MICHEL FOUCAULT Y LA VISOESPACIALIDAD, ANÁLISIS Y DERIVACIONES
Rodrigo Hugo Amuchástegui
¿Cuál es la diferencia entre el proyecto de la clínica y la forma que está asumiendo? La diferencia radica en la oposición mirada-vistazo. El primero, caracterizado por su apertura y extensión: “La mirada implica de hecho un campo abierto, y su actividad esencial es del orden sucesivo de la lectura: registra y totaliza; reconstituye poco a poco las organizaciones inmanentes; se extiende en un mundo que es ya el mundo del lenguaje” (1963 [1983: 175]). El segundo, el vistazo, es una mirada focalizada, puntual. Y en su dirección apunta a lo esencial. Va por lo tanto más allá de lo que ve; las formas inmediatas de lo sensible no lo engañan “no revolotea sobre un campo: da en un punto, que tiene el privilegio de ser el punto central, o decisivo” (1963 [1983: 175]). Foucault encuentra una relación entre el tacto y el vistazo: “El ojo clínico descubre un parentesco con un nuevo sentido que le prescriben su norma y su estructura epistemológica; no es ya el oído tendido hacia un lenguaje, es el índice que palpa las profundidades. De aquí la metáfora del tacto por la cual los médicos van a definir sin cesar lo que es su vistazo” (1963 [1983: 176]). Pero en esta modificación de la mirada médica, en estas nuevas categorías visuales que se introducen, subyace también un nuevo descubrimiento, la masa corporal, como tal, como centro de secretos a elucidar, lo que terminará devaluando el interés de la medicina de los síntomas.
El nuevo giro de la medicina clínica tiene entonces que ver con la anatomía patológica, en tanto se admite que las lesiones internas explican los síntomas y, por tanto, surge la necesidad de abrir cadáveres. Parece que fue un lugar común en la época decir que esta demora se debió a prejuicios morales y religiosos disueltos por las luces de la Ilustración. Las imágenes de varias películas pueden servir para reforzar los imaginarios personales en el recuerdo de noches tenebrosas y retorcidos investigadores tratando de recuperar ignotos cadáveres para su investigación y manipuleo. Pero Foucault dice que en realidad las cosas no fueron así. Las prácticas con cadáveres tienen larga data. En particular, en su propia historia, encuentra ya la preocupación a mediados del siglo XVIII. Morgagni y Hunter contaban con sus propias salas de disección: “Así pues, nada de penuria de cadáveres en el siglo XVIII, nada de sepulturas violadas ni de misas negras anatómicas; se está en el pleno día de la disección” (1963 [1983: 179]).
Destaquemos: La anatomía patológica surge desde el interior de la clínica, siguiendo la lógica del vistazo. Así, uno de los discípulos de Bichat, Laënnec (1781-1826), inventó el estetoscopio.
Aclaremos, la mirada clínica no se la piensa como incorrecta, sino como insuficiente. Pero ahora se avanza en profundidad en lo que antes era pura superficie. La preocupación en este momento son los órganos, pero principalmente, sus tejidos.
En realidad, con Bichat hay una mirada de superficie, pero distinta a la anterior en tanto se accede a esta superficie, que son los tejidos, ahondando en el cuerpo. Así,
“lo que hace que el enfermo tenga un cuerpo espeso, consistente, espacioso, un cuerpo ancho y pesado, no es que haya un enfermo, es que hay un médico. Lo patológico, no forma un cuerpo con el cuerpo mismo sino por la fuerza, espacializante, de esta mirada profunda”. (1963 [1983: 195])
La mirada es entonces una mirada constituyente. La anatomía patológica supone también una nueva reflexión sobre la muerte, que se apoya en un nuevo modo de mirar: la autopsia. Si “en el pensamiento médico del siglo XVIII, la muerte era a la vez el hecho absoluto y el más relativo de los fenómenos. Era el término de la vida y, asimismo, el de la enfermedad si estaba en su naturaleza ser fatal” (1963 [1983: 200]), ahora “desde lo alto de la muerte se pueden ver y analizar las dependencias orgánicas y las secuencias patológicas” (1963 [1983: 205]).
La muerte permite conocer más profundamente la enfermedad. La observación del cadáver es una observación más esencial. Así, afirma Bichat en su Anatomie Générale:
“Usted podría tomar, durante veinticinco años de la mañana a la noche, notas en el lecho de los enfermos sobre las afecciones del corazón, los pulmones, de la víscera gástrica, y todo no será sino confusión en los síntomas que, no vinculándose a nada, le ofrecerán una serie de fenómenos incoherentes. Abrid algunos cadáveres: veréis desaparecer en seguida la oscuridad que la observación sola no había podido disipar”. (Citado en 1963 [1983: 209])
La apertura de los cadáveres, en el momento en que se generaliza, permite descubrir el interior del cuerpo humano, como clave para entender la enfermedad. Por eso mismo, la medicina buscará también estrategias para llegar a ver el estado del interior humano pero en cuerpos vivos, de ahí inventos como el estetoscopio. El microscopio aparece devaluado. Se prioriza la mirada a ojo desnudo (Redondi 1997: 44). La relación palabra-mirada se flexiona, se modifica:
“No se trata ya de poner en correlación un sector perceptivo y un elemento semántico [como en la primer etapa de la clínica], sino de desviar enteramente el lenguaje hacia esta región en la cual lo percibido, en su singularidad, corre el riesgo de escapar a la forma de la palabra y de llegar a ser al fin imperceptible a fuerza de no poder ser dicho”. (Foucault 1963 [1983: 240])
Se trata ahora de “abrir ... las palabras a un cierto refinamiento cualitativo, cada vez más concreto, más individual, más modelado … La figura de lo invisible visible organiza la percepción anatomopatológica” (1963 [1983: 241]). O sea, lo interior, lo invisible, que descubre la anatomopatología en el caso individual (también por ello invisible) se hace visible. Finalmente, a lo que se llega ahora sí es al saber del individuo. Pero es el individuo constituido por el saber científico-médico.
“El individuo no es la forma inicial y la más aguda en la cual se presenta la vida. No está entregado al saber sino al término de un largo movimiento de espacialización cuyos instrumentos decisivos han sido un cierto uso del lenguaje y una difícil concepción de la muerte”. (1963 [1983: 242])