MICHEL FOUCAULT Y LA VISOESPACIALIDAD, ANÁLISIS Y DERIVACIONES
Rodrigo Hugo Amuchástegui
Postmodern Geographies (1989)
Edward Soja, en este libro, señala que se le debe prestar mayor atención a Foucault, en lo que respecta a su interés geográfico y espacial, aunque ha sido tradicional que se lo identifique como historiador (1989: 16), lo cual ha llevado a que se oculte este interés. La base de su pensamiento es la recuperación de la problemática del espacio, desde la Teoría Crítica, que se encuentra devaluada frente a la importancia dada al tiempo y la historia.
Pensar desde la Teoría Crítica para Soja es oponerse a las
“universalizaciones abstractas y transhistóricas (incluyendo las nociones de una ‘naturaleza humana’ general que explica todo y nada al mismo tiempo), contra los naturalismos, empirismos y positivismos que proclaman las determinaciones físicas de la historia separadas de sus orígenes sociales; contra los fatalismos religiosos e ideológicos ..., contra cualquier conceptualización del mundo que congela la fragilidad del tiempo, la posibilidad de la ‘ruptura’ y el rehacer la historia”. (1989: 15)
Sin embargo, la Teoría Crítica presenta falencias para Soja que pretende salvar con su recuperación desde la Geografía. Estas falencias son la visión dominantemente eurocéntrica, por ejemplo, “que atribuía la modernización por todas partes a la dinámica histórica del capitalismo industrial europeo” (1989: 33). El desarrollo capitalista contemporáneo presupone la organización de la sociedad desde una perspectiva espacial que permite fijar y controlar a los individuos, “para abrir nuevas oportunidades de mayores ganancias, para encontrar nuevas maneras de mantener el control social, para estimular los incrementos en la producción y el consumo” (1989: 34).
Soja encuentra, entonces, que hay una historia del espacio ligada a la apropiación capitalista que debiera ser expuesta. Realiza una periodización del capitalismo, donde la fase del llamado “postmodernismo” sería la cuarta etapa. Sin embargo, el adjetivo “posmodernas” del título indica una aceptación del término como descriptivo de la época contemporánea, sin desconocer las múltiples críticas que ha recibido ese concepto y los afines –conceptuales e ideológicas– que lo vinculan al conservadurismo. En su concepción, la reafirmación posmoderna del espacio no presupone una ruptura con la modernidad, sino su reestructuración. Su análisis no está desprovisto de connotaciones éticas ya que, para él, la posmodernidad se vincula a una política de resistencia y desmitificación, teniendo la reafirmación del espacio, desde la perspectiva crítica, un carácter emancipador.
Desde un elemento más nuclear, la oposición podría pensarse entre lo sucesivo –el lenguaje, la narración– y lo simultáneo. Y su análisis se centrará en la geografía del capitalismo o, mejor dicho, en “la forma urbana en la ciudad capitalista” (1989: 3). Al recuperar este sentido crítico para la disciplina Geografía, defenderá también la jerarquía del geógrafo, quien, por caso, en la época de Foucault (circa 1980) se encontraba también desvalorizado: “Ser caratulado como geógrafo era una maldición intelectual, una asociación degradante con una disciplina académica tan alejada de los grandes linajes de la teoría social moderna y de la filosofía” (1989: 19).
La vinculación de este texto con Foucault tiene también sus aspectos “interiores” y “exteriores”. Decimos “interiores” en la medida en que lo cita reiteradamente, como es el caso de la siguiente referencia foucaultiana: “El espacio fue tratado como lo muerto, lo fijo, lo no dialéctico, lo inmóvil. El tiempo, por el contrario, fue riqueza, fecundidad, vida, dialéctica”. Además de referirse a varios otros textos, que indicaremos inmediatamente, y a reflexiones que responden a una lectura más profunda y crítica, en la medida en que en el espacio se juegan relaciones de poder:
Soja busca una interpretación materialista de la espacialidad, ya que ésta está producida socialmente y existe tanto en “formas sustanciales (espacialidades concretas) ... como en un conjunto de relaciones entre individuos y grupos, una ‘encarnación’ y un medio de la misma vida social” (1989: 120).
Diferencia este espacio originado socialmente del espacio físico de naturaleza material y el espacio mental del conocimiento y la representación, que forman parte de la construcción socio-espacial, pero que pueden ser teorizados separadamente sin que el espacio físico, mental y social sean estrictamente autónomos.
Aclara Soja entonces que esta “primera naturaleza” (espacio físico y mental) está mediada por el trabajo y el conocimiento humano. Esto lo reitera, y destaca que, aunque sea extraño, puede hablarse de una producción de la naturaleza: “El espacio de la naturaleza está así lleno con política e ideología, con relaciones de producción, con la posibilidad de ser significativamente transformado” (1989: 121).
