Tesis doctorales de Econom�a


MICHEL FOUCAULT Y LA VISOESPACIALIDAD, AN�LISIS Y DERIVACIONES

Rodrigo Hugo Amuch�stegui




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La constituci�n de la subjetividad y el espacio en los �lugares de paso�

En este caso, es un aspecto del laberinto en particular lo que nos interesa: el ser un lugar de paso. En ese sentido, aqu� s�lo nos referiremos al laberinto griego entre los �lugares de paso�. Pero b�sicamente nos interesan estos lugares, en la medida en que nos permiten repensar la relaci�n con los espacios como constructores o determinadores de subjetividad. Entendiendo por ello que lo que nosotros somos est� moldeado por nuestro devenir espacial. Los tres casos planteados aqu� podr�an f�cilmente entonces ser asociados a Foucault, m�s all� de que su nombre se encuentre ligado al segundo de los ejemplos que analizamos.

Un lugar de paso no nombra solamente al caminante. La palabra �paso� puede abarcar tanto el movimiento de los pies hacia una meta o ninguna, como a la acci�n de pasar, que incluye, entre muchas otras posibilidades, el paso del tiempo. Un lugar de paso entonces pone en juego coordenadas espaciales y temporales. Un cuerpo quieto tambi�n puede perfectamente estar en un lugar de paso. Aqu� pretendemos mostrar que los nombres de Marc Aug�, Michel Foucault y el m�tico D�dalo se unen en dicho concepto. Cada uno de ellos, a su manera, define un lugar transitorio, de pasaje; un lugar que no est� pensado para quedarse y del que se desea o se debe salir. Nuestro trabajo apunta a se�alar c�mo se pueden caracterizar estos diferentes lugares de paso y fundamentalmente qu� tipo de subjetividad es la que se evidencia en cada uno de ellos.

Marc Aug� y la individualidad vac�a

Aug� traza en su breve libro Los �no lugares�, espacios del anonimato (1992: 1998) la distinci�n entre �lugar� y �no lugar�. El lugar, en t�rminos antropol�gicos, se caracteriza por ser identificatorio, relacional e hist�rico. Es identificatorio, en tanto constituye una identidad individual, relacional, porque es una configuraci�n de un conjunto, que supone reglas de convivencia e hist�rico, pues supone una historia que comparte un grupo. El lugar aparece como necesario al individuo, pues �propone e impone una serie de puntos de referencia ... cuya ausencia, cuando desaparecen, no se colma f�cilmente� (1992 [1998: 61]).

Ampliando estos conceptos, el lugar antropol�gico se puede construir con la ayuda de conceptos espaciales como los itinerarios, encrucijadas y centros religiosos o pol�ticos. Estos �ltimos �definen un espacio y fronteras m�s all� de las cuales otros hombres se definen como otros con respecto a otros centros y otros espacios� (1992 [1998: 62]).

Pero el espacio cobra toda su densidad con el tiempo, sea m�tico �relativo al origen� o hist�rico �recuerdos sociales o personales y, en suma, a la memoria. El lugar se constituye tambi�n con ausencias: �aqu� estaba pero ya no est� �dice uno�, �los recuerdos nos encadenan a este lugar ... Es algo personal, eso no le interesar�a a nadie, pero en fin, eso hace, a pesar de todo, al esp�ritu de un barrio� �afirma otro vecino. �No hay sino lugares encantados por esp�ritus m�ltiples, agazapados en ese silencio y que uno puede o no �evocar�. S�lo se habitan lugares encantados� �dice Michel de Certeau (1990 [1996: 121]), a quien Aug� cita continuamente. Y si s�lo se habitan lugares encantados, los no lugares o nuestros lugares de paso no son habitables. El habitar aqu� se opone a lo transitorio.

Si esto nos permite esbozar la concepci�n augeana de lugar, el no lugar es simplemente �un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como hist�rico� (Aug� 1992 [1998: 62]). Los no lugares son una producci�n hist�rica de la �poca contempor�nea, a la que Aug� llama sobremodernidad. La enumeraci�n de estos no lugares ayuda a comprenderlos, pues abarcan:

�Un mundo donde se nace en la cl�nica y ... se muere en el hospital, donde se multiplican, en modalidades lujosas e inhumanas, los puntos de tr�nsito y las ocupaciones provisionales (las cadenas de hoteles y las habitaciones ocupadas ilegalmente, los clubes de vacaciones, los campos de refugiados, las barracas miserables destinadas a desaparecer o degradarse progresivamente), donde se desarrolla una apretada red de medios de transporte� (1992 [1998: 84]),

que incluye autopistas, v�as a�reas y aeropuertos, v�as ferroviarias y sus estaciones, supermercados, aparatos distribuidores autom�ticos, parques de recreo, �zonas de almacenamiento y a veces de venta, especialmente de productos que aceleran la circulaci�n y la comunicaci�n, ... autom�viles, aparatos de TV, ordenadores� (Aug� 1997 [1998: 127]).

La sobremodernidad construye el mundo como pasaje. Y lo hace con estos no lugares, en nuestras palabras, con lugares de paso. No se eliminan los lugares, sin embargo: �el lugar y el no lugar son m�s bien polaridades falsas: el primero no queda nunca borrado y el segundo no se cumple totalmente�. Pero �los no lugares son la medida de la �poca� (1992 [1998: 84]). Si queremos ser precisos, debemos se�alar que el concepto lugar y no lugar no tiene un correlato, una referencia precisa, ya que un no lugar puede convertirse en lugar y viceversa. Pero a pesar de su ambig�edad, Aug� nombra determinados espacios como no lugares. Y nosotros partimos de esa distinci�n.

Los no lugares son tambi�n una forma de producci�n de subjetividad. Se origina en ellos una sensaci�n de soledad entendida como �exceso o vaciamiento de la individualidad� (1992 [1998: 92]). El tr�nsito por los no lugares se liga a un pasado y a un porvenir demasiado borroso. No sabemos ya de d�nde venimos ni hacia d�nde vamos. Las relaciones con los otros pierden la sociabilidad intensa, para ser s�lo relaciones contractuales solitarias (1992 [1998: 98]). Las relaciones contractuales establecen una identidad, pero es una identidad de usuario o cliente. La identidad as� entendida es liberadora, en tanto no se nos pide parecernos a nosotros mismos, es decir, no se nos pide una coherencia personal. En un supermercado, por ejemplo, s�lo importa que paguemos la factura y, por lo tanto, la �nica identidad que interesa es la de la pertenencia de nuestra tarjeta bancaria. El anonimato y la identidad pueden ir unidos:

�El espacio del no lugar libera a qui�n lo penetra de sus determinaciones habituales. Esa persona s�lo es lo que hace o vive como pasajero, cliente, conductor ... Objeto de una posesi�n suave �y en esto se diferenciar� netamente de Foucault, agregamos nosotros saborea por un tiempo las alegr�as pasivas de la desidentificaci�n�. (1992 [1998: 106])

En suma, �el espacio del no lugar no crea ni identidad singular ni relaci�n, sino soledad y similitud� (1992 [1998: 107]). La historia desaparece, el tiempo s�lo aparece como tiempo presente.

Si con Aug� la identificaci�n aparece como control a la entrada o salida (1992 [1998: 114]) de sus �no lugares�, por ejemplo, a la entrada a la sala de espera del aeropuerto o a la salida del supermercado por la cajera que pide la tarjeta de cr�dito, con Foucault la constituci�n de una identificaci�n, de una individualizaci�n aparece en los espacios interiores.


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