963 [1983: 17]).
La medicina de este período se preocupa por los procedimientos nosográficos, clasificatorios. Las enfermedades están organizadas y jerarquizadas en familias, géneros y especies. Dicha organización depende del principio de analogía. Distintas enfermedades son entonces agrupadas por el parecido que se encuentra entre ellas. Por ejemplo, enfermedades como la apoplejía, el síncope y la parálisis serán unificadas por su característica común de impedir los movimientos voluntarios, el embotamiento de la sensibilidad interior o exterior. Otras organizaciones de la mirada podrán poner el acento en las diferencias, así se verá “en la parálisis un síntoma, en el síncope un episodio, en la apoplejía un ataque orgánico y funcional” mientras que aquí se parte de lo que las unifica llegando a constituir “la unidad de esencia” (1963 [1983: 21]).
La Enciclopedia chino-borgeana, citada en su Las palabras y las cosas, se nos muestra en sus potencialidades.
La preocupación clasificatoria presenta una ordenación que quiere tener la forma de lo natural. La vida y la enfermedad tienen una regularidad, un ordenamiento común: “El ser supremo no se sujeta a leyes menos seguras al producir las enfermedades, o al madurar los humores morbíficos que al hacer crecer las plantas y los animales” (1963 [1983: 22]).
Destaquemos entonces que, en este primer momento, la enfermedad es considerada como independiente del cuerpo que la soporta. La espacialidad, bajo la forma de volumen corporal, no se encuentra constituida aún por la mirada médica. Así, lo que proviene de las particularidades del enfermo, o sea, el cuerpo enfermo específico, molesta, y debe ser dejado de lado. Debe diferenciarse lo necesario de lo accidental. Es decir, la enfermedad tiene sus propias leyes, el individuo y sus particularidades son el “accidente” de la enfermedad. De este modo,
“para conocer la verdad del hecho patológico, el médico debe abstraerse del enfermo... Paradójicamente, el paciente es un hecho exterior en relación con aquello por lo cual sufre; la lectura del médico no debe tomarlo en consideración sino para meterlo entre paréntesis”. (1963 [1983: 23])
Destaquemos un importante aspecto socio-político de la medicina de las especies, que en este caso sí se refiere al problema espacial. En este período ya existen los hospitales, pero no parecen ser los sitios naturales para el desarrollo y cuidado de la enfermedad. Los hospitales son lugares artificiales que generan enfermedades artificiales: “‘Ninguna enfermedad de hospital es pura’. El lugar natural de la enfermedad es el lugar natural de la vida, la familia” (1963 [1983: 37]). Esta forma de pensar es solidaria de la forma en que el pensamiento político piensa el problema de la asistencia: “El enfermo no es capaz de trabajar, pero si se le coloca en el hospital se convierte en una carga doble para la sociedad” (1963 [1983: 39]). Este aspecto político y económico de la cuestión que implica, por parte del Estado, la preocupación por el lugar natural de la enfermedad es, al mismo tiempo, la condición de posibilidad para que desaparezca la medicina de las especies.