Si consideramos que Foucault se refería al espacio como lo fijo a diferencia del tiempo, debemos considerar que, para Soja,
“la espacialidad existe ontológicamente como producto de un proceso de transformación, pero siempre permanece abierto a posteriores transformaciones en los contextos de la vida material. (La espacialidad) no está nunca dada o fijada permanentemente”. (1989: 122)
Esto, que parece obvio, es lo que históricamente ha sido negado. Tradicionalmente, el espacio está visto, según Soja, desde la ilusión de opacidad, que indica que éste es solo materialidad superficial medible y descriptible, y es Descartes y su res extensa y la explicación científica, el modo dominante de explicación (1989: 122). Es opaco en tanto se oculta el aspecto social, político e ideológico del espacio.
“Tiempo y espacio, como la forma de la mercancía (commodity form), el mercado competitivo y la estructura de las clases sociales son representados como una relación natural entre cosas, explicable objetivamente en términos de las propiedades de las sustancias físicas y los atributos de estas cosas en sí mismas, más que como un ‘espacio-tiempo continuo y homogéneo, resquebrajado y fragmentado’ enraizado en el proceso del trabajo capitalista”. (1989: 124)
Pero también se lo considera desde la ilusión de transparencia, entendida como la reducción del espacio a ser un constructo mental, modo de pensar, o imagen de la realidad y, en ese sentido, “toma precedencia epistemológica sobre las sustancias tangibles y las apariencias del mundo real”. En esta línea encontramos a Platón, Leibniz y obviamente a Kant “que se infiltra incluso en las aproximaciones históricas del marxismo a la espacialidad” (1989: 125).
Sin duda entonces, si se piensa en quienes también han aportado a esta geografía política que Soja está intentando fundar, no puede estar ausente Marx, aunque Soja encuentra escasos sus aportes a la temática geográfica, centrados principalmente en la oposición ciudad-campo. Sin embargo, es Henri Lefebvre (La production de l’espace 1974) quien, dentro de esta tradición marxista, ha realizado aportes valorables. Así en el citado libro afirma:
“Las relaciones sociales de producción tienen una existencia social sólo en cuanto ellas existen espacialmente; ellas se proyectan a sí mismas en el espacio, ellas se inscriben a sí mismas en el espacio mientras lo producen. De otro modo, ellas permanecen en la abstracción ‘pura’, esto es, en representaciones y consecuentemente en ideologías, o dicho de otro modo, en verbalismo, palabrería, palabras”. (Citado en Soja 1989: 128)
Poulantzas (State, Power, Socialism 1978) continúa en esa línea. Este último, si vamos a guiarnos por sus propias palabras, tiene también claras afinidades con Foucault, en especial con su “arte de las distribuciones”, como se deduce de la siguiente cita:
“La separación y división para unificar; la parcelación para rodear; la segmentación para totalizar; el cierre para homogenizar; y la individualización para borrar diferencias y otredad. Las raíces del totalitarismo están inscriptas en la matriz espacial concretada por las naciones-estado modernas –una matriz que está ya presente en las relaciones de producción y en la división capitalista del trabajo”. (Citado en Soja 1989: 129)
Pero, si queremos destacar la relación directa de Soja con Foucault, ya en el primer capítulo titulado “Historia: Geografía: Modernidad”, aparece encabezándolo la cita, ya mencionada, en la que el espacio se identifica con lo muerto e inmediatamente otra en la que Foucault plantea a la época contemporánea –1967– como la época del espacio, frente al siglo XIX centrado en la historia, lo cual indica claramente la orientación del texto.
Pero Soja aclara inmediatamente que esta descripción, a pesar de lo que dice, en realidad no muestra la situación contemporánea, pues la epistemología histórica continúa siendo dominante. Sin embargo, Foucault ha contribuido a la ‘geografía crítica humana’, aunque en forma ambivalente (como lo destaca el subtítulo del capítulo: “La ambivalente espacialidad de Michel Foucault”). Y rescata textos que nosotros hemos citado en la primera parte. O sea, ya desde Historia de la locura (1961) hasta Historia de la sexualidad (1978) se puede rastrear esta temática en sus escritos centrales, sin embargo, toma mayor peso en sus entrevistas –respondiendo en buena parte a las inquietudes de los entrevistadores. Así está la entrevista “Preguntas acerca de la Geografía” (1980), “Espacio, conocimiento y poder” (1982) y antes “Espacios diferentes” de 1967, que solo es recuperada por su interés teórico hacia 1984. A Soja le interesa, de esta última, el concepto de “heterotopía”, que permite dar cuenta de espacios característicos del mundo moderno. Y es coherente con la posición de Foucault, según Soja, pues éste “centró nuestra atención en otra espacialidad de la vida social (diferente a Bachelard y la fenomenología), en el ‘espacio externo’, el espacio realmente vivido (y producido socialmente) de los sitios y de sus relaciones entre sí” (Soja 1989: 17). Para Foucault,
“no vivimos en una especie de vacío, en cuyo interior sería posible situar individuos y cosas. No vivimos en el interior de un vacío coloreado por diferentes tornasoles, vivimos en el interior de un conjunto de relaciones que definen emplazamientos irreductibles unos a otros y no superponibles en absoluto”. (1967 [1984b: 755])
Esta dimensión de espacios que no son puros espacios vacíos o formas puras que deben ser llenadas, sino espacios realmente vividos le interesa a Soja para oponerse a lo que considera formas ilusorias de considerar la espacialidad.
En su lectura de Foucault, Soja lo ubica con relación al estructuralismo, pero más que acentuar la pura crítica a la temporalidad le interesa la dimensión sincrónica. “Esta ‘configuración’ sincrónica es la espacialización de la historia, el hacer la historia entrelazada con la producción social del espacio, la estructuración de una geografía histórica” (Soja 1989: 18). Y aunque reitera la ambivalencia foucaultiana, no dejan de ser bastante contundentes las afirmaciones del filósofo francés con respecto al espacio:
“En cualquier caso creo que la ansiedad de nuestra era tiene que ver fundamentalmente con el espacio, sin duda mucho más que con el tiempo. El tiempo probablemente se nos aparece solamente como una de las varias operaciones distributivas que son posibles para los elementos que están desparramados en el espacio”. (Cit. en Soja 1989: 19)
Poder y espacio están íntimamente relacionados. Y la geografía –reconoce finalmente Foucault– está ligada en consecuencia al centro de sus intereses. No tiene, por tanto, nada de inusual que Soja recurra a un filósofo que ha tenido enorme importancia en Estados Unidos y que se sirva de él para apoyar sus propias afirmaciones. Y si Foucault dice que “habría que escribir una historia de los espacios –que sería al mismo tiempo una historia de los poderes” (1977a: 192), Soja quiere situarse en un momento de ese recorrido.
Por último, digamos que el interés de Soja en este texto no es sólo postular o recuperar como herramienta crítica a la Geografía, o más específicamente plantearla como disciplina nueva, sino que en Geografías Postmodernas aparece un análisis concreto –que podemos vincular al aspecto “exterior” de su texto, en tanto aplicación derivada de la influencia foucaultiana–, el de una ciudad-modelo como Los Ángeles. Decimos “modelo” pues para 1989 (año de la 1ra. edición) esta ciudad aparece sintetizando la problemática espacial urbana del capitalismo. Hacia 1920, era la principal ciudad de producción automovilística, pero también de la industria de aeronaves primero, y aeroespacial después. Este análisis supone considerar los movimientos y flujos de dinero que permiten controlar la fuerza de trabajo, la participación estatal, las divisiones laborales, nacionales, raciales, los desplazamientos industriales y la importancia, en particular, del centro (downtown). El juego básico es, sin embargo, la descentralización urbana y el crecimiento suburbano (Soja 1989: 209) pero, al mismo tiempo, hay una dimensión extraterritorial (norteamericana) de las empresas que más se desarrollan. O, dicho de otro modo, si bien la característica de la ciudad posmoderna, y Los Ángeles puede servir de referencia, radica en la densidad que adquiere la periferia industrial frente a la tradición de un centro constituido como núcleo y símbolo de las adhesiones urbanas, sin embargo, el centro de esta ciudad sigue siendo una concentración de instituciones (bancos, iglesia, cárcel, etc.) que Soja vincula libremente al Panóptico y su función de vigilancia.
“No es la producción o el consumo o el intercambio en sí mismos lo que especifica lo urbano, sino más bien su vigilancia colectiva, la supervisión y el control anticipado dentro del contexto repleto de poder de la nodalidad. En términos foucaultianos, las ciudades son los sitios convergentes del espacio (social), del conocimiento y del poder, los cuarteles generales de los modos de regulación societales”. (1989: 235)
Aunque destaca que las posibilidades de resistencia a las modalidades de control siempre están abiertas.
Por otro lado, y desde una perspectiva diferente, encuentra en las aglomeraciones formadas por identidades nacionales como las de chinos, vietnamitas y latinos, entre otros, una muestra del concepto foucaultiano “heterotopías”, que ya hemos desarrollado nosotros más arriba. Su análisis, lo repetimos, es urbano y de política geográfica. Sólo desarrolla brevemente un edificio, el Hotel Buenaventura de Los Ángeles como exponente de un edificio posmoderno. Pero queda clara su propuesta de una geografía política del capitalismo, inspirada por los textos foucaultianos. Esta recuperación del espacio, esta
“reafirmación del espacio en la teoría crítica social –y en la praxis crítica política– dependerá de una continua deconstrucción de un historicismo aún oclusivo y de muchos más viajes de exploración en las heterotopías de una geografía postmoderna contemporánea”. (1989: 248)